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'La Religión y la escuela', por Pedro Cuesta Escudero autor de Por una escuela pública de calidad. Bases para una educación íntegra
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"La Religión y la escuela", por Pedro Cuesta Escudero autor de Por una escuela pública de calidad. Bases para una educación íntegra

lunes 06 de noviembre de 2023, 08:24h
'La Religión y la escuela', por Pedro Cuesta Escudero autor de Por una escuela pública de calidad. Bases para una educación íntegra

En las sociedades donde predomina la religión, en las teocracias, el desarrollo social y político e, incluso el económico, es muy difícil, ya que la educación, de la que generalmente queda excluida la mujer, es privilegio de determinadas clases. Predomina el fanatismo. Lo estamos viendo en Israel y Palestina, que nunca podrán llegar a un entendimiento pacífico y político por culpa de sus religiones.

'La Religión y la escuela', por Pedro Cuesta Escudero autor de Por una escuela pública de calidad. Bases para una educación íntegra

En las escuelas de esas sociedades teocráticas se inculca una sumisión ciega a la autoridad y no hay ninguna preocupación por el desenvolvimiento del individuo. Siempre prevalece lo estático, lo tradicional y cualquier cambio en la manera de pensar, de sentir o de hacer está anatemizado por la religión. Todo se basa en el culto a Dios, en el respeto a la tradición, en la sumisión absoluta. La educación gira siempre alrededor de un libro sagrado, al que se le atribuye origen divino, donde están contenidos los únicos y verdaderos conocimientos y cuya posesión constituye la verdad, la felicidad y toda la sabiduría posible. Como todo lo demás es considerado falso y pernicioso, la tendencia es combatirlo y eliminarlo para evitar su contaminación.

Mientras que las religiones no queden relegadas al ámbito privado, mientras que las sociedades no sean laicas, es imposible el desarrollo, la existencia de la vida civil y la concordia entre las sociedades, puesto que cada una de las religiones se cree la única verdadera. Por causas religiosas ha habido y hay a lo largo de la Historia mucho dolor y derramamiento de sangre. En nombre de Dios se han cometido y siguen cometiéndose muchas atrocidades. Lo mismo podemos decir de aquellas sociedades donde se exalta exageradamente el sentimiento patrio. La idea de creerse diferentes a los de otras comunidades nacionales, superiores o irredentos, desemboca también en agresividad y desencuentros.

Neutralidad en la educación

Para sembrar en la juventud la más absoluta libertad, para que el desarrollo de su personalidad no quede coaccionado ni perturbado, hay que adoptar una postura de estricta neutralidad en todo lo que divide y apasiona a los hombres y a las mujeres. “El ideal de la educación nacional- se expresaba Giner de los Ríos- , en la escuela primaria como en la Universidad, en la dirección de los párvulos como en la elevada indagación científica, es la neutralidad más rigurosa en cuantas esferas dividen y apasionan a los hombres”. Sin neutralidad en la educación al alumnos/a se le arrebata toda independencia intelectual. La escuela ha de ser neutra, pero no por indiferentismo, sino como una tolerancia activa, que el alumno o la alumna pueda reconocer el derecho que también tienen los que no piensan como ellos y que, además, sepan que por encima de las oposiciones hay siempre un ideal de unidad de espíritu que cada uno realiza a su manera. La escuela ha de crear la conciencia íntima de la absoluta necesidad de la tolerancia, contrapartida de la intransigencia.

Se debe evitar cualquier tipo de manipulación proyectando en los niños/as las frustraciones o ideologías de los mayores o las pautas de conducta que intenta establecer la clase dominante. Las ideologías no deben ser autorizadas en las escuelas. El ideario de la escuela, sobre todo de la escuela pública, es uno: formar profesionales y ciudadanos y ciudadanas libres, que decidan por sí mismos. “En el orden político y religioso la escuela debe mantenerse apartada de las luchas de la calle- se expresaba Cossío- . En esto ha de consistir su neutralidad. Neutralidad no significa, sin embargo, ni puede significar indiferencia. Toda creencia ha de ser respetada y protegida. La escuela en todos sus grados es y debe ser un ámbito de paz. Es preciso mantenerla alejada, cuidadosamente alejada de todo signo de división o de odio”.

Los amigos de la confesionalidad de la escuela aluden con preferencia a la fuerza pedagógica de una vida creyente. Pero desconocen, no solo la situación real de pluralidad que hoy vivimos, sino que también ignoran la autonomía de la función pedagógica, que ha de colocar con toda claridad la educación más allá de las oposiciones religiosas. No hay que confundir moral con religión confesional y educación moral con educación religiosa, porque la religión envuelve actos de devoción y sacrificio de un carácter ceremonial, y la moralidad se refiere a la conducta para con los demás y con nosotros mismos; los deberes morales son de persona a persona, tienen un carácter finito, mientras que el deber religioso- la salvación de las almas- oscurece las relaciones de los hombres y de las mujeres con la sociedad. Además, la moral laica es más auténtica, pues motiva a los individuos a ser honrados y buenos ciudadanos en su fuero interno, sin esperar premio y sin la amenaza de un castigo eterno. Y sin el encorsetamiento de una tradición anclada en la Antigüedad.

