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El problema de las lenguas en la exploración y conquista de las Indias, por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas, de Mallorca patria de Colom y de Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo

El problema de las lenguas en la exploración y conquista de las Indias, por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas, de Mallorca patria de Colom y de Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo
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martes 18 de enero de 2022, 09:04h
El problema de las lenguas en la exploración y conquista de las Indias, por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas, de Mallorca patria de Colom y de Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo
El problema de las lenguas en la exploración y conquista de las Indias, por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas, de Mallorca patria de Colom y de Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo

Su conocimiento de las expediciones marítimas portuguesas y su propia intuición le decían a Cristóbal Colom que las barreras lingüísticas podían llegar a ser un grave obstáculo para sus planes, razón por la cual consideró la posibilidad de embarcar a hombres bilingües que pudieran servir como mediadores y guías. Como el latín, en Occidente, y el árabe, en el Oriente conocido, servían entonces como lenguas de comunicación Colom en su primer viaje embarcó en la Santa María a Luis de Torres, un vecino de Moguer, como traductor-secretario. Luis de Torres era un judío converso hablante de castellano, arameo, hebreo y árabe. La presencia de un intérprete con conocimientos de árabe no era un caso extravagante, ya que desde mediados del siglo xv los lingüistas árabes eran ya habituales en las carabelas portuguesas que recorrían la costa africana.

El problema de las lenguas en la exploración y conquista de las Indias, por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas, de Mallorca patria de Colom y de Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo
El problema de las lenguas en la exploración y conquista de las Indias, por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas, de Mallorca patria de Colom y de Y sin embargo es redonda. Magallanes y la primera vuelta al mundo

Pero nada más pisar tierra en San Salvador y entrar en contacto con los nativos Colom se dio cuenta de que no había manera de entenderse con los indígenas. El intérprete resultó allí, en las Antillas gobernadas por los caciques taínos, del todo inútil. Pronto advirtió el Almirante que ninguno de los idiomas imaginados le serían particularmente útiles a la hora de tratar de comunicarse con aquellos hombres que tenía ante sí. La incomunicación, que genera cierta zozobra, iba a reinar entre la extrañeza de los “indios” y el asombro de aquellas decenas de europeos que formaban parte de la primera expedición colombina. Apenas unos pocos gestos permitieron entablar un tan inmediato como leve contacto. Pero los gestos no son universales, sino históricos, y, por esta razón, potencialmente distintos en las diversas culturas, de ahí que la comunicación por este medio solo pudiera ser exitosa en relación con un número muy limitado de actos comunicativos. Solo las manos servían de lengua, y a los gestos corporales se unían algunas prácticas sustitutivas del diálogo, como la entrega de «obsequios». Pero la incomunicación genera zozobra e incomprensión. O sea, el problema lingüístico fue el primero de todos los conflictos con que tuvieron que lidiar.

La complejidad idiomática del Nuevo Mundo

El problema de la lengua lo deja reflejado el Almirante en su Diario: «no sé la lengua, y la gente destas tierras no me entienden, ni yo ni otro que yo tenga, a ellos» Pero como el comunicarse con los nativos le era tan vital a Colom, principalmente porque necesitaba saber si estaban en los aledaños del reino del Gran Kan, establece una práctica: capturar indios e incorporarlos a las expediciones como mediadores lingüísticos y guías. Aunque el Almirante no se muestra muy satisfecho con los servicios de los “indios” que son tomados a la fuerza durante los desembarcos. En su Diario vuelve a escribir: «estos indios que yo traigo muchas vezes les entiendo una cosa por otra al contrario, ni fío mucho de ellos porque muchas vezes han provado a fugir». Les enseñan sobre la marcha en la misma cubierta a base de la repetición, como si fueran loros. Pero aún se complica más la situación, pues los españoles se topan con una realidad mucho más compleja de lo esperado, ya que descubren una enmarañada diversidad de lenguas y dialectos, incluso en territorios relativamente pequeños como las islas del Caribe. Ya en el continente, en el tercer viaje de Colom, al llegar a Venezuela en 1498 se encuentra con diversas formas de hablar solo saltando de un valle a otro. En la península de La Florida, por ejemplo, habría unos 350 dialectos. Se estima que en la época colonial la complejidad idiomática abarcaba al menos unas 170 grandes familias de idiomas y que estos grupos lingüísticos comprendían a su vez numerosas lenguas, y estas, múltiples dialectos muy distanciados entre sí, o sea, miles de hablas locales y variedades dialectales.

O los conquistadores aprendían las lenguas amerindias o los nativos debían aprender castellano

No cabe duda que el problema de la comunicación entre los europeos y los indígenas era el más importante y el más prioritario. La conquista no podía progresar sin algo tan natural como un intermediario entre el castellano y aquellas nuevas lenguas ¿Los españoles debían aprender las lenguas indígenas para someterlos mejor o serían los nativos los que debían aprender la lengua castellana para estar mejor integrados? Al comienzo de la conquista se optó por la solución más cómoda para los españoles: los indígenas eran los que debían aprender el castellano. Para este fin se embarcaron grupos de “indios capturados” hacia España. Los españoles siguieron tomando muchos “niños lenguaraces”, pero también jóvenes, mujeres, ancianos, familias, y lo que encontraron a su paso. En España, antes de regresar a su tierra, podrían conocer el Viejo Mundo y aprender el castellano. Pero el éxito de tal propuesta fue más bien flaco. Los nativos del Nuevo Mundo morían en el viaje debido al cambio de tierra, de clima o de alimentos; otras veces conseguían huir, y aquellos que permanecían junto a sus “señores” dejaban de ser útiles cuando los conquistadores se encontraban con otro idioma nuevo o distinto. Salían al paso más lenguas que mediadores se incorporaban al viaje. También la falta de preparación y la situación de sometimiento no ayudaban a asegurar una óptima comunicación mediata. La captura de indios, pese a decenas de intentos en forma de remesas, no fue una solución sistemática porque muy pocos, especialmente en la etapa temprana de la conquista, conseguían completar el proceso de aprendizaje del castellano y la profesionalización de la labor de mediador. Después, cuando La Española ya estaba dominada, los futuros intérpretes eran educados en sus escuelas, en vez de llevarlos a centros administrativos de la lejana metrópolis.

Fueron miles los intérpretes utilizados, la mayoría olvidados en las crónicas o nombrados de paso. Han sobrevivido apenas un centenar de nombres, casi siempre en diminutivo, Francisquillo, Felipillo, Melchorejo, Juliancillo, Martinillo… Lenguas muy móviles y poco preparadas y de volátiles lealtades. Uno de los primeros aprendices, y hoy casi olvidado, fue Diego Colom: un aborigen del pueblo taíno capturado en el primer viaje, al que el Almirante tuvo el detalle de bautizar con el mismo nombre de su hijo (el verdadero vástago sería a la postre virrey las Indias). O sea, es el otro Colón de la Historia. Si Cristóbal Colom descubrió las Américas, el taino Diego Colom fue uno de los primeros americanos en «descubrir las Europas» Pasó casi un año de “estancia lingüística” en España, y lo llevó después de regreso como intérprete en la segunda travesía, ya en La Española.

El Yucatán

El 14 de abril de 1503 Cristóbal Colom durante su cuarto viaje funda el que sería el primer asentamiento español en territorio continental americano, llamado Santa María de Belén en la costa de Veragua (Panamá) Fue de esa población que en 1511 zarpó una nave hacia Santo Domingo con la misión de avituallarse y volver a su destino. Pero esto no fue posible, pues cerca de la isla de Jamaica, la nave encalló en un banco de arena. Se botó un bote con veinte marinos con la misión de buscar ayuda, pero ellos también fracasaron debido a una fuerte corriente marítima que les llevó inexorablemente a un territorio inexplorado en aquel entonces. Aquellos españoles apenas bajaron a tierra firme fueron atacados por una tribu que les hizo prisioneros y sacrificó a los heridos en rituales religiosos, comiendo partes de sus cuerpos y al resto les enjaularon; aunque algunos de ellos pudieron escapar y vagaron por la selva durante días, muriendo todos salvo dos: Gonzalo Guerrero y Jerónimo de Aguilar, quienes fueron rescatados por otra tribu cuyo jefe era Na Chan Can. Gonzalo Guerrero se adaptó a las costumbres de sus captores y se casó con una hija del jefe, pero Jerónimo Aguilar tuvo otro destino que le llevó a ser de gran influencia en la conquista de un reino que se encontraba muy al norte.

Una nueva expedición se organizó, ahora a cargo de Juan de Grijalva, quien zarpó en enero de 1518, llevando como intérprete a "Julianillo". En el continente frente a la isla de Cozumel hicieron prisioneros a cuatro que hablaban maya chontal, idioma que "Julianillo" desconocía. “¿Dónde estamos?”, preguntaron los españoles. “¡Yucatán! ¡Yucatán!”, escucharon de los naturales. Y así se bautizó dicha península. Si atendemos al cronista Inca Garcilaso de la Vega, en sus Comentarios Reales, es el más célebre error de denominación de los muchos que hubo, porque en lengua maya, “tectetán” podría haber significado sencillamente “no te entiendo”. Uno de los nuevos prisioneros, al que bautizaron como Pedro Barba, servía de intérprete del chontal al maya común que luego "Julianillo" malamente traducía al español. Como ni "Julianillo" ni Pedro Barba sirvieron como intérpretes, pues el idioma que en esas tierras se hablaba era él náhuatl Juan de Grijalva ordenó volver a Cuba.

En la Conquista de México fue fundamental la capacidad de conocer la lengua del otro

El gobernador Velázquez decidió enviar otra expedición a los territorios desconocidos y para dirigir esta nombró a su sobrino Hernán Cortés. Esta nueva flota fue financiada en buena medida por Cortés, quien decidió llevar como intérprete a "Melchorejo", que le fue de gran utilidad en la isla de Cozumel en donde le informaron de los dos españoles que vivían en el continente. Hernán Cortés envió una flotilla en busca de sus compatriotas, posiblemente pensando que su estancia por varios años en aquel país les habría dado suficiente conocimiento del idioma nativo y serían mejores traductores que "Melchorejo", quien poco había aprendido de la lengua castellana. La flotilla encontró a Jerónimo de Aguilar, quien les relató las peripecias sufridas y se unió a la expedición de Cortés, que partió bordeando el continente hacia el norte y llegando al río Usumacinta, el cual remontaron hasta llegar a una población grande conocida como Potonchan, en donde tuvieron una fuerte batalla con los hombres del lugar, a los que vencieron. El jefe vencido les dio como regalo un grupo de mujeres, entre las que se encontraba una de singular valor, su nombre original era Malinalli, la que al ser bautizada por los españoles se le denominó Marina y la tradición la conoce como "La Malinche". El otro intérprete que le sería propicio es Jerónimo de Aguilar. Juntos iniciaron un sistema de traducción en cadena que aún hoy sorprende a los lingüistas, pues ni Malinche hablaba castellano ni Aguilar podía expresarse en náhuatl. La más famosa intérprete de la conquista de América es probablemente doña Marina, la Malinche. Al desembarcar Hernán Cortés en las costas del hoy llamado golfo de México, no se imaginaba haber llegado a un lugar con una amplia diversidad de pueblos, en los cuales se hablaban más de doscientas lenguas divididas en multitud de variedades. Tampoco era consciente aún de que dos personajes que llevaba en su viaje, la Malinche y Jerónimo de Aguilar, le pudieran ser tan necesarios para traducir al castellano. En su infancia Malinche aprendió náhuatl, pero por su vida con los mayas dominó también la lengua chontal, lo que le dio un gran valor para el conquistador Cortés, pues a través de ella y de Jerónimo de Aguilar podía comunicarse con las tribus totonacas que encontraría más al norte, lugar en el que iniciaría la campaña para la conquista de México. El proceso de comunicación con los caciques mexicas durante la conquista de México se llevó a cabo muy indirectamente: como indica Bernal Díaz del Castillo, Cortés hablaba a Jerónimo de Aguilar en castellano, Aguilar le transmitía las palabras a la Malinche en maya y esta lo traducía al náhuatl. Para la respuesta se usaba el proceso inverso. Fue de esta forma como se formó una dupla lingüística entre Malinche y Aguilar que sería de importancia fundamental para lo que luego haría Cortés, pues a través de ella llegó a conocer la precaria situación política de Tenochtitlan y la aversión que hacia esa ciudad tenían los reinos que le pagaban tributos, a los que logró unir en una causa común que concluyó en una de las más grandes aventuras bélicas de la historia: La Conquista de México. La victoria de Cortés se explica en que supo aprovechar las enemistades ya existentes entre las tribus sometidas contra los mexicas, como los tlaxcaltecas y toltecas. Y para ello, necesitaba hablar, comprender, confundir, mentir, sacar provecho. Cortés pudo llegar así hasta el corazón del imperio, y derrocar nada menos que a Moctezuma, que hasta entonces era el tlatoani, título que lo convertía en “el que habla”.

La palabra “malinche” actualmente en Méjico es sinónimo de “traición”. Ser un "malinchista" suele encender los ánimos en una discusión entre los mexicanos que a lo largo de cinco siglos han aprendido que eso es ser traidor a la patria. La Real Academia Española lo define como tener "apego a lo extranjero con menosprecio a lo propio". Pero el Diccionario de Mexicanismos de la Academia Mexicana de la Lengua va más allá y lo define como un complejo: "Que tiene complejo de apego a lo extranjero". Doña Marina fue intérprete, consejera y amante de Hernán Cortés. De origen azteca, su nombre indígena era Malintzin, que mal pronunciado por los españoles, se transformó en Malinche. Al ser bautizada se le impuso el nombre de Marina. Por el relevante papel que desempeñó en la conquista de México como traductora de los idiomas maya y azteca y como mediadora entre españoles e indígenas, al nombre cristiano se le antepuso el tratamiento de doña.

Como ya hemos dicho fue entregada al ejército de Hernán Cortés por los caciques de Tabasco el 15 de marzo de 1519, tras la batalla de Centla, junto con otras diecinueve jóvenes indias, formando parte de un presente compuesto por piezas labradas en oro, ricas mantas bordadas y objetos suntuarios de plumería, con el que los tabasqueños sellaron su alianza de paz con los españoles tras la victoria de éstos en la batalla. Después de bautizadas, Cortés repartió a las veinte indias entre sus capitanes, entregando a la Malinche a Alonso Hernández de Puertocarrero. Más adelante, el bilingüismo de ésta, cuya lengua materna era la azteca, habiendo aprendido el maya durante su estancia en Tabasco, hizo que se convierta en instrumento indispensable para los conquistadores. Los datos aportados por los primeros cronistas de la conquista sobre su lugar de nacimiento, su origen social y la manera en que transcurrió su infancia y adolescencia hasta su encuentro con los españoles son escasos, confusos y, a menudo, contradictorios, lo que ha confundido a historiadores posteriores. Aparece también, dentro de la variedad de versiones relativas a su extracción social, una marcada tendencia a poner de relieve su origen noble, a pesar de que fuera entregada a los conquistadores en calidad de sierva o esclava. Las explicaciones sobre este punto difieren de unos cronistas a otros y únicamente han servido para complicar más aún la cuestión del origen geográfico, al barajarse las posibilidades de que la Malinche hubiera nacido en uno u otro de los cacicazgos de los que supuestamente eran señores sus padres. Hay quienes afirman que, siendo muy niña, había sido secuestrada en su localidad natal y vendida como esclava en Tabasco. Otros sostienen que, muerta la madre de Marina, su padre, el cacique, se había casado con otra mujer de la que tuvo un hijo, y ésta, para que la niña no estorbara sus planes de dejar el señorío en herencia a su hijo, se había deshecho de ella vendiéndola a unos mercaderes que se dirigían hacia el área maya. Con los datos aportados por las fuentes documentales, se puede afirmar que había nacido en la región de Coatzacoalcos, en la localidad de Huilotlan, de la que no quedan vestigios actualmente. Aunque alguna fuente documental coincide con los cronistas en señalar que era de origen noble y heredera de un cacicazgo, las informaciones sobre este punto deben ser tomadas con prudencia.

En la marcha del ejército de Cortés por tierras mayas, las conversaciones y negociaciones con los indígenas se habían hecho a través de Jerónimo de Aguilar, el único intérprete con el que contaban los españoles, pero cuando éstos llegaron a San Juan de Ulúa, el 24 de abril de 1519, recibieron la visita de emisarios del emperador azteca Moctezuma II, cuyo idioma resultaba incomprensible para Aguilar. Fue entonces cuando la Malinche, que hasta entonces había pasado inadvertida, se reveló como una valiosa intérprete, traduciendo del azteca a la lengua maya para que Aguilar lo pudiera entender y, a su vez, se lo tradujera en castellano a Cortés. Éste iba a ser el triple sistema de traducción de los primeros momentos de la conquista, hasta que pronto Marina aprendió a hablar el castellano, con lo que se agilizó el sistema de traducción y se hizo innecesaria la colaboración de Aguilar.

