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CRÓNICA DE SOMALIA, por José Biedma López

'Racimos de sueño', de la artista somalí Nujuum, 2022.
"Racimos de sueño", de la artista somalí Nujuum, 2022.
CRÓNICA DE SOMALIA, por José Biedma López

El ubetense Nicolás Berlanga Martínez ha sido desde 2002 diplomático y representante de la Unión Europea en países exóticos, últimamente, como embajador europeo, en distintas naciones africanas. Durante el confinamiento y sobre sus últimas experiencias en Somalia ha publicado una interesante crónica que ha titulado Mogadiscio (Los libros de la Catarata, 2022), ciudad que es capital de esta nación inestable, áspera y semidesértica, del cuerno oriental de África.

Su obra nos sirve para poder entrever y ensayar una aproximación tanto a las identidades de aquellas gentes, “humanas demasiado humanas”, como a las marcadas diferencias entre nosotros, habitantes de una Europa confortable, conservadora y envejecida, y una vasta región, apenas salida de una guerra “incivil” (como lo son todas), fragmentada en taifas y donde a duras penas emergen las instituciones esenciales del Estado moderno sobre el fondo de un “cementerio de nostalgias nómadas”. La media de edad en Somalia es de dieciocho años y los mayores de sesenta son escasos, más aún después de la plaga del virus sinense.

El enfrentamiento entre clanes, tribus y “señores de la guerra” provocó en el siglo pasado una enorme sangría y la diáspora masiva de quienes podían poner pies en polvorosa buscando su supervivencia en Europa y América. Noruega y Suecia se mostraron generosos en su acogida de refugiados somalíes. Los hijos e hijas de aquellos se han formado en Occidente, a veces con brillantez, y nada les impide volver a su país de origen, salvo la inseguridad. Constituyen un importante capital humano de renovación y modernización de un país de pastores trashumantes en trance de sedentarismo y en el que un condenado a muerte por violación puede comprar su libertad a cambio de setenta y cinco camellos en Putlandia, uno de sus estadillos federados.

Me ha sorprendido gratamente el tono franco, introspectivo y hasta lírico, de esta crónica entrecortada en la que el autor se atreve también con la metáfora: “acelerados como abejas en una colmena sin reina”; con aforismos rotundos: “Cuanto menos se sabe más se afirma”, “pasar desapercibido y estar al mando es un arte”; o filosofa con enjundia: “Creo en la empatía de lo imperfecto y en la chispa de lo breve frente al aturdimiento de lo extenso”, “los sueños habitan más en las palabras que en los hechos. Por eso triunfan los mentirosos y, por eso, nos traicionamos con voces íntimas que desdicen lo obvio”.

En sus entradas, de ordenación autobiográfica, desahoga el embajador europeo sus soledades, enjaulado como vive, por prescripción de seguridad, en su barrio europeo y viaja en coche blindado y con guardaespaldas, que pueden ser o haber sido soldados de fortuna. Se sincera sobre las aristas de su oficio: “Lo más duro de mi trabajo es dar la mano a corruptos, sanguinarios y déspotas, si mover un músculo de la cara, sin desvelar desprecio exterior”. Y es que la historia reciente de Somalia es una secuencia de atrocidades. Aún hoy el terrorismo islámico del grupo Al-Shabab, hermano de Al-Qaeda campa por sus desprecios a la dignidad humana en las zonas rurales y aterroriza la capital Mogadiscio de vez en cuando con bombas o raptos. Además, lo que los “señores de la guerra” pierden en terreno lo ganan en codicia, convertidos en una estructura mafiosa dentro del Estado oficial al que nosotros, los europeos, apoyamos y que aspira a consolidarse.

El fanatismo musulmán y la estructura patriarcal, donde no se excluye la mutilación genital femenina, ha producido, como en otras geografías, una ocultación cada vez mayor del cuerpo de las mujeres (hiyab, niqab, velos), y esto no sería tan grave si no fuera acompañado de una postergación de su talento en las instituciones públicas. Nos enteramos por Nicolás de que en Somalia es frecuente la huida del cónyuge varón tras el nacimiento de una hija.

