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Richard Harris y Russell Crowe en Gladiator, de Ridley Scott (2000).
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Richard Harris y Russell Crowe en Gladiator, de Ridley Scott (2000).

EXPULSIÓN Y VENGANZA DE FILÓSOFOS, por José Biedma López

domingo 23 de julio de 2023, 08:44h
EXPULSIÓN Y VENGANZA DE FILÓSOFOS, por José Biedma López

En general, las tiranías totalitarias se han llevado mal con la filosofía a lo largo de la historia humana, es decir a lo largo de esos diez mil años de horrores e inventos en nuestras condiciones y expectativas de vida. ¡Y los diez mil años del calendario histórico no son nada en comparación con el tiempo biológico o geológico que mide millones de años!

Russell Crowe en Gladiator
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Russell Crowe en Gladiator

No obstante, no todos los filósofos han sido demócratas, el más citado y yo diría que el padre de la Filosofía como Ciencia de ideas, Platón, apostaba más bien por un despotismo ilustrado y veía en la democracia una borrachera de libertades que conducía irremediablemente al peor de los sistemas concebibles, o sea, la tiranía, pues la gente acabaría prefiriendo el sometimiento a la autoridad y el capricho de uno, antes que ese caos en el que los hijos ya no obedecen a sus padres ni los alumnos respetan a sus maestros. Si la república de Platón tiene poco que ver con una democracia, nos resulta aún más escandalosa la complicidad de Heidegger con el ideario nazi o la de Althusser y otros intelectuales de izquierda con el estalinismo, por saltar al otro lado igualmente totalitario y ruinoso.

En cualquier caso, es difícil que las ciencias y la cultura prosperen sin un régimen que garantice la libertad de expresión y facilite la comunicación entre eruditos y sabios, así como la educación del pueblo. Se cuenta que Zenón de Elea se seccionó la lengua y se la escupió al tirano de turno. Anaxágoras tuvo que poner pies en polvorosa al ser acusado de impiedad por negar que el sol fuese un dios, el mismo Platón sufrió prisión en Siracusa por parte del tirano Dionisio II, y Sócrates, su maestro, pagó con la cicuta letal su impertinencia escéptica e inquisitiva. Pero los filósofos, víctimas del poder político, también han tenido oportunidad de saborear la venganza: manjar divino… Y no sólo porque satiricen al que manda, descubran sus ineptitudes, denuncien sus contradicciones y señalen con el dedo del niño de la fábula la desnudez del emperador…

Trásea Peto fue un destacado senador romano interesado por la filosofía estoica. Plinio el Joven cita sus aforismos, entre ellos: “quien odia el vicio odia a la humanidad”. Debemos a Tomás de Aquino una agudeza análoga: “mucho de lo útil desaparecería si se prohibieran estrictamente todos los pecados”. En efecto, ¡qué sería de nosotros si no hubiera gente que prefiere el dinero o el poder, la codicia o la soberbia, a las delicias del arte y de la tranquila vida familiar! Pero en los tiempos de Nerón, algunos “pecados” eran demasiado espantosos como para no odiarlos. Cuando Nerón pateó a Popea, su esposa embarazada, hasta matarla, Trásea decidió no asistir a la farsa del funeral en el año 65. Las habladurías contra él volvieron tensa su relación con el tirano, tan tensa como la de Julio César con Catón el Joven, quien se autodestripó en rebeldía contra la dictadura del “césar”.

Se supo que Trásea escribía una biografía de Catón el Joven y, para colmo, su yerno Helvidio, también formado en el estoicismo, hizo campaña a favor de la autoridad del Senado y de su independencia respecto del capricho del emperador Vespasiano. Nerón condenó a muerte a Trásea en el año 66, un año después de haber ordenado el suicidio de Séneca, ambos acusados de conspiración. Helvidio tuvo que exiliarse, aunque luego fue también ejecutado por Vespasiano, que sucedió a Nerón en el 69. A su sucesor Domiciano (r. 81-96) todos los estoicos le parecían problemáticos porque creía que –con sus razones- amenazaban su poder absoluto.

No obstante, Fania, hija de Trásea Peto y esposa de Helvidio, estaba decidida a honrar la memoria de ambos y buscó un biógrafo a quien entregar los diarios de su esposo. Dos amigos de Plinio el Joven tuvieron el coraje de aceptar el encargo: Aruleno Rústico y Herenio Senecio. Este último se había retirado de la vida pública para escribir, lo cual ya resultaba sospechoso. Su decisión le complicó la vida. En el año 93 el Senado le llamó a capítulo. Comenzó así una “caza de brujas” –digo de estoicos- que culminará con la expulsión los filósofos de Italia por orden de Domiciano.

También llamaron a Fania a declarar. Un abogado siniestro, Régulo (oponente de Plinio el Joven en el tribunal de los Centunviros) y un conocido delator político la interrogaron. El primero llamó a Aruleno Rústico “el mono de los estoicos” por haber escrito la biografía. Tanto Plinio el Joven como su amigo Tácito habían ascendido en sus carreras gracias a Domiciano y, seguramente asustados, se hicieron cómplices de la caída en desgracia de los filósofos a los que consideraban amigos… “Nos empapa la sangre inocente de Senecio”, escribió Tácito arrepentido. Tanto Senecio como Rústico fueron condenados a muerte; Mauricio, el hermano de Rústico, tuvo que exiliarse. Fania y su madre, también.

El Senado ordenó la quema de las biografías estoicas de Trásea y Helvidio, “sin duda se pensó que la voz del pueblo de Roma, la libertad del Senado y la conciencia de la humanidad quedarían aniquiladas en aquel fuego”, denuncia Tácito. El historiador Suetonio recuerda que el emperador estaba dispuesto a silenciar a cualquiera que ejerciera la parresía, es decir, la franqueza y libertad de expresión que los estoicos habían heredado de los cínicos, libertad que podía ser atributo de pobres y ricos por igual. Una ocurrencia satírica sobre un actor egipcio que hacía gracia a la emperatriz fue suficiente para mandar al poeta Juvenal al desierto de Egipto. También los cristianos sufrieron con Domiciano, aunque menos que los filósofos. El apóstol Juan fue desterrado a Patmos y un primo de Domiciano, Flavio Clemente, fue condenado a muerte por “ateísmo”, cargo que solía presentarse contra quienes no adoraban a las divinidades paganas y al emperador. Su esposa Flavia Domitila igual tuvo que exiliarse y sería canonizada con el tiempo.

No obstante, parece ser que la paranoia de Domiciano fue más benigna con los cristianos que con los filósofos. El historiador cristiano Eusebio cuenta que el emperador llegó a temer la Segunda Venida de Jesús, tánto que trató de reunirse con un nieto de Judas del que decían que había sido hermano o primo de Cristo, para preguntarle por “su reino”. Plinio el Joven recordará el gobierno de Domiciano, que era un tipo culto, como un periodo de secretismo y sucias maniobras políticas. El caso es que Domiciano era raro pero no tonto y no dejó peor el imperio que se lo encontró. Fue asesinado en el 96, tras gobernar durante quince años.

A Domiciano se le había augurado en su juventud el cómo moriría: que debía temer antes la muerte por hierro que por veneno; y el cuándo: vigilaba la llegada de una luna de sangre en la constelación de Acuario. Le dijeron para tranquilizarle que ya había pasado la luna roja y su chambelán le anunció la llegada de Estéfano, secretario particular de Flavia Domitila, la sobrina que el emperador había enviado al exilio tras la ejecución de su marido Flavio Clemente. Estéfano decía tener pruebas de una conspiración y se presentó ante el emperador con un puñal oculto en un falso vendaje. Le tendió a Domiciano un documento y mientras este se absorbía en su lectura le apuñaló en la ingle. El emperador se resistía a sucumbir, pero recibió siete puñaladas de Estéfano y de otros hasta palmarla con cuarenta y cuatro años. Ya era temido y odiado por casi todos y se dice que el complot contó con la colaboración de su esposa Domicia, que probablemente prefería al actor egipcio en la cama. ¡Fue la venganza de los filósofos!

Nerva, un antiguo consejero de Nerón de sesenta y seis años, fue encumbrado emperador y llamó a los filósofos supervivientes, entre ellos algunos amigos estoicos de Plinio. Los senadores más influyentes y la guardia pretoriana apoyaron como sucesor de Nerva a un candidato provinciano que gobernaba por entonces una provincia germánica, un soldado nacido en Itálica, en la Bética (actual Andalucía), provincia romana que entonces era más famosa por sus conservas de pescado que por su trigo y aceite. El candidato se llamaba Marco Ulpio Trajano. Fue adoptado como hijo por Nerva en un solemne acto celebrado en el templo de Júpiter. Eso sucedió en el año 97 de nuestra era.

El hispano Trajano gobernaría el imperio desde el año siguiente hasta su fallecimiento en Selinunte, Cilicia (117 d. C.). Presidió la mayor expansión militar de la historia romana y se hizo famoso por su actividad filantrópica y constructora. Después de Antonino Pío, le sucedería un sobrino también hispano llamado Adriano, cuya vida relató en primera persona bajo la forma de una larga epístola (a su nieto Marco) la escritora de origen belga Marguerita Yourcenar en su célebre novela histórica: Memorias de Adriano (1951), que mereció una excelente traducción al español por parte de Julio Cortázar, obra maestra de lo que Flaubert llamó “melancolía del mundo antiguo”, cuando los dioses ya no existían y Cristo no era conocido aún, y estaba solo el hombre, aunque vinculado con el cosmos, con la naturaleza, con el azar y el orden de todo…

La venganza de los filósofos –justicia poética- culminará con la subida al trono de un sucesor de Adriano, precisamente su nieto Marco, al que adoptó como hijo Antonino Pío, es decir: Marco Aurelio, el emperador filósofo, al que tan extraordinariamente representó en los últimos momentos de su carrera el actor Richard Harris en la magnífica película Gladiator (2000) de Ridley Scott, cuyo protagonista es un imaginario pero verosímil general romano de origen hispano: Máximo, al que da vida un formidable Russell Crowe.

Muchas veces la cultura parece desarrollarse en espiral. Sus motivos se repiten, siempre renovados, como un nuevo programa (software) de computadora, capaz de leer los archivos del programa antiguo, mientras los nuevos no pueden ser leídos por el obsoleto.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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