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LA MAGIA DE IRIS, DIOSA Y SANTA, por José Biedma López

Pierre Narcisse Guérin. 'Morfeo e Iris', 1811.
Pierre Narcisse Guérin. "Morfeo e Iris", 1811.

Habían anunciado chubascos esporádicos en la Loma en que vivía. Y los hubo. Acertaban casi siempre. A la joven Yara, tan hermoso le pareció el Arco Iris de aquella tarde, que corrió, saltó y descendió hasta la pradera buscando sus luces de cielo para adornarse con ellas. Yara no conocía todavía los dolores de la menstruación ni sentía los intereses de los genes. Como una mariposa a punto de culminar su metamorfosis, empezaba a desperezarse contra la pared de su crisálida. Corrió desmelenada, pero cuando llegó donde creía que ponía sus reales el Arco irisado con mil colores, sus columnas habían huido del prado al monte.

LA MAGIA DE IRIS, DIOSA Y SANTA, por José Biedma López
LA MAGIA DE IRIS, DIOSA Y SANTA, por José Biedma López

No se desanimó Yara y trepó al monte con sus piernas ágiles y sus sandalias de verano a las que parecían salir alas. Pero cuando subió, ya no estaba. Otra vez saltó hacia el Valle del Placer. Ahora sentía que le crecían alas en la espalda. Empezaba a pensar que aquel arco luminoso tenía vida propia y disfrutaba doblándose, engañándola, o que jugaba al pillar con ella. Cuando ya parecía que lo alcanzaba e iba a poder adornarse con una diadema polícroma o a vestirse completamente de luz, brillante como una gema preciosa o una noctiluca, el arcoíris por fin se disipó, cual fantasma en el viento.

Y al regresar, frustrada, cansada, mojada su negra cabellera y con la cabeza gacha, Pavel le preguntó: ¿Cómo es?

­­- Guapísimo pero engañoso. Se ha ido –contesta Yara a duras penas, mientras recupera el aliento.

Hubo otras, sus amigas, que la siguieron corriendo al prado y subieron con mayor dificultad al monte detrás de ella.

Y luego bajan al Valle del Placer donde encuentran vagos restos de la diadema celestial, cuarteada en estrellitas de escarcha, como peces que se derriten y agonizan lentamente en las sombras.

***

Iris es personificación del arco iris; existe mitológicamente, surge naturalmente cuando el agua filtra prismáticamente la luz del sol, existe, puede verse, ¡pero no puede ser tocada! De la raza de Océano, simboliza la unión de Tierra y Cielo. En su pesimismo trágico, Nietzsche comparó el poder de la palabra con la ilusión de un arco iris que intenta unir lo eternamente separado. Su existencia es también fugaz, como la de un relámpago, por eso le llaman los italianos “arco baleno”. En la mitología griega, Iris cumplía servicios parecidos a los de Hermes, la importante misión de transmitir mensajes de los dioses a los mortales. “Iris” viene en efecto de “Eiro” y significa “la que anuncia” o “la que viene a anunciar”.

Homero dice de Iris que “vuela como el viento o el soplo de la tempestad; rápida como la nieve o el granizo al desprenderse de la nube, baja del cielo a la tierra, y en el camino que recorre quedan pintados todos los colores del arco celeste”. Hija de Electra y Taumante, por tanto hermana de las Harpías, algunos la pintan como madre de Eros, al que habría tenido con el viento Céfiro. Nuestra iconografía la representa con alas en las sandalias y en las espaldas, vistiendo ligera y amplia túnica que flota en el aire, y portando en la mano un caduceo, emblema de la paz y del comercio.

El cristianismo, heredero más de lo que se cree de la teología pagana, también creó una advocación mariana: la Virgen del Arco Iris. Y santa Iris de Gerápolis, también conocida por Irais o Iraida, fue una de las hijas del diácono Felipe, dotadas todas ellas con espíritu profético, hermana por tanto de las mártires Caritina y Eutiquia y de Hermione, llamada la Rosa de Éfeso y con leyenda propia. La Iglesia recuerda a todas ellas el cuatro de septiembre.

Santa Iris predicó el Evangelio en Gerápolis o Hierápolis (Ιεραπολις, ciudad sagrada), fundación helenística en la frontera entre Turquía y Siria, que fue lugar de veraneo por sus termas en época romana y que hoy es pura ruina, aunque sus restos arqueológicos fueron declarados Patrimonio de la Humanidad en 1998. Allí se hallaba el Plutonio, la puerta de acceso a los inframundos. Allí se busca todavía la tumba del apóstol Felipe, que algunos confunden con el diácono Felipe, y por allí también, olvidados, en alguna de sus necrópolis, reposan los restos de santa Iris, donde fuese enterrada en el 103 de nuestra era.

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