nuevodiario.es

QUINTO CENTENARIO DE LA PRIMERA VUELTA AL MUNDO, Por Pedro Cuesta Escudero, autor de "Y sin embargo es redonda". "Magallanes y la Primera Vuelta al mundo"

QUINTO CENTENARIO DE LA PRIMERA VUELTA AL MUNDO, Por Pedro Cuesta Escudero, autor de 'Y sin embargo es redonda'. 'Magallanes y la Primera Vuelta al mundo'
Ampliar
lunes 19 de octubre de 2020, 10:50h
QUINTO CENTENARIO DE LA PRIMERA VUELTA AL MUNDO, Por Pedro Cuesta Escudero, autor de 'Y sin embargo es redonda'. 'Magallanes y la Primera Vuelta al mundo'
Muchos afirman que Magallanes no escuchó a sus capitanes, “contraviniendo las órdenes expresas del Rey”. Y tienen razón. Pero no se pueden hacer juicios de valor a posteriori. Para entender ese comportamiento y el meollo del viaje se precisa una explicación. En primer lugar, en las Capitulaciones se introduce una novedad no prevista para ningún viaje hecho hasta la fecha. No lo había aprobado el Consejo de Indias para el viaje de Magallanes, sino para cualquier viaje que en adelante se hiciera. Y todas las innovaciones, hasta que la costumbre las institucionaliza, crean roces y recelos. Para que la Corona tuviera razón de cuanto aconteciera y se recaudara en los viajes se designan por Real Orden capitanes, factores, tesoreros, contadores, escribanos y pilotos.
QUINTO CENTENARIO DE LA PRIMERA VUELTA AL MUNDO, Por Pedro Cuesta Escudero, autor de 'Y sin embargo es redonda'. 'Magallanes y la Primera Vuelta al mundo'

Segunda entrega:

Los capitanes asignados a la Armada del Malucco eran de noble nacimiento. Don Juan de Cartagena, por ejemplo, era primo carnal del Cardenal Fonseca, el todopoderoso en asuntos de Indias. Al considerar a Magallanes, no ya portugués, sino de una escala inferior dentro del ámbito nobiliario, el trato no podía ser muy cortés. Le rechinaban los dientes al tener que obedecer las órdenes de Magallanes, lo que no pasaba desapercibido para cualquier observador. En una ocasión el tesorero de la Armada y Capitán de la “Victoria” Luis de Mendoza se atrevió a desobedecerle descaradamente. Y el Almirante no lo despidió porque había sido nombrado por el propio emperador. Pero Magallanes pensaba que una vez en alta mar ya les rebajaría su arrogancia al tener señorío de vida o muerte. Al ser descartado Faleiro por enfermedad, Juan de Cartagena es nombrado Capitán de la nao “San Antonio”, la de mayor tonelaje y mejor equipada, que era la designada para el socio de Magallanes. Además Cartagena es nombrado persona conjunta, o sea, después de Magallanes, que era el Capitán General de la Armada, el segundo en el mando.

Pero el problema estaba en el Rey Manuel de Portugal, que no veía con buenos ojos que el Reino de Castilla, su rival en asuntos de Ultramar, se adueñara de las islas de las Especias, que era el tesoro más codiciado, y que ya casi las tenía a su alcance. E hizo todo lo posible para abortar el viaje. Cuando se encontraban en Zaragoza con el Cardenal Fonseca, ultimando las providencias para el apresto de la Armada, el Rey Manuel a través de su Embajador Álvaro de Costa, pretendió indisponer al joven monarca Carlos I diciéndole que no era honrado tomar los servicios de unos renegados teniendo súbditos con más experiencia. Pero el problema se resuelve cuando Carlos I le pasó la cuestión al Cardenal Fonseca, que era un decidido entusiasta de que el viaje a las Molucas se llevara a cabo. Entonces el embajador intentó persuadir a Monsieur de Xevres, pues su poder e influencia sobre el joven monarca eran ilimitados. Xevres disponía a su antojo de empleos, oficios y obispados que los dispensaba a sus paisanos flamencos.

El Arzobispado de Toledo, que era uno de los de mayor rango, se lo adjudicó a Guillermo de Croy, por el simple hecho de ser su sobrino. A Xevres le era lícito entrar a saco y llevarse todo lo que quisiera. Su avidez por los doblones de oro de dos cabezas se hizo proverbial. Por eso cuando alguien conservaba uno solía exclamar:

Doblón de a dos norabuena estedes

pues con vos no topó Xevres”.

A pesar que el Embajador de Portugal le ofreció a Xevres sustanciosas sumas no consiguió que el viaje fuese abortado. Probablemente vería más negocio con las islas de la Especería. Don Álvaro de Costa resume así sus gestiones en carta enviada al Rey Don Manuel:

“Alteza: Sobre el negocio de Fernao de Magalhaes estoy trabajando muchísimo. Hablé, estando enfermo Xevres, muy en serio al Rey Don Carlos, `presentándole muchos inconvenientes: cuan feo es recibir un Rey los vasallos de otro Rey amigo en contra de su voluntad, que es cosa que entre caballeros no se acostumbra; que no es tiempo de disgustar a Vuestra Alteza y más en cosas de tan poca importancia e incierta, que vasallos tenía para descubrimientos sin echar mano de los que vienen descontentos de Vuestra Alteza y de quien Vuestra Alteza no puede menos que tener sospecha: que hacer esto es disgusto cuando se trata de estrechar el deudo de Vuestra Alteza con el casamiento. Quedó espantado con lo que le dije y Don Carlos respondió con muy buenas palabras que no era ánimo disgustar a Vuestra Alteza; que viese al cardenal y le hiciese razón de todo. A Don Carlos no le pareció bien este negocio y me ofreció cuanto en él estuviese. Sobre esto fueron llamados el Obispo de Burgos, que es quien sostiene este negocio, y dos del Consejo. Pero estos persuadieron al rey que debía seguir lo empezado, que el descubrimiento meditado caía en sus límites; que Vuestra Alteza no debía llevar a mal que se sirviesen de dos vasallos suyos, hombres de poca sustancia, sirviéndose Vuestra Alteza de muchos castellanos alegando otros pretextos. En fin, el cardenal me dijo que los dichos insistían de modo que el Rey no podría mudar resolución. Convalecido Xevres volví a hablarle, y da la culpa a dichos castellanos del empeño del Rey en el negocio. Esta mañana he hablado con Magalhaes, el hombrecillo testarudo e insignificante, pero que resulta un peligroso rival en el tablero de la diplomacia, y por más que le he mostrado la miel y el látigo no he conseguido convencerle. Mi parecer es que Vuestra Alteza recoja a Magalhaes, que sería una gran bofetada para estos; del bachiller Faleiro no se haga caso, duerme poco y anda casi fuera de seso”.

Testamento de Magallanes

Para no caer en una emboscada asesina, por recomendación del Cardenal Fonseca los promotores del viaje, Magallanes y Faleiro, se refugiaron en el Monasterio de Montserrat. Sabemos que se refugiaron en el Monasterio de Montserrat gracias al testamento de Magallanes.

“…Un décimo de lo que me corresponda en el contrato hecho con el emperadora de ser dividido en tres partes iguales, una se da al convento de Mínimos de la Victoria de Triana, y los otras dos terceras partes de dicho décimo se reparten con igualdad entre el Monasterio de Monserrate de Barcelona y los conventos de San Francisco de Aranda de Duero y Santo Domingo de las Dueñas de O Porto”

Y ya en Sevilla, ocupados en el apresto y reparación de las naves, recibieron el acoso del agente del rey portugués Sebastián Álvarez. Como por las malas no pudo destruir la escuadra del Maluco al provocar un motín con la chusma del puerto, decide sembrar cizaña presentándose a Magallanes como un buen amigo que busca su bien y le duele que los castellanos no lo valoren. Y le revela que es conocedor de unas instrucciones secretas que vendrán a mermar su autoridad cuando ya sea demasiado tarde para su honor. Y Magallanes, que siempre sabe dominar sus emociones, hace un movimiento involuntario. De repente le viene a la mente y le martillea que la Corte de Don Carlos está adoptando últimamente hacia él una actitud ambigua. ¿A qué viene la prohibición de llevar más de cinco portugueses? ¿A qué viene la persona conjunta tras el cese de Faleiro? ¿Y lo de veedor, contador y tesorero, cargos para controlarle, cuando hasta ahora nunca se había previsto en ningún otro viaje? ¿Acaso el Emperador lo quiere traicionar para congratularse con el Rey Don Manuel?

Alteza – escribe el confidente al Rey Manuel- este hombre es duro como una roca. Le he porfiado y le he rogado con buenas palabras de amistad. Nada he podido, pero cuando le he hablado de la conspiración que le tramaban, el impertérrito se ha mostrado altamente sorprendido de que yo supiera tanto”.

Cuando la escuadra está a punto de zarpar del puerto de Monterrosa en Tenerife le llega una carabela fletada por Diego Barbosa, el suegro de Magallanes, con un mensaje secreto para prevenirle de que el Rey Manuel acaba de enviar bajeles para interceptarle el paso a las islas de la especería. Y que los capitanes que lleva a bordo tienen tramado un plan secreto para negarle la obediencia en plena travesía. Quien acaudilla la conjura es Juan de Cartagena. Pero los dados ya están echados y le responde a su suegro:

“Suceda lo que suceda, permaneceré firme al servicio del Emperador, aunque con ello me fuere la vida. No temáis, que sabré defender lo que es mío. Recibid todos un abrazo”.

Por ello Magallanes se cierra en banda. Piensa que mientras mantenga en secreto la ruta todos le obedecerán. Que simplemente sigan la estela de la nao “Trinidad” son las órdenes que da a los capitanes y pilotos. Y que todos los atardeceres debían presentarse a la nao almiranta para recibir las disposiciones oportunas. Para despistar a los bajeles portugueses que sospecha les persiguen, sin previa consulta a capitanes y pilotos, Magallanes interna a la escuadra en una zona de calmas chichas, que obliga a grandes esfuerzos y trabajos.

Aprovechando que toda la oficialidad había subido a bordo de la nao capitana para dictaminar el castigo al Maestre Antón Salomón por sodomizar a un grumete, Juan de Cartagena exige a Magallanes el derrotero a seguir por el cargo que ostenta en la Armada y por la responsabilidad que pesa sobre él. Magallanes le responde que su misión es seguir simplemente a la “Trinidad”. Y que nadie tiene que pedirle explicaciones. Que han de obedecerle lisa y llanamente. Juan de Cartagena, en presencia de todos y en un arrebato de acaloramiento se declara en rebeldía. Y en una rápida intervención Magallanes coge del pecho a Don Juan de Cartagena y ordena su arresto y antes de que reaccione ya está encadenado por el Alguacil Gómez de Espinosa. Los compañeros de la reunión, los otros capitanes y pilotos, tienen el pasmo en los ojos. La prontitud de este alarde de autoridad y la penetrante mirada del Almirante que va de uno a otro, desafiante, taladra sus cerebros y les enajena su voluntad.

Don Juan de Cartagena es desposeído de todos sus cargos y Magallanes pone de Capitán de la nao “San Antonio” a su primo Álvaro de Mezquita. Con las dos naves de mayor envergadura bajo su estricto control tiene dominada la escuadra, pues Magallanes no quiere que le pase lo mismo que a Bartolomé Días quien, después de averiguar el final del continente africano, la tripulación amotinada obligó a regresar a Portugal y no le cupo la gloria de ser el primero en llegar a las Indias.

(Continuará)

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios