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LA MAGIA DE TRINACRIA, por José Biedma López

LA MAGIA DE TRINACRIA, por José Biedma López

A María José Salmerón

jueves 07 de septiembre de 2023, 07:26h
LA MAGIA DE TRINACRIA, por José Biedma López

Me declaro fan de Trinacria, amigo de Sicilia, porque es uno de esos puentes por los que cruzaron todas las grandes civilizaciones del Mediterráneo, de Asia Menor y, alguna, del Atlántico como la normanda. Escribo esta loa del balón triangular que chuta la bota italiana cerca ya del otoño, pues no es recomendable animar a nadie a que visite la isla en verano si no quiere que le frían la sangre las masas de turistas y las altas temperaturas. Los cuarenta grados les sientan bien sin embargo a esas naranjas de corazón rojo (sanguinas), refrescantes y sabrosísimas, que producen los hortales sicilianos.

Escrito atribuido a la inspiración del Diablo por la monja María Crocifissa (1676)
Saludos
Escrito atribuido a la inspiración del Diablo por la monja María Crocifissa (1676) Saludos

Soy fan del comisario Montalbano y de las hembras misteriosas con las que se cruza en sus investigaciones policiales. También del escritor Vázquez Montalbán, catalán españolísimo y en homenaje al cual Andrea Camilleri llamó Montalbano al protagonista de sus novelas. Sicilia, siempre al borde del colapso volcánico, es y no es Italia. Allí las esquelas son enormes, la gente reza antes de partir en tren o en autobús, y la renta per cápita oficial no tiene nada que ver con la real, porque la economía sumergida brilla por sus respetos de La Cosa Nostra.

En Sicilia dejaron sus huellas sicanos, sículos, griegos, romanos, árabes, normandos y españoles, aragoneses sobre todo. Los templos dóricos mejor conservados de la época de Platón están en Sicilia, en un valle de Agrigento, antigua ciudad de Empédocles, sabio que, siguiendo a Parménides, ideó una esfera divina en la que todo se mezcla armónicamente según Amor y Odio por los siglos de los siglos. Dicen que Empédocles, también médico y político además de filósofo, se arrojó al Etna buscando su unión divina con la Naturaleza.

¡En Sicilia cualquier cosa es posible! Mucho después de que Platón ensayase allí la construcción de su república ideal financiada por el tirano de Siracusa (Dionisio I), Giulio II Tomasi, tercer príncipe de Lampedusa en 1667 y conocido como el Duque Santo quiso hacer de Palma de Montechiaro una ciudad ideal. Su hija Isabella no le fue a la zaga en visiones beatíficas, y no tan santas, pues oía al Maligno susurrarle al oído. Ingresó en el convento a los quince años. Un día, en el jardín, el Diablo le tiró una piedra (que se conserva) y tuvo que aparecer nada menos que Santa Catalina de Siena para detener el impacto.

Otro día de 1676, Isabella Tomasi, es decir la religiosa sor María Crocifissa della Concezione ya con treinta y un años, despertó en su habitación retorciéndose en el suelo y cubierta de tinta. Al salir del trance se percató de que había escrito varias cartas ilegibles. Explicó a sus compañeras que había sido poseída por Satanás. Poniéndola a prueba, el Príncipe de las Tinieblas le había obligado a escribir misivas heréticas. De las mencionadas epístolas sólo se conserva una cuya taquigrafía ha fascinado a filólogos y escritores de la altura de Umberto Eco. Devotos, científicos y locos han intentado descifrar el misterioso documento que contiene caracteres rúnicos, griegos, árabes, latinos e inventados (o inspirados por algún espíritu maléfico, o por un duende burlón).

En 2017 un grupo de investigadores del Museo de Ludum (Catania) pretendieron haber descifrado la enigmática misiva luciferina. Echaron mano de un algoritmo de la Deep web (o Dark web, la Internet profunda u obscura), es decir una secuencia de órdenes informáticas usada para desencriptar documentos top secret. El resultado es pobre pero inquietante: Se define a la Santísima Trinidad como un lastre. Se afirma que Dios es una invención del ser humano, pero también que “Dios cree que puede liberar a los mortales”. La críptica epístola sentencia que “El sistema no funciona para nadie” y que “tal vez, ahora, Styx es cierto”. Styx es el río o laguna Estigia de la mitología griega, el caudal o frontera líquida que separa a vivos de muertos.

Los expertos con su algoritmo del Internet obscuro no han logrado más que traducir quince líneas de la carta diablesca. Afirman que su contenido es incoherente. Se ha especulado con que el documento pueda ser una muestra inconsciente de rebeldía, que Elisabetta Tomasi no estaba cómoda en el convento, o tal vez expresión de bipolaridad esquizoide. Lo cierto es que sor María Crocifissa no era una analfabeta y había aprendido y leído muchos idiomas en la biblioteca del Convento de la Benedicción de Palma de Montechiano.

