Amaya nos la había prometido con la Oreja de Van Gogh, pero ¿llegaríamos a escucharla alguna vez? Sin darme cuenta me he ido introduciendo en el más fabuloso laberinto de notas musicales, porque, El silencio de Beethoven, la última que Google me propuso, me conducía hasta Mariage d’amour de Paul de Senneville.
Me sorprendí entonces sumergida entre los vericuetos más recónditos del amor: Juanes, David de María, Pablo López… Las baladas italianas, las canciones latinas, los boleros de Los Panchos empezaban a tejer algo que todavía se presentaba como una maraña en un enjambre de temas hermosos: Para tu amor, Si tú me dices ven, Precisamente ahora…
Entrelacé mi mano a la de Juanes, con él le pedí a Dios que me iluminara en esta bella búsqueda y, como si de un manantial se tratara, empezaron a manar temas y temas: Vivir sin aire, mi religión, labios compartidos… Con Maná se hicieron las doce, y su reloj de Cucú me regaló una de esas canciones que ya tengo definitivamente en el top de mis preferidas. Hoy necesito la tranquilidad que me ofrece la sensación de libertad que, desde la serenidad de mi matrimonio quiero compartir con tantas mujeres que carecen de ella. Por eso, porque existe la esperanza, esta noche me beberé las calles con María y Pasión Vega.