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'Opinión que nos merece Magallanes', por Pedro Cuesta Escudero autor de Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo

"Opinión que nos merece Magallanes", por Pedro Cuesta Escudero autor de Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo

sábado 13 de mayo de 2023, 09:35h
'Opinión que nos merece Magallanes', por Pedro Cuesta Escudero autor de Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo

La documentación que tenemos de Fernando de Magallanes habla mal de él en su mayor parte. No le es muy favorable la procedente de su país de origen, Portugal. Se le tacha de traidor a su patria. Y, como ya hemos dejado constancia, los desertores de la nao San Antonio, al igual que Juan Sebastián del Cano, no dieron una versión muy favorable de su persona y de su comportamiento. El único que nos ha dejado un testimonio totalmente favorable fue su primer y principal biógrafo Antonio Pigafetta, que convivió con él hasta su muerte. Quizás ahora que se analiza la hazaña que lideró, en Portugal se le reivindica, pero básicamente por un sentimiento nacionalista en oposición a Juan Sebastián del Cano, a quien en España se le adjudica toda la gloria del viaje que lideraron. Muy pocos articulistas hacen un análisis del cometido que, por ejemplo, realizó en las islas de San Lázaro (Filipinas), solo que, por soberbia o por imprudencia, cometió un grave error estratégico al enredarse en luchas internas de los nativos, que le costó la vida en Mactán. Nosotros creemos que, con su actuación en las islas de San Lázaro, Magallanes mostró su grandeza y su inteligencia de gran estadista.

La travesía por el Pacífico

Desde luego el viaje que lideró Magallanes no fue un paseo cómodo y grato. La travesía del océano Pacífico, la masa de agua más inmensa que existe y donde caben todas las tierras emergidas, no fue ningún crucero de placer. Magallanes sabía que este océano era grande, pero no podía imaginar que lo pudiera ser tanto. Sorprendentemente, ese gran océano, siempre enfadado, se mantuvo manso mientras las naves viraban al norte ayudados por la corriente de Humboldt hasta avistar, el primero de diciembre y hacia los 47º s., una tierra abrupta y rocosa a la que Magallanes puso el nombre de Diciembre, en la actual región chilena de Aysén. Este fue el último contacto con el continente americano, porque a partir de entonces por orden del Almirante las naves viran hacia el oeste y entran en mar abierto, empujados por los alisios del hemisferio boreal. El 13 de febrero de 1521 cruzan la línea equinoccial. Y durante tres meses y medio las tres naves recorrieron sin escalas más de dieciocho mil km, durante los cuales solo divisaron, según Pigafetta, "dos islotes deshabitados en los que solo encontraron pájaros y árboles" y en los que no desembarcaron porque "veíamos muchos tiburones". Las llamaron San Pablo e isla de los Tiburones.

Pigafetta es contundente:" Tengo la certeza de que un viaje igual no se volverá a hacer nunca". El cronista italiano supo detallar una imagen nítida del nivel de sacrificio al describir el agua pútrida, el puré de bizcocho infestado de gusanos que apestaba a orines de rata, unas ratas que se vendían a medio ducado cada una, "comíamos el cuero que está sobre el palo mayor para impedir que se dañen las jarcias, lo sumergíamos durante cuatro o cinco días en el mar para que se ablande y luego lo poníamos sobre las brasas y nos lo comíamos"; "muchas veces teníamos que comer el serrín de las maderas". Pero si el hambre era terrible, no era lo peor, porque "la mayor desgracia de todas fue que a algunos hombres se les inflamaron las encías de tal modo que no podían comer y se morían". Los síntomas del escorbuto, desconocido para los navegantes españoles, quebraban el ánimo del más valiente: inflamación de la garganta y las encías, que se tornaban de un color violáceo, músculos rígidos, úlceras en la boca que provocaban la caída de los dientes con un aliento repugnante e impidiendo la ingestión de alimentos, pústulas por todo el cuerpo y marcas como de picaduras por la que emanaba la sangre, como si fuera sudor. Morían, no tanto por el dolor, que era mucho, sino por asfixia (los pulmones se iban secando), o por deshidratación o hemorragias o por inanición, por falta de dientes, por la hinchazón de las encías o de la garganta. Era enloquecedora la forma de morir y demoledora para los ánimos de los que lo contemplaban impotentes.

Las islas de los Ladrones

El 28 de noviembre de 1520 salieron del estrecho y el 6 de marzo de 1521 alguien gritó otra vez ¡Tierra! No se despierta ningún entusiasmo y el hospital ambulante sigue vagando. Conforme la flota se aproxima a la bahía los marineros pueden ver playas, acantilados de roca y colinas empinadas con espesos manglares. Y absortos con el refrescante color verde se percatan de que centellean unas chalupas pintadas de negro que avanzan hacia ellos de una manera inusual. Y antes de que los expedicionarios salgan de su asombro, los hijos de la naturaleza, ágiles como monos, asaltan las naves en un santiamén. Y con sus grandes ojos, algo oblicuos, fisgonean las cubiertas de cada nao. Sus intenciones no son bélicas, sino que, igual que cuando van a pescar, descaradamente cogen todo lo que ven. En un momento desaparecen, como por encanto, los más variados objetos. Hasta el esquife que iba amarrado a la nao Trinidad.

