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'El ocaso de los tainos de La Española' (Segunda parte) , por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom

"El ocaso de los tainos de La Española" (Segunda parte) , por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom

lunes 10 de enero de 2022, 09:07h
'El ocaso de los tainos de La Española' (Segunda parte) , por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom
'El ocaso de los tainos de La Española' (Segunda parte) , por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom

Se dice que los conquistadores españoles eliminaron a los tainos con matanzas masivas en las batallas. No solamente es incierto sino que es injusto. Viendo la manera tan inocente como se aprisionó a Coanabó, el principal enemigo de los españoles, podemos pensar la escasa estrategia de los ataques de los caribes. Las batallas fueron lo mínimamente cruentas, pues los nativos no presentaban ejércitos compactados y numerosos para que los españoles con sus armas de fuego hicieran una verdadera carnicería. Ni las armas de fuego eran eficaces ni se deseaba hacer daño más allá de lo necesario, porque Colom quería imitar lo que los portugueses hacían en Guinea, que el tráfico de esclavos negros lo convirtieron en el gran negocio, mayor, incluso, que la extracción del oro. A este respecto desde el primer momento los Reyes Católicos prohíben que se esclavice a los indios. Así queda reflejado en el Testamento de Isabel la Católica. Después la Corona mandó que se observen las llamadas Leyes de Burgos, sancionadas el 27 de diciembre de 1512, aboliéndose definitivamente la esclavitud indígena, considerando al indio tenía con naturaleza jurídica de hombre libre con todos los derechos.

'El ocaso de los tainos de La Española' (Segunda parte) , por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom

Y ante los posibles abusos que pudiera darse con el sistema de encomiendas, que es lo que se venía haciendo a lo largo de la Reconquista, y que reiteradamente denuncia Bartolomé de las Casas, en 1542 se promulgan en todo el territorio dominado las Leyes Nuevas o Leyes de Indias. Al afirmarse en ellas que los indios son seres humanos libres, que poseen los mismos derechos que cualquier ser humano y son dueños de sus tierras y de sus bienes, no sólo se ponen las bases del ius gentum, sino que es la esencia misma del actual Derecho Internacional.

Las epidemias

Que quede claro, pues, que la primera causa del ocaso de la población indígena de La Española fue, con diferencia, las epidemias. Lo cual, no se olvide, fue una constante en la mayor parte de los grandes procesos expansivos de la Historia. Los virus y las bacterias viajaron junto a los españoles que, sin ser conscientes, introdujeron un arma letal frente a las poblaciones sometidas. A estas enfermedades nuevas (influenza, viruela, gripe, sarampión, varicela, etc.) se sumaron a otras endémicas que ya padecían ellos, como la sífilis, la tuberculosis o la disentería.

Ya Diego Álvarez Chanca, médico que viajó junto a Colom en su segundo viaje, se percató de que las enfermedades afectaban más a los amerindios que a los europeos. No tardaron en aparecer pruebas evidentes de que estos sucumbían más masivamente ante un mismo agente morbífico. Efectivamente, las enfermedades se cebaron con los nativos por dos motivos: uno, su aislamiento durante milenios, es decir, no tenían inmunidad alguna ante ellas. Y otro, porque cuando les sobrevinieron, una detrás de otra, se encontraban subalimentados y vivían en pésimas condiciones de vida y de higiene. Ya lo denunció el padre Las Casas, al señalar que las epidemias fueron más virulentas por el extenuante trabajo al que se vieron sometidos, por la escasez de alimentos y “por su desnudez”. Actualmente muchos historiadores afirman que los amerindios acentuaron su vulnerabilidad a los virus debido a que fueron transferidos por animales que trasvasaron los españoles a las tierras descubiertas: viruela de las vacas, tuberculosis de los bueyes o malaria de las aves.

Por otra parte, la capacidad de recuperación de los grupos afectados por epidemias ha estado siempre directamente relacionada con la higiene y con un nivel suficiente de proteínas. Cuando las plagas llegaban a las ciudades europeas se cebaron en los más desfavorecidos. Eso fue lo que ocurrió en el Viejo Mundo entre 1360 y 1460, o más de un siglo después en Venecia, donde la mortandad era mucho mayor entre los más humildes. Quedó clara la relación entre miseria y enfermedad. En el Nuevo Mundo, al igual que en Europa, las epidemias se cebaron con los más vulnerados. , En algunos cacicazgos los nativos dejaron de sembrar la tierra para intentar echar a los españoles. A continuación, pasaron una gran hambruna que vino sucedida de una no menos rigurosa “pandemia”. También muchos colonos fueron víctimas de las citadas epidemias, sobre todo en los primeros años, debido a la falta de infraestructuras sanitarias y a la escasez de alimentos. Hasta ahora nadie se ha ocupado aún de cuantificar el número de españoles fallecidos por estas plagas y de ofrecer cifras comparativas con la mortalidad indígena.

Es cierto que su aislamiento secular aumentó la virulencia de las epidemias, pero lo fue también por la situación de desamparo, de desatención sanitaria y de carestía alimenticia que acentuaron sus efectos. Los aborígenes no contaban con ningún tipo de infraestructura sanitaria, pues ni disponían de hospicios propios, ni sus familias tenían posibilidades de atenderlos y alimentarlos en casa. En amplias zonas de América era frecuente que a los enfermos les dejaran comida y bebida y los abandonaran a su suerte, “si lo comía bien, si no, que se muriese (…)”. Lo cierto fue que las epidemias fueron llegando en grandes oleadas, provocando un daño irreversible en las poblaciones indígenas. La mortalidad fue espantosa al igual que dos siglos después lo fue en Oceanía, muy a pesar de que ya se conocían los mecanismos de transmisión así como algunas vacunas, como la de la viruela.

La primera gran epidemia asoló la isla en 1493. Todo parece indicar que sus consecuencias fueron muy virulentas, matando a algunos españoles y a varios miles de indios. Por desgracia, se desconocen las cifras exactas de mortalidad, aunque se estimó que en sólo cuatro años la isla perdió una cuarta parte de su población. Una de las epidemias más letales fue la de viruela que causó estragos en La Española desde 1518, luego pasó a las demás Antillas Mayores y, finalmente, de Cuba viajó a Nueva España (Méjico), América Central y Perú. Según los propios cronistas, en la mayor parte de las provincias indianas murió mucha gente por las pandemias. Sorprendentemente, los virus viajaban en ocasiones más rápidos que los propios conquistadores, preparando el camino de estos. De hecho, Huayna Cápac murió de viruela varios años antes de la llegada de Francisco Pizarro, desencadenando una guerra civil por el control del incario, entre los hermanastros Huáscar y Atahualpa. La viruela mató a decenas de miles de indios en toda América. El sarampión llegó a La Española en 1495, sumándose a los estragos provocados por la gripe. Poco a poco se fue difundiendo a las demás Antillas: a Panamá (1523); a México (1531), y de ahí a Guatemala, Honduras y Nicaragua.

Las encomiendas

La segunda de las causas de la disminución de la población aborigen fue el trabajo forzado al que la sometieron los encomenderos. Las encomiendas era una tradición arraigada en España durante la Reconquista. Consistía en el reparto de tierras a determinados conquistadores donde se incluía el trabajo de un grupo de personas no cristianas. A cambio esos trabajadores recibían, en teoría, beneficios de los conquistadores, siendo la religión católica uno de los principales beneficios. Durante la etapa de reconquista del territorio español, la encomienda tuvo un papel muy relevante, pues muchos de los guerreros cristianos precisaban de un sistema social de organización con el que gestionar y repoblar los territorios que lograban tras sus victorias.

Colom, en vez de establecer las encomiendas, dispuso que todos los indígenas mayores de 14 años debían entregarle cada tres meses un cascabel de Flandes lleno de oro; y aquellos que no vivían cerca de las minas, debían donar una arroba de algodón. Bobadilla, que desposeyó en 1500 a Cristóbal Colom de la gobernación de La Española, en su corto mandato obligaba a los nativos a trabajos forzados y, en muchos casos a castigos extremos y a la muerte si se resistían. Sin embargo, como la reina Isabel I de Castilla prohibió la esclavitud de la población nativa y consideraba a los indígenas "vasallos libres de la Corona", sustituyó a Bobadilla como gobernador real, por Fray Nicolás de Ovando, que estableció el sistema formal de encomiendas. La Corona española concedía a una persona un número determinado de indígenas de una comunidad específica, pero no dictaba qué individuos de la comunidad debían proporcionar su mano de obra. Los líderes indígenas eran los encargados de movilizar el tributo y la mano de obra asignada. A su vez, los encomenderos debían asegurarse de que los nativos de la encomienda recibieran instrucción en la fe cristiana y en la lengua española y protegerlos de las tribus beligerantes o de los piratas. A su vez, los demás nativos debían proporcionar tributos de maíz, trigo u otros productos agrícolas. ​ Diversas versiones de las Leyes de Indias a partir de 1512 intentaron regular las interacciones entre los colonos y los nativos.

Las encomiendas se habían caracterizado a menudo por el desplazamiento geográfico de los encomendados y la ruptura de las comunidades y unidades familiares. Trabajaron hasta la extenuación como porteadores, o eran explotados en las minas. La política de reducir a los nativos a pueblos para poder utilizarlos laboralmente mejor acentuó el daño. Se trataba de auténticos campos de concentración donde se imponía un trabajo forzado, que destruía su estructura social y que facilitaba la propagación de las enfermedades. Especialmente todos estos indios estaban acostumbrados a los aires de su tierra y “ a beber aguas de jagüeyes, que así llaman las balsas de agua llovedizas, y otras aguas gruesas, mudábanlos a donde había aguas delgadas y de fuentes y ríos fríos, y lugares destemplados, y como andan desnudos hanse muerto casi infinito número de indios, dejados aparte los que han fallecido del muy inmenso trabajo y fatiga que les han dado, tratándoles mal”- comenta Las Casas .El duro trabajo en los yacimientos mineros, con jornadas laborales interminables y con una alimentación escasa, hizo que esos yacimientos se convirtieran en verdaderos cementerios. En 1516, se decía de los que trabajaban en las minas que de 100 no volvían vivos 60 y, en ocasiones, de 300 no regresaban 30. Éste era el dantesco panorama del trabajo minero en la isla en las primeras décadas de la colonización.

El hambre

El hambre es la tercera causa de las muertes. Morían directamente por inanición o indirectamente, al hacerlos más débiles frente a las enfermedades. Muchos mineros ni siquiera se preocupaban de suministrar viandas a sus indios; otros que lo hacían, les proporcionaban solo cazabe y maíz, pensando que eran la parte fundamental en su dieta. Sin embargo, olvidaban que esos alimentos en época prehispánica eran completados con los aportes de la caza, la pesca y la recolección. Esta carestía fue especialmente dramática en las primeras décadas por dos motivos: uno, porque los españoles se dedicaban a obtener metal precioso, despreocupándose de las actividades agropecuarias. Probablemente la mentalidad de la época contribuía a empujar a la élite a los trabajos mineros antes que a la explotación agropecuaria. Y otro, porque las estructuras agrarias quedaron paralizadas tras la irrupción de los colonizadores. En una carta de los dominicos al cardenal Cisneros, fechada en 1515, le explicaban la penosa situación que sufrían en estas explotaciones auríferas señalándole: “Con los que traían en las minas se habían muy mal porque antes que fuese el día los sacaban a trabajar y los tenían cavando, rodeados de unas piedras muy grandes, lavando oro; y habiendo así trabajado hasta medio día sin comer y sin beber cosa alguna, les daban a comer grano, y si les daban de comer algún cazabe era tan poco que no era nada, y con el grano bebían agua llena de tierra y de lodo, y tornábanlos luego al trabajo hasta la noche oscura, sin alzar la cabeza al cielo. Y a la noche, dábanles a comer y a cenar lo mismo, y dormían en el suelo, y que a esta causa enfermaban muchos y morían (…)”. Como no eran economías excedentarias, por lo que la ocupación de los agricultores en faenas mineras, y el consumo excesivo de los españoles, que ingerían cada uno, en promedio, el triple que los nativos, provocó una gran carestía de alimentos. Sin duda, la ruptura de su frágil ecosistema rompió el equilibrio entre consumo y producción, con consecuencias no menos devastadoras que las pandemias. Para colmo, fue frecuente durante las primeras décadas del siglo XVI, que los naturales quemasen sus propios cultivos. Su idea era, precisamente, provocar la escasez para así conseguir que los extranjeros se marchasen de sus tierras. La resistencia se canalizó en muchas ocasiones a través de la estrategia de la tierra quemada, una vieja práctica usada desde la antigüedad y que los amerindios no desconocían. En La Española está bien descrita la destrucción de los cultivos de yuca lo que, paradójicamente, según afirmó Mártir de Anglería, provocó la muerte por inanición de nada menos que 50.000 taínos. Claro está que esta escasez de alimentos para ahuyentar a los españoles, los terminó afectando más a ellos porque aquéllos se comían la poca comida que estos obtenían. Y es que, según Las Casas, comía más “un tragón español en un día que diez indios en un mes”.

