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Segundo viaje de Colom: " La llegada a las tierras del Nuevo Mundo" (Continuación), por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom

Segundo viaje de Colom: ' La llegada a las tierras del Nuevo Mundo' (Continuación), por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom
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lunes 20 de diciembre de 2021, 09:15h
Segundo viaje de Colom: ' La llegada a las tierras del Nuevo Mundo' (Continuación), por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom

Tras recorrer entre 750 y 800 leguas la armada llegó a la isla de la Dominica al amanecer del domingo 3 de noviembre de 1493. Los documentos que se ocupan del avistamiento de tierra en este segundo viaje son la Carta que escribió a los Contadores mayores de la ciudad de Sevilla el doctor Álvarez Chanca y la Carta Relación del viaje de exploración a las islas de Cuba y Jamaica escrita por el Almirante. “El primero Domingo después de Todos los Santos- escribe el doctor Chanca- , que fue a tres días de Noviembre, cerca del alba. Dijo un piloto de la nao capitana: albricias que tenemos tierra. Fue el alegría tan grande en la gente que era maravilla oír los gritos y placeres que todos hacían, y con mucha razón, que la gente venía ya tan fatigada de mala vida y de pasar agua, que con muchos deseos sopiraban todos por tierra. Contaron aquel día los pilotos del armada desde la isla de Fierro hasta la primera tierra que vimos unas ochocientas leguas, otros setecientas é ochenta, de manera que la diferencia no era mucha, é más trecientas que ponen de la isla del Fierro fasta Caliz, que eran por toda mil e ciento, ansí que no siento quien no fuese satisfecho de ver agua”.

Segundo viaje de Colom: ' La llegada a las tierras del Nuevo Mundo' (Continuación), por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom
Segundo viaje de Colom: ' La llegada a las tierras del Nuevo Mundo' (Continuación), por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom

Toma posesión de las primeras islas

En esta ocasión también se prometieron 10.000 maravedís al primero que viera tierra, pero esta vez sería pagado por Colom .Fue Camareco, el piloto de la nao capitana Marigalante, quien ganó los 10.000 maravedís, porque fue el primero en dar albricias por haber llegado a tierra. Colón bautiza con el nombre de Dominica la primera isla avistada, con sus altas montañas, en la madrugada del domingo. “Vimos el Domingo – escribe el doctor Chanca- de mañana sobredicho, por proa de los navíos, una isla, y luego a la mano derecha pareció otra: la primera era la tierra alta de sierras por aquella parte que vimos, la otra era tierra llana, también muy llena de árboles espesos, y luego que fue mas de día comenzó a parecer a una parte é a otra islas; de manera que aquel día eran seis islas a diversas partes y las más harto grandes” Al no encontrar puerto adecuado para fondear, el mismo domingo, día 3 de noviembre, el grueso de la flota siguió hacia la isla Marigalante, donde pueden desembarcar. “… descendió el Almirante é mucha gente con él- nos cuenta el doctor Chanca- con la bandera Real en las manos, adonde tomó posesión por sus Altezas en forma de derecho. En esta isla había tanta espesura de arboledas que era maravilla, é tanta diferencia de árboles no conocidos a nadie que era para espantar, dellos con frutos, dellos con flor, ansí todo era verde. Allí hallamos un árbol, cuya hoja tenía el más fino olor de clavos que nunca ví, y era como laurel, salvo que era ansi grande; yo ansi pienso que era laurel su especia. Allí había frutas salvaginas de diferentes maneras de las quales algunos no muy sabios probaban y del gusto solamente roçandoles con las lenguas se les hinchaban las caras, y les venía tan grande ardor y dolor que parecían que rabiaban, los cuales se remediaban con cosas frías”

Después de tomar agua y leña en esta isla, y llegar a la conclusión de que la Marigalante estaba deshabitada y, tras señalar las islas descubiertas en su carta náutica, zarparon antes del amanecer del día 4 "con mucho norte" y arriban a una isla grande, distante 40 millas de la Marigalante, "que está poblada de cambalos [caníbales] Esta nueva isla fue denominada Guadalupe, en cumplimiento a la promesa hecha por Colón tras “ruego de los monjes del convento de aquella advocación, a los que había prometido dar a una isla el nombre de su monasterio”. Toman tierra el día 4 de noviembre y allí se detienen hasta el domingo 10. La isla es de grandes dimensiones, según los cálculos de Chanca “avia de luengo de costa veynte e çinco leguas”. Al acercarse el Almirante con su nave no encuentra fondo suficiente para poder desembarcar, por lo que anduvo “gran espaçio del día y con mucho viento y mar grande – cuenta Colom en su Carta relación del segundo viaje - (...) anduve ansí corriendo por costa desta ysla, sin poder fallar puerto ni fondo para sorgir, fasta que yo llegué a la parte del norte, adonde hera la maior parte del pueblo; y fue mucho en tierra y surgí con toda la armada y procuré de haber lengua”.

Los indígenas, ante la visión de la armada, huyen al monte por miedo a tan grandes embarcaciones, por lo que los españoles al desembarcar tan sólo encontraron unas cuantas casas vacías. Tal era el miedo y la rapidez con que los indios escaparon al monte que dejaron sólo a un niño de un año en el poblado. Colom lo entregó a una mujer de Castilla para que lo cuidara. En Guadalupe los españoles tuvieron ocasión de comprobar que efectivamente habían llegado allí donde pretendían, a las islas de los caribes, pues entre los alimentos que aparecieron en las viviendas abandonadas se encontraban varios huesos de piernas y brazos humanos, y cabezas colgadas en las casas. En los poblados tomaron ocas, papagayos (a los que llamaban guacamayos), algodón hilado y sin trabajar, miel y otros mantenimientos. “Esta gente – escribe el doctor Chanca- saltea en las otras islas, que traen las mujeres que pueden haber, en especial mozas y hermosas, las cuales tienen para su servicio, é para tener por mancebas, é traen tantas que en cincuenta casas ellos no parecieron, y de las cativas se vinieron más de veinte mozas. Dicen también estas mujeres que estos usan de una crueldad que parece cosa increíble; que los hijos que en ellas han se los comen; que solamente crían los que han en sus mujeres naturales (…) Dicen que la carne del hombre es tan buena que no hay tal cosa en el mundo; y bien parece porque los huesos que en estas casas hallamos todo lo que se puede roer lo tenían roído (…) Allí se halló en una casa cociendo en una olla un pescuezo de un hombre. Los muchachos que cativan cortarlos el miembro, é sírvense de ellos fasta que son hombres (…) porque dicen que la carne de los muchachos é de las mujeres no es buena para comer”

Finalmente llegan al Fuerte Navidad

Una vez que las naves se aprovisionaron de agua y leña, el 10 de noviembre parten de Guadalupe bordeando su costa hacia el Noroeste, rumbo a la Española, por lo que dejaron sin descubrir las islas que iban dejando a derecha e izquierda. Varias islas se extienden hacia el Noroeste y Sureste pero Colom decide no entretenerse. Las 17 naves de la armada, tras hacer aguada en el extremo occidental de la isla de San Juan Bautista, se hacen a la vela el día 21 de noviembre. Desde allí recorren 15 leguas, arribando finalmente a La Española, por su zona Norte, al día siguiente. Habían recorrido “quinientas leguas de[sde] la primera isla de los caníbales”. Costean sin detenerse, para llegar lo antes posible al objetivo de su viaje, la fortaleza de Navidad.

Sin embargo, Colom envió en una barcaza a uno de los indios que había tomado en su viaje anterior con la intención de que informara a los suyos sobre su experiencia entre los españoles y así poder iniciar lo antes posible la cristianización de los indígenas. Pero muchos indios se acercaron a los hombres que iban en la barca. Les ensañaban el oro que llevaban al cuello y en las orejas, mostrando su deseo de ir con ellos a los navíos. Los cristianos no se decidieron a llevarles, pues no tenían permiso del Almirante, pero los indígenas se acercaron a las carabelas próximas en canoa, logrando así sus propósitos. Una vez en la capitana, a través de un intérprete dijeron a Colom que su rey les enviaba a conocer quiénes eran los visitantes, pidiéndole que acudiera a tierra donde obtendría oro abundante. El mallorquín rehusó la invitación entregándoles algunas camisas y bonetes, diciéndoles que no le era posible aceptar la invitación pues se dirigía a las tierras de Guacanagari, posponiendo la visita para mejor ocasión.

El día 25 llegan al puerto de Monte Cristo. Entonces Colom envía una barca a tierra. Las naves permanecieron allí ancladas durante dos días, tal y como nos dice Chanca, quien estaba entre los hombres que toman tierra “para ver la disposiçion de la tierra porque no avia pareçido bien al almirante el logar donde había dexado la gente para hazer asiento. Deçendimos en tierra para ver la disposición, había çerca de allí un gran rio de muy buen agua pero es toda la tierra anegada e muy indispuesta para habitar. Andando veyendo el río é tierra hallaron alguno de los nuestros en una parte dos hombres muertos junto con el rio, el uno con un lazo al pescuezo y el otro con otro al pie, esto fue el primero día. Otro día siguiente hallaron otros dos muertos más delante de auellos, el uno destos estaba en disposición que se le pudo conocer tener muchas barbas. Algunos de los nuestros sospecharon más mal que bien, é con razón, porque los indios son todos desbarbados”.

Al conocer esta noticia Colom decidió partir y recorrer lo antes posible las doce leguas que les separaban del puerto de Navidad. El día 27 ven que una canoa iba detrás de ellos, decidiendo no esperarla “porque se me hazía tarde para entrar en el puerto de día- comenta Colom en su Carta Relación-; y con todo no pude yo llegar a tiempo y ove de surgir de fuera adonde, a gran rrato de la noche, llegó la dicha canoa, por la qual benía un privado de un rrei Guanaguari”. Los indios preguntaron por el Almirante, negándose a subir a la nave hasta haberle visto. Dos de ellos, entre los que se encontraba un cuñado del cacique, subieron a la nao Marigalante entregando a Colón “una carátula de oro de persona, que me enbiava Ocanaguari, y a otro otra al capitán de la nao Antonio de Torres.”

El mallorquín dio de comer a los indígenas y algunos regalos para su reyezuelo y para ellos mismos, al tiempo que les pregunta por los españoles que quedaron en la fortificación de Navidad. Los indios “respondieron que algunos eran muertos de enfermedad, y otros se habían ido la tierra dentro con sus mujeres y aun con muchas mujeres.” Una vez más, Chanca amplía la información anotando no sólo que algunos de ellos habían fallecido, sino que Guacanagari estaba herido en una pierna cuando intentó ayudar a los españoles que a él fueron encomendados en diciembre de 1492, por lo que no había acudido a dar la bienvenida al Almirante, enviando a los emisarios en su lugar para anunciar una pronta visita en persona. Colom imaginó que los 39 hombres de la Navidad habían muerto, especialmente tras lanzar dos lombardas sin recibir respuesta. En la fortificación encontraron ropas y otros enseres, pero no a los hombres que allí quedaron. “Fue preguntado- escribe Chanca- a este pariente de Guacamari quien los había muerto: dijo que el Rey de Canoabó y el Rey Mayreni e que los quemaron las cosas (sic) del lugar, é que estaban dellos muchos heridos e también el dicho Guacamari estaba pasado un muslo y él que estava en otro lugar”.

Parece pues, que la avaricia de los españoles y los excesos cometidos con las mujeres de la isla motivaron el ataque del cacique Caonabo y que este primer asentamiento, forzado y con carácter provisional, tuviera un trágico final. Ahora, a su tristeza debió unir Colom la angustia por no poder cumplir el ya mencionado encargo real de realizar rápidamente una carta de las nuevas tierras, con noticias geográficas y de abundantes riquezas, al menos según los planes que él tenía trazados.

La Isabela: primera villa española en América

El mismo día 29 Colom envió varias carabelas en busca de un lugar adecuado para crear un nuevo establecimiento. Llegan a la desembocadura de un río grande, el Bajibonico. Colom decide que el puerto que hay junto al río es adecuado para sus intenciones a pesar de estar “descubierto para el viento Norueste, pero para lo demás bueno.” Por otra parte el pasaje y los animales tenían necesidad imperiosa de desembarcar, por lo que se acepta este emplazamiento para la Isabela.

El desembarco del abundante número de pasajeros, animales, víveres y enseres de todo tipo, así como el comienzo de la construcción de la villa, le impide a Colom realizar cuanto antes el encargo de los Reyes de plasmar en una carta las nuevas tierras. Por ello el Almirante confía en Diego Márquez, capitán de una de las carabelas, para que realice el mapa de la isla, el objetivo principal del viaje. Por ello Diego Márques se convierte en el descubridor oficial de las costas de las actuales Haití y República Dominicana. Colom lo narra así: "Luego que determiné la partida de la villa de La Navidad, enbié la caravela, que ya dixe, que rrodease esta ysla fasta enfrente de Montechristo, de la otra parte del austro, trato que avía allado costa aseñalada del nacimiento del oro; aguardo cada rrato por ella, y no es maravilla de su tardada porque los vientos an sido y son para ella muy contrarios". En esos momentos Colom también envió a Alonso de Ojeda y a Ginés de Gorvalán hacia el interior para que explorasen "si es verdad que aya tanto oro". Así lo expresa Colom en su Carta relación: “luego que aquí [la Isabela] ove puesto asiento, enbié a Ojeda, un buen mançevo y bien esforçado, con quinze hombres, a explorar el camino, y a ver quánto ay de aquí a Cibao, y si puede saber la mina de oro como allá me dizen (...) tanbién enbié otro criado de Fonseca, [Gorvalán] por la mesma guisa y con tanta gente, acá al mediodía, a Ahonaboa, porque tiene muy buen camino y bea si es verdad que aya tanto oro.”

El grupo a cargo de Ojeda marcha en dirección Sur, hacia el interior. Los dos primeros días son difíciles al atravesar unas tierras abandonadas por sus habitantes, sin embargo, la tarde del segundo día los españoles finalmente llegan a una sierra a la que se ascendía por una vereda india, pasando la noche en la cima. Cruzan la cordillera septentrional por el valle central de la Española con un lento avance pues, tal y como supuso el Almirante, la excesiva hospitalidad de los nativos no les facilitaba el avance. Si a ello sumamos la necesidad de vadear varios ríos, como el Yaque, hasta que al fin el llano y cerca del actual puerto de Janico localizan una red de arroyos procedentes de las montañas del Cibao, entenderemos perfectamente su tardanza de cinco o seis días. Especialmente tras leer las siguientes palabras de Cuneo, participe en la expedición: “Y estando cercanos al dicho lugar de Cebao y siendo el tiempo pésimo y teniendo que cruzar otro río muy torrencial, recelosos de este albur regresamos a los indios más próximos y tuvimos un parlamento con ellos. Y nos dijeron que sin duda en el dicho lugar de Cebao había en verdad oro en gran abundancia, y obsequiaron con cierto oro a nuestros capitanes, en el cual había tres pedazos grandes, a saber, uno de valor de VIII castellanos, otro de XV y otro de XII, el cual tenía un pedazo de roca.

Cuneo nos dice que en la zona se descubrieron muchos ríos y más de veinticuatro arroyos. Así mismo, anota que “se recoge el oro cavando a la orilla del río. De inmediato, en efecto, brota agua a borbotones; primero mana algo turbia, después, a poco de recobrar su color cristalino, quedan de manifiesto los granos de oro que están posados en el fondo por su pesantez, de mayor y menor peso que una dracma de oro, de los que Hojeda en persona recogió muchísimos." Escribe además Cuneo que, “al golpear con un mazo una roca que está junto al monte, se derramó gran cantidad de oro, y por doquier brillaron centellas doradas con resplandor inenarrable.” Como el objeto de la expedición era examinar la riqueza de la región de Cibao, Ojeda decide volver con el oro obtenido para informar al Almirante y a los habitantes de la Isabela de las prometedoras riquezas de la zona. Este es el momento en que el grupo inicial se divide, pues al tiempo que Ojeda regresa “su compañero Gorvalán avanza con prontitud, al frente de una tropa de españoles, en busca del rey por quien había emprendido el viaje.” Gorvalán se encontró de nuevo ante el obstáculo que les hizo retroceder días antes “un río inmenso, más rico que el Tajo en España y más caudaloso que el Ebro, que parecía casi infranqueable.”- cuenta Cuneo. La rapidez de la corriente hacía imposible atravesarlo a nado, pero desde la otra orilla numerosos indios les prometieron ayuda. En dos embarcaciones indígenas los españoles atraviesan el río, ayudando los indios al equilibrio de las pequeñas embarcaciones desde el agua. Una vez en la otra orilla, los nativos les acompañaron a través de tierras de caciques amigos, informándoles de las riquezas del entorno. Así, y tras haberles relatado maravillas acerca de las galerías de oro y de su nacimiento, un cacique los lleva a una orfebrería en la que un artesano batía oro en láminas muy delgadas. Las sostenía una piedra redonda, notable por tener su canto muy pulido; aquel experto en labrar diademas y mitras, pues de ellas se sirven las mujeres de los indios como adorno de su cabeza. Gorvalán llegó a Niti, dentro del reino de Caonabó, tal y como le había encomendado el Almirante. Allí encontró señales y muestras de oro, y también de plata en mayor cantidad que en el valle, marchando apresuradamente hacia la villa de la Isabela para informar al Almirante tal como hiciera Ojeda días antes.

Mientras tanto el puerto elegido por el Almirante era lo suficientemente grande como para albergar las 17 naves y aún quedaba espacio para otra gran flota. Una visible punta de tierra indicaba fácilmente su localización desde el mar al tiempo que una protección natural lo hacía seguro, de un lado lo protegía un parapeto natural de rocas, del otro, una floresta impenetrable. La proximidad de dos ríos, uno de ellos muy caudaloso, el Bajobonico, y otro más pequeño, regaban una verde llanura en la que se podían poner a prueba las semillas hasta allí transportadas desde la Península, y ofrecían remansos para la cómoda construcción de molinos. Así mismo, contaban con la cercanía de una población india, distante tan sólo unas dos leguas, lo cual facilitaba la relación con el indígena. El suelo parecía fértil, las aguas proporcionaban excelente pescado, y el clima se presentaba templado y suave, aunque ya era mediado el mes de diciembre. ¿Qué más se podía pedir para la elección del emplazamiento de la primera villa española en América?

Allí desembarcaron los casi 1500 hombres que acompañaban a Colom, fatigados y con escasos bastimentos, pues muchos de ellos se habían estropeado durante el camino, con los caballos en mal estado, etc. El embrión de la ciudad de Isabela iba adquiriendo forma apresuradamente. Un muro de piedra rodeaba la villa para protegerla de posibles ataques de los naturales, aunque los indios de la vecindad mostraban muy amistosa disposición, trayendo provisiones que cambiaban contentos por bagatelas españolas.

Disponen las casas y construyen las murallas de suerte que den ornato a la ciudad y presten refugio seguro a los habitantes. Una ancha calle trazada a cordel divide la ciudad en dos partes, calle que es cortada después transversalmente por otras muchas costaneras; en la playa se alza un magnífico castillo con una elevada fortaleza, que es la morada del gobernador. Se consagra un noble templo opulento en dones y repleto de ofrendas, que la reina Isabel envió desde España para el culto divino. Deciden que ésta sea también la capital de la provincia.

Torres regresa a España

El 30 de enero de 1494 parten para la península 12 naves al mando de Antonio de Torres. Lleva a los reyes un memorial realizado en la Isabela con fecha 30 de enero de 1494. Colom cumple uno de los principales encargos de los reyes al reunir los datos recopilados por Ojeda, Gorvalán y Márquez. Con la información facilitada por los tres capitanes realiza un informe sobre la localización de las nuevas tierras y una carta plana en la que dibuja la isla. Prueba de la información obtenida referente a la latitud a que se encuentra La Española y su perfil son las siguientes palabras de Pedro Mártir de Anglería en una carta dirigida a Pomponio Leto: “Esta isla de la Española asemeja la forma de un hoja de castaño. Dicen que por el Septentrión el polo ártico se eleva veintiséis grados, por el Mediodía veintiuno, y que de Oriente a Occidente se extiende y alarga diecinueve grados de longitud esférica. Dista de Cádiz, por el Occidente, cuarenta y nueve grados, según dicen los que miden con toda precisión estas distancias”.

El Almirante envía a Ginés de Gorvalán para que los soberanos puedan conocer cuanto deseen de los recursos auríferos de la zona. Don Cristóbal explica su decisión de no esperar a reunir más oro para enviar las doce naves capitaneadas por el alcalde de la Isabela, Antonio de Torres. Considera que esta es la determinación más adecuada, justificándola al exponer que los hombres están enfermos y el tiempo es el adecuado para que las naves viajen hasta la Península y poder estar de vuelta con provisiones en el mes de mayo.

En ese informe Colom también les notifica la situación del nuevo asentamiento, así como de las peticiones de provisiones que reflejan las necesidades de los españoles para poder asentarse en un entorno tan distinto al que estaban acostumbrados. En el nuevo asentamiento cuentan con pocos alimentos para poder restablecerse, y además carecen de animales adecuados para el trabajo.

Así mismo, el descubridor intenta alentar la confianza de los monarcas en las riquezas auríferas del Cibao asegurando que pretende organizar una expedición hacia las minas con los hombres que permanecen sanos. Sin embargo, tiene en cuenta lo alejado de los yacimientos, la necesidad de abundantes mantenimientos y la falta de animales de carga para el transporte del oro obtenido por caminos que aún no están preparados para el tránsito. Todo ello convence al virrey de que lo mejor es esperar a que sus hombres se restablezcan antes de aventurarse hacia el interior de la isla, pues son constantes las visitas de los indios a la villa y no conviene dejar tan sólo hombres débiles y enfermos. Colom evidencia también su temor por los hombres sanos en caso de emprender viaje a las minas de oro, pues los que participaron en las dos expediciones de Ojeda y Gorvalán “cayeron dolientes después de bueltos e avn algunos se ouieron de boluer del camino.” Teme, pues, que al caer enfermos e indefensos el cacique Caonabó se atreva a atacarles.

El mallorquín avanza en su relato tratando el estado sanitario de la colonia y la escasez cada vez mayor de los mantenimientos. Habla de que los campos y sus cultivos necesitan tiempo para dar fruto, de la dificultad de los españoles para habituarse a los alimentos que les ofrece el entorno, especialmente en un momento en que la mayoría se encuentra débil a causa del viaje y los constantes esfuerzos para aclimatarse y levantar la villa.

El Almirante continúa con sus peticiones, sin dejar de intercalar quejas: necesitan vino por “la mala obra que los toneleros fizieron en Seuilla” afirmando que es el elemento del que carecen en mayor cantidad, aunque no el único. También necesitan bizcocho y trigo, así como “algunas carnes, digo toçinos e çeçina que sea mejor que la que avemos traydo este camino, de carneros bivos e avn antes corderos e corderitas más fenbras que machos, e algunos veserros e vezerras pequeños son menester que cada vez vengan en qualquier carauela que aca de enbiare é algunas asnas é asnos é yeguas para trabajo, é symiente que acá nynguna destas animalias ay de que onbre se pueda ayudar ni valer”

El mallorquín pide que le manden materiales para elaborar allí mismo los productos, ya que cuentan con artesanos de casi todos los gremios, y así abaratar costos. Solicita “zapatos y cueros, camisas comunes y de otras, jubones, lienzo, sayos, calzas, paños para vestir en razonables precios; y otras cosas, como son conservas, que no fuera de ración, y para conservación de la salud”. En el Memorial se plantea uno de los temas de mayor polémica a lo largo de la etapa de los descubrimientos, el de los esclavos. Colón utiliza como vía justificadora de la esclavitud (algo natural tras haber vivido la práctica negrera de los portugueses en Guinea) la de la evangelización, por lo que escribe: “es verdad, que como esta gente, platican poco los de una isla con los de otra, en las lenguas hay alguna diferencia entre ellos, según como están más cerca o mas lejos; y porque entre las otras islas, las dos de los caníbales son mucho grandes, y mucho bien pobladas, parecerá acá que tomar dellos y dellas, y enviarlos allá a Castilla, non sería sino bien, porque quitarse hian, una vez, de aquella inhumana costumbre que tienen, de comer hombres, y allá en Castilla, entendiendo la lengua, muy más presto recibirían el bautismo, y farían el provecho de sus ánimas.” Colón distingue además entre buenos y malos, taínos y caribes, considerando que los taínos al verse libres de la opresión de los caribes fácilmente aceptarían ser “vasallos de sus Altezas.”

El Virrey y Gobernador elogia en el Memorial a algunos de sus colaboradores, como el propio Torres, Margarit, Chanca, Coronel, el bachiller Gil García, Villacorta, Gaspar, Beltrán y Juan de Aguado, para los que solicita a los monarcas que se les den compensaciones. Para Mosen Pedro Margarit pide una encomienda en la orden de Santiago a la que pertenece.

La armada comandada por Torres llegó a Cádiz el viernes 7 de marzo de 1494. La noticia de su llegada se propaga con gran rapidez. Torres se apresura a escribir a los monarcas y a Fonseca comunicándoles su llegada y la intención de acudir lo antes posible a la corte para hacer entrega de los importantes documentos que porta. Los correos enviados por el contino llegaron en torno al día 18 de marzo a Medina del Campo, lugar en que se encontraba la corte, anunciando "que habían llegado de las islas doce naves, y habían tomado puerto próspero en Cádiz". Poco más dijeron los correos salvo que el Almirante "había quedado en La Española con cinco naves y novecientos hombres para hacer investigaciones". La carta que los monarcas envían a su contino Antonio de Torres, le informa que han recibido su misiva notificando su llegada y próxima visita por lo que los soberanos le piden “que dedes priesa en vuestra venida”. Ese mismo día escriben al arcediano Fonseca agradeciéndole “la diligencia que pusisteis” en darle a conocer la llegada de las naves, y envían una cédula a Pinelo agradeciéndole así mismo “la diligencia que teneys en el despacho de los correos que a nos vienen”. Torres tenía órdenes de entregar en mano a los monarcas los informes y cartas que le fueron confiados en La Española, tanto por Colom como por algunos particulares. Así mismo, en el Memorial se le encarga que se ocupe de aprovisionar unas naves en Sevilla con lo más necesario nada más llegar a la Península. Además, y tal y como nos cuenta el cura de los Palacios “e vinieron los navíos a Cádix, donde fasta que el Sr. Obispo Don Juan de Fonseca fue, no osaron salir a tierra fasta le entregar el oro.” Torres llegó a Medina el 4 de abril. La remesa de quinientos indios esclavizados que trasporta Torres causa una deplorable impresión en la Corte.

La decepción y el descontento

A la fatiga de la travesía se unió el estado de desánimo de la gente al verse obligados a trabajar en las labores de construcción del nuevo asentamiento Todo ello, unido a la carencia de alimentos que reconfortaran el cuerpo, y a la falta de expectativas inmediatas de riqueza que fortalecieran el ánimo, nos puede dar una idea del ambiente que se respiraba en estos primeros días de vida de la Isabela. “Comenzó la gente tan de golpe a caer enferma, -explica Las Casas que leyó el Diario de Colom- y por el poco refrigerio que había para los enfermos, a morir también muchos dellos, que apenas quedaba hombre de los hidalgos y plebeyos, por muy robusto que fuese, que de calenturas terribles enfermo no cayese; porque a todos era igual casi el trabajo (…). Sobreveníales a sus males la gran angustia y tristeza que concebían de verse tan alongados de sus tierras y tan sin esperanza de haber presto remedio y verse defraudados también del oro y riquezas que se prometió a sí mismo, al tiempo que acá determinó pasar cada uno”.

Agotamiento acentuado por la carencia de alimentos frescos que ayuden a reponer las escasas energías tras el hacinamiento vivido a bordo de las naves desde el mes de septiembre, y el constante esfuerzo que supone la creación de un nuevo asentamiento. Pues tanto edificar la ciudad, como preparar los campos, formar las huertas y plantar los jardines, debían hacerse con la mayor rapidez posible, agobiando a unos hombres que necesitaban reposo y descanso. El mismo Almirante también es presa de una enfermedad que lo tiene paralizado durante meses con fiebre alta, diarrea sanguinolenta, uretritis y conjuntivitis. Queda tan tullido de las piernas que apenas se puede mover.

Si procuramos imaginar la situación de falta de alimentos en una tierra desconocida, y con enfermedad generalizada, podremos suponer la gran frustración de los que se quedan en la Isabela. Si en el verano del ´93 las promesas de riquezas hicieron que se enrolaran sin pensar, ahora, la desilusión y el cansancio hacían que tuvieran el mismo ímpetu y deseo por regresar a la Península. El contador Bernal Díaz de Pisa, insatisfecho de la situación existente en la Isabela, no tardó en agrupar a los descontentos proponiendo que se aprovechasen de la enfermedad de Colón para hacerse con el control de las naves que estaban en el puerto y regresar. El hecho de que Fermín Cedo asegurase que no había oro en abundancia, que el poco que había no merecía la pena obtenerlo pues no era rentable, y que las pepitas que traían los indios era el resultado de acumularlo durante años, debió ser clave para lograr el apoyo de un grupo de insatisfechos en el intento de retornar a la Península. Sin embargo, el motín se descubrió y el Almirante mandó arrestar a los cabecillas. Al hacer investigaciones se encontró un memorial contra el mallorquín y sus actos de gobierno en la boya de un barco, escrito por Pisa. Por lo que nos relata don Hernando en su Historia del Almirante, sabemos que el Virrey no le impuso castigo personal a Pisa, que había ido con el cargo de contador de los Reyes Católicos “por cuyo respeto, cuando el Almirante lo supo, no le dio más castigo que tenerlo preso en la nave, con propósito de mandarlo después a Castilla con el proceso de su delito”. A los cabecillas inferiores los castigó según el grado de culpabilidad. Esta fue la primera intentona de rebelión en las Indias.

Ahora es cuando el Almirante, impedido como estaba en la cama, le da los poderes a su hermano Diego Colom nombrándolo Gobernador interino de la isla. Por esta acción el Almirante es tachado de nepotista, aunque tenía todo el derecho del mundo, pues por la Real Cédula fechada en Barcelona el 28 de mayo de 1493 se le autoriza para que provea los oficios de gobernación de las Indias en personas de su elección y confianza.

Para evitar que alguien se apodere de alguna nave, la primera providencia que ordena el nuevo gobernador es poner toda la munición y artillería y cosas más necesarias de la mar de los cuatro navíos en la nao capitana. Y puso en ella personas de total confianza. Esta fue la primera intentona de rebelión en las Indias.

Diego Colom, hermano del Almirante

Diego Colom era el hermano menor de los Colom. Se quedó en Felanitx y no se enroló en las escuadras de sus tíos corsarios como sus hermanos Cristóbal y Bartolomé. Al morir su madre Margalida (está en curso la investigación si ella fue relajada por la Inquisición) se traslada a Valencia para trabajar como tejedor de la seda. Pero cuando la comitiva de su hermano el Almirante, después de haber llegado a la otra orilla del Atlántico, pasa por Valencia, se une a ella y participa en el segundo viaje colombino. Se naturalizó del reino de Castilla-León para conseguir un obispado. Según Bartolomé de las Casas “Diego Colom era una persona virtuosa, muy cuerda, pacífica y más simple y bien acondicionada que recatada y maliciosa”. Murió en Sevilla el 21 de febrero de 1515 y fue enterrado en la Cartuja de Sevilla, pero su tumba fue trasladada a la fábrica de Cerámicas Cartuja Pickman.

En 2003 el Dr. Lorente, tras exhumar los restos mortales de Cristóbal Colón custodiados en la catedral de Sevilla, los contrastó con el ADN mitocondrial (el procedente de la madre) de los restos de Diego Colom, y se observó que tienen una absoluta identidad, luego son hermanos por parte de madre. O sea, el apellido Colom procede de la parte materna.

(Continuará)

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