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RAZÓN POÉTICA, por José Biedma López
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RAZÓN POÉTICA, por José Biedma López

sábado 04 de mayo de 2024, 08:06h
RAZÓN POÉTICA, por José Biedma López

Los poetas son como las cigarras, cantan y viven para cantar que viven. Es posible que gocen de una existencia más sugestiva y emocionante que quienes carecen de ese entusiasmo, admiración o veneración, por el mundo y sus misterios. Hay muchas razones “de humanidad” para que sus versos se memoricen y estudien en las escuelas y para que se interiorice con su trinar la música del lenguaje, pues es el Hado de la lengua lo que nos eleva por encima de nuestra condición animal. Además, gracias a Dios, todos tenemos algo de poetas.

En 1982 me preguntaba en una “Fiesta de la poesía” organizada por el Seminario de Estudios Carolinenses (presidido por Guillermo Sena): qué distingue al poeta del resto de los mortales… No es la locura de llamar “rubí” a unos labios u “oro cano” a la plata como hace Góngora, aunque algo tiene eso de manía –como escribió Platón-, de chifladura o posesión divina (entusiasmo). Mas lo cierto es que el poeta nos hace llevaderas las exageraciones con el bombón goloso de sorpresas y melodías verbales que regala a nuestros oídos y a nuestro corazón. Las palabras y sonidos con que expresa sus sentimientos nos granjean la posibilidad de ver el mundo de otra manera: una nueva y enriquecedora perspectiva… Dicen que Apolo cegó a Homero para devolverle la mirada interior, el tercer ojo esotérico.

La poesía es extravagancia, escaqueo de la acción útil y productiva. Se parece más bien a una huida, a un emboscamiento o repliegue defensivo, a un ensimismamiento místico. El hombre –dijo Ortega- es el animal que se ensimisma. No obstante, la poesía también nos libera de apasionadas ridiculeces mediante su catarsis, la purificación que nos proporciona como bálsamo para las heridas del alma. Y no hay que descartar lo mucho que enseña en su especie gnómica, didáctica y ejemplarizante. Los primeros físicos y filósofos pusieron sus razones en versos, al cantarlas las hicieron más fáciles de memorizar y conservar.

Todos tenemos la imagen lastimosa del poeta maldito, aislado en su buhardilla como Alejandro Sawa, el “hiperbólico andaluz” de Valle-Inclán, o la imagen de Baudelaire amigando con prostitutas obscuras y pegándole a la grifa y a la absenta…, aunque también hay poetas que consiguen vivir de los presupuestos del Estado, poetas cortesanos, poetas orgánicos y hasta fámulos de mandamases mecenas. Sin embargo, en general, el poder que ostenta el poeta es limitado porque la Literatura –como el Arte- más que un poder, es un consuelo. No obstante, cierto contra-poder ejercen los bardos, los cantantes de moda, los cantautores, las copleras, y hubo poetas que escupieron su lengua al tirano cuando este les mandó callar.

Lo propio del juglar y del trovador es seducir, por eso suelen tener fácil acceso a la intimidad de damas o damos, y así ejercen sobre la audiencia un cierto dominio al abrir la jaula de las palabras presas u ofrecer nuevos sentidos al lazo verbal en que se fragua el mundo de las relaciones humanas. El fino amor fue en la corte de Leonor de Aquitania un invento poético elegante que sublimaba la atracción sexual transfigurándola en arte.

En cualquier caso, poetisa o poeta se sirven de un lenguaje peculiar. Luchan con las palabras como Jacob con Yavé, las torsionan, las distorsionan, juegan con semejanzas y diferencias. Aspiran a contener en su voz la de cada quisque y pugnan porque escojamos de todas las expresiones las suyas. A veces lo consiguen y sus neologismos se hacen moneda corriente en la plaza pública. El poeta –dice María Zambrano, filósofa de “la razón poética”- salva la palabra, pero a la par, la palabra lo salva a él: de la angustia, del esplín, del vértigo de la libertad, del desamor o del fastidio de existir…

