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Ilustración de Celestino Piatti para el libro de Miguel Delibes: El mundo en la agonía (1975).
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Ilustración de Celestino Piatti para el libro de Miguel Delibes: El mundo en la agonía (1975).

AGUA, VIDA Y PUEBLO, por José Biedma López

sábado 27 de enero de 2024, 09:30h
AGUA, VIDA Y PUEBLO, por José Biedma López

El espíritu humano combate a lo largo de su breve historia contra dos fantasmas: contra Lo Inefable, con el Arte, expresando el Sentido que no puede ser del todo razonado; y contra El Infinito, en la tarea interminable de la Ciencia. Kant lo dejó escrito en una obra fresca e irónica: “Los sueños de un visionario” (1766): “No hay objeto alguno de la Naturaleza (…) del que se pueda decir nunca que se ha agotado su conocimiento por medio de la observación o por medio de la razón, ni siquiera una gota de agua (…), ¡tan inconmensurable es la multiplicidad de lo que la Naturaleza en sus partes más pequeñas ofrece a la consideración de un entendimiento tan limitado como el del hombre!”.

La Física actual ha confirmado esta previsión del sabio prusiano. ¿Cómo puede ser que el elemento mejor conocido, el agua que sirve de útero a la Vida, sea a la vez el más misterioso y extraño de los arcanos? Recientemente, un nuevo hallazgo sobre el agua obligará a modificar los libros de texto. Resulta que las moléculas del agua salada se organizan en los océanos de un modo diferente a lo que se pensaba, lo cual entraña decisivas implicaciones para nuestro conocimiento del aire que respiramos y del clima que disfrutamos o sufrimos. No hay dos copos de nieve idénticos y el agua puede existir como dos líquidos diferentes a la vez. Enigmático principio causal de la Vida -según descubrió Tales de Mileto, padre de nuestra ciencia-, el agua cubre dos terceras partes de la superficie terrenal. ¡Es extraordinaria!, la única sustancia que hallamos en condiciones ambientales en los tres estados: líquido, sólido y gaseoso. También es anómala su propiedad de que al enfriarse se expanda y aumente de volumen, razón por la cual flotan los icebergs. La lista de las propiedades únicas del agua es larga pero no está completa y -como previno Kant-, jamás la cerraremos del todo.

No sabemos lo que vale el agua hasta que falta. Arrastramos diez años de sequía y las olivas, que son mujeres en Jaén (como todas las especies de árboles en alemán: die Eiche, la Roble), sufren estrés y se esterilizan. Con ello el precio del aceite se dispara… Recuerdo la anécdota de aquel chico saharaui acogido en verano por una generosa familia de pueblo. Le preguntaron qué querría llevarse al campamento inhóspito del desierto en que los suyos sobrevivían. “¡El grifo!”, exclamó sin dudarlo. Profetas hubo en el siglo pasado que anunciaron que muchos de los conflictos de este siglo no tendrían que ver con el dominio de los combustibles fósiles, sino con la escasez de agua potable. Aquella que quedó atrapada en el subsuelo en tiempos de los dinosaurios no es renovable y las capas freáticas no recuperan su valioso jugo si no llueve.

Tampoco sabemos si es mejor el diluvio que la sequía. Las cárcavas y torrenteras erosionan el campo y los grandes ríos se llevan con nuestra abundante basura tóxica los limos fértiles al mar. Félix Rodríguez de la Fuente ya profetizó, mucho antes de que comiéramos microplásticos, que nuestra Era sería recordada como la Edad de la Basura. Detergentes, fosfatos, petróleo, mercurio, plaguicidas, nitritos…, todo acaba en el inmenso sumidero del agua oceánica. Algunos mares interiores agonizan desde hace mucho. El Báltico es un pozo de infección: anguilas tumoradas, peces ciegos a causa de residuos radioactivos… Puede que en poco tiempo la situación del Mediterráneo, si no despabilamos, no sea mejor.

Miguel Delibes, el genial escritor castellano, dio la alerta en 1975 con su ensayo El mundo en la agonía en los que razonaba su pesimismo respecto a la orientación del progreso tecnológico y sus efectos “de culatazo” (usaba esta metáfora de veterano cazador). Elevaba la voz contra la agresión a la naturaleza, envilecida por codicioso desvalijamiento: “Hemos creado una técnica avanzadísima con objeto de perfeccionar el mundo y lo que estamos consiguiendo es destruirlo”. El comandante Cousteau ya constató que la vida submarina había disminuido un 30 % en quince años. Se ha especulado con la posibilidad de que la contaminación de las grandes ciudades en las que quiere “progresar” todo el mundo sea la responsable de trastornos mentales que multiplican agresiones, violaciones, robos y asesinatos. A la contaminación atmosférica hay que añadir la autoinducida por el abuso de drogas cada vez más adictivas y peligrosas para la salud y para la seguridad de las personas “colgadas” y prójimas. Esto ratifica la afirmación de Erich Fromm de que para conseguir una economía sana hemos producido millones de humanos enfermos. Las conquistas rutilantes de la técnica, como la Inteligencia Artificial, no bastan para ocultar sus miserias y el “bienestar” del despilfarro cómplice genera inmundicias.

Hoy sabemos que todos navegamos en la misma nave estelar, el planeta Tierra, y que todo lo que no sea coordinar esfuerzos y armonizar técnica y naturaleza será perder el tiempo. Sin embargo, la fiebre del consumismo es más contagiosa que la del Covid; la austeridad, la templanza, la paciencia y la piedad, son rechazadas como virtudes caducas. Hace ya casi medio siglo, Miguel Delibes clamaba contra el “progreso”, no porque odiara a las máquinas, sino por el lugar en que las hemos colocado con respecto al hombre, por la deshumanización progresiva de la sociedad y la agresión a la naturaleza, es decir, por “la entronización de las cosas”. En nuestro Renacimiento, Antonio de Guevara menospreció la corte y alabó la aldea. También Delibes rechaza un progreso que envenena “la corte” de la gran ciudad e incita u obliga a las gentes a abandonar sus aldeas y a olvidar el rico vocabulario con que nombran a animales y plantas.

Hemos acorralado o momificado en museos y parques la cultura campesina, pero –según Delibes- no la hemos sustituido por nada noble. La España interior muere desertizada, porque nadie quiere parar en los pueblos que son símbolo de estrechez, abandono, paro y miseria. Puede que en la dualidad Técnica-Naturaleza la elección de esta última, igual que la elección de la artesanía en lugar del producto estandarizado y fabricado en China, sea la última oportunidad de resucitar al humanismo, oponiéndonos al gregarismo urbanita y apresurado de las megalópolis.

Concluye Delibes que ser de pueblo es un don de Dios. El verdadero progreso sólo puede consistir, como también vio dos siglos antes Kant, en ensanchar y armonizar la moral cosmopolita y en limpiar y cuidar el cordón umbilical que nos une, al margen de fronteras y muros, al planeta madre.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
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https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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