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'El Desastre del 98 y el Regeneracionismo', por Pedro Cuesta Escudero profesor jubilado de Historia
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"El Desastre del 98 y el Regeneracionismo", por Pedro Cuesta Escudero profesor jubilado de Historia

miércoles 08 de marzo de 2023, 08:39h
'El Desastre del 98 y el Regeneracionismo', por Pedro Cuesta Escudero profesor jubilado de Historia
'El Desastre del 98 y el Regeneracionismo', por Pedro Cuesta Escudero profesor jubilado de Historia

Sería insensato y eminentemente anti histórico creer que las quiebras ideológicas, económicas o políticas se presentan súbitamente, de la noche a la mañana. La estructura de la España arcaica o tradicional ya venía erosionándose, a pesar de que Cánovas del Castillo la apuntala con la Restauración borbónica en la figura de Alfonso XII. Este apuntalamiento se identifica tan íntimamente con la España tradicional que llega a decir Macías Picavea, con exageración, que “todos los males están reunidos en el sistema vigente desde 1874”. Los males vienen de mucho más atrás. Lo que pasa es que los republicanos- estén o no afiliados a alguna organización política- piensan que con el sistema que Cánovas vertebra al país no había posibilidad de modernizarlo, y que de esta Restauración borbónica no saldría nada que no redundase en un desastre. Muchos de estos republicanos, burguesía no oligárquica, simplemente lo son porque no ven más fórmula para crear un Estado democrático y que modernice al país que la República. Cánovas había comprometido demasiado a la Monarquía con la España tradicional agraria, de mentalidad aristocrática, de latifundios mal labrados, de industrias raquíticas, de jornaleros en paro, de sopa boba en los conventos, de clero entrometido en la vida civil, de Universidad decadente y sólo atenta a expender títulos, de analfabetismo vergonzante, de hambre por doquier, de miseria, de atraso.

'El Desastre del 98 y el Regeneracionismo', por Pedro Cuesta Escudero profesor jubilado de Historia
'El Desastre del 98 y el Regeneracionismo', por Pedro Cuesta Escudero profesor jubilado de Historia
'El Desastre del 98 y el Regeneracionismo', por Pedro Cuesta Escudero profesor jubilado de Historia

La idea de que España necesita “regenerarse” es común a los movimientos de esa burguesía media disconforme desde los últimos decenios del siglo XIX. Después del fracaso de la Revolución del 1868, la sociedad española, dominada por la burguesía agraria que integra en el bloque a la alta burguesía de negocios y con la hegemonía ideológica de “antiguo régimen”, es la que viene recibiendo los asaltos críticos de los intelectuales y de los representantes de la pequeña burguesía urbana y rural. El regeneracionismo empieza desde que Giner de los Ríos hace pública su vida. Giner de los Ríos es el gran regenerador de España. Y Manuel Bartolomé Cossío también. De hecho los regeneracionistas son gente que pertenece o gira en torno de la Institución Libre de Enseñanza.

El Desastre de 1898

Pero cuando se produce una especie de seísmo, un revulsivo potentísimo, es en 1898, cuando la catástrofe colonial, que deja al desnudo la crisis política, la crisis financiera y la vacuidad de la “ideología” reinante. Aunque el Desastre de 1898 en sí, fue mucho más moral que económico. Fue la destrucción de la imagen que aún alentaba en muchos de que España era una gran potencia y potencia colonial. 1898 significa para nuestra Historia, como dice Tuñón de Lara “un mojón fundamental, a partir del cual se impone inexorablemente la revisión de valores caducos, (los de la ideología dominante de la Restauración que arrastraba, a la vez, toda la del “viejo régimen”), la necesidad de repensar España, su problemática y sus tareas a una era nueva”.

Efectivamente, después de los desastrosos hechos de 1898 lanza su voz de alarma el grupo de los regeneracionistas- por fin escuchados después de clamar en el desierto-, a la que pronto seguirá la de la llamada generación del 98.

La oligarquía sufre un duro golpe, pero las fuerzas sociales que le son hostiles actúan en orden disperso careciendo de madurez. Y la España oligárquica y caciquil continúa con su misma infraestructura. A corto plazo poca mella hizo el arrebato regeneracionista. Se creó el Ministerio de Instrucción pública, el Estado se hizo cargo de los sueldos de los maestros y poco más. “Fue una hoguera de virutas- escribe Yvonne Turín- tan violenta como dolorosa fue la sacudida que la había encendido. Durante uno o dos años se tuvo verdaderamente la impresión de que algo iba a cambiar, después tornó la calma y al mismo tiempo la quietud”.

Lucas Mallada

La revisión crítica contra la España tradicional adopta varias direcciones: el regeneracionismo que propone remedios pragmáticos a los “males de la Patria”, como el de Mallada, Picavea, Isern, Morote, y sobre todo, Costa; el regeneracionismo pedagógico de signo institucionista, como el de Giner, Cossío, Vincenti, Azcárate, Altamira…; la actitud crítica de escritores consagrados, Clarín, Galdós, Unamuno y la de los que se dan a conocer con motivo del Desastre como Maeztu, Azorín, Baroja, Ganivet, Dicenta…; el criticismo que procede a la pujante burguesía catalana a través de Prat de la Riba, Maragall… y la del movimiento obrero con Vera, Iglesias, Morata, Anselmo Lorenzo, Urales, Verdes Montenegro…

El pionero de la literatura regeneracionista fue el ingeniero Lucas Mallada. Tenía ciertos lazos con la Institución Libre de Enseñanza (I.L.E.) En 1890 publica su libro Los males de la Patria y la futura revolución española, en donde trata de pulverizar mitos y tópicos, como que España es un país rico. Enumera hasta treinta y tres males de España: caciquismo, militarismo, absentismo, partidismo político, inmoralidad pública, ignorancia (por falta de escuelas públicas y las existentes en locales de pésimas condiciones y sueldos ruines de los maestros que les obliga a trabajos subsidiarios), pobreza, fantasía, falta de patriotismo… Termina con una proposición de una revolución abstracta, que se compagina bien con la monarquía y, también, con un llamamiento a todos los españoles honrados.

Ricardo Macías Picavea

Es republicano desde joven, discípulo de Sanz del Río, catedrático de segunda enseñanza. Publica El problema nacional (hechos, causas, remedios) en 1899, un año después del desastre colonial. Se percibe en su obra vínculos con los krausistas y con Costa. Critica implacablemente la Restauración canovista. También presenta una larga lista de defectos o calamidades nacionales: caciquismo, militarismo, cesarismo, incultura, vagancia, intolerancia, idiotismo, teocratismo, etc. Aparece lo que denomina “austracismo”, según el cual la decadencia de España y desnaturalización del curso de su historia comienza cuando los “Austrias” se entronizan en España “con los ensueños e ideales que constituían la tradición perpetua del imperialismo alemán”. Desde entonces hasta el desastre de 1898 las cualidades negativas del pueblo español (fanatismo, vagancia, caciquismo, militarismo) adquieren un progresivo desarrollo.

Otro de los grandes defectos que Picavea achaca al español es su individualismo, como “exclusivo origen de todas las espantosas ruinas y daños morales que a la nación han afligido y afligen” “un irresistible impulso de disociación separatista”, “un gusto frenético de andar suelto y libre”, una “protesta de toda disciplina colectiva(…) arrastran y han arrastrado siempre a pelear furiosamente los unos contra los otros, a aislarse y separarse en pequeñas regiones y aun en diminutas localidades, a armarle guerra al vecino por un “quítame allá esa pajas”, a negarse mutua cooperación en los trances difíciles, a no estar nunca conformes con regla alguna que venga de otra voluntad que la propia”.

Las páginas del libro de Picavea sobre enseñanza revelan ser un discípulo de Sanz del Río:

“Pero ¡qué escuelas en su mayor parte! Cuadras destartaladas y los maestros sin pagar (…) Y el maestro es en España un ser horriblemente formado, mejor dicho, deformado. En las Normales nada se les enseña(…) Cuando hemos matado los municipios se le hace depender de los municipios; sustituidos los justicieros alcaldes por los viles caciquillos(…) Maestros ignorantes, cuasi mendigos, desprovistos de todo prestigio o influencia social, desconsiderados por la plebe y maltratados por los caciques(…) Ni locales, ni material pedagógico, ni ayudantes, ni autoridad., ni disciplina(…) Resultados: un setenta y cinco por ciento de españoles que no saben leer ni escribir, y otro setenta por ciento del veinticinco restante que de la instrucción primaria alcanzada apenas logra otro beneficio útil que los que ninguno recibieran(…) una masa de población inferior, que por lo que toca a su cultura apenas puede ser rectamente calificada de población civilizada”.

La crítica que hace sobre la cultura de las clases altas e ilustradas también es implacable.

“Pero donde los vicios y deficiencias de la cultura nacional nótanse más de relieve que es en la de las clases superiores e ilustradas. ¡Qué atraso! Todavía los españoles no han salido de la época escolástica y romántica en las ciencias y en las artes: cultura retórica e ideológica, de palabras y conceptos. Hemos perdido la poca educación clásica que nos restaba y tampoco hemos adquirido la nueva educación experimental y positiva (…) Un doctor español es casi siempre un hombre que sabe leer, generalmente traducidos y pocas veces originales, los libros o revistas que escriben los sabios franceses, alemanes, ingleses e italianos, y luego repetirlos (…) Esquivez, hostilidad, zafia bestialidad a veces, que opone nuestra bárbara aristocracia intelectual a toda reforma, movimiento y progreso”.

