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LA PAPISA JUANA, por José Biedma López

Papisa Juana
Papisa Juana
LA PAPISA JUANA, por José Biedma López

Antiguas crónicas medievales recogen la noticia de que hace muchos años existió una mujer que andando en hábito de varón llegó a ser papa en Roma. Pedro Mejía incluyó su historia (o leyenda) en la primera edición de su Silva de varia lección (1545, I, 9), el capítulo sufrió la censura de la Inquisición y fue incluido en su Índice expurgatorio de 1632. Los ejemplares de ediciones anteriores a esa fecha que han sobrevivido presentan el capítulo de marras más o menos tachado, para impedir su lectura o señalar su prohibición, o tienen arrancada la hoja. Alguno se conserva intacto, como el manejado por Antonio Castro en su magnífica edición de la Silva de Mejía (Madrid, Cátedra 1989, colección Letras Hispánicas).

Ilustración germánica de la papisa, S XV
Ilustración germánica de la papisa, S XV
El parto de la papisa
El parto de la papisa

La historia de la papisa Juana está también recogida en el libro de Giovanni Boccaccio que trata De las ilustres mujeres, pero se expurgó de sus ediciones en romance castellano. Martín el Polaco y Esteban de Bourbon, dominicos del XIII, recogieron es sus obras este episodio pseudo-histórico según el cual la papisa Juana accedió al sumo pontificado con el nombre de Juan VIII. Mejía cuenta que fue inglesa, otros dicen que natural de la ciudad alemana de Maguncia, que en su mocedad tuvo deshonesta conversación y amores con un muy grande hombre de las letras, que dejó su patria y naturaleza marchando con su querido a Atenas donde cultivó su espíritu, tanto que, vestido de hombre, obtuvo cátedra en Roma y fue brillante en disputas y porfías filosóficas y teológicas, por eso alcanzó tanto favor y autoridad que al morir el papa León IV ocupó el trono de Pedro desde el 847 al 855, pues fue elegida pontífice de Roma y papa universal de la Iglesia de Dios. “Y así presidió en aquella silla dos años y treinta días”.

Pero, hete aquí que no guardó la debida castidad exigida por el cargo y tuvo ayuntamiento con un esclavo suyo muy privado, del que quedó preñada. Intentó ocultarlo, pero yendo con gran solemnidad a la basílica de San Juan de Letrán (primera sede papal y catedral de Roma), parió una criatura con graves dolores y espanto desigual de los que allí estaban, trance en que entregó el alma a Dios. Allí mismo fue enterrada sin honra ni pompa alguna.

Nosotros nos preguntamos dónde, porque sin duda sería hora de rendirle honores de pionera, sabia, santa ¡y fértil! (Hoy no temo, gracias a Dios, que la Inquisición me excomulgue por escribir tales deseos, pero, por si acaso, ruego discreción a mis lectores y lectoras, porque la Congregación para la doctrina de la fe tiene brazos muy largos…).

Cuenta todavía Mejía que en su tiempo –no sabemos si aún sucede- cuando los papas van al templo lateranense tuercen el paso para no pisar el lugar donde dio a luz la papisa Juana “en detestación de tan horrible caso” y que hay una silla en el sacro palacio, abierta por debajo, como las que se usaban “para las necesidades comunes” que sirve para ver encubiertamente si el candidato a papa los tiene en el sitio que debe. Dícese también que hubo en aquel lugar estatua de piedra representando el parto y la muerte “desta atrevida mujer”. Con sutileza teológica, añade el humanista sevillano que durante el tiempo que tuvo engañado al mundo no hubo falta, porque es Cristo mismo cabeza de la Iglesia y de donde mana la gracia y efectos de los sacramentos, por lo que no fue necesario volver a ordenar pastores a los que lo fueron por la papisa mientras gobernó.

¡Grande fue su osadía y habilidad! “por lo cual, su memoria no se perderá en tanto el mundo durare”. Amén.