En la única novela de un pariente moderno suyo, Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957), Isabella Domenica Tomasi, es decir la monja Maria Crocifissa, aparece con el nombre de Beata Corbera y como fundadora del convento, al que dotó y en el que vivió y murió santamente. Allí reposan sus restos y en su tumba reza la aristocrática familia Salina cuando llega a la ciudad de Palma, que ellos mismos fundaron. En su novela Il Gattopardo (1958) don Fabrizio Corbera, príncipe de Salina, es el alterego del bisabuelo del escritor Giuseppe. Fabrizio da su aquiescencia a un nuevo periodo histórico.

Lampedusa es la isla más al sur de Italia, tan próxima a África que ha saltado a la actualidad por las numerosas pateras de inmigrantes tunecinos y libios que intentan hallar refugio en Europa. El principado de Lampedusa fue un título creado por Carlos II rey de España en 1667 a favor de Giulio I Tomasi, duque de Palma. El escritor de la famosa novela El Gatopardo, Giuseppe Tomasi, fue el XI príncipe de Lampedusa. El escudo de la familia incluye un serval o gatopardo africano rampante en campo de azur. César A. Molina afirma que la estirpe de Isabella y del escritor se remonta a Palmerio De Caro, un militar catalán.

Tuve la fortuna de poder desayunar en el salón donde se rodó una de las escenas más famosas de la película El gato pardo (1963) de Luchino Visconti, con Burt Lancaster, Alain Delon y Claudia Cardinale de protagonistas. Ni qué decir que Visconti se basó en la novela del mismo título de Giuseppe Tomasi. Me permití tomar un Frangelico carísimo, ese licor de amargas almendras que sabe a cianuro, en uno de los saloncitos del Grand Hotel Des Palmes. Como decía mi abuelo, “¡un día es un día!”. El escritor hizo también memoria de su bisabuelo para hacerlo protagonista de su novela, que pergeñó con más de sesenta años. Se conservan también unos admirables cuentos suyos.

El Gatopardo es paradigma de una actitud, que también podríamos llamar filosofía: El lampedusismo, un tipo de cinismo aristocrático, como aquel de la condesa que ante la proclama de su mozo de cuadra: “¡Señora, ha llegado el momento de darle la vuelta a la tortilla!”, exclama. “Vale, Fermín, pero usted seguirá siendo patata”. Revoluciones que se anuncian como fin de la opresión y acaban produciendo nuevas formas de canallismo opresor.

Citaré al maestro: “Nosotros fuimos los gatopardos, los leones: quienes nos sustituirán serán los pequeños chacales, las hienas; y todos, gatopardos, chacales y hienas, seguiremos creyéndonos la sal de la Tierra”. Ninguno de los tiempos que se desvanecen perecen eliminados del todo. Ninguna voluntad se pierde -según dice mi amigo Modesto Modales. Aquellos latifundistas sicilianos tenían sus defectos, pero también sus señoriales y magnánimas virtudes y, por supuesto, sus delirios y desvaríos. Su decadencia, como los colores del otoño, puede resultar estéticamente sublime y éticamente ambigua. El sobrino del príncipe lo deja claro con la máxima que resume un aspecto fundamental del lampedusismo: “Que todo cambie para que todo siga igual”. ¿Resignación cristiana? ¿Conformidad estoica? O adaptación darwiniana.

Giuseppe, príncipe de Lampedusa, estuvo siempre muy unido a su madre. Fue educado por tres mujeres en las bibliotecas de los palacios familiares. Su abuela le leía las novelas de Emilio Salgari. Estudió derecho y fue hecho prisionero por los austriacos en la derrota de Caporetto. Logró escaparse y volver a Sicilia con el grado de teniente. Estudió literatura extranjera y se casó con una psicoanalista letona de origen alemán a la que conoció en Londres, también de origen noble pero que chocó con su suegra. Sin embargo, tras la muerte de la Mamma, el autor residió con Licy en su palacio de Palermo, donde había nacido. El mismo palacio palermitano que destruyó un bombardeo norteamericano. Todo un símbolo de fin de época.

Con el último Gatopardo se apagaba una cierta cultura, mezcla de idílico espíritu pastoril y quijotesco aristocratismo mesiánico. Este melancólico final es tamizado con un sentido de reconciliación final con el flujo incesante de la vida y de la historia, todo envuelto en la atmósfera de un humor escéptico que nos recuerda la máxima bíblica: “Nada nuevo bajo el sol”. Como si lo humano pudiera adoptar renovadas metamorfosis, pero sin cambiar en lo profundo, donde todavía oímos murmullos de ángeles pecadores y heréticos rumores.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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