nuevodiario.es

A VUELTAS CON LA VUELTA AL COLE, por Daniel García Posada

A VUELTAS CON LA VUELTA AL COLE, por Daniel García Posada
Ampliar
A VUELTAS CON LA VUELTA AL COLE, por Daniel García Posada
A menos de quince días para la vuelta al cole tenemos más dudas que certezas y esas pocas certezas las ven como irrealizables, por no decir imposibles, aquellos que algo saben de educación. Bajar la ratio, aumentar el número de profesores y mantener la distancia de seguridad se antojan imposibles porque, las primeras, implican un desembolso de dinero que ni el Estado ni las distintas comunidades autónomas se pueden permitir y la segunda porque no hay espacio físico en los centros para mantener aulas con distancia de metro y medio a no ser que se utilicen espacios al aire libre, con los problemas evidentes (exceso de calor en septiembre, por ejemplo en Almería, o exceso de frío en invierno, por ejemplo, en el norte del país).

La única certeza que tenemos es que, realmente, este problema de la vuelta al cole preocupa más a los equipos directivos, a los profesores y a los padres que a las autoridades competentes en materia educativa. Basta un simple repaso a las medidas del gobierno andaluz para darse cuenta, por ejemplo, de que toda la responsabilidad que debería tener el Consejero la ha dejado caer, bajo el paraguas de la autonomía de los centros, sobre los equipos directivos que tienen que, en pleno aluvión de órdenes, decálogos y consejos, buscarse la vida para intentar mantener unas medidas sanitarias (distancia, baños, limpieza, aulas, mascarillas, geles, etc) que son imposibles de mantener (salvo la mascarilla y el uso de geles hidroalcohólicos) en centros con setecientos alumnos y setenta profesores, más personal administrativo, conserjes y servicio de limpieza.

Andalucía, a día de hoy, no tiene ningún plan para afrontar la vuelta al cole con unas mínimas medidas de seguridad y esto, que es elemental, lo saben los equipos directivos (algunos han dimitido en bloque ante la imposibilidad de garantizar la higiene y salud de todos los miembros de la comunidad educativa) y lo saben las autoridades educativas que amenazan a los padres que no lleven a sus hijos al colegio, por temor a un contagio, con los servicios sociales y con la aplicación del protocolo de absentismo escolar. Un ejemplo, para mí, realmente significativo de los palos de ciego y de la improvisación más descarada es que, por ejemplo, el coordinador covid de un centro educativo va a ser cualquier profesor y no un médico que es quien tiene, entiendo yo dentro de mi ignorancia, las competencias profesionales necesarias para evaluar y coordinar la problemática que generaría un posible caso de covid.

Lo peor, sin embargo, no es ya que no tengamos a nadie al volante en Andalucía, ni en ninguna otra comunidad autónoma (sólo Valencia parece tener un plan más o menos claro y Cataluña unas directrices sobre cuándo debería cerrarse un colegio. Las demás comunidades autónomas no pasan del mero anuncio de hipotéticas medidas). Lo peor, lo verdaderamente dramático, es que ni siquiera la Ministra de Educación sabe qué hay que hacer ni se ha preocupado en tener, a comienzos de septiembre, un plan consensuado con todas las comunidades autónomas. Una reunión con los consejeros del ramo en junio y otra a finales de agosto serán más que suficientes para “solucionar” y “aportar luz” a esta gran improvisación. Además, resultan realmente inquietantes los distintos volantazos que Isabel Celaá ha dado en materia educativa. Hemos pasado de que no podría haber más de quince alumnos por aula (5 de mayo) a que haya veinticinco o más en la mayor parte de las aulas (18 de agosto), hemos pasado de que los niños eran grandes vectores de contagio (30 de marzo) a que los niños no son grandes transmisores de coronavirus (11 de junio), hemos pasado de que el curso 2020-2021 sería, al menos en el arranque, online (30 de abril) a que el curso va a ser presencial sí o sí (11 de junio). Hemos pasado, en definitiva, de decir una cosa a hacer la contraria y esto no deja de generar aún más angustia y zozobra a los padres.

Los centros de salud están cerrados al público, en las reuniones familiares se establece un máximo de diez personas, en los bancos te atienden con cita previa, los partidos de fútbol se juegan a puerta cerrada, en las playas se controla el aforo, en los cines también, en el Congreso se acordó no superar la presencia del 50% de diputados de cada partido pero, a día quince de septiembre, se pretende que los centros educativos, quizás con entradas y salidas escalonadas, tengan entre veinticinco y treinta alumnos por aula más profesor. Incoherencia en estado puro.

¿Por qué no reconocen las distintas autoridades educativas que el curso tiene que ser presencial sí o sí no ya porque importe mucho la educación sino porque los colegios e institutos son, realmente y por desgracia, aparcaniños que no pueden cerrar porque eso supondría que los padres tendríamos que conciliar y la conciliación, pese a lo que se diga, a día de hoy, sigue siendo una leyenda urbana en España? Ahí está, en esencia, el mayor problema que plantea la vuelta al cole: ¿con quién dejo a mis hijos? Y aún nadie ha tenido los suficientes arrestos para decir, a las claras, que empezar el curso, con los datos actuales y con los rebrotes descontrolados que tenemos, es, simple y llanamente, un suicidio colectivo. Nadie niega la necesidad de la educación presencial pero ésta tiene que ser presencial cuando haya unas mínimas garantías sanitarias que, ahora, no existen.

Uno de los epidemiólogos más reconocidos a nivel mundial, Michael Osterholm, catedrático y fundador del Centro para las Enfermedades Infeccionas de la Universidad de Minnesota, que predijo, hace años, una pandemia como la actual, ha dejado claro que, para que se abran los colegios con seguridad, debemos tener, a nivel estatal, una tasa de veinticinco contagios por cada cien mil habitantes y, en cada región, una tasa de cinco por cada cien, siempre y cuando los contagios vayan bajando paulatinamente. Hay que tener en cuenta, según un estudio de la Universidad de Granada, que una clase con veinte alumnos supone ochocientos contactos cruzados en tan sólo dos días. Hoy, en España, tenemos una tasa de contagio de ciento treinta y dos y en Almería una de ciento noventa y dos y nuestros políticos de vacaciones esperando, al último momento, para tomar una decisión. Unas comunidades mirando a otras y todas tomando la misma medida que la de al lado, después de ver cómo lo han tomado los ciudadanos. Somos conejillos de indias en manos de unos presidentes autonómicos que, primero, clamaban por la suspensión del estado de alarma y alardeaban de saber gestionar mejor que el gobierno central, para, ahora, casi suplicar que el gobierno central tome cartas en el asunto y les quite a ellos el peso de la púrpura mientras sobre los ciudadanos pende la espada de Damocles.

El coronavirus ha dinamitado el sistema de comunidades autónomas y del traspaso de competencias. En caso de emergencia nacional, la realidad es que tenemos diecisiete reinos taifas dándose palos de ciego y poniendo la zancadilla al gobierno central, dependiendo del color político, pero esto es harina de otro costal que también merecerá un artículo. Por el momento, y por desgracia para nosotros, lo único cierto es que no hay nadie al volante y nos aproximamos, irremediablemente, al abismo.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios