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'El prestigio de los profesores/as' , por Pedro Cuesta Escudero autor de Por una escuela pública de calidad. Bases para una educación íntegra
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"El prestigio de los profesores/as" , por Pedro Cuesta Escudero autor de Por una escuela pública de calidad. Bases para una educación íntegra

martes 05 de diciembre de 2023, 09:27h
'El prestigio de los profesores/as' , por Pedro Cuesta Escudero autor de Por una escuela pública de calidad. Bases para una educación íntegra

El profesor/a, en su calidad de profesional, necesita más que nunca el reconocimiento, la valoración social y un entorno profesional gratificante. La calidad del sistema educativo depende básicamente de ese reconocimiento del profesorado. Las Administraciones educativas deben velar porque los profesores/as reciban el trato, la consideración y el respeto que merecen en el desempeño de su tarea profesional.

Deben promover actuaciones dirigidas a que la población en general conozca y valore adecuadamente la labor profesional del profesorado. Hay que erradicar la tan extendida idea de que los profesores/as son distantes, mercenarios, ajenos a los problemas de sus alumnos/as, que trabajan lo menos posible, con excesivas vacaciones y que su rendimiento está por debajo de lo que ganan. Lógicamente, para que exista la valoración social, el profesor/a ha de ser exacto y celoso en el cumplimiento de sus deberes. Nunca daña tanto la disciplina como el mal ejemplo del profesor/a. Ha de procurar que siempre reine la alegría, pues es condición indispensable de la educación y enseñanza, ya que es el mejor estimulante de la actividad de los alumnos/as. El maestro/a y el profesor/a han de ser serios y amables, con entusiasmo juvenil, vasta cultura científica y mucho tacto pedagógico, que solo se adquiere con una experiencia bien cultivada y no con una práctica rutinaria.

Prácticas

Es de conocimiento vulgar que el carpintero se forma en el taller de carpintería viendo (y practicando) como se trabaja la madera. Con unas cuantas reglas técnicas no se forman esos profesionales. También la formación del profesorado ha de girar en torno a puras vivencias profesionales en un ambiente escolar. No hay otro camino para una seria orientación del futuro profesor o profesora. En todas las carreras profesionales la práctica forma parte del diseño curricular como una de las actividades básicas y fundamentales.

Y, sin embargo, hasta ahora sigue habiendo un abismo entre lo que se pide que sepan los nuevos profesores/as y lo que tienen que hacer cuando se hacen cargo de sus clases, lo que provoca grandes disfunciones. A los profesores/as de secundaria apenas se les forma pedagógicamente. Actualmente puede acceder al profesorado de secundaria cualquier licenciado con un máster de 60 créditos en la Facultad de Ciencias de la Educación. Y las prácticas de los maestros/as de primaria son demasiado breves y burocratizadas. Las prácticas deben estar integradas en el plan de estudios. Es preciso relacionar los conocimientos teóricos con la experiencia. En contacto con la profesión el aspirante se introduce en el complejo campo del trabajo, donde comprueba sus aptitudes personales y, además, detecta los problemas más apremiantes de la profesión. La Pedagogía como ciencia comprende una serie de conocimientos relativos a la educación, ordenados y elaborados y sujetos a una serie de leyes determinadas, pero es preciso relacionar esos conocimientos teóricos con la experiencia.

Tiene que haber una verdadera sintonía entre el Centro de Formación del Profesorado y la escuela o el instituto. Por parte del Centro de Formación del Profesorado ha de haber un profesor/a-tutor que se ocupe y se responsabilice de un número reducido de alumnos/as de prácticas y les oriente en sesiones de seminario y asegure el contacto directo con las escuelas o institutos. Ese profesor/a-tutor ha de evaluar junto con el coordinador/a pedagógico de la escuela o instituto las prácticas del futuro profesor/a. La aprobación de las prácticas será un requisito inexcusable para la obtención del grado. El primer periodo de prácticas ya se empezaría a realizar en los dos cursos del ciclo inicial, en el periodo de tiempo que hay entre las vacaciones de la Universidad y las vacaciones escolares. Entre esos dos cursos se visitarían una escuela infantil, otra de primaria y otra de secundaria. Los coordinadores/as pedagógicos acogen a los alumnos/as en prácticas en una visita previa para situarlos respecto a las características del arquetipo de alumnos/as y profesores/as de cada centro, que deben reflejarlo en una memoria que entregarán al profesor/a-tutor del Centro de Formación del Profesorado. El alumno/a en prácticas debe asistir a las distintas clases durante toda la jornada escolar, incluyendo reuniones de nivel, de áreas, claustros y reuniones con los padres. Con estas prácticas los aspirantes contactan con la realidad escolar, observan la actuación de maestros/as y profesores/as, el comportamiento de los niños/as y adolescentes y las características de la dinámica educativa, conocen los elementos que inciden y condicionan la tarea educativa y se familiarizan con los distintos recursos y habilidades imprescindibles para desarrollar la actividad docente y educativa. Y continuarían familiarizándose con el trato de los niños/as y adolescentes siendo monitores en las colonias escolares de verano.

El segundo periodo de prácticas, en el tercer año de carrera, el alumno/a en prácticas, ya en el centro escolar de la especialidad elegida y solo en sesión de mañana, asistiría durante una semana entera a cada uno de los cursos para conocer la problemática de cada uno de ellos, para aprender didáctica, formas de enseñar y de educar, a programar y a familiarizarse con la dinámica de cada clase.

Y el tercer periodo de prácticas se llevaría a cabo en el último curso de la carrera. Si se establece la jubilación voluntaria del profesorado a tiempo parcial a partir de los sesenta años, se compartiría con el alumno/a en prácticas sueldo y trabajo. El alumno/a en prácticas cobraría el medio sueldo que la Administración se ahorraría con la media jubilación. El prejubilado cobraría el otro medio sueldo, media jubilación y el complemento correspondiente por asesorar al alumno/a en prácticas. El primer trimestre le explicaría como se lleva una clase y una tutoría y el resto del tiempo se repartirían el trabajo a convenir.

Todos los alumnos/as en prácticas de la especialidad y etapa que sea deberían asistir a los Congresos y Exposiciones que se celebrarían al final de cada curso. Al término de las prácticas se deben entregar las Memorias correspondientes al Centro de Formación del Profesorado donde cursara sus estudios para su adecuada evaluación y la consecución del título correspondiente, que sería de Educador/a Infantil, de Maestro/a de Primaria, de Profesor/a de la Secundaria en la especialidad elegida, de Educación Especial, etc. Titulaciones que deberían estar homologadas en toda la Comunidad Europea, porque no se puede ir en contra de la libre circulación de trabajadores/as dentro de Europa.

Para poder impartir clases de Enseñanza General Superior (antiguo bachillerato) y/o Módulos Profesionales se habrían de ampliar con la adecuada suficiencia los estudios en la Universidad o Estudios Superiores a través de un máster. Es por ello que el dar estas clases de EGS o de Módulos Profesionales debe suponer un plus en las retribuciones. También se precisaría otro máster para obtener el título de Coordinador/a Pedagógico.

Acceso a la función pública

Con la obtención de esos títulos se queda habilitado para ejercer la profesión en la especialidad escogida. Pero para el acceso a la función pública docente no creemos que se deba hacer a través de un concurso oposición como se viene haciendo hasta ahora, ya que son pruebas retóricas que, ni evalúan las cualidades que deben acompañar a un buen profesional, ni contribuyen a perfeccionarlo. (Y esto lo avala y dice uno que siempre aprobó a la PRIMERA el ingreso al Bachillerato, la reválida de cuarto, el ingreso a la Escuela Normal, la reválida del Magisterio, las oposiciones al Magisterio de Primera Enseñanza y las oposiciones a Secundaria) “El celo de los profesores- escribió el insigne Giner de los Ríos- , la honradez concienzuda para cumplir sus deberes, su amor a la verdad, la dignidad de su carácter, su sentido para la enseñanza y para la vida, sus costumbres, su vocación profesional, he ahí sin duda las primeras cualidades de un maestro, todas las cuales quedan tan ignoradas y sin demostrar después de la oposición como antes”.

Para ingresar en el escalafón de educador/a, de maestro/a o de profesor/a de una manera definitiva en la Comunidad Autónoma en donde se ha estudiado y realizado las prácticas se necesitarían cinco cursos completos de docencia en calidad de interino o sustituto en centros públicos, los suficientes para percatarse de la afinidad con esta profesión. Para ejercer en otra Autonomía o país de la Comunidad europea los educadores/as, maestros/as, profesores/as del escalafón que quisieran deberían superar las pruebas anuales de lengua, cultura, historia y geografía que a tal fin tenga a bien exigir el país o Comunidad autonómica en cuestión.

La formación permanente

Hasta ahora la vida profesional de los profesores/as de secundaria con el TED (Título de Especialización Didáctica) o con el antiguo CAP (Certificado de Aptitud Pedagógica) en el bolsillo –títulos teóricos- se inicia un peregrinaje de sustituciones sin que nadie se responsabilice de orientarles y ayudarles en las dificultades inherentes a cualquier principiante, pero en estos casos agravados con los continuos cambios de centros, alumnos/as, niveles y materias, lo que le obliga a adquirir ciertos resabios que le acompañarán toda su vida profesional. En un segundo momento los noveles preparan y aprueban las oposiciones, pruebas retóricas como hemos dicho antes que, ni evalúan las cualidades que deben acompañar a un buen profesional, ni contribuyen a perfeccionarlos. Y continúan con los mismos problemas, que los irán sorteando como les indique el sentido común, pero lo corriente es que tras una serie de tanteos los profesores/as noveles se recuestan en la dulce almohada de una rutina que apaga sus inquietudes y tranquiliza sus conciencias. Y es un absurdo pedir que en esas circunstancias realicen milagros.

Es preciso aceptar el hecho de que la formación inicial de los educadores/as no puede tener un carácter exhaustivo, por lo que se ha de aceptar la formación permanente. La formación permanente de los educadores/as y su adecuación a las condiciones de trabajo constituyen un elemento esencial para lograr una educación de calidad. Por una parte la sociedad no es inamovible y continuamente hay transformaciones y nuevas demandas educativas, ya que los comportamientos, las actitudes y los valores cambian, hace necesario que dentro del mismo concepto de reforma se tenga que articular la formación permanente del profesorado. Además, lo que se enseña tampoco es algo estático, por lo que obliga a ir poniéndose al día. Como la formación permanente del profesorado es más importante, incluso, que la formación inicial, la Universidad ha de dar facilidades para que el profesorado pueda compatibilizar su trabajo con nuevos estudios superiores. No consiste que el profesorado solo aprenda lo puntual, sino que la formación del mismo se ha de trabajar durante toda su vida profesional. No solo ha de ponerse al día, como cualquier profesional, sino que también ha de ir revisando e intercambiando estrategias psicopedagógicas y didácticas para resolver los problemas que la acción educativa y docente va planteando. Una formación permanente de acuerdo con las exigencias de la sociedad y las necesidades de la comunidad educativa. Si un profesor/a se pone constantemente al día se puede asegurar que no se hace rutinario y caduco. La renovación constante con inquietudes ahuyenta el tedio, el aburrimiento y la rutina.