El 26 de julio de 1519, el hasta entonces amo de la Malinche, el capitán Puertocarrero, fue enviado por Cortés a España para entregar el quinto real y la primera de las Cartas de Relación del conquistador. Esta fecha señala el comienzo de la relación de intimidad de la joven intérprete con Cortés. Con él permaneció durante toda la conquista, no sólo como traductora, sino también proporcionándole valiosas informaciones sobre el imperio azteca, sobre sus debilidades internas, su relación con los demás pueblos y etnias y el descontento de algunos señoríos indígenas por las imposiciones tributarias de los aztecas. Todas estas informaciones fueron las que hicieron posible los pactos de alianza de los españoles con las etnias que se oponían al gobierno autoritario de los aztecas y cuya colaboración resultó decisiva para el éxito de la conquista. También participó en tareas de evangelización, traduciendo las pláticas de los sacerdotes, y estuvo presente en los combates librados contra los aztecas, en los que se encargaba de traducir las órdenes de los españoles a sus aliados indios. Una vez concluida la conquista, en agosto de 1521, se instaló a vivir con Cortés en un palacio del sur de la capital mexicana, en Coyoacán. El hijo de ambos, Martín, nació en 1522, siendo el primero de los hijos ilegítimos del conquistador, que sería legitimado en 1527 por bula papal de Clemente VII. En octubre de 1524, Malinche acompañó a Cortés en la expedición a las Hibueras (actual Honduras) en calidad de intérprete de la lengua maya. En el transcurso del viaje y por decisión de Cortés, contrajo matrimonio con un capitán veterano de su ejército, Juan Jaramillo, regidor del Ayuntamiento de México y dueño de una rica encomienda. La boda tuvo lugar el 15 de enero de 1525, siendo oficiada por fray Juan de Ayora o fray Juan de Tecto, que eran los dos religiosos que acompañaban a la expedición. En su boda, Marina fue dotada por Cortés con dos encomiendas, una de ellas la de Huilotlan, su localidad natal. En abril de 1526, en el camino de regreso, nació la hija de la Malinche y Jaramillo, que fue bautizada con el nombre de María. El matrimonio Jaramillo se instaló en la capital de México con su hija, llevando la vida que les correspondía como personas principales, mientras que Martín, el hijo de Cortés, pasó al cuidado de un primo de éste, Juan Altamirano. La Malinche murió poco después, entre finales de 1526 y los primeros meses de 1527, año en que Jaramillo volvió a casarse, esta vez con una dama española. La causa exacta de la muerte se desconoce, pero es muy probable que se debiera a una de las epidemias de sarampión o viruela que asolaron México por esas fechas produciendo una gran mortandad entre la población indígena, que carecía de defensas contra estas enfermedades.

Enrique el malayo

En el viaje de la primera vuelta al mundo también fue necesaria la presencia de “lenguas”. Cuando estuvo la armada magallánica en tierras brasileñas, al no ser en plan de ocupación y conquista, el contacto que hubo con los nativos fue en plan amistoso. El avituallamiento de la armada se hizo amigablemente a base de intercambio de productos y mercancías apreciados por unos y otros sin ningún tipo de imposición y engaño. Y el papel como intérprete de Juan Carballo, que había estado con Álvarez Cabral en el descubrimiento del Brasil y chapurreaba el idioma de los nativos, fue importante y decisivo para el entendimiento de ambos mundos. Además a Magallanes no le interesaba crear ningún conflicto para no tener problemas con los portugueses, pues estaban en la zona que el Tratado de Tordesillas les había designado. El cronista Antonio Pigafetta fue quien se encargó de estudiar la lengua y costumbres de los patagones. Cuaderno de notas en mano siempre estaba con el patagón Juan Gigante, que gozaba de libertad embarcado en la nao Trinidad.

Pero quien resultó imprescindible como lengua en las Islas de los Ladrones (Filipinas) fue Enrique, el esclavo malayo de Magallanes. Enrique fue el primer ser humano que dando la vuelta al mundo regresa a la región de su misma lengua. Al hablar el mismo idioma de los nativos se convirtió en el imprescindible, en el “lengua”. Gracias a él Magallanes consiguió que el rajá Humabón se convirtiera al cristianismo y se sometiera voluntariamente bajo el dominio de España y del lejano emperador Carlos I. Pero Enrique también fue el artífice de la matanza de Cebú, pues Duarte Barbosa y los que se habían hecho cargo de la mermada escuadra le insultan, no lo respetan el dolor por la muerte de Magallanes, lo tratan como un esclavo y le obligan a que siga ejerciendo el oficio de intérprete con el rajá y de trujamán en la compra y venta en el mercadillo. Tras la muerte de los más cualificados de la armada, las tres naos, como almas que lleva el diablo, huyen de estas islas que les han dado tan infaustos golpes. En el resto del viaje, principalmente en las islas Molucas los tripulantes y en especial Pigafetta ya están duchos para entenderse más o menos con los nativos con los que se han de relacionar.

Entre 1524 y 1526 se produjo el primer contacto entre españoles e indígenas de los Andes. Raptaron tres indígenas hablantes de quechua, quienes navegaban el océano Pacífico en una balsa. Los bautizaron como Felipillo, Francisquillo y Martinillo, y los llevaron primero a Panamá y luego a España para que aprendieran a hablar la lengua castellana. Felipillo acompañó a Francisco Pizarro y a Diego de Almagro en sus expediciones al Perú y, aunque había aprendido de los soldados de Pizarro un castellano básico y el quechua lo había conocido en Tumbes de boca de indios que lo tenían como segunda lengua, resultó no muy fiable. Por una mala interpretación de Felipillo le costó la vida a Atahualpa. A los conquistadores les salió bien esta operación, pero estos indios intérpretes no eran muy de fiar.

Los interpretes mestizos

Desde el primer momento el mundo mestizo empezó a tener consistencia. El mestizo tenía una posibilidad de crecer socialmente, puesto que fueron pocas las españolas que se embarcaron a las Indias Este grupo de mestizos pronto se convirtió en el grupo poblacional más numeroso tras los indios. Era un grupo potencialmente bilingüe. Pero aunque su peso social y comunicativo crecía, el número de indios no castellanizados suponía aún un auténtico reto. Y ahora el problema lingüístico sufrió un desplazamiento: de la necesidad de interpretar negociaciones inmediatas y continuar la conquista a la necesidad de traducir para convertir a los nativos de América al cristianismo. Para llevar a cabo la evangelización era necesario definir un idioma común, algo nada fácil porque en la sociedad convivían los pocos hablantes monolingües de castellano, con una mayoría significativa de mestizos y hablantes monolingües en distintas lenguas indígenas. En los primeros momentos no era posible una castellanización masiva de este grupo, razón por la cual los intérpretes siguieron existiendo. Citaremos a dos de estos intérpretes mestizos del Perú, que fueron buenos lingüistas, excelentes escritores y cronistas del mundo incaico: Blas Valera y el Inca Garcilaso de la Vega.

Blas Valera era hijo del conquistador español Luis Valera y de la indígena chachapoyana Francisca Pérez. Su padre participó en la conquista de Perú y fue encomendero de las localidades de Chibalta y Tiapulli. El joven Blas Valera partió a estudiar a Trujillo. Ahí se fue familiarizando con dos de sus pasiones intelectuales: la gramática castellana y el latín. En el año 1568 entró en el Colegio de la Compañía de Jesús en Lima. Fue novicio cerca de seis años, participando en importantes campañas evangelizadoras y recibió la ordenación sacerdotal en Cuzco en 1573. Ya con el hábito de jesuita visitó muchas localidades, evangelizando y recogiendo materiales para su proyecto de historiar el mundo incaico. Fue un notable lingüista, erudito en latín y quechua. Fue, además, uno de los primeros estudiosos de los quipus, o sea los ramales de cuerdas anudados con diversos nudos y varios colores con los que los indios del Perú suplían su falta de escritura y daban razón de sus historias y noticias. Como prueba aporta unos versos tomados de los nudos de un quipus. Precisamente, fue el Inca Garcilaso uno los primeros en elogiar al Padre Valera: “Se me ofrece la autoridad de otro insigne varón, religioso de la Santa Compañía de Jesús, llamado el Padre Blas Valera, que escribía la historia de aquel imperio en elegantísimo latín, y que pudiera escribirla en muchas lenguas, porque tuvo don de ellas; mas por la desdicha de aquella mi tierra, que no mereció que su República quedara escrita de tal mano, se perdieron sus papeles en la ruina y saco de Cádiz, que los ingleses hicieron en el año de mil quinientos y noventa y seis”. El Padre Valera defendía la hoja de coca por su utilidad como remedio y ponía de relieve la importancia del quechua como lengua general difundida por los incas.

Garcilaso de la Vega, llamado El Inca fue escritor e historiador peruano. Era hijo del conquistador español Sebastián Garcilaso de la Vega y de la princesa incaica Isabel Chimpo Ocllo. Como Garcilaso de la Vega, Jorge Manrique y el marqués de Santillana figuraban entre sus ilustres antepasados se le reconoció el derecho de usar el de Garcilaso de la Vega. Gracias a la privilegiada posición de su padre, que perteneció a la facción de Francisco Pizarro hasta que se pasó al bando del virrey La Gasca, el Inca Garcilaso de la Vega recibió en Cuzco una esmerada educación al lado de los hijos de Francisco y Gonzalo Pizarro, mestizos e ilegítimos como él. A los veintiún años se trasladó a España, donde cursó la carrera militar. Con el grado de capitán, participó bajo el mando de Juan de Austria en la represión de los moriscos de Granada, y más tarde combatió también en Italia, donde conoció al filósofo neoplatónico León Hebreo. En 1590, dolido por la poca consideración en que se le tenía en el ejército por su condición de mestizo, dejó las armas y entró en religión. Frecuentó los círculos humanísticos de Sevilla, Montilla y Córdoba, y se volcó en el estudio de la historia y en la lectura de los poetas clásicos y renacentistas. Fruto de esas lecturas fue la traducción del italiano que el Inca Garcilaso hizo de los Diálogos de amor, de León Hebreo. Siguiendo las corrientes humanistas en boga, Garcilaso el Inca inició un ambicioso y original proyecto historiográfico centrado en el pasado americano, y en especial en el del Perú. El título más célebre del Inca Garcilaso fueron los Comentarios reales. Son una mezcla de autobiografía, reivindicación de su glorioso linaje e intento de dar una visión histórica del Imperio Incaico, cuya conquista por parte de los españoles había sido uno de los hitos del proceso colonizador que siguió al descubrimiento de América. Esta conjunción de argumentos de diverso interés ha originado una larga polémica acerca de la verosimilitud histórica de los datos aportados por el Inca Garcilaso en sus escritos, cuyas fuentes abarcan desde los recuerdos personales hasta las crónicas de Pedro Cieza de León, Agustín de Zárate y José de Acosta. En cambio, desde el punto de vista meramente literario, su prosa está considerada como una de las más elevadas manifestaciones de la lengua castellana y como una referencia inexcusable en la formación de una tradición literaria latinoamericana. La primera parte de esta obra aborda la historia y la cultura de los incas, enalteciendo que el Cuzco fue "otra Roma", rebatiendo a quienes trataban de "bárbaros" a los indígenas peruanos. Su visión providencialista distingue un tiempo salvaje, anterior a la misión civilizadora de los incas; con éstos, en cambio, se instaló una etapa de alta civilización, a la cual los españoles debían perfeccionar con la evangelización, igual que Roma fue cristianizada en el Viejo Mundo. La segunda parte la enfoca en la conquista, vista como gesta épica; el problema es que la conquista debió culminar en la cristianización del Perú, pero "la labor del demonio" azuzó los pecados capitales de los españoles, conduciéndolos a las guerras civiles, a la destrucción de sabias instituciones incaicas y a “la política toledana”, adversa a indios y mestizos. Los Comentarios Reales constituyen, pese a los problemas de sus fuentes orales y escritas y a las incongruencias de muchas fechas, uno de los intentos más logrados, tanto conceptual como estilísticamente, de salvaguardar la memoria de las tradiciones de la civilización andina. Murió en Córdoba el 23 de abril de 1616 a los 77 años, el mismo día y el mismo año que Cervantes y Shakespeare. Está enterrado en la catedral de Córdoba.

Monolingüismo o multilingüismo

Diversas cédulas reales del periodo de Carlos V y Felipe II sugerían que los “naturales” aprendieran la lengua castellana, porque la castellanización favorecería la identidad entre Imperio y lengua, pero también “mermaría la intercomunicación entre naturales” y ahorraría, así, potenciales rebeliones. La Iglesia, sin embargo, se inclinaba a favor de que los clérigos aprendieran las lenguas de los distintos lugares para así acercarse más a los indios y favorecer la evangelización. Este es el método que inició el primer obispo de Granada, Hernando de Talavera, quien tras la toma Granada incitó a los sacerdotes a aprender árabe para así poder acercarse a los nuevos súbditos. Talavera mandó hacer una gramática del árabe granadino y que se tradujese un catecismo al árabe. El cardenal Cisneros, sin embargo, fue contrario a este método, siendo partidario que, cuantos menos signos diferenciadores hubiera, mejor para la convivencia entre comunidades y, cuando fue Regente de Castilla, abolió las capitulaciones que Talavera había firmado con los moriscos de Granada. Esto provocó una rebelión en Las Alpujarras que D. Juan de Austria hubo de sofocar.

En los concilios limenses (1522, 1557 y 1578) y quítenses (1570), se determinó que los frailes religiosos usaran el quechua para el adoctrinamiento. Se estableció, además, que se promovieran las “lenguas generales” de América en detrimento de las “lenguas menores” para hacer disminuir la fragmentación lingüística. Así, en la región mesoamericana se promulgó el empleo del náhuatl también para la conversión de indios que hablaran otras lenguas; y para la catequización de la región de Colombia, por poner otro ejemplo, se adoptó la lengua chibcha o mosca. La consecuencia fue que muchas lenguas indígenas fueron languideciendo en favor de estas pocas lenguas generales. Desde su llegada al Nuevo Mundo los jesuitas pusieron en marcha el apostolado educativo, llegando a convertirse en los principales educadores de América a través de la fundación de colegios y universidades, que serán considerados entre los más avanzados y modernos. Poco después de la fundación del colegio San Pablo, en Lima, se pedía a los jesuitas la fundación de otros colegios en las ciudades más importantes del virreinato. Con la llegada de nuevos misioneros, la Compañía extendió una red de colegios en Cuzco, Potosí, Arequipa, La Paz, Quito, Chuquisaca y Santiago de Chile, en los que se enseñaba, gramática, latín, filosofía y lenguas indígenas. La enseñanza de las lenguas indígenas fue impulsada en la formación de los jesuitas para poder comunicar y adoctrinar a los indios. El Padre Barzana, en su primera predicación lo hizo en la lengua indígena, causando gran aceptación y acogida por parte de los indios. Por este motivo, no solo los escolares jesuitas asistían a las lecciones de lengua, sino que el arzobispo de Lima, ordenó que todos los clérigos asistieran a estas lecciones. Una de las razones por las que el Rey de España y el Virrey del Perú promovieron la llegada de los jesuitas a las Indias españolas era precisamente para educar a los españoles y a sus hijos nacidos en estas tierras. Por eso, desde el primer momento proveyeron de los medios necesarios para la fundación de colegios, pues el objetivo era preparar a dirigentes para el servicio de la corona española, la Iglesia y la sociedad. Sin embargo los jesuitas trataron por todos los medios de incluir a los hijos de españoles pobres, criollos, mestizos e indios en su sistema educativo. Por otra parte, los jesuitas tuvieron gran simpatía y fascinación por la cultura indígena del Perú, sobre todo por la incaica. Este hecho abrió la posibilidad de realizar importantes contribuciones a la evangelización de los indios.

En fin, los clérigos terminaron por no necesitar intérpretes. Los misioneros empezaron a publicar catecismos, vocabularios y gramáticas de las otras lenguas, desde el zapoteco y el maya en Mesoamérica al mapuche o al aimara en la América meridional. Estos traductores y mediadores europeos, principalmente religiosos y sacerdotes, percibieron que para hacer más efectiva la asimilación de los nativos al cristianismo se debía evangelizar en su propia lengua. Con este fin, y mediante Cédula Real de 2 de diciembre de 1578, el rey Felipe II determinó que no se admitiesen al sacerdocio a aquellos que no supieran lenguas indígenas. A partir de ese momento, todo sacerdote o religioso que viajara de Europa a las Indias Occidentales debía aprender la lengua de su territorio. Produjeron diferentes artes, vocabularios y gramáticas para las lenguas generales de América, con el fin de llevar adelante el proceso de conversión de un indio “infiel” e “idólatra” en un indio “cristiano” y “civilizado”. A Alonso de Bárcena, por ejemplo, se le suponía conocimiento práctico de once lenguas indígenas y se le atribuyen gramáticas, vocabularios y catecismos en gran parte de estas lenguas, entre ellos una gramática y un diccionario en cinco diferentes lenguas.

Cuando llegaron las independencias a principio del siglo XIX y surgimiento de diferentes repúblicas americanas todas estas cátedras de lenguas nativas que se habían instalado en colegios y universidades en la América española desaparecen. Aunque hoy, gracias a aquel impulso, sobreviven, por suerte, el quechua, el tupí-guaraní, el mapuche, el aymara… y son lenguas que fueron salvadas por la intercesión de los misioneros al estudiarlas. Sin embargo hay movimientos, como la Fundación Abya Yala, que han iniciado una lucha contra todo lo que significa el 12 de octubre, que no hubo descubrimiento, sino una invasión, por tanto, no es un hecho que haya que conmemorar, sino una tragedia que se debe lamentar. En una cosa podríamos estar de acuerdo, que el nombre de América o la expresión de Nuevo Mundo son propios de una visión eurocentrista. Se podría aceptar que, en vez de llamarse América que, al fin y al cabo es un nombre tramposo, por el de Abya Yala, que en la lengua de Tule – Kuna (Panamá y Colombia), el término se traduce como “tierra en plena madurez”, “tierra de sangre vital”.

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