Descenso de la tasa de natalidad

Hoy está claro que la extinción se produjo no solo por un aumento de la mortalidad causada por las epidemias, los malos tratos y el hambre sino también por un descenso brusco de la tasa de natalidad. Aunque no fue uniforme en todo el continente El descenso poblacional fue tan brutal porque las altísimas tasas de mortalidad no fueron contrarrestadas por una amplia natalidad. Y ¿a qué se debió esta crisis natalicia? Pues, al igual que en el caso de la mortalidad, también se ha de hablar aquí de una multicausalidad. La propia guerra no sólo causó un incremento temporal de la mortalidad masculina sino también un aumento igualmente importante de la mortalidad infantil y un descenso de la tasa de natalidad. Se trata de una constante en todas las guerras. Cuando los varones son movilizados para una conflagración, siempre se producen una serie de daños colaterales: un descenso drástico de la natalidad, un progresivo incremento del envejecimiento poblacional y una interrupción en el crecimiento de la población. También por un secuestro masivo de mujeres por parte de los vencedores, pues la tasa de fecundidad de cualquier grupo humano está directamente relacionada con la disponibilidad de féminas en edad de procrear, Y prueba de ello fue la aparición de una clase cada vez más pujante y numerosa de mestizos. Muchos españoles tenían en sus casas auténticos harenes, los más para servirse sexualmente de las mujeres y otros, simplemente como asistentas. En cualquier caso, se les impedía salir de la casa y las posibilidades de procrear con un hombre de su etnia eran casi nulas. Para colmo muchos varones pasaban toda la jornada en las minas por lo que no llegaban con fuerzas ni con ganas de mantener ningún tipo de relación con sus propias esposas.

La desgana vital

Todas estas causas que estamos describiendo provocaron depresiones y tendencias suicidas en muchos miembros de la sociedad aborigen. Con total seguridad, la destrucción de sus religiones y de sus modos de vida contribuyó a la aparición de depresiones vitales. Si se suprime la cosmovisión que ha conformado nuestra personalidad en los momentos que más falta nos hace es cuando aparece la desgana vital. Porque la religión, a nivel general, suaviza las tensiones y, a nivel individual, aquieta temores personales, infunde confianza y anima al individuo a seguir adelante. Las distintas religiones prehispánicas constituían el principal vehículo de cohesión grupal por lo que, eliminando éstas, se aseguraba la desarticulación del universo indígena. Es más, cuando veían que las epidemias afectaban mucho menos a los españoles, pensaban que su Dios los protegía, aumentando su desánimo. Y cuando se juntaban cientos de ellos infestados de viruelas, sin saber qué hacer, reforzaban su creencia de que el fin de su mundo había llegado. Todo ello contribuyó a esa actitud pasiva que muchos adoptaron, a perder la ilusión por la vida, a no tener hijos y, en casos extremos, incluso, a quitarse voluntariamente la vida. Porque los amerindios, como todos los pueblos primitivos, eran en general muy religiosos. Cuando los aborígenes de la isla veían irremisiblemente quebrado su presente les entraba una gran desgana vital, una pereza por la vida y no deseaban tener hijos pensando que vivirían en una indeseable situación de explotación laboral. En 1518, los dominicos de Santo Domingo escribieron al señor de Xevres, diciéndoles que, aunque todo animal buscaba la reproducción, los nativos mataban a sus hijos recién nacidos por no poder atenderlos, dada la explotación que sufrían. En La Española se dieron muchos casos de suicidios y los hicieron de diversas formas, ingiriendo hierbas venenosas, arrojándose a precipicios, ahorcándose o haciéndose matar por otros compañeros. En resumidas cuentas, envenenándose o lesionándose, pues de ambas formas, como decía Las Casas, “perecieron en la isla muchas gentes”. No menos claro fue Gonzalo Fernández de Oviedo cuando narra episodios de suicidios colectivos en La Española, pues, de 50 en 50 se convidaban a suicidarse “por no trabajar, ni servir”. Asimismo, contaba Mártir de Anglería, que un tal Madroño, natural de Albacete, trataba tan mal a sus haitianos que nada menos que 94 de ellos decidieron juntarse y suicidarse a la par que decían: “ ¿Para qué queremos vivir más tiempo en semejante esclavitud?”

Sin embargo, pese a estos testimonios, estas inmolaciones pudieron ser frecuentes pero seguramente no masivas. Lo más seguro serían decisiones más o menos individuales y puntuales.

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