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Culturilla Naval: “Currito”, el borrico que sirvió en la Base, Escuela y Flotilla de Submarinos, por Diego Quevedo Carmona, Alférez de Navío ®

Culturilla Naval: “Currito”, el borrico que sirvió en la Base, Escuela y Flotilla de Submarinos, por Diego Quevedo Carmona, Alférez de Navío ®
jueves 13 de enero de 2022, 09:26h
Culturilla Naval: “Currito”, el borrico que sirvió en la Base, Escuela y Flotilla de Submarinos, por Diego Quevedo Carmona, Alférez de Navío ®

Al poco de finalizar la Guerra Civil española, y durante unos cuantos años, la base de Submarinos de Cartagena contó con la presencia diaria de un personaje que en muy poco tiempo se haría tremendamente popular. Corrían los primeros años de la década de los 40, y motivado más que por la falta de vehículos por la escasez de combustible, se decidió contratar para prestar servicio en el ámbito de submarinos a un arriero, conocido como el tío Andrés, el cual tenía un compañero de trabajo, Currito, un pollino gracias al cual se ganaba la vida muy dignamente, como era haciendo portes dentro del casco urbano de la ciudad. Pero al ser contratados sus servicios en exclusiva para la Armada, la vida de ambos iba a cambiar.

Culturilla Naval: “Currito”, el borrico que sirvió en la Base, Escuela y Flotilla de Submarinos, por Diego Quevedo Carmona, Alférez de Navío ®

Una vez incorporados a prestar servicio dentro del Arsenal de Cartagena, desde bien temprano, generalmente antes del alba, y tirando de un pequeño carro comenzaba su monótona jornada laboral recogiendo los sacos de pan que previamente le habían cargado en la panadería, ubicada entonces en las inmediaciones de donde ahora se encuentran las oficinas del BBVA, para a continuación acudir a la lonja de Cartagena para que le cargasen y poder traer hasta las cocinas de la Base de Submarinos la compra diaria de frutas, verduras, etc. Aunque su función prioritaria y para la que realmente fue contratado era la citada de transportar víveres, realmente no paraba de hacer viajes prácticamente durante todo el día ya que su concurso también resultaba fundamental en el traslado de algún objeto voluminoso o relativamente pesado que precisara ser transportado desde lo almacenes o los talleres de la propia Base hasta algún submarino, o viceversa.

Currito, además, así como por supuesto el tío Andrés, prácticamente se podía considerar que estaban de “guardia permanente”, ya que ambos dormían incluso dentro del Arsenal de Cartagena, en un chamizo habilitado al efecto a espaldas del edificio de la propia Base de Submarinos, en el que el establo del jumento y el catre del dueño estaban separados tan solo por unos tableros, a modo de biombo.

Currito era un animal noble, trabajador e infatigable, que ejecutaba las muchas órdenes que a veces recibía al cabo de la jornada,, con suma disciplina sin poner nunca mala geta, ni dar por respuesta un rebuzno más alto que otro, haciendo buenos los versos de Calderón de la Barca cuando decía el escritor que “aquí la más principal hazaña es obedecer”, y posiblemente en su fuero interno quizás se sintiese orgulloso de su dedicación exclusiva a la milicia, hasta el extremo que las personas mayores de hoy que siendo jóvenes conocieron a Currito en plenitud de facultades, y han sido varias las que han corroborado este extremo, coinciden en afirmar que el asno, probablemente consciente de las peculiaridades de la vida militar, obedecía indistintamente tanto las voces clásicas del arriero como las propias de la vida castrense.

Así, y a diferencia de un burro de uso civil, echaba automáticamente a andar lo mismo cuando le decían “arre burro” que cuando le ordenaban “de frente….!!! ar!!”, y del mismo modo y por la misma razón se paraba de inmediato cuando por sus grandes orejas oía la voz de “sooo…”, o la más enérgica de ¡¡alto….¡¡ar!! Igualmente ejecutaba las caídas a una banda u otra según e le tirase de las riendas correspondientes o según oyese ¡¡izquierda….ar!! o ¡¡derecha….ar!!, también de manera indistinta, labor de aprendizaje en la que nos consta que participaron como instructores un buen número de marineros despenseros de entonces, que ciertamente y no era para menos, sabemos que sentían verdadero orgullo de ver los progresos en instrucción militar de semejante recluta.

No hemos podido encontrar en ninguno de los archivos consultados, Base de Submarinos y General de la Zona Marítima, ningún vestigio, ni tan siquiera anotación alguna en libros de cuentas, que demuestre que el tío Andrés cobrara dinero alguno por sus servicios, al menos oficialmente, aunque no le faltara, eso sí, un buen plato de comida caliente del racionamiento diario de la marinería, que llevarse a sus desdentadas mandíbulas, faltaría más. Tampoco hemos podido averiguar ni siquiera los apellidos del arriero, que con el paso de los años ha quedado casi en el anonimato, pero curiosamente sí sabemos los que les tenían asignados a Currito, el primero de los cuales, lo que sería el paterno, estaba puesto a conciencia de modo que por un lado pareciese que tenía auténtico pedigrí ya que era el mismo que el legendario pollino de Sancho Panza, esto es Rucio, vocablo que además el diccionario de la Real Academia Española define como “dícese de los animales de color pardo claro o blanquecino canoso”, mientras el segundo apellido, aunque desconocemos el porqué, era el de Alcobar, resultando por tanto finalmente que el nombre completo del burro era el de Curro Rucio Alcobar, con cuya filiación se le asignaba un dinero, para paja y otras especialidades culinarias propias de su especie.

El carro del que tiraba nuestro protagonista, aún sin llegar a ser merecedor de estar encuadrado en el listado de vehículos FN, sí estaba censado como que era propiedad del Parque de Automóviles Departamental y asignado a la Base, pues de hecho en el frontal del mismo llevaba una gran inscripción en la que podía leerse ESCUELA DE SUBMARINOS, perfectamente pintada en letras blancas mayúsculas de unos 20 centímetros de altura cada una, sobre un fondo del característico gris naval, que era a su vez el color de la pintura de todo el carro, como correspondió siempre a los vehículos de la Armada.

Varios serían los años desde que los protagonistas de esta historia empezaran a a trabajar para la Armada, hasta que un buen día, cuando el calendario llegaba a mediados de la década de los años 50, los servicios del tío Andrés y de Currito fueron sustituidos por un modernísimo furgón con motor de gasógeno, de mucha más capacidad de carga que el carro, y por supuesto mucho más veloz, desapareciendo aquellos ya para siempre del ámbito de submarinos. Una vez reincorporados a la vida civil, cuentan los viejos del lugar que durante un tiempo siguieron viéndole hacer portes por las calles de Cartagena, como antaño, aunque Currito ya no era el mismo, pues sin duda debía sentir la añoranza de su anterior puesto de trabajo, hasta que dejaron de verles.

Aproximadamente cinco lustros después, concretamente los días 17 y 18 de Febrero de 1980, se celebraron en la Base de Submarinos de Cartagena una serie de actos para conmemorar el 65 aniversario de la creación del Arma, y que tuvieron como colofón una fiesta familiar sin precedentes, en la que cada submarino montó en la explanada de la Base una caseta de feria, cuyo conjunto poco tenía que envidiar a la de cualquier fiesta de cualquier pueblo de España, y en aquella ocasión se volvieron a contratar aunque solo para esas fechas los servicios de oro carro y otro arriero, en recuerdo de que 25 años antes Currito y el tío Andrés circulaban a diario por la Base, aunque en esta ocasión solo se utilizó para pasear a la chiquillería, hijos de los submarinistas.

Así a este borrico, que prestó en su momento tan peculiares, innumerables e importantes, porqué no decirlo, servicio al Arma Submarina y por consiguiente a la Armada durante un buen número de años y que fue muy popular no solo dentro de los muros del Arsenal sino también fuera de ellos durante tanto tiempo, nunca que sepamos se le ha hecho un reconocimiento escrito a su labor, quedando hoy día solo en la memoria de los más viejos del lugar, y que han sido quienes han dado fe de lo que aquí se cuenta. Sirvan pues estas líneas precisamente como un agradecimiento a los servicios prestados por un cuadrúpedo, todo un “submarinista emérito” que las circunstancias del momento le hicieron tener una relación muy directa con el Arma Submarina, y entre cuyos miembros a buen seguro se encontró feliz todos los años que duró la misma, aunque nunca lo pudiera expresar con palabras.

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