La leyenda o historia de la papisa Juana (o Juan VIII) corrió de boca en boca a través de los siglos obscuros… En una edición de la Chronica universalis mettensis (1250 o antes) se dice que parió al niño al subir al caballo y que de inmediato lo ataron de pies, lo arrastraron y apedrearon (no está claro si al niño, a la paisa o a los dos). El Tractatus de diversis materiis praedicabilis del dominico Etienne o Esteban de Bourbon (+ 1261) incluyó la leyenda refiriéndola al año 1100 y dice que Juana contó con la ayuda del diablo. En su texto está claro que fue la impostora erudita la que resultó lapidada por el populacho. Añade que donde murió fue enterrada y sobre la lápida se escribió: “Parce, Pater patrum, papisse prodere partum”, que significa: “Impide, Padre de padres, que se difunda el parto de la papisa”. El epitafio pone de manifiesto la carga explosiva de la leyenda pues suponía la idoneidad de las mujeres para alcanzar, gracias a sus conocimientos y talentos, la más alta magistratura de la Iglesia. Y es interesante notar como Mejía, al contrario que el dominico, ya en pleno Renacimiento no quería que el “hecho” se olvidara, sino al revés, que permaneciera vivo en la memoria de las gentes.

Otros frailes introdujeron durante el s. XIII la vida de Juana en sus crónicas, en la de un fraile anónimo de Erfurt (Turingia) es el demonio el que se chiva de la auténtica condición y orientación sexual de Juana. A finales del XIII, el benedictino Gaufridus de Collone recoge también la leyenda como “Engaño a la Iglesia romana”, y otro fraile dominico, Robertus de Usetia alude al trono de pórfido del Laterano “donde se dice que se averigua si el papa es hombre”. Jacobus de la Voragine afirma que Juana fue cardenal antes que papa y que el amante ya lo tenía a escondidas antes de ascender a la máxima autoridad de la Iglesia terrenal.

A principios del XIV ya tenemos la historia colada en el respetado Chronicum pontificum… de Martín el Polaco, fallecido en 1278, evidentemente añadido por una mano anónima. El erudito latinista Pedro León considera la historia de la papisa Juana una formidable creación de la fantasía popular. Agregada a las fuentes más antiguas del siglo XI por manos del XIV-XVI. Esto es un síntoma de que las mujeres en el Renacimiento cobraban protagonismo y ganaban algunas libertades.

Aún en el siglo XIV, en una guía para turistas (que entonces se llamaban “peregrinos”), Mirabilia Roma, se alude a la silla antes citada como “sede estercolera”. El presunto papa sentándose en ella debía decir: “Plata y oro no tengo, pero lo que tengo te doy”. Sí, una gracia de humor escatológico. Añade esa Guía de las maravillas de Roma el detalle de que un ángel del Señor le dijo a la papisa en la procesión hacia San Juan de Letrán: “De ningún modo pasarás”. Como ella pasó, sufrió el castigo de romper aguas allí mismo.

Boccaccio en su tratado De las mujeres ilustres (De muliribus claris), dice que tal vez no se llamó Juana, sino Gilberta. También la supone enamorada en su juventud, pero de un joven estudiante con el que huyó de la casa paterna. Vestida de varón “se consagró a Venus y al estudio de las letras”. Muerto su amante, ni quiso cambiar de ropajes ni entregarse a otro hombre. Instruida y erudita en lo profano y en lo sagrado marcha de Inglaterra a Roma, donde enseñó el Trivium (gramática, lógica y retórica) y tuvo insignes discípulos. Apreciada por su honradez y santidad y creyéndola todos varón fue elegida papa al morir León V, como Juan VIII.

Ejerció durante unos años el vicariato de Cristo en la tierra… Luego, cuenta Boccaccio que cayó “en el ardor de la lujuria”, pues “un paje le rascó su ardiente comezón” y ¡oh crimen infame!, quedó la papisa embarazada. En todo lo demás, el relato en latín del italiano no difiere del de Mejía, que seguramente lo siguió. La figura debió fascinar a Boccaccio porque volvió a ella en otra obra (De caribus virorum et mulierum illustrium, 9, 6). Acaba ahí el autor exclamando y preguntándose: ¡oh ínclito Dios! ¿Qué no osan las mujeres? Y confiesa con sospechosa ambigüedad que el hecho de que Juana –o Gilberta- llegase a donde llegó le hubiese hecho reír, si no se lo impidiese la dignidad pontifical burlada (Risissem equidem, ni lusa dignitas obstitisset).

Concluiremos en su lengua, en honor de uno de los creadores de la literatura italiana: Se non è vero, è ben trovato!

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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