La escuela laica

Por todo ello la escuela ha de ser laica. Pero, repetimos, laicismo no ha de significar ni irreligiosidad ni anticlericalismo, sino respeto, tolerancia, convivencia con todas las creencias, consideración con la futura conciencia del educando. “La instrucción religiosa pertenece a las familias y a la iglesia – escribía Ferry en la Carta a los maestros sobre escuela laica el 17 de noviembre de 1883- la instrucción moral a la escuela (…) asegura la libertad de conciencia de los maestros y de los alumnos, diferencia, finalmente, dos dominios demasiado tiempo confundidos: el de las creencias, que son personales, libres y variables, y el de los conocimientos, que son comunes e indispensables a todos (…) el maestro, al mismo tiempo que enseña a escribir y a leer a los niños, les enseña también esas reglas elementales de la vida moral, que no son menos universalmente aceptados que los del lenguaje o del cálculo (…) En el momento de proponer a los alumnos un precepto, una máxima cualquiera, preguntaros si se encuentra al alcance de vuestro conocimiento un hombre honrado que pueda ser herido por lo que vais a decir. Preguntaros si un padre de familia- y digo uno solo- presente en vuestra clase y que os escuche podría negar de buena fe su asentimiento a lo que os oiga decir (…) porque lo que vais a comunicar al niño no es vuestra propia sabiduría, es la sabiduría del género humano, es una de estas ideas del orden universal que varios siglos de civilización han introducido en el patrimonio de la humanidad (…) la familia y la sociedad os piden que les ayudéis a educar bien a sus hijos, a hacer de ellos personas honradas(…) les habéis explicado lo que es la justicia y la verdad(…) Habéis combatido el egoísmo y elogiado la abnegación”.

Quaedam perennis religio

Muchos de los que están de acuerdo que el sentimiento religioso quede circunscrito al ámbito privado alegan, sin embargo, que sin espíritu religioso, sin levantar el alma del niño/a al presentimiento siquiera de un orden universal de las cosas, de un supremo ideal de la vida, de un primer principio y nexo fundamental de los seres, la educación es incompleta, seca, desvirtuada, mutilada, y en vano se pretenderá desenvolver íntegramente todas las facultades e iniciar al alumno/a en todas las esferas de la realidad y del pensamiento. Creemos que no consiste en colocarse en la postura del ateo o del agnóstico, cuyas ideas también son respetables, sino que la escuela debe despertar en el educando ese quaedam perennis religio, ese elemento común que hay en el fondo de todas las confesiones religiosas. Decimos despertar, no imponer. Esa es la educación religiosa que debe darse en los centros escolares, suscitar un ferviente anhelo por el conocimiento de lo absoluto y por la perfección de uno mismo, analizar el sentido íntimo de la vida y de la muerte y, todo ello, junto a una tolerancia positiva, de simpatía y respeto hacia todos los cultos y creencias. Lógicamente, que en los estudios del arte, de historia, de filosofía… se debe analizar el sustrato cultural que el Cristianismo y otras creencia nos han legado.

Los centros escolares deben permitir la enseñanza de las religiones

El culto de cada religión debe ser confiado a la dirección de la familia y de los clérigos y consagradas en el hogar y en el templo, donde, por pertenecer a la esfera de la privacidad, pueden caber ya diferencias, que en la escuela serían base de funestas divisiones. Pero como el ritmo de la vida actual imposibilita que los padres y las madres se hagan cargo con eficacia de estas enseñanzas, los centros escolares, como centros públicos que son, y porque cuentan con material didáctico, deben abrir sus puertas para que estas necesidades sean atendidas en la medida que determina nuestra Constitución. Además, dadas estas enseñanzas en las escuelas e institutos se evitan prácticas en lugares ocultos o clandestinos, que podrían acarrear complicaciones o situaciones no deseadas. Lógicamente las prácticas del culto se harían en los templos y lugares sagrados. O sea, los centros escolares con la adecuada financiación de los fondos públicos, deben permitir la enseñanza confesional de las religiones para los alumnos/as cuyos padres y madres lo soliciten. Esas enseñanzas deben ser impartidas por el personal que determinen los responsables de las distintas religiones, pagados con fondos públicos, con la debida habilitación y cuya contratación y condiciones de trabajo sean conformen con los derechos fundamentales establecidos en el Estatuto de los Trabajadores. Tendrían la misma categoría que los monitores contratados para actividades extraescolares, o sea no formarían parte del Claustro de Profesores, ni pertenecerían a ningún Departamento. Estarían bajo las órdenes y supervisión del Equipo Directivo del centro.

La enseñanza confesional de las religiones no puede computar a efectos académicos y debe ser ofertada en lugar de una de las dos actividades optativas obligatorias con que ha de contar el currículo de cada centro escolar. Por otra parte esa enseñanza confesional nunca debe interferir el plan educativo que desarrolla el centro. Por ello, para que no deforme el carácter de los niños/as se debe suprimir la errónea y gravísima costumbre de asustarles con infiernos y figuras demoniacas que se apoderan de los espíritus. Como en las escuelas e institutos, tanto públicos como concertados, no se debe permitir ninguna práctica de culto, ni ningún tipo de proselitismo, implica mesura en las indumentarias y adornos religiosos. Todas las clases deben desarrollarse con la normalidad debida, ni por atuendos ni por ninguna normativa de moral religiosa. Es decir, todos los alumnos/as, sin excepción, se deben someter al plan de estudios establecido: gimnasia con carácter mixto, educción sexual, ir de excursión, etc. Se puede tener en cuenta, sin embargo, las prohibiciones que en materia de alimentos y bebidas prohíben algunas religiones, aunque los menores de edad no deben estar sometidos a las prácticas de ayunos y abstinencias.

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