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'La rebelión en San Julián y el castigo', por Pedro Cuesta Escudero autor de Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo
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"La rebelión en San Julián y el castigo", por Pedro Cuesta Escudero autor de Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo

miércoles 10 de mayo de 2023, 09:10h
'La rebelión en San Julián y el castigo', por Pedro Cuesta Escudero autor de Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo
'La rebelión en San Julián y el castigo', por Pedro Cuesta Escudero autor de Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo

Avistando las costas americanas la Armada de las Especias enfila hacia el sur en busca del paso. Los días se suceden y el viento viene cada vez más fresco. Y el paso no aparece donde señalan los documentos que sustrajeron Magallanes y Faleiro del archivo de Lisboa. Y continúan navegando fatigosamente hacia el sur pensando que solo fuera un simple error de cálculo. Y se pierden días y semanas enteras explorando las bahías y cualquier entrante de la costa con la esperanza de encontrar el anhelado paso.

'La rebelión en San Julián y el castigo', por Pedro Cuesta Escudero autor de Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo

Pero éste no aparece, al tiempo que el temporal helado maltrata el velamen. El látigo del viento flagela con saña y con su gélida zarpa desgarra sin compasión. El invierno austral se les echa encima. Ahora comprende Magallanes que esos mapas, confeccionados por insignes geógrafos como Martín de Behaim o Juan Schöner, son pura ficción. Cándidamente, tanto Magallanes y Faleiro como el cardenal Fonseca, el Consejo de Indias y el propio emperador Carlos, los tuvieron por verdaderos, pues ese estrecho, tan buscado desde Colom, abriría las puertas de las especias a Castilla. Pero Magallanes ha llevado la situación tan lejos humillando a los capitanes puestos por el mismo Emperador que no puede regresar sin haber conseguido algo positivo. Ahora no les puede decir que se ha equivocado, que por precipitación tomó por verdaderas unas noticias falsas. Probablemente, de no haber sido por esa tirantez entre Magallanes y sus capitanes, hubiera regresado a casa y el viaje de la vuelta al mundo no se hubiera hecho. Así de sencillo.

Aunque Magallanes no es ningún suicida y si sigue adelante es porque llega a la conclusión de que el pasaje hacia el mar que descubrió Balboa forzosamente ha de aparecer. Constata que la costa siempre deriva hacia el oeste, por lo que estas tierras americanas también deben tener forma piramidal, cuya cúspide se dirige hacia el sur como África, Indonesia o Malaca, territorios que conoció en los siete años que estuvo en las Indias Orientales. O se abre un canal o termina redondeándose el continente.

El Puerto de San Julián

A medida que la armada se adentra en latitudes australes se hace más difícil la navegación. El frío es intenso y desagradable y las ventiscas siempre son contrarias. La vida a bordo resulta muy dificultosa, pues el frío deja aterido e incapaz de poder hacer nada. Las maniobras son trabajadísimas y el avance escaso. El terrible invierno austral ya ha hecho su aparición. Surge otra bahía y pronto se aprecia que es buen refugio para resguardarse del cruel e implacable invierno. Y el 31 de marzo de 1520 toman posesión para la corona de Castilla de una bahía desconocida e inhabitada que bautizan de San Julián y sita a los cuarenta y nueve grados de latitud sur. El malestar que se genera es enorme. La tripulación se convence que por las buenas no hay convivencia con ese siniestro personaje, que resuelve, sin consentimiento ni consulta a nadie, aguantar la invernada en un lugar tan apartado de la Tierra y que ningún navegante había señalado jamás. Se generalizan irritadas murmuraciones.

Los capitanes castellanos no piensan que Magallanes esté loco. Se dan cuenta que no evacúa ninguna consulta con ellos, ni les dice dónde está el paso, porque sabe perfectamente que por esas latitudes no existe la travesía al mar soleado de Balboa. Piensan que Magallanes y Faleiro, seguros de sí mismos y con el secreto arrancado de los archivos portugueses, embaucaron al Emperador y al cardenal Fonseca asegurándoles que sabían dónde estaba el pasaje al mar de Balboa y la situación exacta de las Molucas, por lo que no se dudó un instante en facilitarles una formidable escuadra. La prueba de que el paso no existe está en que los portugueses no lo utilizan. Pero como Castilla lleva años intentando llegar a las Molucas, el rey Manuel de Portugal teme que las descubra y las domine, ahora que está a punto de alcanzarlas por la ruta de Oriente. Es por lo que hace lo posible –razonan los capitanes castellanos- en mantener entretenida a Castilla y mientras tanto sentar sus reales en las islas de la especería. Porque quien tiene derecho a un territorio es el reino que primero toma posesión de él. Y lo que está haciendo Magallanes es tener entretenidos al Emperador y a Castilla por algunos años con la vana esperanza de llegar a las Molucas y así darle tiempo a Portugal para conquistarlas. Los capitanes castellanos se convencen de que su obligación es desbaratar cuanto antes esas manipulaciones de los portugueses. Piensan que el Emperador sabrá tener en cuenta el alto servicio que le prestan abortando este viaje.

El motín de San Julián

La muchedumbre se presenta en abierta provocación frente a Magallanes al desembarcar para la toma de posesión. Surgen gritos de indisciplina e irritación. Magallanes no se intimida, aunque si lo pensara un instante no contaría más que con su espada y la de algunos leales. La muchedumbre se presenta en abierta provocación frente a Magallanes, pero el Capitán General consigue abortar el motín y la tripulación, arrastrando los pies, vuelva a embarcar.

Ahora es el turno de Juan de Cartagena y sus adictos, que habían observado con callada satisfacción el tumultuoso enojo de la tripulación. Y aprovechando la gélida noche del 1 de abril de 1520, domingo de Ramos, un grupo de 30 hombres armados, al mando de Juan de Cartagena y de Gaspar de Quesada, capitán de la nao Concepción, sale de esta nao y aborda la de San Antonio deteniendo a su capitán Álvaro de Mezquita. En la porfía Gaspar de Quesada apuñala al maestre de la nao San Antonio, Juan de Elorriaga, que había requerido que se fueran a sus naves porque no era tiempo de andar con hombres armados por las manos. Quesada y el contador Antonio de Coca para congratularse con la marinería ordenan al despensero, el bilbaíno Juan Ortiz de Gorostegui, que abra la despensa. Gorostegui, amenazado por los amotinados, obedece dando a la marinería alimentos “sin peso ni medida”.

Gaspar de Quesada envía a buscar a la Concepción al maestre Juan Sebastián del Cano para que tome el mando de la nao San Antonio, se haga cargo de la artillería, la saque de la bodega y la emplace en la cubierta, mientras que ellos marchan a la Concepción a descansar y estar listos para el día siguiente. Del Cano, siendo consciente de la gravedad de sus actos y de las penas a la que se enfrenta, participa activamente en la rebelión.

Al día siguiente Magallanes comprueba que solo le obedece la nao más pequeña, la Santiago. Difícil se le presenta a Magallanes, tres contra dos, aunque en caso de combate poco podría hacer la Santiago. Pero la astucia del Almirante hace girar la balanza. Se adueña de la nao Victoria en un alarde de sagacidad en pleno día y delante de todos. Había mandado al alguacil Gómez de Espinosa con una misiva para el capitán de la Victoria Luis de Mendoza. Cuando éste con tono burlesco está leyendo el mensaje de Magallanes Gómez de Espinosa con un oculto puñal le secciona la garganta, al tiempo que trepan a bordo por estribor quince hombres bien armados al mando de Duarte Barbosa, cuñado del Almirante. La tripulación de la Victoria no presenta resistencia y Barbosa se hace cargo de la nave.
En un momento ha cambiado la suerte. Ya son tres naves contra dos. Y para evitar la fuga de los sublevados se colocan las tres naves en la boca de la bahía. Y por mucho que Gaspar de Quesada en la Concepción, armado de pies a cabeza, arenga al combate, la gente se rinde a Magallanes sin contradicciones. Gaspar de Quesada, Antonio de Coca, sus sirvientes y otros son apresados y puestos en prisiones bajo cubierta. Y la nao San Antonio es abordada por gente leal al Capitán General y Juan de Cartagena, el clérigo Sánchez Reyna y sus fieles y allegados, como Juan Sebastián del Cano, también son puestos en prisiones. Álvaro Mezquita vuelve a disponer de la nao San Antonio.

Juicio y castigo

La sublevación ha sido ahogada, pero queda por resolver lo más difícil y lo más terrible. Es necesario hacer justicia y es ineludible castigar a los culpables. Pero con un juicio en toda regla, donde no falten ni formalidades ni requisitos. Magallanes lo requiere porque las personas encausadas son de tal rango que precisa de toda la legalidad. Cuando se regrese a España Magallanes no desea que se le reproche de injusto, cruel y déspota.

El cadalso que se monta a la vista de todos provoca la necesaria intimidación. Los merinos de la escuadra Yudícibus, Diego Peralta, Julio de Sagredo y Juan de Aroche forman el tribunal. Han de decidir el grado de participación de los implicados en la rebelión y su culpabilidad. Magallanes se reserva, como juez supremo, el dictamen de la sentencia o de la absolución. Los escribanos toman nota para dejar constancia de todas las pesquisas y de todos los actos delictivos. O sea, hubo un juicio legal, un tribunal imparcial que estudia a fondo y con detenimiento los hechos. Los testigos declaran con entera libertad. Los reos tienen ocasión de defenderse. Y el tribunal dicta con arreglo a la ley sentencias de muerte a cuarenta por alta traición. A Magallanes le corresponde confirmar esas sentencias.

Sólo es condenado a muerte por decapitación, en atención a la hidalguía de su persona, el capitán Gaspar de Quesada, ya que manchó sus manos de sangre al acuchillar al maestre Elorriaga de la nao San Antonio, que al cabo de un tiempo murió de gangrena. Y, siguiendo la costumbre de la época, los cadáveres de Gaspar de Quesada y de Luis de Mendoza, que murió cuando los leales a Magallanes asaltaron la nao Victoria, son descuartizados con cabestrantes a falta de caballos. Los destrozados restos de Luis de Mendoza y de Gaspar de Quesada son clavados en sendas estacas alrededor del cadalso y quedan expuestos tres días para que sirviera de escarmiento. A los demás, entre los que se encontraba Juan Sebastián del Cano, se les conmuta la pena de muerte por trabajos forzados. Y cuando parten de Puerto de San Julián los cerebros de la conspiración, Juan de Cartagena y el clérigo Sánchez Reyna, son abandonados con sendas espadas, dos rodelas y un saco de vituallas para que sea Dios quien decida lo mejor a sus destinos. Hay que tener en cuenta que si hubiera triunfado la rebelión, donde tuvo una activa participación del Cano, el viaje de la primera vuelta al mundo no se hubiera hecho.

En el Puerto de San Julián espera la escuadra a que pase el cruel invierno austral. No hay distinción entre los condenados a trabajos forzosos y los que no lo están, pues todos los trabajos son durísimos con las brutales condiciones en que viven. Y nadie hay ocioso, el tiempo se ha de ocupar para que la estancia no sea tan terrible, pues la espera en este lugar tan inhospitalario, tan lejos de casa, resultaría enloquecedora.

No tardan en ponerse en contacto con los habitantes de estas regiones, que por su aspecto gigantesco son bautizados patagones, recordando el célebre libro de caballería Las aventuras del caballero Primaleón, donde se relata que Pimaleón navegó a una isla lejana donde habitaba el gigante Gran Patagón.

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