La “diplomacia del desarrollo” que ejerce Europa en estos lares aparentemente remotos se concreta en ayuda humanitaria, refuerzo de las instituciones, mediación en los procesos de reconciliación, oferta de oportunidades a los jóvenes para limitar la emigración irregular y formación de ejército y policía. Por supuesto, la estabilidad del país, el fin de la piratería y del terrorismo global muy especialmente, contribuyen también al bienestar y seguridad de nuestras sociedades avanzadas (nuestra atalaya consumista). El proyecto europeo –reconoce- “parece un enfermo terminal con salud de hierro”. Países como los nuestros con lenguas diferentes y una memoria reciente de pugnas y rivalidades comparten de hecho un género de vida que se ha mostrado bastante seguro y pleno de oportunidades de desarrollo social e individual.

Es admirable la esperanza con que el autor afronta las dificultades de su trabajo y los sinsabores de sus ensayos, la humildad postcolonial con que se esfuerza por favorecer la conversión en ciudadanos de estos jefes tribales, caciques clánicos, guerreros alucinados y visionarios de la yihad. Y esto en un país sin librerías y donde toda educación y sanidad son de pago, en el que todos los agravios se monetizan y el concepto de dignidad de la persona y de la libertad individual, tan occidentales e ilustrados, brillan por su ausencia.

Trata el embajador de la Unión Europea con verdadero respeto y hasta con admiración la perseverancia de aquellas que como Fadumo, la secretaria, se empeñan en construir, en vez de quejarse sin actuar, con una sonrisa en los labios y una moral a prueba de bombas (nunca mejor dicho) y se elevan desde la rencillas familiares y los rencores de la postguerra a los grandes retos del mundo: cambio climático, desigualdades, que exigen respuestas consensuadas entre todos y “no especulaciones y diatribas alentadas por un puñado de matones de barrio”. Deja reconocida memoria de Almaas Elman, activista abatida por una bala perdida cerca del aeropuerto, y de otras artistas y creadores somalíes, como Nujuum, una de cuyas pinturas ilustra la portada de su libro.

Hay también en esta crónica lugar para la anécdota, como la sorpresa del autor ante los ojos de una diputada nativa, ¡igualitos que los de Sofía Loren! Prueba de que las aventuras coloniales de Mussolini han dejado también su marca en este cuerno de África en el que se han popularizado pizzas y espaguetis. Y hay lugar para la crítica, por ejemplo, a nuestros “colegas” americanos “que alientan sin recato el mercado privado de la guerra” o al deje de suficiencia y superioridad del “colega” inglés que se siente más civilizado que su interlocutor y lo muestra sin el menor disimulo.

Comparto plenamente su apuesta por esos valores comunes, por la tolerancia (esa virtud tan fácil de predicar y tan difícil de practicar), su repulsa de la simplificación extremosa que hace imposible el acuerdo, tan imprescindible en una política civilizada que renuncie al vocerío y la cachiporra; el respeto de la ley por encima de la componenda, la corruptela y el garrote. Me temo que esta capacidad para negociar sin que la creencia se imponga a la racionalidad, la exageración a la ponderación, la emoción al argumento y la pasión a los conocimientos, es decir, esta capacidad y actitud para disentir sin menospreciar las opiniones de los otros es también asignatura pendiente en nuestras facultades de ciencias políticas y en nuestros parlamentos y consistorios.

A esta Somalia de Nicolás Berlanga no le falta tampoco la acritud de la leche de camella, el olor empalagoso y purificador del incienso y de la mirra, productos de que Somalia abasteció al mundo antiguo…, más ocultos tesoros arqueológicos de vetustas culturas aún por desenterrar y poner en valor, pues la zona fue espacio de comunicación e intercambio siglos antes de convertirse en campo de batalla. Ptolomeo en sus descripciones de las rutas del Índico nombra a Mogadiscio como Serapión. Hoy cuenta con tres millones de almas, pero sólo un tercio de ellas disfruta de una vivienda decente. Somalia exportaba plátanos, mangos y sandías a toda la región, hasta que las balas reemplazaron a los arados. Para nuestro embajador, las perspectivas de la revolución mundial a la que llamamos globalización, efecto casi inevitable del desarrollo y progreso tecnológico de las comunicaciones, son más buenas que malas, pues constata que la globalización bien puede desfavorecer a las clases medias de los países ricos, pero reduce la desigualdad entre estos y los pobres.

“Estoy convencido: vale la pena contribuir a desvelar los rostros [espejos del alma], el pelo y los cuellos femeninos de Somalia”… En la actualidad, Nicolás Berlanga está destinado en el Departamento África del Servicio Exterior europeo y reside en Bruselas. Tiene seis hijos y dos nietos, a estos y a los jóvenes somalíes está dedicado el libro. Está convencido del destino común que une África y Europa, y de la irrelevancia de las fronteras para separar ciudadanos.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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