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ESMERALDA DE LUCIÁN (Relato), por José Biedma López

ESMERALDA DE LUCIÁN (Relato), por José Biedma López

lunes 28 de agosto de 2023, 08:42h
ESMERALDA DE LUCIÁN (Relato), por José Biedma López

Lucían era un chico que no llamaba la atención por sus modales femeninos ni lucía ademanes afeminados, simplemente experimentó lo que otros muchos adolescentes: En aquel selecto colegio, privado y caro, se enamoró de un compañero, joven efebo reencarnación de Apolo, lechuguín alto y patricio, mozo listo de maneras elegantes, vástago de notario con ilustre apellido de esos que empiezan por dé de dedo; doncel como esos que miran a todo el mundo por encima del hombro. Por nombre del guaperas: Arturo.

Aquel amor imprevisto sobrecogió a Lucián y le distrajo de sus quehaceres; le perturbó profundamente; le conmovió hasta perder otro apetito que no fuese mirar y acercarse al ídolo de su imprevista adoración. Lo peor fue que aquel arrebato le sumió en una ciénaga de dudas sobre su propia valía, por causa de la poca atención que Arturo le prestaba.

Menos mal que fue un deslumbramiento pasajero. Pronto, antes de los exámenes de junio, Lucián comenzó a verle defectos al semidiós que había sido objeto de su devoción y a considerar su fervorosa inclinación como ridícula. Lucián se sintió muy propio y común bailando con chicas en la fiesta de final de curso y haciendo como que castigaba a Arturo con el látigo de su indiferencia.

Cursaba con brillantez sus estudios de ingeniería de sistemas telemáticos cuando una mañana se sorprendió al encontrar en el escritorio de su ordenador portátil lo que parecía una novela inacabada. Al día siguiente, lo mismo, pero la narración había avanzado. Le pareció estupenda, interesante, de prosa amena y correctísima, muy ceñida a situaciones y conflictos familiares de actualidad. No tuvo más remedio que pensar que la estaba escribiendo él mismo, aunque en un estado de sonambulismo. Tuvo por genio astuto a la musa que le inspiraba en aquel estado hipnótico del que no se acordaba.

Una vez concluida la novela (el final impactaba al lector), Lucián la mandó a una agente literaria que la colocó en una editorial. Lucián no esparaba mucho de la iniciativa, pero hete aquí que no había pasado un mes cuando le contestó el director de una empresa importante de medios de comunicación. El email empezaba: “Distinguida señora”. Y continuaba: “Reciba mi más calurosa felicitación. Su excelente prosa será una revelación en el panorama de la literatura feminista actual. Admiro su extraordinario talento. Atentamente, Victoriano Murguillo, director del Semanario del hogar: Salud y belleza".

Aquella carta sumió a Lucián en el estupor. Necesitaba reflexionar. Así que dio un largo paseo. Salió del centro donde vivía hasta caminar por los arrabales de la ciudad. Entró en un bar no muy concurrido. Pidió en la barra un trozo de tortilla de patatas y bebió dos cañas de cerveza que le entonaron. Regresó a su apartamento, un ático que compartía con una compañera que estudiaba filología semítica. Había resuelto el enigma de su extraña naturaleza y hallado la solución al misterioso problema de sus tránsitos nocturnos y proezas sonambulares. ¡Era hermafrodita! Aunque no físicamente, sino de un modo espiritual. Dos personalidades profundas en una. Jekyll y Hyde, o mejor: Lucián varón y Lucián mujer. Aquella hipótesis resultaba congruente con su enamoramiento de Arturo durante el bachillerato. Lucián mujer era una muchachita emotiva con enorme talento, aficionada a la literatura y con don de gentes.

El descubrimiento le serenó. Consagraba el día a la metalógica, la metamatemática y a sus estudios de ingeniería, con ayuda de la inteligencia artificial. Pero cuando se acostaba a medianoche, era consciente de que despertaría bajo una personalidad diferente: la sensibilidad exquisita de “Luciana”. Sus novelas le proporcionaron un enorme éxito, importantes actrices y actores las entonaban para invidentes y se vendieron guiones para televisión. Todo esto le proporcionó a Lucián un caudal constante que corría hacia sus diversas cuentas corrientes y le permitía satisfacer las tres mayores ilusiones de su vida: usar ropa íntima de seda, beber el mejor de los güisquis “single malt” y fumar cigarros puros de Vuelta Abajo (Cuba).

Firmaba sus novelas con el nombre de Esmeralda Belaire. Las acciones literarias de Esmeralda durante la noche o en algunas siestas estivales no le hubieran inquietado, pero resultó que Esmeralda empezó a colonizar la personalidad consciente de Lucián si este durante el día afectaba cansancio, nerviosismo o enfermedad. Se resistía y pugnaba por reunir suficiente energía para recobrar la que consideraba su verdadera personalidad… Ya egresado y con un importante puesto directivo en una empresa de construcción de aeronaves halló en la hiperactividad y los viajes placenteras emociones, excitantes y sedativas, pero cuando sometía su cuerpo a esfuerzos prolongados Esmeralda se arrojaba sobre él como una pantera hambrienta y al acecho para robarle la conciencia y el yo ejecutivo.

La existencia de Lucián se fue transformando lenta pero incesantemente en una pesadilla. Pensaba que Esmeralda carecía de sentido del humor, así que no podía comprender por qué disfrutaba con sus bromas creativas. De pronto se veía saliendo de un aseo de chicas sin recordar haber entrado en él. Llevaba una doble vida que no podía contar a nadie. No poder desahogarse le amargaba. Sudaba en frío cuando encontraba por la mañana en la mesa de su escritorio cuartillas cubiertas con letra grande, que nada tenía que ver con los “pies de escarabajo” que se atribuía a la caligrafía femenina del siglo XVI. Letras redondas de persona creativa. Algunas grafías se afilaban como alfileres, otras como espadas, conectadas entre sí por lazos que revelaban un pensamiento sistemático. Las oes se abrían afables y todas las íes llevaban un punto alto delatando imaginación y ambición optimista. El palo horizontal y voluntarioso de la te subía cada vez más alto… Se trataba del borrador de un artículo de opinión que firmaría su alter-ego famosa, Esmeralda Balaire, una firma que ya era apreciada en los grandes diarios y en sus suplementos semanales. El público no contaba con un icono de la escritora ni con detalles de su vida, ni en la Wikipedia ni en las redes sociales, lo que le daba un plus de misterio e interés al personaje.

En las páginas de un libro, el drama del doctor Jekyll y de míster Hyde puede resultar una excitante aventura, sin embargo Lucián descubrió por su propia experiencia el horror insoportable de no ser ni por asomo dueño de sí mismo. Cada vez se sentía más bajo y sometido a la despótica tiranía de Esmeralda. A pesar de su bonanza económica, Lucián tenía varios frentes de depresión abiertos… Y fue precisamente Esmeralda la que le metió definitivamente en el agujero de un hospital siquiátrico cuando, sin que él supiera nada del asunto, besó en la boca a un chico en un cine de barrio. Nada, un beso robado. Pero el chico protestó y ella se presentó ante los guardias como la señorita Esmeralda Belaire, famosa escritora… Por supuesto, nadie le hizo ni puñetero caso.

- Siéntese, se lo suplico, señorita Esmeralda –le dijo el psiquiatra en tono condescendiente.

Quebróse entonces la resistencia de Lucián. Se echó de bruces sobre la cama, hundió el rostro en la almohada y empezó a sollozar. Al médico le parecía que –como sucede a veces con los niños- lloraba sin tema. Observó atentamente sus convulsiones nerviosas y dijo:

- Creo que está muy grave.

La enfermera asintió con un gesto.

Lucián se negó a comer. El médico autorizó la alimentación forzada y a la semana se presentó en su celda seguido de dos enormes celadores y de la enfermera.

- Vamos, vamos, señorita Esmeralda, ¿por qué no toma usted unas cucharaditas de esta sopa tan rica? Comeremos con usted. Está muy buena.

- No pienso comer –dijo Lucián en tono helado-. Es mi forma de protesta. Estoy más cuerdo que ustedes.

- Claro, claro –asintió el doctor con voz conciliadora.

La enfermera, piadosa y diligente, intentó darle una cucharadita, pero Lucián se la tiró al rostro lanzándosela con el dorso de la mano. El celador más fornido le agarró y él empezó a luchar desesperado. Coceó las espinillas del gigante que le abrazaba como una madre hace con un niño enfurecido.

Le sujetaron las piernas con una correa, los brazos con argollas, y Lucián desahogó su ira en juramentos y maldiciones. Supo que le inyectaban algo. Luego, cuando le dejaron solo, contempló el techo y permaneció inmóvil. Le pareció que flotaba y que su cuerpo se había vuelto inmaterial. Quería recordar cosas dolorosas, horrendas, siniestras, pensaba en hambrunas africanas, en intolerables vejaciones sufridas por mujeres musulmanas, en enfermedades raras… Todo para poder menospreciar su lamentable estado. En un instante apocalíptico le pareció sufrir todo el horror del universo.

Al poco tiempo sufrió una pulmonía complicada. Conservaba sin embargo una lucidez que también le hacía sufrir. Los dolores se agravaban de hora en hora. Pidió papel y lápiz para redactar un testamento. “Estoy completamente cuerdo –escribió-. Me asesinan porque no he tenido más remedio que ser fiel a mi doble naturaleza espiritual. El mundo es un infierno… Esmeralda brutal…, no, buena, yo malo…, intelectual egoísta. Quizá Esmeralda sea mejor…”.

Había caído en un delirio inesperado. Se le enturbió el cerebro. La realidad fue sustituida por una sucesión caótica de visiones fantasmales. Escenas de su infancia surgían y reaparecían súbitamente. Rostros horribles le contemplaban. A través de aquel mundo caleidoscópico desfilaban hileras de camellos de cuellos temblorosos como muelles con jorobas como cúpulas de iglesias. Se exasperó, comenzó a chillar, golpeó el aire y su celda se pobló de furiosos alaridos.

Mientras rugía y agitaba la mano derecha, seguía escribiendo con la izquierda frases serenas y legibles, ordenadas y juiciosas. Esmeralda era aún dueña de parte de sus deplorables facultades mentales. Tachó lo que Lucián había escrito e iluminada por una idea deslumbrante cogió otra hoja limpia y escribió: “Soy una mujer y estoy orgullosa de mi femineidad. No permitáis que os besen si no es vuestra voluntad, no toleréis que los hocicos de puerco manchen vuestras virginidades, ¡oh muchachas de todas las edades y credos, la irreflexión es tal vez un encanto femenino, pero en ciertos casos se convierte en un crimen”…

También Esmeralda comenzó a sentirse fatigada y el lápiz se detuvo. Por fin, escribió con mayúsculas gigantescas: “Deseo que me sepulten en un diminuto y rústico camposanto, con lindos querubines de mármol”…

La muerte se fue apoderando del espíritu de aquellas dos almas. Todo el dolor cesó al fin.

Las cuartillas fueron a parar a la basura como inútil obra de un loco.

La desaparición de Esmeralda del Parnaso literario fue primero un gran misterio. Periodistas de investigación se desmelenaron buscando a la autora desvanecida en la luz de los monitores . Sin éxito. Pronto también su nombre fue olvidado.

Del autor

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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