A Magallanes y a los suyos no les da tiempo a reaccionar. Francisco Albo, al percatarse que le quitan el astrolabio, da una bofetada al ladrón, el cual se la devuelve. Sintiéndose injuriado, el contramaestre le da una puñalada en la espalda al indígena. Ante el grito de dolor todos los asaltantes se tiran por la borda como las ranas a la charca en un acto reflejo. Es entonces que Magallanes decide bajar a la isla de estos ladrones para recuperar lo que han robado y también hacer acopio de víveres y agua, que tanta falta les hace.

En dos bateles, a golpe de remo y dirigidos por el mismo Capitán general, cuarenta de entre los más sanos y con las armaduras puestas, que les harán invulnerables a las lanzas, se acercan a la isla. Una heterogénea muchedumbre se entusiasma, allá en la playa, con toda esa suerte de cosas raras que sus intrépidos marinos han traído de aquellas chozas flotantes. Magallanes ordena disparar las bombardas, no hacia la masa humana, sino a donde están las embarcaciones de los nativos. La intención no es herir, sino asustar. Y aterrados por el estruendo los nativos se precipitan en desbandada hacia las florestas del interior de la isla. Y antes de que reaccionen de su estupor Magallanes da las órdenes oportunas para recuperar lo que les habían robado y acaparar cuantos víveres les es posible. En las islas que bautizan de Los Ladrones (hoy Marianas) los hambrientos expedicionarios pueden saciar sus estómagos. En estas islas se abandonó Gonzalo de Vigo, que fue recogido años más tarde cuando pasó por allí la segunda escuadra que atravesó el Pacífico.

Las islas de San Lázaro

Las naves abandonan esta isla de Guam el día 9 de marzo de 1521, el mismo en que moría Andrés, condestable de los bombarderos de la Trinidad, el único inglés de la expedición. Y buscando las Molucas el 16 de marzo descubren otro conjunto de islas que por ser el quinto domingo de Cuaresma Magallanes las bautiza como las islas de San Lázaro. Lo de llamarse después Filipinas será veinte años después, en 1543, para honrar al futuro Felipe II. En atención a los enfermos atracan en una isla, al parecer desierta, aunque han establecido contacto con los nativos de otras islas cercanas, que todos los días vienen cargados de cocos, plátanos, arroz, naranjas, legumbres, vino de palmera y otras clases de frutos Estos días de descanso son tremendamente beneficiosos para todos. Se borran tensiones, debilidades y malos recuerdos. Los plátanos y el agua lechosa de los cocos hacen efectos benéficos en los enfermos.

Y una vez que el descanso ha templado los ánimos y mejorado las dolencias Magallanes da la orden de levar anclas, porque las Molucas, según sus cálculos, están al alcance de las manos. Y se cruzan con una embarcación indígena. Temerosos, los tripulantes de ese bololo se niegan a subir a bordo de la Trinidad. Entonces Magallanes hace colocar en una tabla un gorro rojo, un espejo y una campanilla y la empujan hacia el bololo. Es cuando el malayo Enrique le dice a Magallanes que entiende lo que hablan. Emocionado Magallanes le pide a Enrique que les diga en su lengua que suban a bordo sin ningún miedo. Los indígenas charlan con Enrique animadamente. Y todos perciben que están ante un momento memorable e histórico. Magallanes había comprado al malayo Enrique en Sumatra, al que lo habrían capturado por estas islas. Magallanes lo llevó a Portugal y ahora, por occidente, vuelve a los suyos después de haber dado la vuelta al mundo. Y gracias al intérprete las relaciones entre los nativos y los europeos son fluidas y amistosas. Enterado Magallanes de que el rajá Humabón es el más importante de todas estas islas, atraca en el puerto de Cebú para establecer relaciones comerciales y amistosas con dicho rajá. Y pocas veces se ha llevado a cabo una empresa sin emplear la violencia y con mayor plenitud como hizo Magallanes de que todos los rajás obedecieran al rajá Humabón de Cebú como jefe supremo de todas las islas, al tiempo que éste jura permanecer fiel y sometido al emperador D. Carlos de España. Consigue, además, que todos los régulos de las islas y la mayoría de sus gentes se hicieran cristianos. E incluso se produce el milagro de la curación del sobrino de Humabón al que lo daban por desahuciado. Todos los días acudían en tropel los naturales de las islas adyacentes para sellar el pacto de fidelidad con España y bajar la cabeza para recibir las aguas del bautismo. Y todo se llevó a cabo en el otro extremo de la Tierra, sin derramar una sola gota de sangre y sin emplear la violencia. Magallanes demostró que su alma era tan grandiosa como la del apóstol, tan sufrida como la del ermitaño y tan sublime como la del místico. A Magallanes se le puede comparar al mayor de los conquistadores, pero sin usar para nada la violencia. Como cristiano y piadoso mucho tiene de santo y como navegante no tiene parangón, pues fue el primero en atravesar el mayor de los océanos y en las condiciones más precarias que uno se pueda imaginar. Y en las islas de San Lázaro estuvieron lo justo para que se restablecieran de las lacras del cruel océano. Y las Molucas, la meta de este esforzado viaje, ya las tenían al alcance de las manos.

