nuevodiario.es
Ilustración: Richard Feynman (1918-1988)
Ilustración: Richard Feynman (1918-1988)

MAESTROS Y GENIOS, por José Biedma López

miércoles 28 de junio de 2023, 07:48h
MAESTROS Y GENIOS, por José Biedma López

Entre maestros competentes y genios ocasionales siempre hubo y habrá una distancia, si no hay un ancho abismo. Cuando una inteligencia, una sensibilidad excepcional o una memoria prodigiosa despuntan en las aulas, el profesor se maravilla pero también se aterra. Con razón, ya que puede que se trate de una deformidad, una hipertrofia de algunas funciones, a expensas de otras.

Por ejemplo, una extraña genialidad para la función abstracta. “Es un genio de las matemáticas”, se dice “demostró un teorema complicadísimo con doce años”. Todo el mundo conoce el caso de Mozart, que exhibió una precocidad inaudita para retener, inventar e interpretar ritmos y melodías, pero el mismo sujeto que es buenísimo jugando ajedrez, puede ser un perfecto inepto para hacer amigos o conservarlos.

Puede suceder que el “monstruito” se rebele, comience a fumar temprano, no muestre respeto por la autoridad académica, manche los libros con garabatos, frecuente tabernas, escriba epigramas insolentes o indecentes, lea libros prohibidos, se obsesione con extraños videojuegos y se haga con ello candidato a severos castigos, castigos que en nuestros días suelen brillar por su ausencia... Se puede nacer con disposiciones excepcionales, que sin embargo fracasen bajo las ruedas de un sistema excesivamente opresor o demasiado laxo. El ambiente y las compañías, buenas o malas, suelen ser decisivos.

Decía Hermann Hesse que cualquier maestro disfruta más con diez berzotes notorios o veinte cerebros del montón en su clase, que con un solo genio en su curso, ya que la tarea del maestro no es formar espíritus extravagantes, sino hombres honrados que puedan ejercer de funcionarios, de médicos, de electricistas, de comerciantes o de ingenieros competentes… Tal vez exageraba el genio de las letras alemanas, quien sin duda conoció la soledad a que está condenado todo “empollón” raro y curioso en su adolescencia. La buena literatura –y más la poesía- se nutre de exageraciones.

Lo cierto es que magisterio y genialidad se enfrentan. En eso no se equivocaba el autor de Unterm Rad (literalmente, Bajo la rueda, 1906). Maestro y superdotado pelean y sufren, se ofenden, se hieren y hasta puede que lleguen a mutilarse y el genio pierda en la contienda pedazos enteros de su alma. Nos queda el consuelo de que a los grandes genios se les cicatrizan las heridas casi siempre; sus almas encueran bien y muchos de ellos acaban por convertirse en personas capaces y útiles, como alazanes salvajes que resultan particularmente nobles en su trote y galope, tras larga y difícil doma.

Algunos de estos entendimientos privilegiados, más tarde, cuando sus cuerpos devienen polvo, ven coronada su memoria con el nimbo luminoso de la gloria. Sus inventos, sus teorías o sus obras de arte acaban siendo norma y formando parte de la regla del maestro. Servirán de ejemplo a nuevas generaciones, serán admirados e imitados por talentos sobresalientes. Y así se repite el drama, de escuela en escuela, a veces tragicómico, de la lucha entre la ley y el espíritu, entre la costumbre y la originalidad, entre lo bueno aceptado y lo mejor posible.

Seguiremos viendo como el Estado y la Escuela, que es su aparato ideológico y su costoso corral de amansamiento, se aúnan en la imprescindible función de domesticar, canalizar o regularizar las fuerzas expansivas –y a veces destructivas- de los espíritus más hondos y valiosos, a veces hasta oprimirlos, desenraizarlos y malograrlos, en casos extremos. Casi siempre suelen ser los más temidos por los maestros, si no odiados, los castigados con más rigor, los huidos o expulsados de las aulas (si esto es posible) quienes luego acrecientan el legado y acerbo de conocimientos, instituciones, invenciones técnicas y artísticas de la humanidad. Los más rebeldes resultan ser así los más creativos.

Algunos -¿quién sabe cuántos?- se consumen en silenciosa terquedad o se disipan en la sombra.

Este no fue el caso del físico teórico Richard Feyman (1918-1988), quien nunca se hizo de menos por despreciar la literatura, las artes plásticas, la religión y la filosofía (lo cual no le impidió filosofar). Antonio Escohotado (otro genio recién fallecido) lo define como “saludable, descreído, ambicioso, eximio en el cálculo de procesos y rico en intuición física”. Feymann obtuvo el premio Nobel con su rival y colega Julián Schwinger en 1965 por ofrecer la mejor generalización y consolidación hasta esa fecha de la mecánica cuántica. Años más tarde, ofrecerían a la comunidad científica una teoría, la electrodinámica cuántica (EDC) base del modelo estándar. Feynman inventó los diagramas que llevan su nombre para describir los complejísimos e inimaginables sucesos del mundo subatómico.

El físico estadounidense acabará diciendo, en su único libro sistemático, que la EDC describe a la Naturaleza como entidad absurda para el sentido común, aunque sea congruente con los experimentos. Según Feyman, hay que aceptar a la Naturaleza como es, absurda (para nosotros, es decir para nuestras limitadas entendederas), porque es incomprensible la aparente libertad absoluta de los electrones, que van de un punto al otro sin ton ni son, emitiendo o absorbiendo fotones a su antojo…

Feynman fue también el creador de la cromodinámica (CDC), extensión de la electrónica cuántica, que recurre a magnitudes “misteriosas” o “providenciales” como la amplitud del gluón y usa ciento cuatro números para describir cada punto en el espacio-tiempo. Sí, cierto, el estudio de la materia prima (ese “no sé qué”, según Aristóteles) ha tomado en nuestros días un camino obscuro y fantasmagórico.

“Con los años me fui dando cuenta de que equivocarse no es tan malo como te enseñan en la escuela. Es una oportunidad de aprender algo nuevo” –filosofó el físico. Feynman quiso ir más allá de sus naturales e inusuales entendederas y se aventuró como “psiconauta” (“navegante de la mente”, término que Escohotado atribuye a Ernesto Jünger): se sometió voluntariamente a pasar largas horas en un tanque de privación sensorial hasta producirse intensas alucinaciones… ¡Extravagancias, aventuras temerarias o deslices del genio! Ya lo dijo Séneca: no hay ingenio grande sin una pizca de locura, como granos de sal.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm
¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios