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“La batalla del cabo de San Vicente”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Mallorca patria de Colom y de Colón y su enigmas”

“La batalla del cabo de San Vicente”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Mallorca patria de Colom y de Colón y su enigmas”
miércoles 17 de marzo de 2021, 10:17h
“La batalla del cabo de San Vicente”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Mallorca patria de Colom y de Colón y su enigmas”
“La batalla del cabo de San Vicente”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Mallorca patria de Colom y de Colón y su enigmas”
El corsario y Almirante de la Marina francesa Guillaume de Casanove con su escuadra de siete gruesas embarcaciones se apuesta a sotavento del cabo de San Vicente, cerca de Sagres, para impedir el tráfico no autorizado por los portugueses, según el tratado firmado por Portugal y Francia. El Príncipe Juan, por encargo de su padre, Alfonso V de Portugal, se une al corsario francés con una flota portuguesa. Están al acecho de un importante convoy genovés que, según les habían comunicado, pronto habría de pasar por allí. Presintiendo un duro encontronazo, el corsario anota en su libro de bitácora:” Hoy, 13 de Agosto de 1476, estamos apostados en el cabo de San Vicente a la espera de una importante flota genovesa”.
“La batalla del cabo de San Vicente”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Mallorca patria de Colom y de Colón y su enigmas”

La batalla

Efectivamente, zarpan del puerto de Cádiz con rumbo a Inglaterra tres galeazas genovesas: la “Roxana”, mandada por Guiofedro Spínola; la “Squarciática”, dirigida por Téramo Squartico y la “Bettinella” por Guiannantorio di Negro, un ballenero, capitaneado por Nicoló Spínola y una urca, la “Bechalla”, gobernada por Cristóforo Sálvago, sin temor a otro peligro que el de las tormentas, pues la magnitud de las embarcaciones y la numerosa y experimentada tripulación les da seguridad ante cualquier ataque de corsarios como Coullon. Transportan mercancía valiosa por cuenta de los armadores genoveses Nicolo Spínola y Paolo di Negro.

Al divisarse las embarcaciones genovesas el corsario Coullon, Comandante en jefe de las fuerzas franco-portuguesas, destaca a una carabela a inquirirles quiénes son y qué se proponen. Los genoveses contestan que son genoveses y que el Almirante Coullon debería saber la alianza que tenían con los franceses de disfrutar de libre navegación por todos los mares. Mientras Coullon les insta a que los maestres de las naves y los principales mercaderes pasen por su nave para enseñarle sus papeles, sus naves los van rodeando. Los genoveses, conociendo la pérfida conducta del pirata, empuñan las armas. Pero Coullon, que ya está preparado, se adelanta con la Real, una gruesa nave reforzada en las bandas por fuertes vigas para resistir el choque de las naves enemigas, y arremete contra una de las galeazas genovesas abriéndole una fuerte brecha en el costado, al tiempo que la “Lope Yáñez” se arrima al costado de otra y una tercera nave del corsario clava su arpón en la elevada borda de la orca. Se oyen gritos, vuelan los garfios y se abordan las naves genovesas con lucha feroz.

¡Es la batalla!

Se disparan espingardas, falconetes, bombardas y culebrinas de mano, tiros de flecha con arcos y ballestas y finalmente se lucha cuerpo a cuerpo en abordaje. Ante la tenaz resistencia de la galeaza genovesa Coullon da la orden a otra de sus naves de arrimarse al otro costado para apoderarse de ella entre los dos navíos piratas.

Y no se ve otro recurso más eficaz para combatir que el empleo de artificios de fuego, con los que hacen volar por los aires llamas de azufre y chispas encendidas, alcancías de alquitrán ardiendo, para aterrar y vencer a los enemigos. Pronto empiezan a arder las resecas embarcaciones. Las llamas se hacen incontrolables. Pero todos sufren el mismo daño, pues al estar trabados los barcos con ganchos y cadenas de hierro, las gigantescas llamas pasan de unos a otros. No queda más remedio que lanzarse al agua para no ser pasto del fuego.

Varios barcos se queman, tres genovesas y cuatro corsarios se van a pique, muchos hombres se ahogan de uno y otro bando, entre ellos 500 nobles portugueses al servicio de Coullon que, al llevar armaduras, se hunden en las aguas a causa del peso. La situación es terrible por los gritos, por el retumbar de los tiros, el silbar de las flechas, el fuego, el humo, por los lamentos de los que mueren. Es espantosa la situación, el furor, la porfía, la rabia, el lastimoso morir de los amigos. Nadando se arriman a las naves para salvar la vida, aferrándose a remos, cabos, con dolorosas voces pidiendo misericordia. La mar se cubre de cadáveres. 2000 franceses y portugueses mueren ante las llamas o al filo de las espadas. Coullon, con unos pocos, logra a duras penas subir a una de sus naves. El combate es tan encarnizado que se pelea desde la mañana hasta la tarde. Dos de las galeazas genovesas logran regresar a Cádiz.

Milagrosamente se salva Colón

Joan Colón, el sobrino del Almirante corsario, salva la vida arrojándose al agua y nada vigorosamente para alejarse lo más posible del centro del conflicto. Pero el cansancio hace mella en sus músculos. Suerte de un remo al que se aferra y se sube a caballo para descansar. Se ha alejado por el lado donde no hay barcos y. entre el vaivén del oleaje, puede ver el inmenso caos que se ha originado con esta absurda batalla, Maderos ardiendo, cadáveres flotando entre naves medio naufragadas, al tiempo que la pelea persiste. De pronto ve a alguien que se debate peligrosamente entre las aguas pidiéndole auxilio. Joan Colom, remando encima del madero, va en su socorro. Pero el esfuerzo es infructuoso, pues una gran ola lo aleja desapareciendo la víctima en las aguas.

