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"La querella por las Molucas", por Pedro Cuesta Escudero autor de Y sin embargo es redonda.Magallanes y la primera vuelta al mundo

'La querella por las Molucas', por Pedro Cuesta Escudero autor de Y sin embargo es redonda.Magallanes y la primera vuelta al mundo
jueves 02 de diciembre de 2021, 20:48h
'La querella por las Molucas', por Pedro Cuesta Escudero autor de Y sin embargo es redonda.Magallanes y la primera vuelta al mundo
'La querella por las Molucas', por Pedro Cuesta Escudero autor de Y sin embargo es redonda.Magallanes y la primera vuelta al mundo

Portugal y Castilla se lanzaron a los océanos en una carrera exploradora sin precedentes con el objetivo de descubrir la ruta marítima para alcanzar las míticas islas Molucas, origen de las codiciadas especias. Después de la mayor aventura marítima de todos los tiempos, de alcanzar las islas de las especias por el lado inexplorado del mundo, por 300.000 ducados el emperador Carlos V vende a Portugal el derecho a navegar a las islas Molucas.

Para entenderlo interesa subrayar el uso y maneras con que las Coronas, en forma de soberanía territorial, dispusieron de la cartografía en tanto que herramienta de poder político durante los reinados de los Reyes Católicos y Carlos V en España y Juan II, Manuel I y Juan III en Portugal. Tras los grandes viajes transoceánicos del siglo XV y los nuevos descubrimientos geográficos, tanto la monarquía portuguesa como la española advertirían de la relevancia que tendría para el mantenimiento de sus imperios de ultramar la creación de una “cartografía oficial”, una ciencia que trabajara únicamente para los privilegios de la Corte. Por otro lado, y como consecuencia de la continua retroalimentación entre el imperio y la cartografía, la geografía en general y los mapas en particular vieron en las políticas expansionistas de los imperios europeos una mina de oportunidades para una disciplina en alza que se disponía a construir un mundo cada vez más conforme a la realidad. El caso de los derechos de explotación de las islas Molucas constituye un ejemplo emblemático para analizar la inexorable simbiosis entre ciencia y poder, mapas y autoritarismo monárquico.

La cartografía oficial

El problema de la línea de demarcación extraído de las bulas alejandrinas de 1493 y, en consecuencia, del Tratado de Tordesillas que se celebró al año siguiente, anticipó una larga disputa donde estaba en juego algo más que las exóticas islas orientales. La repartición geográfica del mundo llevó más años e inconvenientes de lo esperado. Desde sus orígenes también fue una cuestión cartográfica. Los mapas de uno u otro lado ejercieron una influencia no sólo necesaria, sino además imprescindible. Si la cartografía oficial patrocinada por las Coronas colaboró con ellas para el establecimiento de sus dominios territoriales, sería la ‘cartografía jurídica’, tal y como la denominó François Dainville, la que intentaba, mediante la evidencia, resolver querellas como la de las Molucas. A pesar del mapa realizado por Diego Ribeiro para Carlos V en 1529, que se presentó en el Tratado de Zaragoza de ese mismo año, Carlos I de España y V de Alemania vendió a Portugal el derecho a navegar a las islas Molucas. Se ponía así fin a una serie de Juntas, como la de Badajoz-Elvas de 1524, destinadas a la resolución científica del problema mediante comisiones de expertos de ambas monarquías, en la mayoría de los casos cosmógrafos experimentados. Pocas veces el poder de la imagen había sido tan decisivo para la resolución de una disputa científico-diplomática.

El Tratado de Alcaçovas-Toledo, las bulas alejandrinas y los primeros derechos castellanos sobre las Indias Occidentales.

El 4 de septiembre de 1479 se firmaba el Tratado de Alcaçovas-Toledo entre los Reyes Católicos, Fernando e Isabel, por parte de Castilla y Alfonso V y su hijo Juan por parte de Portugal. El objetivo del acuerdo oficial descansaba en poner fin a las hostilidades provocadas por la Guerra de Sucesión Castellana (1475-79) iniciada como consecuencia de la muerte, en 1474, del rey de Castilla Enrique IV. Con el rey ya fallecido comenzaron los enfrentamientos entre los partidarios de Juana la Beltraneja, hija de Enrique IV y prometida con el rey Alfonso V de Portugal, y los defensores de Isabel I de Castilla, casada con Fernando II de Aragón.

Ambas pretendientes al trono llevaron a cabo un conflicto bélico que duraría alrededor de cinco años. Tras la guerra, Alfonso V renunció al trono de Castilla y los Reyes Católicos cesaron en sus intentos por hacerse con Portugal, al tiempo que comenzaban a determinarse con claridad cuáles eran las políticas de ambas partes sobre las navegaciones atlánticas, tal vez el foco más espinoso de la rivalidad luso-castellana. Con el Tratado de Alcaçovas de 1479, ratificada en Toledo por los Reyes Católicos el 6 de marzo de 1480, se acordó buscar una solución digna y definitiva al futuro de Juana de Trastámara, conocida como la Beltraneja; intentar restaurar la antigua amistad entre ambas Coronas; resolver la situación de aquellos castellanos juanistas que lucharon en defensa de los intereses de Alfonso V; y determinar, primero, la política sobre las navegaciones por el Atlántico africano y repartir, después, los territorios de las zonas de influencia de ambos reinos.

Lejos de lograr una paz definitiva, el tratado de 1479 daría lugar a una larga y controvertida disputa entre ambas potencias marítimas que quedaría zanjada con el Tratado de Límites, no ratificado, de 1750 y formalizado en 1777 con el Tratado de San Ildefonso, un acuerdo que tenía la intención de extinguir las desavenencias entre ambas Coronas y establecer los límites entre España y Portugal en Sudamérica. En este sentido, interesa destacar la prolongación del conflicto hasta la segunda mitad del siglo XVIII, pues pone de manifiesto que se trata de un problema de fronteras, donde tanto unos como otros debieron ceder terreno para llegar a la paz, estimulando así un acercamiento entre las dos potencias. La infinidad de pugnas político-geográficas que mantuvieron Portugal y Castilla se prolongaron durante trescientos años, de los cuales conocemos bien la historia burocrática y diplomática, pero no tanto las implicaciones cartográficas que el mundo de los mapas aportó a las exploraciones y descubrimientos ibéricos en términos tanto políticos como científicos.

Con anterioridad al descubrimiento del Nuevo Mundo y mediante los acuerdos alcanzados en Alcaçovas los hombres de mar castellanos no podían navegar por las aguas del Mar Océano que se encontraban al sur del paralelo que pasaba por la Gomera de las Islas Canarias, pero en cambio sí tenían el derecho de hacerlo, con total libertad, al norte de dicho paralelo y, lo que era más importante, hacia poniente. Esto significa que no existía ningún pacto que prohibiera a los navegantes castellanos poner rumbo hacia la inmensidad del Atlántico Occidental. Con la resolución de lo sancionado en 1479 los Reyes Católicos consiguieron de forma anticipada e inesperada sus primeros favores de cara al dominio del Mare Liberum y conquista del Mundus Novus.

. El convenio de Alcaçovas no sólo representó el primer golpe de autoridad de los Reyes Católicos, sino también el inicio de una tregua entre Castilla y Portugal que duraría hasta el 4 de marzo de 1493, día en que el almirante Cristóbal Colom llegó a Lisboa para comunicarle a Juan II, rey de Portugal y apodado el Príncipe Perfeito, las noticias de su gran hallazgo al oeste del Atlántico. Ante la incredulidad y malestar del rey portugués, Colom se reunió posteriormente con Fernando e Isabel en Barcelona. El desembarco del navegante mallorquín en la Península desencadenó de nuevo una larga etapa teñida de rivalidades y reivindicaciones entre ambas potencias. Con el primer viaje descubridor de Colom, o mejor, con el testimonio de lo que en él descubrió se puso fin a la alianza concertada en 1479. A partir de 1493 se inicia un periodo de tensión diplomática en el que las protestas y los requerimientos tanto por parte lusa como castellana constituyen el caldo de cultivo de un problema político, económico y religioso que se resolvería en términos científicos con métodos cartográficos. El viaje de Colom y las bulas papales de 1493 representaron la punta de lanza del célebre Tratado de Tordesillas firmado el 7 de junio de 1494 entre los Reyes Católicos y Juan II. Si la falta o escasez de mapas encarnó el acicate que estimuló las desavenencias hispano-portuguesas, también la cartografía intentaría, unas veces con más éxito que otras, acabar con una disputa demasiado costosa para ambas partes en litigio. Dado el desconocimiento de las tierras descubiertas, si las herramientas de Colom para persuadir a las monarquías ibéricas hubiesen sido más visuales que textuales la historia del Tratado de Tordesillas hubiera tomado un cariz bien distinto. La Corona de los Reyes Católicos tomó conciencia desde muy pronto de la importancia que tendría una representación visual para la defensa de sus intereses. No en balde, las demandas a Colom desde la Corte para que presentase una carta náutica a modo de pintura, donde figurasen las zonas recién halladas, fueron una constante. La cartografía sería la herramienta más útil y eficaz dada las dimensiones del problema. El mapa informaría a todos y cada uno de los implicados qué era aquello que Colom decía haber descubierto y dónde se encontraba.

. Frente al descontento portugués, los Reyes de Castilla y Aragón solicitaron ante el Papa valenciano Alejandro VI la concesión de las islas descubiertas por Colom para que de esta manera entraran dentro de su jurisdicción, a la vez que exigían al descubridor una respuesta gráfica que permitiera persuadir a Portugal del dominio castellano de las nuevas realidades geográficas. Según el cosmógrafo y cronista Alonso de Santa Cruz, los Reyes Católicos pidieron al Papa valenciano que: “Tuviese por bien de les conceder así las yslas descubiertas como las que por su mandado se descubriesen en el dicho mar Oceano, para que con más justo título las pudiesen poseer. Lo qual oydo por el Papa […] les enbió una bula, en que por ella les concedió las dichas islas, así las que estaban descubiertas como las que adelante se descubriesen por sus mensajeros o capitanes en el mar Oceano”.

Ante la doble demanda de Fernando e Isabel, una oficial y otra privada, Colom propuso la creación de una raya limítrofe e imaginaria que delimitara las aguas de Portugal con las de Castilla, una línea a la vez física y mental que mostrase las islas Nuevo Mundo dentro del término de Castilla. Por su parte Alejandro VI respondió a esas peticiones con una serie de bulas que serían categóricas para Castilla. La postura del Vaticano beneficiaría por segunda vez, tras el acuerdo de 1479, a los Reyes Católicos. Tal como expresa la primera bula papal Inter Caetera del 3 de mayo de 1493, la Iglesia Católica tenía muchas esperanzas depositadas en la nueva Era de las Exploraciones, ya que manifestaba expresamente que a cambio de concederle la potestad de estos territorios a los Reyes Católicos, éstos tenían el deber de convertir a las naciones bárbaras a la Fe Católica. Así, de acuerdo a la primera bula papal de 1493 se otorgaba a Castilla para la realización de un negocio de tanta importancia: “Todas y cada una de las tierras e islas ya citadas, así las desconocidas como las hasta ahora descubiertas por vuestros enviados y las que se descubran en adelante, que bajo el dominio de otros señores cristianos no estén constituidas en el tiempo presente

Aunque Alejandro VI, con su cargo de Papa recién estrenado, alegaba apoyar a Castilla de la misma forma que a Portugal -se le adjudicaron algunas partes de África, Guinea y la Mina de oro por concesión apostólica-, lo cierto era que la bula Inter Caetera anulaba por completo el monopolio portugués de descubrimiento y posesión de las Indias Orientales. Con las bulas de 1493 Portugal quedaba despojado de los privilegios concedidos por la bula Romanus Pontifex de Nicolás V en 1455, en la que animaba a Enrique el Navegante con la expresión usque ad Indos (sin interrupción hacia las Indias)

Si la primera bula de 1493 carecía de claridad científica y geográfica ante la solicitud castellana de un nuevo reparto de influencias, la promulgación de la segunda bula Inter Caetera de Alejandro VI el 4 de mayo del mismo año legitimó definitivamente la propiedad de los nuevos territorios. El nuevo texto confería a Castilla por la autoridad apostólica la donación, constitución y asignación de: “Todas las islas y tierras firmes, descubiertas y por descubrir, halladas y por hallar hacia el occidente y mediodía, haciendo y constituyendo una línea desde el polo ártico, es decir el septentrión, hasta el polo antártico, o sea el mediodía, que estén tanto en tierra firme como en islas descubiertas y por descubrir hacia la India o hacia otra cualquier parte, la cual línea diste de cualquiera de las islas que se llaman vulgarmente de los Azores y Cabo Verde cien leguas hacia occidente y el mediodía; de tal forma, que todas las islas y tierras firmes descubiertas y por descubrir, halladas y por hallar desde la citada línea hacia occidente y mediodía, que por otro rey o príncipe cristiano no estuviesen actualmente poseídas”

La línea a la que alude el documento pontificio, preludio del postrero Tratado de Tordesillas, no determinaba si no la posición del meridiano de partición que Colom -influenciado por las enseñanzas del renacimiento de Ptolomeo, la Imago Mundi de Pierre D’Ailly y la Nuova Raccolta Colombina de Toscanelli propuso a los Reyes Católicos. De este modo, si la primera bula proclamaba la soberanía de Castilla, la segunda definía cuáles eran las zonas sobre las que podía ejercer ese poder soberano.

Pero aquí no acababan los favores del Papa hacia los Reyes Católicos. El 26 de septiembre de 1493 Alejandro VI otorgó a Fernando e Isabel la bula Dudum siquidem, la cuarta y última de las bulas alejandrinas por la que se ampliaba la donación a Castilla de todos aquellos territorios asiáticos que se descubrieran en adelante procediendo desde Occidente. El lógico desacuerdo de Juan II se plasmaría al año siguiente en Tordesillas.

El Tratado de Tordesillas

Entre los meses que iban del despacho de las bulas papales hasta el Tratado de Tordesillas se abrió un paréntesis diplomático en el que ambas partes debían asimilar lo dictaminado en Roma y confeccionar un plan de actuación. Mientras desde Roma se proclamaba a los Reyes Católicos señores del Océano otros frentes seguían abiertos. Por un lado, Juan II, gran damnificado tras la publicación de las bulas, solicitó a Fernando e Isabel modificar la posición del meridiano trasladándolo más al oeste de lo estipulado en la segunda bula. A la par que reclamaba a Castilla lo que hasta entonces había sido suyo, el rey portugués organizó expediciones secretas para averiguar qué había descubierto Colom. Además, Juan II también envió embajadores a la Corte castellana para intentar persuadir a los Reyes Católicos de la necesaria suspensión de sus viajes por miedo a que ultrajaran el área de su jurisdicción. Por otro lado, los Reyes Católicos despacharon tres cartas a Cristóbal Colom entre agosto y septiembre de 1493 con el objetivo de anunciarle que partiera cuanto antes en su segundo viaje rumbo a las nuevas tierras y que a la mayor brevedad les enviara una carta de marear que certificara el éxito de su primer viaje. Los reyes remitieron igualmente otras cartas a expertos en asuntos cosmográficos, entre las que destaca la enviada a Jaime Ferrer de Blanes en agosto de 1493 por la que se pedía al cosmógrafo catalán que se trasladara a Barcelona con sus mapas y otros instrumentos. Dados sus conocimientos en cosmografía, Ferrer debía contribuir a posicionar el meridiano de Tordesillas. De acuerdo a un informe dirigido a los Reyes Católicos el 27 de enero de 1495, Ferrer utilizó para dicha labor lo que él denominaba una forma mundi en figura extensa, es decir, un mapa en el que representó la refutada línea de demarcación.

Si los estudios cosmográficos resultaban capitales para acabar con las diferencias políticas, el segundo viaje de Colón y su carta se presumía determinante como instrumento informativo para las deliberaciones de Tordesillas. Definitivamente, la carta de marear llegó a manos de Fernando e Isabel a comienzos de 1494 -meses antes de la reunión de Tordesillas-, una pintura en plano cuadrada con todas las islas descubiertas (de este mapa sólo existen testimonios escritos). Algunos autores españoles mantienen que los acuerdos firmados en Tordesillas se adoptaron gracias a la carta de Colom, donde debían figurar las islas descubiertas en su segundo viaje. La posición de las mismas contribuiría al trazado del meridiano de Tordesillas. Sin embargo, algunos autores portugueses sostienen que la elección de un meridiano que estuviese a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde por parte de los cosmógrafos de Juan II se debió, sin ninguna duda, a la carta de marear de Pêro da Covilhã enviada al monarca portugués en 1491 desde El Cairo. La carta de Covilhã, fundamentada en las ideas ptolemaicas y en el mapamundi de Fra Mauro (1459), ayudaría a la fijación de la línea de Alejandro VI más hacia Occidente de tal manera que las preciadas islas Molucas, aún por descubrir, quedaran en el hemisferio portugués. Si esto es así, tanto la carta de Colom como la de Covilhã constituyen un claro ejemplo de lo que François Dainville denominó ‘cartografía jurídica’, aquellos mapas utilizados como pruebas testimoniales en juicios o en la resolución de una disputa geográfica. Los mapas jurídicos, como argumentos materiales, tenían la capacidad de representar el poder y los derechos de un soberano sobre espacios particulares.

Entre marzo y junio de 1494 los delegados portugueses y castellanos intentaron negociar, en la localidad vallisoletana de Tordesillas, sobre qué hemisferio podían los monarcas de ambos lados ejercer sus competencias. El 7 de junio de 1494 se firmaba el Tratado de Tordesillas entre los Reyes Católicos y Juan II, un pacto en el que se acordó levantar un mapa donde quedase representada, no ya una determinada masa terrestre u oceánica, sino una línea de demarcación o meridiano cero que separase los intereses territoriales de ambas Coronas. Dicha línea imaginaria debía constituir la frontera que delimitara las posesiones de lusos y castellanos. Según lo pactado era necesario trazar una línea recta a través del Océano Atlántico que pasase a 370 leguas al oeste de la isla de Cabo Verde. El tratado estipulaba que todas las tierras que se encontraran al este de la raya pertenecerían a Portugal y el resto sería patrimonio de Castilla. Según el documento original el Rey de Portugal solicitaba a los Reyes de Castilla: “Que se haga e sennale por el dicho mar océano una raya o lina derecha de polo a polo, conviene a saber del polo ártico al polo antártico que es de norte a sur, la qual raya o lina se aya de dar e dé derecha como dicho es a trezientas e setenta leguas de las yslas del Cabo Verde hazia la parte del poniente”

Con la firma del tratado los monarcas españoles estaban concediendo a Portugal las 270 leguas más de ampliación que solicitaba Juan II para situar así la línea de demarcación a 370 leguas al Oeste de Cabo Verde. O sea, la cláusula más destacada del tratado de Tordesillas es la que determina el trazado de una línea de partición o raya de demarcación, un límite geográfico que representa el complejo juego de intentar a la vez innovar y resistir. El meridiano alojaba en su seno un signo distintivo de modernidad, revolucionario y extraordinario, una frontera geográfica y astronómica que describe los contornos de nuevas tierras y anuncia en los mapas los lindes de separación entre un territorio y otro. Aunque el resto de potencias europeas como Francia, Gran Bretaña, los Países Bajos o Rusia nunca reconocieron este tratado.

Las Juntas de Toro y de Burgos

Tras la reunión de Tordesillas el meridiano de demarcación evitó parcialmente los conflictos entre Castilla y Portugal en el Atlántico, pero no así en el Extremo Oriente. A partir de los primeros años de la nueva centuria florecería la idea de un antimeridiano como derivación de la llegada de los portugueses a la India. Gracias a la ruta abierta por Vasco de Gama en 1498 y al progresivo desvelamiento del litoral americano del Atlántico hizo pensar en la posibilidad de que existiera otro litoral en la parte occidental de América meridional y, por tanto, la necesidad de localizar un estrecho a través del cual acceder al otro lado.

Los éxitos de los portugueses en su camino a la India, propiciaron que en 1505 el rey Fernando reuniera en Toro, pequeña localidad de la provincia de Zamora, al obispo de Palencia Juan de Fonseca, una gran autoridad en la cuestión americana, Vicente Yánez Pinzón y Américo Vespucio. Tenían como objetivo principal replantear la búsqueda del estrecho que Colom no pudo localizar. En marzo de 1508 el rey volvió a congregar en la conocida como Junta de Burgos a Juan de la Cosa y Juan Díaz de Solís, además de los participantes en la Junta de Toro. Se ratificaron algunas medidas adoptadas en Toro y, entre otros puntos, se decidió crear el puesto de Piloto Mayor en la Casa de la Contratación de Sevilla y preparar una expedición para dar finalmente con un paso marítimo. Las juntas de Toro y Burgos surgieron del interés político y económico por anticiparse a Portugal en la lucrativa explotación de la Especiería.

En los primeros años del siglo XVI, con la creación de la Casa de la Contratación de Sevilla, la contrapartida española de la Casa da Índia de Lisboa (1500), se produjo la institucionalización de la cartografía por parte de la Monarquía. La oficialidad que a partir de entonces cobró el mundo de los mapas permitió a Portugal y a España disponer de una hegemonía marítima sin precedentes. Estos eran los centros donde se materializaba la soberanía territorial sobre las nuevas posesiones. El ejemplo más paradigmático fue el Padrón Real, un mapa universal que representaba la totalidad del mundo conocido hasta su levantamiento. Un mapa modelo confeccionado de acuerdo a los progresivos descubrimientos de las líneas de costa del Nuevo Mundo. El Padrón Real fue un modelo epistemológico de representación cartográfica que serviría como prototipo para la creación de otras cartas náuticas realizadas en Sevilla, un mapa oficial confeccionado por mandato real y ejecutado en una institución estatal.

Tras las juntas de Toro y Burgos, donde también se tomaron medidas institucionales que afectaron a la cartografía, el rey Fernando, por temor a la inminente llegada de los portugueses a las islas Molucas una vez que éstos habían navegado por la India y Malasia, propuso en 1512 al Piloto Mayor de la Casa de la Contratación Juan Díaz de Solís una expedición rumbo al hemisferio portugués. Meses antes debió surgir la idea de trazar un contrameridiano en Oriente que impidiera el monopolio portugués de las codiciadas tierras ¿Por dónde pasaría la línea de demarcación en el hemisferio oriental en caso de alargar dicha línea recta, en forma de anillo, alrededor de la esfera terrestre? Este fue el motivo de la preparación del viaje de Solís, un viaje que nunca se realizó debido a las peticiones del rey Manuel de Portugal. Además, Fernando ya tenía noticias de la llegada del portugués Francisco Serrão ese mismo año a las islas Molucas.

En 1513 Francisco Rodrigues, Piloto Mayor de la armada de Antonio de Abreu, ya había representado las islas de las Especias sobre cartas náuticas. Abreu fue enviado por Alfonso de Alburquerque a descubrir las Molucas. Alburquerque había hallado previamente, en 1511, Malaca. También en 1513 el boticario portugués Tomé Pires fue el primer autor en describir las nuevas islas en su Suma Oriental, justo el año en que el español Vasco Núñez de Balboa descubría el denominado Mar del Sur u Océano Pacífico. La bula Praeclarae devotionis concedida en 1514 por el Papa León X por la que se concedían a Portugal las tierras de Oriente complicaba aún más la situación de Castilla en el Sudeste asiático. En 1515 el rey volvió a confiar en Solís para buscar un paso al recién descubierto Mar del Sur a través de la costa sur de Brasil. Como consecuencia de la muerte de Solís de manos de un grupo de nativos en el Río de la Plata la expedición no llegó a buen puerto. Al año siguiente moriría el rey Fernando.

El Tratado de Zaragoza

Los cartógrafos, sabedores de que en las disputas diplomáticas la localización por coordenadas de un lugar primaba por encima del descubrimiento físico, procuraron, en la mayoría de las ocasiones, situar las preciadas islas de las Molucas del lado de quien le proporcionaba el sustento. El problema fue fundamentalmente cartográfico. Con la “querella de las Molucas”, y hasta 1519, la aparición en los mapas portugueses de algunos errores de situación hizo sospechar a los cosmógrafos españoles de la intencionalidad de los mismos. Los mapas tenían la capacidad de mantener o de transformar el statu quo de una soberanía territorial. Dicha capacidad hacía de ellos poderosas “contra-cartografías”, representaciones que podían modificar el régimen de un determinado reino e, incluso, mostrar realidades antagónicas a la perspectiva oficial. Los mapas con errores intencionados, o mejor, manipulados respondían a intereses concretos relacionados con la adquisición de territorios deseados mediante la propaganda cartográfica. Los mapas, aun siendo manuscritos, eran una gran herramienta publicitaria. En cambio, en la disputa de las Molucas se produjo en cartografía el extremo opuesto a la falsificación y tergiversación. Frente a la supuesta difusión y divulgación falsa de zonas territoriales se llevó a cabo en Portugal la llamada “política del silencio” o del secreto. El silencio estratégico, la censura, el secreto comercial, técnico, geográfico y científico en los mapas representó una forma propia de conocimiento. La política del silencio debió de ser una estrategia de imposición en el momento álgido de una tensión diplomática como la de las Molucas, una característica distintiva de la tenaz competitividad que vivió la Península Ibérica en la Era de los Descubrimientos.

En la disputa de las Molucas quiso que en 1519, en la ciudad de Valladolid, Carlos I aceptara la propuesta que Magallanes y Rui Faleiro le formularon para alcanzar las Molucas navegando por el Mar del Sur. Defendieron la viabilidad de su proyecto con mapas y cartas de marear que hacían declinar las islas Molucas hacia la parte castellana. Magallanes persuadió al rey Carlos I exhibiendo una carta de su amigo Serraö, que se había establecido en las Molucas. Y, según la opinión de Rui Faleiro, el Maluco distaba seiscientas leguas de Malaca para Oeste, que son, poco más o menos, de treinta y seis grados hacia fuera del límite portugués, según las cartas que exhibió. Convencido de la relevancia que para su economía y su política supondrían las aspiraciones de Magallanes y Faleiro, el rey castellano mandó organizar la expedición. Tras el viaje, los testimonios escritos de Antonio Pigaffeta y Francisco Albo, los dos cronistas oficiales de la expedición, serían decisivos para aumentar más si cabe el esplendor de dicho viaje. Albo formó parte de la tripulación de la Trinidad y redactó un Derrotero del viaje, donde anota la medición de las longitudes que realizó desde las costas brasileñas. También son interesantes las cartas de marear que realizó el piloto Andrés de San Martín, aunque murió antes de llegar a las Molucas.

A la vuelta de la nao Victoria a Sevilla en 1522 la querella de las Molucas llegó a su punto más culminante. Por un lado, el rey portugués Juan III protestó al emperador Carlos V por el robo de especias en el viaje de Magallanes-Elcano y, por otro lado, al Emperador no le agradó saber que en Cabo Verde habían quedado prisioneros algunos miembros de la tripulación. Para Castilla se trataba de una noticia agridulce. Sin embargo, Carlos V recompensó a los supervivientes y: “[Les] hizo muchas mercedes á los principales que vinieron en la nao, dándoles renta con que viviese y armas con que se honrasen, que fueron un escudo con un castillo en medio y debajo de él mucho clavo y nuez moscada y encima del castillo un mundo con una letra que decía: Primus qui circundecit me, que en lengua castellana quiere decir el primero que me cercó, dando á entender que los que vinieron en aquella nao fueron los primeros que dieron una vuelta al mundo, porque á la ida habían ido á la parte de poniente y á la vuelta habían vuelto por la de levante”.

Al margen de las preeminencias económicas que suscita el viaje de Magallanes, la vuelta al mundo y, en consecuencia, su cercamiento cartográfico, provocaron, entre otros, dos efectos apreciables. Uno, el problema de la línea de demarcación resurgió ahora teñido de un nuevo tinte político y, dos, la cartografía se situó más que nunca en el centro de la escena. Sólo la visibilidad de lo disputado permitiría alcanzar un acuerdo. Por ello en 1522 el cartógrafo Nuño García de Toreno confeccionó una carta de Filipinas con los datos que Elcano le presentó tras la expedición. La carta de Toreno constituye un buen ejemplo de propaganda para reafirmar los derechos de Castilla ante las cortes, ya que representaba las islas Molucas colocadas de lado castellano. Éste fue el primer mapa español de la región del sur y sudeste asiático donde aparece dibujado el antimeridiano de las Molucas. Fue concebido como el resultado de la expedición de Magallanes y regalado por Carlos V a su cuñada Beatriz de Portugal. También de 1522, y con los datos proporcionados por Elcano, son dos cartas anónimas atribuidas a Pedro Reinel, donde aparecen las islas como pertenecientes a Portugal. Del año siguiente data el mapamundi de Turín (1523) realizado con la misma información que las de Toreno y Reinel. Este planisferio constituye la primera copia del Padrón Real de la Casa de la Contratación.

Dada la disconformidad de ambas partes por conceder al otro lo que no era suyo, en marzo de 1524 se llegó a un acuerdo mediante la Junta de Vitoria por el cual se designaron tres astrólogos y tres pilotos para determinar la posición de la línea de demarcación surgida del Tratado de Tordesillas. La reunión de Vitoria fue la antesala de las Juntas de Badajoz-Elvas celebradas en mayo de ese mismo año con el objeto de acabar con la disputa. En estos encuentros se plantearon tres puntos matrices: 1) cuál sería el mejor soporte gráfico sobre el que representar la línea, una carta plana o un globo; 2) cómo situar las islas de Cabo Verde sobre este medio; y 3) desde qué lugar de estas islas iniciar la cuenta de 370 leguas. El debate científico estuvo inexorablemente unido a la resolución del problema de la determinación de la longitud. Sin embargo, los puntos de vista no pudieron ser más opuestos. Si los españoles acusaban a los portugueses de alterar las distancias y malear las cartas, los cosmógrafos castellanos hacían pasar el antimeridiano por Malaca, e incluso, como apuntó exageradamente Martín Fernández de Enciso en su Suma de Geographia (1519), por el Ganges.

Las negociaciones fueron un fracaso estrepitoso. Pero la ineficacia de las reuniones no impidió el ascenso social de los cosmógrafos y cartógrafos en la escala cortesana, sino, al contrario, ganaron no sólo prestigio científico, sino también político. Dada la ineficacia diplomática de Badajoz y Elvas, Carlos V no cesó en el intento por alcanzar las Molucas mediante otras vías de acceso. Esteban Gómez ya lo había intentado en 1523, la malograda expedición del nombrado gobernador de las Molucas, Jorge García de Loaysa, quien levó anclas desde la Casa de la Contratación de La Coruña en 1525 y el viaje truncado de Sebastián Caboto en 1526, de nuevo sin éxito, convertían las Molucas en un lugar casi inalcanzable para los castellanos. Ya que llegar a las Molucas se tornaba cada vez más complicado, al igual que la incapacidad de trazar la línea con fiabilidad y fidelidad (y eso que el cartógrafo Diego Ribeiro, en una alarde de manipulación, sitúa las islas Molucas dentro del territorio castellano), la única salida para las dos Coronas, en el Tratado de Zaragoza de 22 de abril de 1529, Carlos V decide renunciar a dichos territorios y, entre otros acuerdos, se estipula: que el Emperador y Rey de Castilla cede “Todo el derecho, acción, dominio, propiedad y posesión o casi posesión, y todo el derecho de navegar y contratar y comerciar por cualquier modo que sea […] por precio de 350.000 ducados de oro […] que valgan en Castilla 375 maravedís cada ducado”.

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