La muerte de Magallanes

Pero siempre ocurre lo mismo, los grandes hombres, después de haber afrontado los mayores peligros, a veces sucumben de la manera más estúpida e inesperada. Lapu Lapu, rajá de la vecina isla de Mactán, manda una delegación a Magallanes diciéndole que se sometía al rey de España, pero que no obedecería al rajá Humabón con el que siempre había tenido litigios. Es un asunto que el mismo Humabón hubiera resuelto, pero Magallanes cree que es la ocasión propicia para demostrar la eficacia de sus armas y decide, desoyendo a los suyos, que debe darle una lección a ese obstinado isleño de Lapu Lapu. Como no tiene intención de ninguna masacre decide ir a esa isla en el esquife y con sesenta hombres bien protegidos con las armaduras para sr inmunes a las flechas envenenadas. Y con unos cuantos arcabuzazos todos se espantarán como alma que lleva el diablo, tal y como demostraron en la isla de los Ladrones, donde nadie recibió un mal rasguño. Sería una expedición de escarmiento dirigida a propagar por todas las islas el mito de la invulnerabilidad de los españoles. Y rehúsa la ayuda que le ofrece Humabón, aunque le permite que vayan con sus balangues a presenciar la batalla.

Y amanece el 27 de abril de 1521. Cuando el alba recorta los palmerales de la isla de Mactán, Magallanes envía a nado al mercader de Siam, porque aprecia demasiado a su esclavo Enrique, para que le diga a Lapu Lapu que aún está a tiempo de rendirse, a lo que contesta que tiene lanzas que ser duras por fuego. Pero el esquife no logra acercarse a la orilla porque una barrera de apretadas rocas coralíferas les corta el paso. Si el mensajero hubiera sido Enrique quizás le hubiera prevenido de esa barrera coralina. Y regresar a los barcos no podía porque Humabón les observaba desde sus balangues. Magallanes y cuarenta y nueve de sus hombres se ven obligados a saltar al agua, cuando aún falta bastante para llegar a tierra firme. Las pesadas armaduras hacen difícil la progresión hacia la playa. Se han de abandonar las grebas y armaduras de brazos y piernas. Se camina con agua hasta la cintura tratando inútilmente que se moje la pólvora. Los once que quedan al cuidado del esquife disparan las piezas de artillería a fin de ahuyentar a los mactanos de la playa y que sus compañeros pudieran hacer el desembarco en toda regla. Pero la distancia hace ocioso esos disparos, lo que permite a los mactanos, ocultos tras empalizadas de bambú, lanzar una granizada de piedras, que siembra la confusión entre los asaltantes. Los arcabuces no pueden ser montados si no es en tierra firme. A causa de la distancia las flechas de los ballesteros solo les hieren, lo que acrecienta su furor, haciendo que pierdan el respeto y se lanzan, cual hordas salvajes, sobre los desconcertados invasores. Repartidos en tres batallones aparecen mil, dos mil. El número de indígenas parece aumentar por momentos aullando cada vez más. Comprendiendo los nativos que los golpes al cuerpo y a la cabeza no dañan por la protección de la armadura, se ensañan con las indefensas piernas, a las que arrojan lanzas, flechas y piedras. El griterío de muerte llena de pánico a los expedicionarios que huyen a la desbandada. Magallanes queda solo con siete u ocho incondicionales y una flecha envenenada le atraviesa la pierna. Su yelmo ha caído ya varias veces. Los isleños dirigen todos sus ataques contra él. Y un tremendo tajo en la pierna le hace caer de bruces. Y como buitres corren de todas partes al sitio donde ha caído el jefe extranjero para masacrarlo. Nadie le puede socorrer y si muchos pueden ganar el esquife es porque los mactanos abandonan su persecución para rodear el cuerpo palpitante del jefe. Los demás importan poco.

Nota

Por discrepancias con la editorial tengo toda la existencia del libro Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo. Si alguno deseara algún ejemplar se puede dirigir al autor. pecues41@gmail.com o al teléfono 678940955 y le sarán enviados, firmados por el autor, los ejemplares que pida. Mediante bizum ingresaría el coste del libro 20 euros, más 5 euros de envío.

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