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MEJOR QUE JOVEN, por José Biedma López

MEJOR QUE JOVEN, por José Biedma López

jueves 29 de febrero de 2024, 08:47h
MEJOR QUE JOVEN, por José Biedma López

Según datos proporcionados por el Instituto Nacional de Estadística, la población mayor de 64 años en España ascendía a 9,5 millones de personas a principios de 2022. Y el número de viejos y viejas va en aumento. La Sociedad Española de Neurología calcula alrededor de 800.000 las personas que padecen Alzheimer. De nada sirven eufemismos como “tercera edad”. Eso no evita el gasto creciente en jubilaciones, cuidados y medicamentos. El caso es que somos un país de ancianos y de parejas jóvenes estériles y con mascota. Reflexionar sobre lo que nos ha pasado y pasa, si no consuela ni cura, por lo menos entretiene.

MEJOR QUE JOVEN, por José Biedma López

Luego serás mejor que joven (2023) es el breviario de pensamientos (99 aforismos) que nos regala Emilio López Medina, concebidos desde la atalaya jiennense de sus setenta añitos cumplidos, estudiados y paternales. Tal vez, como creía Séneca, la vejez pueda ser vivida con la sabiduría que espanta temores y con el ánimo sereno que ejemplifica Emilio. En cualquier caso, es mejor tirar para bonachón que sostenerse a duras penas y gruñón. De nada sirve quejarse porque nadie aguanta a los quejicas.

A los placeres del conocimiento y de la meditación une Emilio los de la buena música y los de su notable escritura. ¿Qué sería de nosotros sin la música y sin las letras? El ocio sin las “letras” –decía Séneca- es la ruina del alma. Cada etapa de la vida tiene sus propios placeres y molestias y es evidente que achaques y goteras crecen con el tiempo, que somos y nos desmantela. A la pregunta de los sesentones: “¿Cómo estás?”, es común responder: “Bien, sin entrar en detalles…”, por evitarle al interlocutor la relación de asteriscos rojos en los análisis de sangre.

El filósofo cordobés insistía en que la edad cana es una oportunidad para ejercitar las virtudes. Sí, muchacho, a falta de malos ejemplos, ¡uno da buenos consejos! La moderación y la prudencia se imponen ahora por prescripción facultativa si quieres seguir respirando, porque “lo que fortalece al joven, mata al viejo”. Quizá –como añade Emilio- el espíritu mejore con la vejez, “luego serás mejor que joven”, pero el escepticismo y la desilusión son su pan amargo. Comienza a comprenderse mucho y a no interesar casi nada. Hay, desde luego, el “viejoven”, una aspiración general, y también hay quien envejece antes de tiempo, “quemado” por labores que detesta, ancianos prematuros.

Acusamos al anciano de anticuado, de carcamal o de carroza, sin agradecerle que todavía haya alguien que tenga un criterio distinto al de la opinión dominante. Ser inactual o extemporáneo no está mal, pero es duro nadar contracorriente. Es verdad que el viejo entiende cada vez menos cómo funcionan los aparatos, ¡pero comprende cada vez mejor cómo funcionan los humanos! Tiene razón Emilio: el niño teme a lo desconocido; el viejo, a lo conocido, porque sabe del dolor, gran maestro de la vida, y se va quedando solo porque los testigos de la suya van desapareciendo. Como orejas y nariz, también las manías tienden a crecer con la edad; como el corazón, así que nos volvemos sentimentales y se nos escurre la lágrima enterrando al amigo.

El pasado nos encuentra, acuden los fantasmas intrusos que intranquilizan noches. Los vastos palacios de la memoria sirven de refugio para el ocio de tardes y sobretardes. Gran compañía ofrecen a la vejez la radio, la televisión y la mascota. En la memoria escarba el anciano cuando ya le cuesta retener lo que hace: qué día es hoy o dónde ha dejado las gafas…

Emilio se sorprende con motivo de las distancias tan cortas que median entre los periodos históricos. 800 años son poco más de diez generaciones, ¡sólo diez vidas desde Alfonso X el Sabio hasta hoy! Lo que la Humanidad ha conseguido desde la batalla de las Navas de Tolosa es sorprendente… Nos gustaría saber qué será de nosotros en veinte, en treinta años, si curaremos el cáncer, si colonizaremos Marte… Pero la Naturaleza nos gasta la putada, el obscuro azar de los genes determina nuestro próximo final, el deterioro del organismo es irreversible, sin redención de la pena por buena conducta y, para lo que uno ve que sucede, tal vez sea mejor descansar pronto en el seno del Todopoderoso y no tener que sufrir el espectáculo de la humana estupidez, de los poderes de este mundo que causan y seguirán causando horrores.

Parsimonia, otra excelencia que es obligatoria para una inteligencia práctica que pierde reflejos y una memoria que no recuerda ya palabras familiares, mal hospedadas en una máquina que cada vez funciona peor. El viejo es alguien a quien la Vida –edadista y edadofóbica por naturaleza- desprecia. Y la farándula, también. “A la puta y al torero, ¡a la vejez te espero!”. A los viejos les están vedados muchos oficios…

Eres “mayor” y ya dejas de hacer lo que debes o quieres, y comienzas a hacer lo que puedes, o sea, cada vez menos. Hay días buenos y días malos, pero ya son todos peligrosos y consecutivamente peores. Puedes agradecer que hasta aquí, a tus 80 o 90, has llegado, si todavía no necesitas a nadie para que te limpie el culo y reconoces a tus nietos, porque la vida te viene perdonando y es un vicio vivir aunque te pesen las piernas, y todos los días tienen su afán y amanece, ¡que no es poco!

Los viejos se entienden bien con sus nietos porque niños y ancianos filosofan y contemplan la vida de los adultos como una quimera: la del amor, la del dinero, la del poder. Como el cínico en su tonel, aprecian sobre todo el sol y la compañía. Lo indispensable. Salvo que hayan perdido la cabeza, les sobra todo, pero ¡ojo, no te despojes de todos tus bienes antes de tiempo! El anciano se vuelve sin notarlo epicúreo: su alegría es mera ausencia de dolor. Lo que Emilio teme como todos nosotros es perder la autonomía y la capacidad para distinguir la calidad, sobre todo la moral. No poder distinguir ya entre el bien y el mal (es buena persona). Lo justifica así: “el sentido de la justicia es el punto más alto de la humanidad del individuo y de la sociedad”.

Aunque no renuncia al pesimismo de estirpe alemana, celebra que con la vejez uno se libra “de la obligación y el sufrimiento de tener que gustar a los demás y darles la razón”. Uno gana en derecho de expresión y en transparencia, como el hombre invisible. Sin duda es dramático que, cuando ya se ha aprendido algo sobre la vida, de poco o de nada sirva. El Mal es irreversible.

Ofreceré para terminar un bálsamo tónico contra tanta tragedia, una analogía que debo a Juan Ramón, el excelso poeta… Miramos las ruinas como cosa muerta sin reparar en su realidad de vida cabezona, tozuda, vencedora, vida perdurable contra todo. ¡Nada de lamentos, amigo Emilio! Las ruinas son románticas. Sigue jugando lúcido, espigando horas alegres que pasan volando. Cantaremos un Carpe diem, con Francisco de Rioja, poeta sevillano de nuestro Siglo de Oro: “Goza la nieve y rosa que los años / te ofrecen; mira Aglaya que los días / llevan tras sí la flor y la belleza. // Que cuando de la edad sientas los daños, / has de envidiar el lustre que tenían, / y has de llorar en vano tu dureza”.

No sé si Aglaya prestará oídos a esta lección que le damos, Emilio, y suspenderá el desdén con que nos castiga. Por lo menos y por el momento, hablamos, cantamos y nos quedamos. Como Sócrates, aún podemos aprender a tocar la flauta.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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