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Cherubino Alberti. La expulsión del Paraíso, fines del XVI, según modelo de Caravaggio. Colección Almagro-Herrador.
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Cherubino Alberti. La expulsión del Paraíso, fines del XVI, según modelo de Caravaggio. Colección Almagro-Herrador.

LA PERSPECTIVA DE LA SERPIENTE, por José Biedma López

domingo 21 de mayo de 2023, 10:29h
LA PERSPECTIVA DE LA SERPIENTE, por José Biedma López

La Serpiente era el más astuto de los animales campestres que Dios había creado. Por eso interpeló a Eva sobre la prohibición de comer del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal que estaba plantado en el centro del Paraíso, junto al Árbol de la Vida.

Alberto Durero. Adán y Eva. La caída del hombre (1509-1510) Colección Almagro-Herrador.
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Alberto Durero. Adán y Eva. La caída del hombre (1509-1510) Colección Almagro-Herrador.

“De ninguna manera moriréis; es que Dios sabe muy bien que el día que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal” –dijo la Serpiente. Y como Eva, (cuyo nombre hebreo significa vida) vio que los frutos eran apetecibles, pensó, porque era lista, que serían excelentes para lograr sabiduría; los tomó, los comió y los compartió con Adán.

Fue entonces cuando se les abrieron los ojos –los ojos del espíritu, claro- y se dieron cuenta de que estaban desnudos. Se trenzaron enseguida unas bragas con hojas y bejucos. Oyeron entonces los pasos de Dios y se ocultaron temblando. Cuando el omnipotente Jefe les llamó, Adán se excusó: primero, diciendo que tenía miedo y que se habían ocultado por estar desnudos; ¡con esto declaró y confesó su desobediencia!; luego le echó la culpa a la mujer, acobardado. Su compañera se excusó diciendo que la Serpiente la había seducido. Ofidio sofista.

Dios maldijo entonces a la Serpiente y la condenó a arrastrarse y morder el polvo. Enemistad eterna puso entre Eva y la sierpe. Condenó a la mujer con fatigas y dolores de embarazos y partos, y al hombre le castigó a arrancar con el sudor de su esfuerzo el alimento de un suelo que también produciría ya espinas y abrojos… “porque eres polvo; al polvo tornarás” –dice Adonais-Dios en la Torah y añade que hizo para el varón y la mujer túnicas de piel y los vistió. Entonces exclamó: “¡He aquí que el hombre ha venido a ser como uno de nosotros, en cuanto a conocer el bien y el mal! Ahora, pues, cuidado, no alargue su mano y tome también del Árbol de la Vida y comiendo de él viva para siempre”.

Es sorprendente ese “como uno de nosotros” del monólogo de Yavé, que apunta a un politeísmo genuino en la genuina biblia judía. El “mandamiento cero” –como le llama Javier Echeverría- es no tocar el Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Aquel dios-Adonais no reclama amor de sus criaturas, sino obediencia. Los humanos experimentarán el mal –vergüenza, culpa, trabajo y dolor- porque Eva deseó saber, lo cual la convierte en la primera filósofa, culpable de pensar por su cuenta.

Javier Echeverría se ha atrevido, impío, a escribir una Ciencia del bien y del mal (Herder, 2007) adoptando la perspectiva de la Serpiente, que algunos historiadores de las religiones identifican con Asora, Madre de todos los dioses, agarrada al tronco del árbol sagrado desde el fondo mohoso y herrumbroso de la historia, antes de transformarme en Serpiente del hetero-patriarcado semita. El filósofo explora la valerosa senda de la primera mujer o el complejo laberinto abierto por la transgresión de Eva, que también incluye el etéreo contenido de la Caja de Pandora, repleta de excelencias y esperanzas, de bienes y males, de valores y contravalores

Hoy, para ser humanos, no basta con asumir el soberbio anhelo de ser como dioses, sino que también hemos de aceptar si no queremos perder la chaveta la obligación de reflexionar sobre nuestra condición animal y sobre el hecho de que dependemos también del resto de las criaturas, plantas y animales, hongos y microbios, o sea, que dependemos del ecosistema que alteramos para bien y para mal. No podemos regresar al Paraíso sin conciencia de las bestias, pues Yavé puso a sus puertas una guardia de querubines armados con la “llama de espada vibrante”, para guardar el camino de ese otro árbol misterioso: el Árbol de la Vida.

Ya no nos queda otra, sino preferir el conocimiento a la sumisión. Querer conocer sigue mereciendo la pena. El Árbol del Conocimiento no era tóxico, sino que empoderaba, abría los ojos del espíritu. La Sierpe taimada no mintió. El resultado de la desobediencia que alentó fue que aquel Demiurgo autoritario se enfureció y, al octavo día de la creación, inventó el Mal… Lo introdujo también en nosotros. A fin de cuentos, fue Dios quien igualmente creó al más astuto de los animales: la Serpiente.

“La historia humana es la representación con el espacio-tiempo del árbol del bien y el mal, que brota por doquier, tantas veces como un ser humano nace, crece, vive y muere”.

La tesis base del libro de Echeverría, al que pertenece la cita anterior, es que el mal (físico o moral) es anterior al bien. Tesis arriesgada. Según el filósofo es la experiencia del mal la que nos enseña a discernir el bien. “El mal es el origen del bien, puesto que éste se define por negación de los males dados”. Por supuesto, el mal mayor consiste en confundir lo bueno con lo malo y en no distinguir los múltiples colores y contornos de bien y el mal: sus grados y límites. Sería esto lo que le sucede al sociópata. Además, los males son mucho más variados que los bienes y Javier Echeverría sostiene que “las flores del bien surgen a partir de los bulbos del mal” (tesis congruente con la doctrina de su admirado Leibniz). Por consiguiente, la ciencia del bien y la ciencia del mal son inseparables, porque no hay males sin bienes ni bienes sin males (trágicamente, todo bien causa “daños colaterales”). Se dan mezclados, como cuando lloramos de risa. De ahí que cuando hemos de tomar una decisión sea muy importante pensar, junto a los bienes que pueda reportarnos, en los perjuicios que puede granjearnos.

Al contrario que la mayoría de los filósofos, Echeverría, basándose en el lenguaje, la experiencia, las teorías científicas, el arte y la mitología, no adopta una actitud moralista. Presenta una ciencia mixta: en parte formal, en parte empírica. Se opone a todo reduccionismo metodológico a la hora de abordar el problema del mal y el bien. Por eso no deja de lado los bienes y males naturales que afectan a toda la esfera de la vida, a hongos, plantas y animales, igual que nos fastidian a nosotros los parásitos, enfermedades, desastres naturales, etc. Hoy pagamos mucho por la seguridad, porque la inseguridad es un mal básico que afecta a todas las especies y porque la seguridad es siempre limitada. No hay seguro, ni refugio ni guarida ni secta, que nos salve del deterioro físico y la muerte.

La de Echeverría es una ciencia naturalizada del bien y el mal, anterior por tanto a la moral o más general que lo que solemos llamar “ética”, pues “contrariamente a lo que suele pensarse, en la naturaleza proliferan los valores”. Los seres vivos realizan acciones axiológicas basadas en valores y contravalores propios; no se trata de conceptos, sino de prácticas orientadas hacia la supervivencia de la especie (verdadera patria biológica, la especie). Naturalismo, y Humanismo, sí, pero lucha Echeverría por sacar del estrecho cauce del antropomorfismo el concepto de valor. Para una hormiga laboriosa es un valor el grano nutricio; para una hormiga guerrera, el sacrificio de la propia vida en beneficio de sus congéneres. El frío es un contravalor para los insectos. Precisión, rapidez y resistencia son cualidades físicas, pero también valores para un ave insectívora como la golondrina. Acechar, atacar, colaborar y –si no hay otro remedio- huir, son acciones axiológicas básicas y por tanto valores para el lobo de una manada, aparte de la nutrición y la reproducción. Tierra, lluvia, sol y viento, son bienes objetivos para una planta…

Darwin creía que todo animal dotado de instintos sociales –como las abejas melíferas- llegaría inevitablemente a la adquisición de una conciencia moral con tal de que sus facultades intelectuales se desarrollasen hasta un nivel próximo al del hombre. De hecho, les reconocía a las abejas un instinto del bien y del mal. Las manadas se organizan como el área de una elipse con dos focos o valores: la fuerza del macho alfa y la fecundidad de la hembra fértil. En el rebaño prima el bien colectivo sobre el individual, los animales gregarios en soledad balan desconsoladamente. Me pregunto hasta qué punto somos gregarios si no hay peor castigo para un humano joven que el aislamiento, ni para un humano anciano, que la soledad. Por eso, la primera maniobra del depredador será aislar la pieza indefensa, separarla del grupo que la protege.

Echeverría reconoce el pluralismo de los valores, que no sólo se expresan como ideas. Si los concebimos como funciones axiológicas en el mundo animal -al que pertenecemos nos guste o no- los valores básicos tienen una expresión orgánica: pieles, corazas, órganos, patas, brazos, garras, manos, alas, cerebros, por rudimentarios que sean. Su función, la supervivencia, la reproducción. Hay pues otros tipos de valores, además de los morales: básicos, epistémicos, técnicos, militares, poéticos, económicos, sociales, jurídicos, ecológicos, estéticos y religiosos. Tampoco hemos de centrar nuestra reflexión ética en el placer y el dolor, pues no son bienes ni males eternos, ni intemporales ni universales. Algunas especies los experimentan más que otras; tal vez algunas, no. La cuestión del bien y el mal es más general y es anterior al problema del gozo y el sufrimiento, con ser este importante.

Somos “criaturas” porque hemos de crearnos buscando el mejor mundo posible. Este desiderátum no es desde luego sólo un hecho natural, eso me temo. El mismo Echeverría afirma rotundamente (poniendo el aserto en boca de la serpiente) que la evolución no es un progreso. Una pequeña mutación transmisible por vía genética puede ser letal para una especie, y puede que los ejemplares más tontos se reproduzcan mejor que los más avispados. No obstante, y contra la tradición empirista que no permite el tránsito o trasunto de lo natural a lo moral, Echeverría (de otro modo también J. R. Searle combate la falacia naturalista) defiende que de los hechos y cambios evolutivos se derivan valores, a veces nuevos valores, pues la evolución es dinámica.

La profecía de la Serpiente se cumplió: hemos llegado a ser como dioses, dominamos este mundo para bien y para mal. Incluso estamos en condiciones de diseñar y producir nuevas especies y transformar la nuestra. Pero si la ciencia es un bien en sí, no se puede decir lo mismo de la tecno-ciencia, que puede ser usada destructivamente. “Mantener hoy en día que el conocimiento tecnocientífico es un bien en sí, cuyo logro prima por encima de otros tipos de valores, es una irresponsabilidad moral, política, ecológica y social”, escribe Echeverría. Su Serpiente Parlante nos recuerda un teorema de aquella ciencia del árbol paradisíaco: la omnipotencia es el mal supremo. ¿Será que el poder corrompe?

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M

https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897

https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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