Entre los poetas los hubo castos como doncellas y lujuriosos como sátiros. Los hermanos Machado fueron magníficos rapsodas; Antonio, grave y melancólico; Manuel, libertino y jovial. Los hubo santos y borrachos, homosexuales y donjuanes, mansos y pendencieros. Todos se las apañaron y apañan para vivir sin pringarse, y el pueblo unas veces los soporta y otras veces los celebra y venera. Los hubo que tomaron y amaron la voz del pueblo; otros la desdeñaron tumbados sobre colchones aristocráticos, engordando la vanidad del califa que los alimentaba, vestía y enjoyaba. Unas veces han usado códigos diáfanos; otras, registros mistéricos: el romance paladino que habla cada cual con su vecino o arcanos herméticos que no entiende ni Dios (v. Mallarmé, Larrea…). Optimistas y pesimistas, filántropos y misántropos, visionarios y profetas, nadie puede dudar de que los poetas poseen una especial sensibilidad para el cambio social y el pronóstico: nos avisan y promueven nuevas tendencias. Suelen compartir la melancolía del intelectual, pero animada con el entusiasmo arreglamundos de don Quijote.

Conviene desconfiar de cualquier poder que persiga a los poetas. Ya que tal poder no soporta el espectáculo de lo humano ni aprecia su superior dignidad, resulta inhumano. La poesía nos acompañará hasta el fin de la historia. Afirma la fuerza de lo que no puede medirse, de imponderables como la aflicción y el goce, de realidades sobrenaturales como la gracia o la libertad, de valores gratuitos como la belleza, de construcciones morales como la amistad. La poesía muestra que el azar y el Genio del lenguaje, su Musa, trabajan de espaldas a la necesidad en el acierto impecable de la frase. Sus verdades son también informulables, aunque se cuenten sílabas y precisen acentos.

El poeta, emisor o receptor, descansa en la palabra, quiere encadenar a la expresión sus afectos, sus pasiones, y desespera cuando no lo consigue. Se busca a sí mismo y se distrae. Incita a los demás a distraerse y proclama su incurable propensión al mito, al conjuro, al ritual. La imaginación es para él –como para Kant- facultad trascendental, desveladora de realidades. Es el poeta un conjurador de oficio y, al contrario que la maga Circe, anhela descretinizarnos al apartarnos de la cárcel segura de las rutinas, al emanciparnos de la caverna de apariencias etiquetadas. Nos apela desde lo irreal pero posible, sea un pasado añorado o un futuro presentido. Se agita y vuela entre la razón y el sueño, donde intrusean aparecidos y fantasmas.

Manuel Lombardo Duro, excelente poeta jiennense, definió en su lacónico estilo la poesía: “sentimiento que piensa, pensamiento que siente”. A eso hay que añadir la conmoción de lo que revuelve en las entrañas. La poesía es tan necesaria como el pan de cada día, porque es también resistencia al horror, la crueldad y la mentira. Lo dijo José Luis Buendía: “una palabra verdadera puede destruir mil imágenes falsas”. Puede que la poesía sea lo que nos queda cuando ya no nos queda nada, “el último territorio del espíritu” (Lombardo Duro). Antonio Machado pensaba la poesía como diálogo del hombre con el tiempo y habla de “la probidad lógica de algunos poetas”, ese “pensar el sentimiento” que proponía Unamuno, quien también fue solemne y espléndido poeta.

En el verso se manifiesta lo sagrado -dice Zambrano- y el sueño de la inocencia anterior a la caída. Alejandro Sawa (1862-1909), que murió orate, pobre y ciego, e inspiró a Valle-Inclán el Max Estrella de Luces de Bohemia, elevó a religión su ingrato oficio:

“Son rezos, son oraciones las palabras rituadas con que los poetas nos dicen las ansias de la humanidad; tal hermoso verso, que niega a Dios, no es ateo, porque afirma la belleza; tal estrofa, que vilipendia a la mujer, no es irreverente, porque expresa la gracia… cantar es orar” (Iluminaciones en la sombra, 1910).

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M

https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897

https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

Sobre Alejandro Sawa en NuevoDiario: https://nuevodiario.es/noticia/15912/opinion/alejandro-sawa-hiperbolico-rey-de-bohemia-por-jose-biedma-lopez.html

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