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"Nacionalismo vasco", por Pedro Cuesta Escudero autor de La escuela en la reestructuración de la sociedad española (1900-1923)

'Nacionalismo vasco', por Pedro Cuesta Escudero autor de La escuela en la reestructuración de la sociedad española (1900-1923)
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miércoles 30 de junio de 2021, 10:09h
'Nacionalismo vasco', por Pedro Cuesta Escudero autor de La escuela en la reestructuración de la sociedad española (1900-1923)
Navarra, Vizcaya, Álava y Guipúzcoa tenían en común que, al unirse a la Corona de Castilla, lo hicieron bajo el goce de unas libertades y derechos similares. En el siglo XVIII surgió una corriente protagonizada por el jesuita Larramendi que, ante el clima de temor que suscitaron los Decretos de Nueva Planta y que supusieron la pérdida de los fueros de Aragón y de Cataluña, se manifestó con los siguientes rasgos: 1º.- Una actitud de defensa de los fueros guipuzcoanos, “no conocidos, perseguidos y quebrantados”. La definición de los fueros como leyes particulares de la provincia, gozados por ella desde tiempo inmemorial y conferidos de una plena libertad. 3º.-Una incitación a los guipuzcoanos a una participación reivindicativa, aunque en ella no deben estar ausentes los demás bascongados”. El concepto patrimonial que los reyes tenían del Estado consintió, aunque esto parezca paradójico, la vigencia de ese régimen especial. Pero el sistema foral no podía mantenerse en su integridad con la Constitución de 1812. No era compatible con la idea del Estado unitario y centralista que se forjaron los legisladores de Cádiz.
'Nacionalismo vasco', por Pedro Cuesta Escudero autor de La escuela en la reestructuración de la sociedad española (1900-1923)

El Abrazo de Vergara

En este ambiente surge el movimiento carlista que se declara especialmente respetuoso con la foralidad. Este hecho, junto a la crisis económica que se engendra en el nefasto reinado de Fernando VII, y la creciente oligarquización en las Vascongadas a causa de la concentración de la propiedad, provocan en los vasco-navarros una desavenencia profunda, que estalla en larga y sangrienta lucha y que termina con el famoso Convenio de Vergara y la ley de 25 de octubre de 1839 en el que se decreta la conservación de los Fueros, pero “sin perjuicio de la unidad constitucional”. La mayoría de los vascos que intervinieron en esta primera guerra carlista lo hicieron por sus privilegios y libertades, más que por la causa dinástica, como lo pone de relieve la aceptación del Convenio de Vergara.

Tras el “Abrazo de Vergara” las consecuencias políticas no tardan en llegar. Ley Reformadora de las Diputaciones y Ley de Ayuntamientos; desaparición de las adunas navarras; decreto de Espartero de 1841 que suprime el pase foral, generaliza el poder de los Gobernadores, la Administración de Justicia, el régimen electoral, provincial y municipal vigentes en España y prescribe el traslado de aduanas. El Decreto de 1842 instituye las Diputaciones provinciales. En 1845 se aplica a las provincias Vascongadas (Álava, Vizcaya y Guipúzcoa) la Ley de Ayuntamientos.

Los Conciertos económicos

Esta tala foral promueve un hervor pre-nacionalista y la unión de las autoridades vascas. Y una pléyade de escritores, con mayor o menor fortuna y radicalismo, se mete de lleno en la batalla fuerista: Aranguren y Sobrado, P. Novia de Salcedo, Julián de Egaña, Sagarminaga, Artiñamo, Borroeta, Juarrieta, Aranzadi, Zamácola, Delmás, Moraza, Ortiz de Zárate, etc. Se engendra un caudal ideológico fundamental para la futura fructificación nacionalista. El “Convenio de Amorebieta”, que pone fin a la guerra de 1872, confirma los Fueros. Pero el triunfo de los ejércitos de la Restauración canovista en 1876 da lugar a la supresión de las Diputaciones forales que elegían las Juntas provinciales, con lo que la autonomía de las Vascongadas sufre un duro golpe. En efecto, la ley de 21 de julio de 1876 sujeta a las provincias vascas al régimen común suprimiendo el régimen de exenciones fiscales y militares, sin reservarles otras facultades que la de concertar con el Estado el pago de los cupos contributivos.

La gran resistencia que se origina para cambiar esa ley hace que se constituya la Unión vasco-navarra, que dirige el diputado general por Vizcaya Sagarminaga, el fundador del partido euskalerriaco. Se consigue el establecimiento de un régimen de Conciertos económicos (de 1878 a 1926), que seguirá afirmando la autonomía administrativa de las Diputaciones.

La euskaldunidad

La lengua vasca aparece fuertemente vinculada a la educación tradicional y a la legitimación de la foralidad. Se valora el prototipo de moralidad y euskaldunidad del campesino frente al desvasquizado y poco moral hombre de la ciudad. Y ese prototipo en manos del clero, con indudable interés por el euskera, se radicalizará ante las inexorables transformaciones ideológicas y sociales. La difusión de las ideologías que condena la Iglesia (liberalismo, socialismo…), la reestructuración de clases, la industrialización y la unificación administrativa provocan una cristalización de lo euskaldun en lo religioso y en lo familiar con específicos rasgos de integrismo.

La escuela de la Administración estatal liberal aparece como la antinomia de la educación tradicional. Hasta el extremo que los primeros intentos de introducir el euskera en la escuela pública son rechazadas como algo profano. El propio nacionalismo de Sabino Arana plantea la defensa a ultranza del euskera, y su fuerte catolicismo propugna una identificación de la fe de Dios y las viejas leyes que se expresan en vasco. Frente a la educación moderna Sabino Arana propugna la educación para Dios y para la Patria. Sin embargo, la escolarización es un fenómeno correlativo a la industrialización y a la nueva estructura del poder (del Estado y de la burguesía) Y el euskera, por su carácter predominantemente oral y de pura lengua materna –no formalmente aprendida- va cediendo ante la lengua escrita – el castellano- con su carácter instrumental. Y se observa como paulatinamente el mundo rural-artesanal se va sometiendo a la sociedad industrial urbana. Y se utiliza el parentesco, incluso el servicio doméstico, para enviar los hijos de euskaldunes a que perfeccionen su castellano al mismo tiempo que su urbanidad.

Por otra parte, los contingentes de inmigrantes procedentes de otras provincias españolas para cubrir el déficit de la población a causa de la emigración vasca a América del sur, y que va en aumento al compás del desarrollo industrial, provoca una auténtica alteración física de la población potencialmente euskalduna, por lo que es mirado como una invasión disruptiva. Todo ello engendra un sentimiento nacionalista cada vez más radicalizado. Y en este contexto se produce un interés por la defensa del euskera

El sistema foral de Navarra

Como se sabe la unión de Castilla y Navarra se formalizó en las Cortes de Burgos de 1515. Pero este hecho no afectó al régimen administrativo de Navarra, pues continuó con su naturaleza de reino, sus costumbres, su autonomía, su personalidad, su gobierno y sus propias Cortes. Los fueron formaban su verdadera constitución. Este pacto sobrevive, como hemos dicho, al cambio de la dinastía de los Austrias a la de Borbón. Con la Ley de 25 de octubre de 1839, tras el Convenio de Vergara, se decreta la conservación de los fueros de Navarra, aunque sin perjuicio de la unidad constitucional. Se matiza con la Ley de 16 de agosto de 1841, una especie de contrato entre Navarra y el Estado – La Ley Paccionada- , que continúa vigente a lo largo del siglo XX. Para salvar la unidad constitucional hubo que hacer desaparecer las Cortes Generales de Navarra, el Virrey, su autonomía judicial, su sistema electoral, sus exenciones en materia tributaria, servicio militar, etc. Se crea en su lugar la Diputación Foral y a Navarra se le da carácter de provincia.

La Ley Paccionada recoge principios generales, que con el tiempo se han ido desarrollando siguiéndose la vía del pacto entre el Estado y Navarra. Estos convenios afectan a diversas materias, destacándose las de Hacienda y Administración municipal. Siempre que no se opongan al convenio y a los impuestos propios del Estado, la Diputación queda facultada a establecer en Navarra el régimen fiscal que estime persistente. El Real Decreto de 6 de noviembre de 1918, y a petición de la Diputación de Navarra, establece el pago de los maestros de Navarra a través del Estado como en las demás provincias.

Los jauntxos

Tras la abolición de la legislatura foral, como consecuencia de la derrota carlista de 1876, se experimenta en la sociedad vizcaína una profunda trasformación. El entramado social, característico del Antiguo Régimen, se reestructura. El sistema foral tenía reservado el gobierno municipal y provincial a la pequeña nobleza, los jauntxos. Estos eran fundamentalmente propietarios agrarios, aunque desde mediados del siglo XVIII desarrollan actividades burguesas con ferrerías o el comercio marítimo o terrestre. Estudian en la universidad bajo el influjo de los jesuitas y experimentan una reconversión hacia la cultura urbana. Pero el poder político de clase les proviene de su propiedad agraria.

Con la derrota de la primera guerra carlista ya se empiezan a observar cambios en la estructura social vizcaína, pues al aplicarse la legislación liberal por la que se transforma la propiedad comunal a propiedad privada de las minas, un determinado grupo de propietarios agrícolas se beneficia al convertirse también en propietarios de las minas. Los demás “jauntxos” ya no pueden explotar el mineral de las minas por arriendo a precios módicos a los ayuntamientos. Sus ferrerías empiezan a no ser rentables y su declive económico y social se va acentuando. La burguesía bilbaína empieza a superarles en peso social. De todas formas los “jauntxos” aún conservan su influencia política gracias al sistema foral que permite la representación censitaria a los municipios.

El Sindicato Siderúrgico

Pero con la Ley Abolicionista de los Fueros Vascos de 21 de julio de 1876 todo cambia radicalmente. Al desaparecer las trabas de la legislación foral se experimenta una industrialización a gran escala, pues la explotación minera adquiere un gran auge al liberalizarse tanto la exportación del mineral como la inversión de capitales extranjeros. Europa occidental, en especial Inglaterra, compra el abundante hierro vizcaíno, y los barcos, de retorno, vienen cargados de carbón, lo que permite el desarrollo de una industria siderúrgica en la ría de Bilbao. El tráfico de minerales también da lugar al auge de una importante flota. Desde 1880 la marina mercante bilbaína conoce un extraordinario auge: si en dicho año estaba matriculado en Bilbao el 25% del tonelaje de la marina a vapor española, en 1900 lo estaría en el 57’7%. Junto a las industrias extractiva, siderúrgica y astillera, a la próspera marina mercante y a los bancos que la acumulación de capital crea, se desarrolla en Bilbao una importante y variada pequeña industria.

Este extraordinario desarrollo económico lógicamente trastoca el entramado social de Vizcaya. Los siderúrgicos, los navieros y los banqueros, dueños de un fuerte capital, se constituyen en la alta burguesía, cuyos intereses entran en contraposición con los de la pequeña y mediana burguesía, los propietarios de las fábricas y talleres, y cuya vida depende del lingote producido en las grandes siderurgias. También ejerce una brutal explotación sobre el mundo del proletariado. La burguesía siderúrgica y financiera propicia un proceso de monopolización del sector al crear el Sindicato Siderúrgico, que vincula a las empresas siderúrgicas y evita la propia competencia y la bajada de los precios. Esta minoría capitalista y monopolista opta por el estatalismo y milita en el partido conservador. La política proteccionista de Cánovas les favorece al protegerles el mercado español de los productos extranjeros. El monopolio y la falta de competencia permite a los siderúrgicos elevar los precios, lo que perjudica extraordinariamente a la pequeña y mediana burguesía, los dueños de las fábricas y talleres metalúrgicos y también a los astilleros y navieros, es decir a toda la burguesía vizcaína no monopolista.

La Unión Vasco-Navarra

La burguesía vizcaína se había unido, en un principio, con los “jauntxos” para defender los derechos forales. Pero ante la amenaza de Cánovas de igualar a Vizcaya a las restantes provincias de España, la burguesía opta por la “transigencia” y, a cambio de aceptar la Ley Abolicionista de los Fueros de 21 de julio de 1876, consiguen el llamado “concierto económico”, por el cual Vizcaya tiene menos presión fiscal, que favorece a la burguesía pues desaparecen los impuestos directos. La consecución del “Concierto económico” no significa que la burguesía no monopolista abandone de modo radical todo planteamiento fuerista. Lo que pasa es que la restauración foral sale de la órbita de las esperanzas políticas conseguibles y se convierte en una inalcanzable utopía que reza en todos los programas y manifiestos de una manera más bien formularia. Esta es la política que plantea la Unión Vasco-Navarra.

La Unión Vasco-Navarra surge al fundirse la “Sociedad Euskalerría de Bilbao” fundada por Sagarminaga y la “Sociedad Euskara de Navarra” dirigida por Iturralde. Sus objetivos corresponden a una especie de regionalismo autonómico y a una difusión y fomento de la cultura vasca en todas sus manifestaciones. Pero los planteamientos laicistas de los euskalerriacos les enfrenta con la Iglesia y les aleja del campesino tradicional, principal núcleo de la euskaldunidad. En 1896 fundan la primera ikastetxea, escuela en euskera y predecesora de las ikastolas actuales, y que dirige don Resurrección María de Azcue. Pero los puristas del alma euskalduna consideran a esta escuela vasca como una especie de profanación. Sabino Arana acusa a la ikastetxea de antipatriótica y a su maestro fundador de “maketófilo”.

Sabina Arana y el Partido Nacionalista Vizcaíno

La pequeña nobleza desplazada del gobierno de la diputación vizcaína por la alta burguesía industrial y decepcionada por la deserción de la burguesía no monopolista en la lucha por los fueros, se radicaliza. El enconado empeño de los “jauntxos” por el restablecimiento del sistema foral es porque con ellos aún podía conservar su poder político, ya que su incidencia social y económica quedaba cada vez más eclipsada por la burguesía ascendente. La defensa que hacen de los derechos históricos reviste también toda una oposición al industrialismo. En este ambiente de perpetuación de los planteamientos tradicionales surge la filosofía del nacionalismo vasco. “Fuese pobre Bizcaya – exclama Sabino Arana- y no tuviese más que campos y ganados y seríamos entonces patriotas y felices”.

En este ambiente de hostilidad a la modernidad encuentra el respaldo de los campesinos y artesanos, desencantados del fracaso carlista, e irritados e impotentes ante el progresivo hundimiento de su mundo de tradiciones ancestrales. Muchos de esos campesinos y artesanos se ven impelidos a adoptar otra lengua y los modos de vida que marcan la industrialización y la vida urbana y moderna. En Bilbao tiene que compartir, y muchas veces en inferioridad de condiciones, los puestos de trabajo que la industria y minería proporcionan con gente forastera, los “maketos”, a los que achacan todas las inmundicias y calamidades: la impiedad, todo género de inmoralidad, la blasfemia, el crimen, el librepensamiento, la incredulidad, el socialismo, el anarquismo… Euskaria ha sido invadida por los maketos –se queja Sabino Arana- y con los maketos han llegado la navaja, la asquerosa blasfemia, el género chico, asquerosa exhibición de desvergüenza y chulaperías, el chulo, la bárbara y sangrienta corrida de toros”.

En este clima estructural y en este ambiente xenófobo surge el nacionalismo vasco. Dicho nacionalismo, en sus orígenes es obra personal de Sabino Arana. En los años que Sabino reside en Barcelona cursando estudios de medicina vive, y le fascina, el tránsito del catalanismo cultural al político. En Barcelona conoce la doctrina del nacionalismo romántico. Este concepto germánico de nación, que basa el hecho nacional en la raza, la lengua, la tradición, la geografía, la historia, etc. lo aplica a Vizcaya, porque, según él, contiene esos objetivos que la confieren como nación. O sea que el nacionalismo que reclama Sabina es el de Vizcaya. El 31 de julio de 1895 crea un directorio política –Bizkai Buru Batzar-, con el que puede considerarse construido el partido nacionalista vizcaíno. Ocurre que, dada l comunidad de raza, lengua y fe de Vizcaya con las otras seis provincias vascas, Sabino prevé una organización federal para formar un todo, llamado Esuskalerría, pero sin mengua de su particular autonomía. El lema Juankoikua eta lagi-zarra (Dios y viejas leyes) sintetiza los objetivos del movimiento aranista, que se configura como intensamente confesional y tradicional. Y ante la confusión que pudiera haber entre el nacionalismo que él defiende y el carlista, Sabino Arana matiza con claridad las diferencias. “En una palabra, Nabarra, Guipúzcoa, Álaba y Bizcaya, que eran con sus antiguos fueros, Estados bascos independientes, teniendo cada uno su rey o señor, su gobierno, su legislación y sus jueces propios; serán con el partido carlistas simples provincias de España, sujetas al mismo rey y gobierno, legislación y tribunal de justicia que las provincias que La Coruña, Sevilla, Santander, Logroño, Valencia, etc.; que es lo mismo que hoy acontece”.

Sabino Arana condena el capitalismo porque lleva a la realización de un industrialismo disolvente; condena, también el socialismo, porque es una doctrina totalmente extraña a la concepción tradicional vasca y es, además, partido integrado por maketos; la dominación de los españoles con su ateísmo, liberalismo, irreligiosidad y anticlericalismo provoca la corrupción de las costumbres y la paulatina desaparición del catolicismo, y éste es connatural al alma vasca y, por tanto, la reivindicación del catolicismo está intrínsecamente unida al proceso de separación de España y de la independencia euskaldiana. El modelo de sociedad por construir, según Arana, está en un mitificado pasado n el que no había influencia española, ni maketos, ni fábricas. Y para conseguirlo empieza por establecer en su organización nacionalista un riguroso control de la pureza racial basándose en el testimonio de los apellidos

El Partido Nacionalista Vasco

La burguesía vizcaína no monopolista, el partido euskalerriaco en concreto, aplaude el proyecto nacionalista de Arana, al que quiere asimilar en lo que tiene de impacto en el espíritu euskaldun, para convertirse en la fuerza hegemónica de toda Euskalerría, en similitud a la burguesía nacionalista catalana, y así poder hacer frente al monopolio de la alta burguesía y a la política centralista del gobierno del Estado. Pero Sabino Arana no quiere saber nada de los planteamientos burgueses. Y rechaza y reniega, una y otra vez, a los euskalerriacos que ahora lidera Ramón de la Sota. (Sabino Arana no pierde ocasión para denigrar, insultar e, incluso, injuriar a los euskalerriacos, “antibizcaína y envilecida sociedad” “francamente españolista” “inacutos”, “asesinos” y a Sagarminaga “maketófilo escritor bizcaíno, el más falso tal vez de cuantos escritores que se han llamado fueristas han aparecido en nuestro país para secundar los planes del dominador”) El partido nacionalista de Arana dispone del carisma de la idea y del carisma del fundador, pero carece de una base social mínimamente influyente en una sociedad industrializada como la de Vizcaya. En agosto de 1897 los nacionalistas de Arana no llegaban a los dos centenares y carecían de todo: de local, de periódico, e medios económicos. Esta precariedad es algo que de momento parece no importarle demasiado al líder nacionalista, aunque es consciente de haber encontrado la fibra más sensible del vasquismo. Y para que ésta vibre decide pasar de la teoría a la praxis, protagonizando acciones estrambóticas como la de intentar enviar un telegrama al presidente norteamericano para felicitarle por la “liberación” de Cuba, o la de mandar un mensaje en nombre de la nación vizcaína al comandante de una fragata argentina que fondea en el puerto de Bilbao, y así, antes las sanciones gubernamentales, aparecer como víctima y presentar al Gobierno central como represor del joven y pujante nacionalismo vasco.

Pero Sota y los suyos porfían hasta conseguir integrarse en el partido de Arana en noviembre de 1899, que es cuando se puede decir que verdaderamente nace el PNV, pues tiene la ambición de englobar a toda Euskalerría. Esta vinculación de las fuerzas burguesas no monopolistas formalmente no alteran la estructura del PNV, ya que continúa dirigido por el BBB. Pero de modo paulatino se van operando importantes cambios políticos, del nacionalismo tradicionalista de los primeros años se pasa a una ideología conservadora apta para una sociedad burguesa. El mismo Sabino Arana abandona su política de esencias y llega a afirmar que el único modo de mantener la lengua vasca es “fundar industrias, sostener compañías navieras, organizar Sociedades de artes y oficios, hermandades benéficas y de mutualidad, de pesca, de agricultura, de ganadería, apoderarse o abrir vías de comunicación… nacionalizando todas esas esferas de la vida, de suerte que el euskera sirva de algo, porque sea obligatorio para tener parte de ella”

Como los intereses económicos de la burguesía pasan necesariamente por el mercado español, se busca un abandono formal de la reivindicación independentista para conseguir un funcionamiento plenamente legal sin molestias derivadas de interferencias del poder central. Se busca una “catalanización” del nacionalismo vasco y se practica una política que poco antes Sabino Arana hubiera motejado de “españolista” o simplemente de “regionalista”. La burguesía nacionalista no tiene, pues, ningún interés en el independentismo. Pretende simplemente dominar la vida política de Euskadi, al igual que lo hace la burguesía catalana en Cataluña. El mismo Sabino Arana llega a la renuncia de sus ideales independentistas y propone organizar un nuevo partido vasco que aspire a la felicidad de este país dentro del Estado español. Los de la vieja guardia del nacionalismo, los primeros compañeros de Arana, no comprenden este cambio radical de su líder. Unos piensan que ha sido consecuencia de la depresión que le ha producido su estancia en la cárcel y su pérdida de salud. Otros creen que se trata de un cambio de táctica que de abandono definitivo de la idea independentista. La muerte de Sabino Arana el 25 de noviembre de 1903, deja sin resolver cuál es el sentido último del anunciado cambio de línea.

La reivindicación independentista queda como una inalcanzable utopía, aunque no se destierra totalmente.

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