Así como la actualización permanente forma parte de cualquier actividad, los profesores/as han de incorporar los nuevos conocimientos científicos de las materias que están enseñando, pero, además, ante el gran reto de educar en un universo escolar multicultural, ha de revisar constantemente sus métodos pedagógicos o didácticos. El tratamiento de la diversidad requiere de un profesorado con una fuerte formación de metodologías de enseñanzas y aprendizajes, así como de una mayor disponibilidad de recursos y apoyos. Esa actualización permanente significa que se tienen que establecer programas y actuaciones que requieran el compromiso y la participación del profesorado para responder a los objetivos de los centros escolares. Significa, también, que deben haber cursillos, sesiones de trabajo de puesta en común, reuniones donde se discutan los problemas, intercambios de experiencias, planificación de actividades, ciclos de conferencia y congresos y exposiciones de material didáctico al final de cada curso, donde las experiencias de unos y de otros sirvan para la actualización de todo el profesorado y de estímulo para la propia superación. Los encuentros de estos profesionales al final de cada curso servirían de reflexión y actualización pedagógica, de intercambio de puntos de vista en la resolución de los problemas cotidianos, por lo que la asistencia ha de ir más allá del voluntarismo. Los certificados de asistencia servirían para un incremento del sueldo a través de sexenios. Los cursillos irían a cargo de inspectores/as, de profesores/as de las facultades de Ciencias de la Educación y/o educadores/as que hayan destacado por sus investigaciones o por sus trabajos. Por otra parte las Administraciones educativas deben fomentar la investigación y favorecer la elaboración de proyectos que incluyan renovaciones curriculares, metodologías, didácticas o de organización para después exponerlos en los Congresos y Exposiciones.

Por último, para la potenciación de la formación continua del profesorado debería crearse un Instituto Europeo de Formación del Profesorado, a fin de que hubiera una especie de homologación real entre todos los educadores/as europeos, pues la acción educativa es la mejor palanca para conseguir una Europa más unida. También sería conveniente que todos los títulos de los educadores/as de la Unión Europea estuvieran homologados.

La jubilación

La jubilación es una cuestión que se debe abordar en sus justos términos. En primer lugar hemos de tener en cuenta que para educar se necesita una vitalidad, un empuje, que no se precisa para enseñar. A partir de los 60 años ya no se tiene el humor y la energía suficientes para tutelar a un grupo de niños/as o de adolescentes pletóricos de vivacidad y dinamismo. Ya empiezan a aparecer achaques que hacen que ya no se esté en las debidas condiciones de continuar con este trabajo tan arduo como es responsabilizarse de la educación. Ocurre igual con los hijos, que se necesita vigor y fortaleza para criarlos y educarlos, por lo que la misma naturaleza establece que a esas edades ya no se tenga descendencia. Y ya no es solo referido a las facultades del educador/a sino también a la misma educación, que precisa de ímpetu y renovada ilusión. Y, sin embargo, en esas edades de la década de los sesenta es cuando se está en la plenitud de la experiencia, es cuando se ha alcanzado la madurez profesional. La conclusión es que, si por una parte se hace necesaria la jubilación, por otro lado sería un despilfarro desaprovechar esa experiencia acumulada. Se hace más difícil la tarea de dirigir una tutoría, pero se puede y se debe seguir enseñando. Si hay gobernantes que rebasan esas edades con responsabilidades más complejas, también se pueden continuar con las tareas directivas que se tengan. La solución más idónea sería la jubilación a tiempo parcial, o sea continuar dando clases, teniendo preferencia en la EGS o a las de módulos profesionales, si se tiene la requerida capacitación, pero sin la jornada completa y sin responsabilizarse de ninguna tutoría. También adjudicarle a un prejubilado, como hemos dicho, un profesor/a novel en prácticas. Y esa situación se podría prolongar hasta los 65 años en que se establecería la jubilación voluntaria, para convertirla en forzosa a los 70 años. Aun así el profesor jubilado continuaría como miembro de honor de la Comisión pedagógica del centro donde se hubiera jubilado para seguir aportando su experiencia y para realizar o colaborar en todos aquellos trabajos de investigación o de innovación pedagógica que quisiese. Es decir, a pesar de la edad se puede seguir siendo útil, se puede seguir trabajando, pero sin obligaciones. Un ejemplo concreto soy yo mismo que llevo más de 20 años jubilado y, sin embargo, con muchas ideas que ofrecer.

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