Picavea ve lúcidamente la necesidad de trazar ferrocarriles trasversales para el desarrollo de las regiones; también se decanta resueltamente por la autonomía regional, principalmente de Cataluña y del País Vasco. Pero tras su ataque al seudoparlamentarismo existente en España, acaba atacando al sistema parlamentario. Para Picavea todos los partidos políticos no pueden ser otra cosa que bandas de caciques. No basa nada en la acción del pueblo,- ¡está atrofiado! - sino en el hombre providencial que debe aparecer. Como agudamente apunta Tierno Galván: “Picavea plantea un repertorio de tópicos pre fascistas”.

Damián Isern y Luis Morote

Damián Isern, que en 1899 publica Del Desastre nacional y sus causas es tan decididamente pesimista que ni siquiera le cuadra el denominador común de regeneracionista. En su libro analiza las causas sociales, económicas, militares y psicológicas que contribuyen al deplorable espectáculo e la España de fin de siglo. Más que un programa de reconstrucción se trata de un estudio altamente documentado y de planteamiento sistemático acerca del modo en que se había venido a desembocar en la situación del desastre.

Luis Morote, relacionado con la Institución Libre, con su libro La moral de la derrota , después de una primera descripción de los problemas nacionales, extrae las consecuencias –la moral- de la derrota, para ofrecer también una reforma regeneradora. Morote afirma que los orígenes de los males de España se encuentran, sin duda, en el pasado, pero que el problema de base que tiene España y que le ha llevado a la crisis, es la falta de educación y de enseñanza.

“Por todas partes – escribe Morote- resuena el mismo grito, sopla la misma inspiración, por todas partes se publican folletos, memorias, libros, en que se consagra atención a este problema de la educación, que es el problema de nuestra existencia nacional”.

La actitud crítica de algunos escritores de la Generación del 98

La pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898, que pone punto final al imperio español que se consiguió tras el descubrimiento de América, sirve de catalizador al brillante grupo de escritores que constituyen la llamada generación del 98. De hecho estos escritores tenían puntos de vista convergentes y divergentes sobre tal o cual aspecto del problema nacional, cosas que les unían y cosas que les separaban, salvo la convicción de que la crisis era tan honda que se requería una reordenación profunda de la vida nacional, y no simplemente un cambio de gobierno. Pero como intelectuales no propusieron programas de acción, sino que se limitaron a la exploración de los valores nacionales. Alimentó una discusión de las reformas en términos ideológicos o polémicos, y no en términos políticos prácticos. “La reacción de los intelectuales ante el Desastre- escribe Seco Serrano- que, aunque en muchos aspectos tenga contacto o se apoye en Costa- y de aquí que más de una vez se haya incluido a éste en la generación del 98- es más profunda y más extensa, por cuanto se proyecta en una crítica universal, pero de momento menos operante porque no desciende al campo de la política práctica”.

Cada cual va tratando de descubrir las profundas causas del Desastre. Pero la causa más generalmente invocada es el insuficiente desarrollo del país. Y para vencer el complejo de retaso que tanto pesa sobre la conciencia española, los jóvenes escritores –Maeztu, Azorín, Baroja, Unamuno… entusiasmados por el Costa regeneracionista, buscan soluciones como el cientificismo, la japonización, la europeización…, pero sobre todo, y todos coinciden en ello, había que llevar a cabo una profunda reforma de la escuela. “¿Estamos acaso los españoles persuadidos, persuadidos de corazón- dice Unamuno- y no solo convencidos de cabeza, de la importancia de la enseñanza pública? No, no lo estamos, no creemos en ella. Y ésta es la raíz de la postración que entre nosotros sufre (…) La base de todo radica en estos: no se cree en la enseñanza (…) Lo que, sobre todo, hace falta es que el gran público, el que lee los periódicos y charla en los cafés y juega al tresillo en los casinos, se interesa en las cuestiones de enseñanza”.

Además de ser minorías, se adoptan dos posturas básicas y excluyentes: los europeístas proponen la incorporación a la civilización industrial, previa aceptación de la visión del mundo y el ideal de vida propio de los pueblos europeos: aceptar los modelos culturales extranjeros. Los “casticistas” ven la clave del resurgir de España en una vuelta a los valores católicos tradicionales. La corriente tradicional no acepta que “regenerar la educación” suponga abandonar los “antiguos troqueles y vaciar el contenido de la enseñanza con un nuevo molde.

Los hombres de El Imparcial, El País, El Liberal y el ateneo y los jóvenes escritores se decantan por europeización, por abrir las ventanas al aire fresco del exterior. Aunque no todos los jóvenes escritores coinciden en este punto. Ángel Ganivet, por ejemplo, expresa la nostalgia del tiempo pasado; su crítica del presente está hecha desde ese pasado a cuyos valores sigue apegado; es un crítico de la sociedad capitalista, pero lo hace desde los valores de una sociedad patriarcal y arcaica, que añora.

Estas posturas opuestas y, como decimos, excluyentes, llevan al nihilismo, a dejar las cosas como están, a no hacer nada positivo.

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