La marejada aparta a Colón de ese escenario de muerte y dolor y, por encima del oleaje, divisa, muy lejos, la costa. Intuye que estará a más de dos leguas. Pero a ella dirige sus esfuerzos. Con la correa se ata al remo para no perderlo, pues entiende que la distancia a la playa es mayor de lo que le pueden permitir sus fuerzas y es un asidero donde descansar. Unas veces nada arrastrando el remo y otras descansa subiéndose a él a caballo. Aunque la marejada y las corrientes le ayudan, pues le empujan a tierra.

Después de debatirse un largo tiempo entre las olas el mar escupe a Colón a la playa de Lagos. Su primer pensamiento es que ha salvado la vida. La playa se encuentra rodeada de acantilados y altas rocas escarpadas de gran belleza natural. Las rocas tienen curiosas formas con cuevas y galerías que el sol poniente pinta de rosa. Esos entrantes de la roca le traen a la memoria la bronca que recibió cuando, siendo un nuño, se adentró nadando con otros amigos por las cuevas del puerto de su pueblo, Felanitx, allá en la isla de Mallorca.

¡Menos mal – piensa- de la afición que tengo desde pequeño por la natación! No hubiera sobrevivido… No me han hecho caso. Les decía que era contraproducente utilizar artificios de fuego porque las llamas invadirían también nuestros barcos. Como así ha sido.”

El calor del sol hace que Colón vaya cobrando algunas fuerzas del tullimiento de las piernas, de la mucha humedad del agua y de los esfuerzos que acaba de hacer. La gente de Lagos, que ha acudido a la playa para ver y oír el rumor lejano de la batalla naval, en cuanto ve al náufrago, el superviviente de dicha batalla, se apresura a prestarle los auxilios que necesite.

- Ha outro náufrago. Perece que ele ainda vive

- (Hay otro náufrago. Parece que aún vive)

Se hace llamar Xpoferens o Cristóbal

Es reconfortado, curado de sus heridas y después de comer y dormir en cómoda cama, es llevado a Lisboa, junto con otros supervivientes, La alegría de Bartoméu Colón es grande al ver que su hermano ha sobrevivido a la batalla, cuando lo daba por muerto. Porque las noticias que corren por Lisboa no son muy alentadoras para la coalición que lidera Guillaume de Casanove. No se puede decir que la batalla librada por el corsario Coullon ha sido victoriosa. Después de este encontronazo ha quedado muy malparado, de lo que tardará en reponerse.

Bartoméu presenta a su hermano a la hermandad de los dibujantes de cartas genovesas, de la que es miembro, y es cuando Joan Colón cambia su nombre por Cristóbal para dejar atrás su pasado de corsario. De esta forma Cristóbal Colón se introduce dentro del ambiente de la numerosa colonia de genoveses que hay en Lisboa.

Cristóbal Colón viaja como agente comercial

El banquero y armador genovés Mario Centurione, que se había establecido en Lisboa para controlar mejor sus negocios, contrata a Cristóbal Colón como agente comercial para viajar hacia el norte con libertad para moverse por aquellas latitudes, siempre y cuando sirva para hacer buenas transacciones. Estando en Bristol Cristóbal Colón oye comentar que algunas veces la corriente marina arrastra hasta estas costas cadáveres que son de unas razas que no existen en Europa. En el monasterio de Clonfert en Galway le narran el periplo legendario a la Tierra Prometida que hizo por el Atlántico el monje Brandán “el Navegante”. Y en Reikiavik escucha el fantástico viaje de Erik el Rojo que descubrió Groenlandia y después el de su hijo Leif Erikson “el Afortunado” que, partiendo de Groenlandia y con rumbo hacia el oeste, llegó a una tierra que bautizó con el nombre de Vinlandia.

Estas narraciones convencen a Cristóbal Colón que hay tierra en Occidente a no muchas millas y que no sería difícil llegar a ella, cuando todos estos viajes que ha oído se han hecho sin brújula, sin astrolabios y con unas naves mucho menos marineras.

Cristóbal Colón realiza otro viaje comercial al servicio de Mario Centurione a la isla de Porto Santo, que es cuando conoce a su futura mujer Felipa Monis de Perestrello. Y, antes de irse a vivir a Porto Santo con su mujer, Colón aún hace otro viaje. Esta vez hacia el sur, al castillo de San Jorge de la Mina en la Guinea, contratado por la casa Di Negro. Y a la vuelta se alejan de la costa dando un gran rodeo por el Oeste aprovechando los vientos alisios y al llegar al Mar de los Sargazos viran hacia el norte a recoger los contralisios que les lleva a Lisboa pasando por las Azores. Esos vientos constantes, los alisios, hacen pensar a Colón que siguiéndolos se podría llegar a las costas asiáticas con facilidad. Y con los contralisios tienen asegurado el regreso.

Para Cristóbal Colón el navegar hacia el sol poniente, primero fue una intuición, que se convierte en idea, la idea en plan, el plan en una obsesión. Después de la muerte de su mujer es el único propósito de su vida.
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