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Don Quijote enjaulado, cerámica de Paco Tito.
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Don Quijote enjaulado, cerámica de Paco Tito.

LOS SILENOS DE ALCIBÍADES, por José Biedma López

jueves 07 de diciembre de 2023, 08:33h
LOS SILENOS DE ALCIBÍADES, por José Biedma López

Murmuraban que Alcibíades (450-404) era “el niño bonito” de Sócrates. Aristócrata, descreído, acometía lo mismo al pelo que a la pluma. Orador, estadista, gran seductor, embarcó a los atenienses en el desastre de Sicilia. No contento con eso, les traicionó aliándose con Esparta. Sedujo a Timea, la mujer del rey espartano, y la preñó. Luego traicionó a los espartanos y acabó acribillado por las jabalinas y flechas de sus sicarios. No le faltó encanto para que su postrer amante, la hetera Timandra, recogiera sus restos, los envolviera en sus ropas y le maquillara el rostro de mujer.

Alcibíades aparece al final del Banquete de Platón con un “pedo lúcido”, haciendo eses y sostenido por esclavos. Declara que Sócrates es como los silenos que fabrican los artesanos y que cuando se abren en dos mitades aparecen con estatuas de dioses en su interior. La expresión “los silenos de Alcibíades” se volvió tópico entre los humanistas del Renacimiento para referir al engaño de las apariencias, al tipo feo de alma noble, pero también al guaperas de interior falso, como esas avellanas de la fábula que suenan mucho precisamente porque están vanas. El mismo Alcibíades, promotor de ruinas, sería el paradigma de tal ambigüedad: rico, elocuente y hermoso por fuera, pero perverso, mentiroso y desleal. “Todas las cosas humanas –escribió Erasmo en su Elogio de la locura- tienen dos aspectos a modo de los Silenos de Alcibíades…, todo en este mundo no es sino una sombra… La realidad de las cosas depende sólo de la opinión. Todo en la vida es tan obscuro, tan diverso, tan opuesto, que no podemos asegurarnos de ninguna verdad”.

Cervantes no fue un filósofo, pero dramatizó como nadie en sus obras, sobre todo en el Quijote, este problema de la realidad engañosa. Sin embargo, Cervantes no cayó en el pirronismo escéptico de considerar la verdad pura quimera (hoy se habla cínicamente de “postverdad”). Como hijo del Renacimiento amaba a la diosa Razón y celebra a sus personajes cuando dan razones concertadas, pero también critica los excesos racionalistas, exaltando, frente a los esquematismos de la lógica, lo vital y espontáneo…

“La verdad bien puede enfermar, pero no morir del todo”, escribe en su Persiles. Lo sorprendente es que las cosas pueden ser al mismo tiempo yelmo de Mambrino y bacía de barbero. Para el Manco de Lepanto ningún recurso es tan bueno para discernir lo real de lo soñado como la experiencia. Son los sentidos, el tacto, el sentimiento, más “los discursos concertados” los que certifican a Don Quijote en la cueva de Montesinos que no duerme, que está despierto… Se ha dicho que en este pasaje Cervantes anticipa el “yo pienso, luego existo” de Descartes. Una exageración. Aunque, como dijo Américo Castro, “la historia de nuestro racionalismo está por escribir”.

En cualquier caso, el racionalismo de Cervantes es mucho más matizado que el del francés. La experiencia es un modo de conocimiento grato para Cervantes, fuente y garantía de conocimiento verdadero… “son seguras verdades / las que la experiencia apura” (La Entretenida, III). No obstante, la experiencia no es mero acto receptivo, no es pasiva, sino que exige el interés de la voluntad, es decir, la atención

Los móviles distraen, he aquí su virtud, pero también su peligro. Son una ventana al mundo y un formidable medio de aprendizaje y entretenimiento, pero siempre y cuando se usen con la discreción que Cervantes atribuye a veces a su escudero refranista, el cabrero Sancho, el mismo que tira de los pies a su señor con el fracasado esfuerzo de devolverlo a la realidad. La realidad está más acá y más allá de la iconoesfera mediática. Y urge ponerle atención.

Por la Red de redes circulan informaciones veraces y fraudes contumaces, mentiras y supersticiones que financian publicistas y propagandistas. Cervantes censura, por ejemplo, a quienes entran en la astrología, que en su tiempo incluía astronomía y meteorología, “sin estudio ni experiencia”. En la disposición formal de su espíritu cuentan el uso continuo de la crítica, la fe en la experiencia y la capacidad de análisis de la razón. Las lecturas de Cervantes fueron vastísimas aunque sea dudoso que dominara el latín como Vives o Quevedo, pero huyó siempre de la pedantería. No fue como se ha dicho con mala intención un “ingenio lego”, queriendo insinuar que carecía de títulos universitarios. Transmitió a su amigo Don Quijote, al que siempre “fatigaban deseos de saber cosas nuevas”, su insaciable curiosidad. Don Quijote es un porfiado preguntón. No se cansa de buscar información veraz.

El tema de la “realidad oscilante” -como le llama Américo Castro- parece anticipar la doctrina orteguiana del perspectivismo. Cada observador posee un especial ángulo de percepción y sólo Dios los integra todos en la esfera de su Verdad. Pero Cervantes es hombre de principios, un moralista desbordado por su fantasía poética. En materia moral asume verdaderas tesis de combate, entre ellas y de importancia mayor la libertad amorosa, pues el amor es máxima esencia vital y principio armónico del universo. Habiéndose empapado de las doctrinas de León Hebreo (Diálogos de amor), al que cita en la Introducción del Quijote, podría haber exclamado: “¡Malhaya quien rompa la ecuación vital representada por el amor concorde!”. Si falta la concordia, tendremos la tragedia del desacuerdo y el error. Por estas opuestas vertientes de la armonía del amor espontáneo y la discordia del mal apaño discurren muchas de las fábulas cervantinas.

Lo más trágico es que el error moral se aloja fácilmente en quienes pasan por cuerdos, ya que sus raíces y motivos ocultos se envuelven en otros intrincados que aparentan discreción y buen sentido. Don Quijote es el ejemplar máximo del personaje que se engaña moralmente. Libera a los condenados a galeras con el delirante propósito de que vayan a hacer pleitesía a la simpar Dulcinea del Toboso… El “héroe” se despeña desde lo sublime a lo ridículo, desde lo ideal a lo cómico, desde el Cielo de los ideales al cieno de las realidades. Lo peor es que se engaña a sí mismo y se equivoca hasta el final, eso sí, con intervalos de maravilloso acierto y defendiendo con éxito su derecho a la locura.

Maravilla que, al margen del tiempo transcurrido, cualquier parecido con la realidad no sea puro disparate. Pero lo cierto es que –como sucede en El curioso impertinente- el esfuerzo quijotesco por realizar el ideal, su caballeresca utopía, que esconde una pasión desmedida por el poder sobrenatural y la inmortalidad heroica, destruye el ideal mismo. Quiere mejorar el mundo, pero no consigue con sus delirios de grandeza sino desbaratarlo más todavía. Son las duras lecciones que inflige la realidad a los idealistas que se precian de dominar la realidad sin conocerla.

Al menos, Don Quijote nos seguirá haciendo sonreír con sus bravatas y reflexionar con sus eventuales aciertos, donde la poesía se despeña por la cuesta de lo cómico, en esa colosal sátira contra el entusiasmo humano.

Para saber más sobre Alcibíades: “Alcibíades o la ambición”, en A pie de clásico.

Del mismo autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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