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Cañá del Utrero (Sierra de Cazorla)
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COMO AGUA DE MAYO, Por José Biedma López

domingo 23 de abril de 2023, 08:41h
COMO AGUA DE MAYO, Por José Biedma López

Tales de Mileto, padre de la Física (ciencia de la naturaleza) y abuelo de la Filosofía (saber de las ideas), debió también saber de sequías en la costa semiárida del Mediterráneo Oriental donde habitaba, en la costa Jonia de los presocráticos. Allí se mezclaban culturas y mestizaban para bien las gentes. Tal vez por ello, Tales, del que se cuenta que era hijo de fenicia, apreció tanto el agua, tanto que la pensó arcano de la naturaleza, fuente de vida. Y lo es.

¡Qué misterio tiene el agua para nosotros! ¡Y en qué variedad de formas se nos ofrece! Unas veces corre espumosa entre piedras; otras veces reposa oscura en los estanques y pantanos; o esmeraldina y transparente, en la poza de donde manan las aguas del río Segura, allá en las alturas, cerca de Pontones.

De las alturas viene el agua nitrogenada y violenta con las tormentas, cuando las mujeres sabias sacan sus macetas a las calles, para que les llueva ese caldo vivificador…

El agua nos resulta indispensable. También estéticamente, en el “paisaje”, ese invento de los artistas románticos. ¿Qué sería de una panorámica sin valle, sin cascada, sin torrente que trace sus meandros como una enorme sierpe de plata?, ¿qué sería de una casería, de un cortijo, de una masía, de una fraga, sin pozo o sin fuente? Los príncipes musulmanes sabían de la importancia del canto del agua y diseminaban fuentecillas y acequias por salones, patios, serrallos y sestarios. El rumor cristalino del agua pone, estimula, coloca e inspira.

Distrae mucho el agua. Limpia, refresca. Es fácil relajarse o consolarse viéndola correr desde un puente o en el sentir desde la playa su ir y venir como pulso cósmico: el rumor lejano del corazón de la Madre. De su uterino cieno procedemos y hasta nuestra sangre, líquido salino, recuerda en su composición la de aquel charco primordial en que nació la monera, aquella primera célula viviente en el periodo laurentino, aquel primitivo eukarioto que se reprodujo y perfeccionó en el cámbrico y siluriano no sabemos bajo qué obscuro designio, ni por qué ni para qué, en diversificación creciente y maravillosa.

Yo me he quedado extasiado mirando el patinaje de las chinches hidrometras (Gérridos), que corren deslizándose por el agua sin mojarse en la poza de un arroyo perdido de la sierra. Y también me gusta ver cómo resbala y verdea el líquido elemento por el bronce opulento de sirenas y tritones, que con tortugas y caballos de mar gigantescos arrastran por sus bravas olas a Poseidón, el Viejo del Mar, o Neptuno feroz con su tridente en las fuentes de Versalles o de la Granja…

Fue la primera gran destrucción un gran diluvio. En todas las culturas se recuerda una catástrofe ancestral que tuvo que ver con la fuerza destructora de las aguas. Pueden rugir las aguas como fieras acorraladas buscando una salida, arrollando cualquier obstáculo que se oponga a su enérgica corriente, al curso geométrico de su gravedad.

Apresada por la labor de los hombres, entre muros contenida, vese obligada a rendir trabajo útil fraccionada en los alabes metálicos de las turbinas, en las bombas de riego, corre por las tuberías hasta los goteros que reparten migajas de su plata líquida. Goteros que inventaron los israelitas. El poeta Francisco Jesús Aparicio Kel escuchó una vez el pensamiento de una turbina amiga del agua: “Soy la mágica reina del agua puesto que transformo la energía mecánica en eléctrica”. Esto puso en boca de una turbina.

Ya dijeron los augures del XX, maestros en prospectiva, que las guerras en que nos encabronamos por el petróleo y el gas, serían en nuestro siglo conflictos por el agua, por la potable y por los caladeros de la otra, de la salada, que irá en aumento con los deshielos de los polos, que arrasará ciudades enteras. Mucho me temo que el imprescindible Plan Hidrológico Nacional pasará por el conflicto a cara de perro de nuestras autoridades de taifas “comunitarias”, egoístas comunidades, algunas con vocación de estado xenófobo y onfalócrata.

Ausente el agua, todo languidece y se marchita, las cosechas de pierden y la cesta de la compra se encarece y mengua sin remedio. No es casual que proceda el agua del Cielo, ese que rascan las ciudades con sus soberbias torres, en el que pacen las escasas nubes pasajeras, que ya cañonean e hieren en algunas partes para forzarlas al goteo imprescindible. Al cielo vuelve en forma de vapor y bruma el precioso arcano de Tales de Mileto, que en lago es espejo de cielo, figuración de su color, como que mira al fin que es su ideal, su elevación gaseosa.

Limpia el agua el organismo, lo hidrata y, si consagrada, tal vez nos aligere del mal moral de su despilfarro, por eso de que una de sus gotas contiene un mundo que apenas se vislumbra por los microscopios, porque es mundo de mundos, y ninguna gota es idéntica a otra, como no vuelan dos copos de nieve iguales.

Así, como las moléculas de H2O en los copos, las voluntades y corazones de los humanos debieran asociarse formando bellas estrellas poliédricas, quiero decir políticas –sueña ahora el poeta moralista-, formando la colosal corriente del amor fraterno cuya energía pudiese arrastrar a los abismos del océano averno el odio, la avaricia y la envidia que nos reseca el alma. Entonces podría decirse que los hombres fecundan la tierra, igual que la lluvia mansa.

Guardemos esa esperanza como la del agua de mayo, al menos guardemos su idea como fuerza propulsora.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M

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https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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