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SINIESTRA PARADOJA, por José Biedma López

SINIESTRA PARADOJA, por José Biedma López

sábado 11 de noviembre de 2023, 07:55h
SINIESTRA PARADOJA, por José Biedma López

Carlo Gesualdo, príncipe de Venosa (1566-1613), ciñe áureo laurel como gran figura de la música de fines del Renacimiento italiano. Su saber de armonías, consonancias y ritmos, su “virtuosismo” no le contuvo para, en un ataque de ira, asesinar a su primera esposa María de Ávalos y a su amante, en una noche aciaga de 1590 cuando los sorprendió en incontestable adulterio en un palacio napolitano.

“Cuestión de honor” del marido ultrajado, dadas las costumbres de la época, pero el ensañamiento y salvajismo con que cometió el crimen convulsionó a la sociedad de su tiempo. El príncipe de Venosa tuvo que salir corriendo, no perseguido por la Justicia, sino por la familia de la mujer, que era también jovencísima prima suya. Eso no le impidió tampoco maltratar a su segunda esposa, Leonor de Este. Dicen que hacía que sus servidores le flagelaran para aliviar sus culpas y que tal vez se suicidó castigándose. Su convulsa vida emotiva explica en parte la expresión torturada y sublime de alguno de sus madrigales.

Ya octogenario, George Steiner (1929-2020), quizá el humanista más grande del siglo XX, oía con placer las composiciones del compositor italiano en su estudio octogonal de Cambridge, levantando de vez en cuando la mirada de sus libros preferidos para contemplar el bonito jardín inglés que rodeaba su “torre de marfil”. Steiner amó con entusiasmo a los clásicos y fue capaz de contagiar este amor en sus disertaciones de gran orador y en sus obras de excelente escritor. Se llamaba humildemente “escritor parasitario” de la Gran Literatura. Depositaba cierta confianza en su función formadora y civilizadora. Pero no dejó por ello de preguntarse si los estudios humanísticos nos hacen más humanos.

Por desgracia (he citado el caso de Gesualdo como ejemplo extremado), parece que los logros artísticos e intelectuales no necesariamente nos vuelven inmunes a la violencia, la arbitrariedad y el crimen. Así, la mejor música de Wagner puede servir de acompañamiento al baldeo apocalíptico de la selva con napalm para freír vietnamitas. Inquieta pensar que las humanidades, la buena música, la ciencia y hasta la filosofía, puedan ponerse al servicio de las peores políticas y justificar genocidios. Pero así ha sido.

La inhumanidad, la crueldad, desde luego, han existido siempre, pero lo sucedido en el siglo XX carece de precedentes. Millones de muertos causados por guerras, hambrunas, deportaciones, purgas…, que no pueden atribuirse a una oleada histórica de invasiones bárbaras llegadas a Europa desde lejos ni a bestias rubias o de ojos rasgados. No hay razones que puedan explicar el horror del holocausto y el derrumbe de los más elementales valores humanos.

El nacionalsocialismo, el fascismo y el estalinismo (este más opacamente y con la complicidad o el silencio de muchos intelectuales europeos cómodamente instalados en sus países “capitalistas”)…, estos fanatismos destructores no brotaron de tribus atrasadas ni de hordas de jinetes orientales, sino del ámbito e instrumentos administrativos y sociales de las altas esferas de la civilización en los países más progresados, de su educación y avances científicos y del humanismo, tanto cristiano como secular o materialista. Es lo que llama Nuccio Ordine la “siniestra paradoja”.

Estos hechos y contradicciones sumen al crítico y al humanista en el escepticismo y la desconfianza, incluso respecto a su labor educativa y formadora. Es la perplejidad de aquel profesor de La Soga (1948) dirigida por Alfred Hitchcock cuando se entera de que sus alumnos más despiertos han convertido sus enseñanzas sobre Nietzsche en terrorismo estético, en un asesinato “más allá del bien y del mal”. ¿Cómo puede ser que la enseñanza y la cultura no tengan fuerza para frenar la deshumanización general? ¿Cómo es posible que artistas de mérito e intelectuales refinados cierren los ojos e incluso colaboren activamente con la barbarie?

Todo endiosamiento promueve sacrificios y produce víctimas –decía María Zambrano-. Sin humildad, erudición y poder, son vanos e incluso peligrosos. La esperanza ilustrada depositada en que la educación nos mejoraría ha probado ser inane, si no completamente falsa. No son las ideas las que nos hacen mejores, sino tal vez la compasión y la piedad a la que hoy llaman “empatía”, esa capacidad de la Imaginación para reconocer al otro como prójimo y ponerse en su lugar. Se equivocaba Sancho cuando decía a la Duquesa que “donde hay música, no puede haber cosa mala”. La música no amansa a las fieras y dentro de cada uno de nosotros duerme inquieto ese “bestión indómito” del que habla Cervantes. Y a río revuelto, ganancia de pecadores. De odiadores de la humana condición y despreciadores de su superior dignidad.

Artistas virtuosos, perspicaces intelectuales y eminencias científicas colaboraron y pueden ceder a las exigencias totalitarias o mantenerse indiferentes cuando el sadismo les rodea: “La ingenuidad tecnocrática sirve o permanece neutra ante el requerimiento de lo inhumano” –sentencia Nuccio Ordine, póstumo Premio Princesa de Asturias, en el retrato que dedica a su amigo George Steiner (Acantilado, 2023), al que siguen una entrevista y varias conversaciones…

Conversar es lo que hacen los amigos, y la amistad exige confianza mutua si no es un chalaneo de concesiones e intercambios mercantiles. Y si algo evita el despertar horrible de la Bestia es la amistad y la concordia como argamasa de unidad y bienestar de pueblos y naciones. “A menos que aprendamos a ser invitados los unos de los otros, la humanidad se deslizará hacia la destrucción mutua y el odio perpetuo” (Nuccio Ordine).

Del autor:

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https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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