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SOBRENATURALES, por José Biedma López
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SOBRENATURALES, por José Biedma López

martes 03 de octubre de 2023, 08:31h
SOBRENATURALES, por José Biedma López

Hace tiempo que el calificativo “natural” se engalanó como eslogan publicitario. La naturaleza nos fabricó primates, pero por muchos genes que compartamos con ellos ni los orangutanes usan champú ni las chimpancés mascarillas de rejuvenecimiento ni los bonobos (aun tan promiscuos como nosotros) matan como Otelo por celos imaginarios. Lo “natural” no es el jabón. Muchos de nosotros habríamos pasado ya “a mejor vida” si no existieran los antibióticos. La tecnología, hija bastarda de la cultura de descubridores e inventores, nos salva a la vez que nos complica lo que queda de “natural” en nuestra existencia terrenal (con sus “muñones” de instintos, que diría Ortega), generándonos nuevas y cada vez más sofisticadas necesidades.

La naturaleza también tiene su “tecnología” como las avispas papeleras sus celdas hexagonales. Sin embargo, el hombre es esencialmente animal técnico porque el control y descontrol del fuego (por simbolizar la tecnología con ese don prometeico) nos salvó de la extinción, claro que también puede facilitárnosla; el fuego y todo lo que el fuego proveyó: calor, asepsia, luz, protección, instrumentos, enseres, armas… Un alumno de bachillerato me lo explicó con brillante paradoja: “el hombre no es naturaleza, por naturaleza.

Apetecer y percibir, desear y conocer son las aptitudes naturales de los seres vivos, pero todo acto creativo es una declaración de independencia respecto a los designios de la naturaleza, a la que Kant tenía por madrastra; y por ser animales técnicos, somos también descubridores e inventores o -por decirlo teológicamente-, creadores a imagen y semejante del Supremo Hacedor, sólo que nosotros no podemos crear “de la nada”, sino que siempre lo hacemos observando la naturaleza o aprendiendo de la cultura y de los errores de la historia. Puede que el Reino de la Naturaleza, indiferente al bien y el mal, sea compatible en el infinito con el Reino de la Gracia (verdad, bien y belleza), pero en este mundo ambos reinos no son congruentes ni armónicos. Podemos reconocer valores naturales, como el aire limpio y el agua clara; sin embargo- como dice Javier Echeverría-, los valores humanos se fueron separando de los naturales y “al final, se ha llegado a producir una radical separación entre la naturaleza y el arte”. Echeverría cita a Oscar Wilde: “Cuanto más estudiamos el Arte menos nos interesa la Naturaleza”. Para una perspectiva esteticista como la del genio irlandés, lo natural acaba siendo lo tosco, lo monótono, lo falto de plan, lo inacabado… Y tampoco vale absolutamente este desprecio porque –como decía Nietzsche- se mancha a sí mismo quien escupe a la tierra.

No sé si habrá alguien que considere “natural” que en la provincia de Granada convivan tres veces menos niños que mascotas o que abunden cada vez más los restaurantes en los que prohíben la entrada de niños y permiten las de mascotas. Recordemos, por otra parte, que ni gatos ni perros han surgido espontáneamente de la evolución natural, ¡son inventos artificiales! Por supuesto, no simples máquinas creadas por Dios, como pensaba el espadachín razonador Descartes. Sienten, se alegran y sufren. Creo recordar que María Zambrano consideraba al gato algo así como el aporte más gracioso de la cultura faraónica.

En la naturaleza no hay derechos ni obligaciones, sólo fuerzas y poderes. El apetito de poder y de dominio es lo natural. Someter el reparto de poder y dominio a la razón o al interés general es lo decente, es decir, lo sobrenatural. Somos seres morales, o sea sobrenaturales. El sometimiento de la fuerza bruta y del poder a ley es la clave del pacto social que fundamenta nuestra democracia.

“La naturaleza no prohíbe nada más que lo que nadie desea y nadie puede”, sentenciaba con gran realismo Spinoza. En estos días berrean los ciervos en nuestras sierras, la naturaleza no se opone ni a peleas ni a odios ni a engaños, “¡hasta la hormiguilla tiene su rabietilla!”. Las moscas sírfidas simulan que son avispas para burlarse de los pájaros, y eso que lo normal no es que la presa potencial “mienta” al depredador, sino más bien lo contrario: que sea el carnicero el que haga trampa.

Lo que tal vez quiso decir mi estimado bachiller es que somos sobrenaturales por naturaleza (“metanaturales” o, dicho a la romántica, seres espirituales). Está en nuestros genes tanto la aptitud para inventar leyes como la capacidad de someternos a ellas y también, muchas veces, el deseo de transgredirlas, leyes que no son naturales sino convenciones sociales (nomoi) tal y como descubrieron los grandes sofistas griegos hace veinticinco siglos. Los derechos que ahora se atribuyen también a los animales (sin su necesario correlato de obligaciones, que tendrán que asumir sus dueños por ellos) son engendros sobrenaturales. Bien entendido que los derechos y las obligaciones no son menos valiosos porque sean artificios o sólo expresen la voluntad de una mayoría. Son una de las grandes invenciones del género humano y un aporte meritorio, universalizable, de nuestra cultura occidental. En cualquier caso, no es la Naturaleza la que obliga, sino el pacto. Los animales no pactan, es decir, no dialogan, acuerdan y se comprometen (pacta sunt servanda). Nietzsche definió con profunda perspicacia al ser humano diciendo que es el animal que puede prometer, que es como obligarse a repetirse o retomarse en el futuro, aunque ya no sea uno el mismo. Eso que en moral se llama integridad es una categoría espiritual cuya ausencia ha de notar el pensamiento ético en el político o la política.

Es desde luego el espíritu el que le impone a la naturaleza un orden impropio gracias al cual los enfermos no son abandonados a su suerte y el macho no usa ya su musculatura –si es algo más que una bestia- para someter a la hembra. Es el contrato el que obliga a no hacer a nadie lo que no se quiere que le hagan a uno y a defender el derecho ajeno como propio.

Podemos pensar la Naturaleza como un poder que nos es lícito hasta cierto punto controlar, pero al que sin remedio debemos también someternos, porque nos va en ello nuestra supervivencia como seres dobles, radicalmente naturales aunque también proyectivamente sobrenaturales. Hablamos por ello de economía sostenible, es decir, de una acción humana que armonice con la conservación del medio natural, nos sostenga y preserve nuestra vocación espiritual.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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