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“Ideario pedagógico de la Iglesia española”, por Pedro Cuesta Escudero autor de "La escuela en la reestructuración de la sociedad española (1900-1923)"

“Ideario pedagógico de la Iglesia española”, por Pedro Cuesta Escudero autor de 'La escuela en la reestructuración de la sociedad española (1900-1923)'
miércoles 03 de marzo de 2021, 11:06h
“Ideario pedagógico de la Iglesia española”, por Pedro Cuesta Escudero autor de 'La escuela en la reestructuración de la sociedad española (1900-1923)'
La Iglesia considera que la educación es el principal medio para formar las futuras generaciones cristianas, que defenderán sus derechos y su concepción del mundo. La Iglesia española del siglo XX adoptó una postura conservadora, de defensa a ultranza del monopolio de la enseñanza y de la educación. Se aferraba a la escuela tradicional con la misma tenacidad que se oponía a cualquier idea renovadora. Dedicaba todas sus fuerzas a atacar a masones, krausistas, liberales, socialistas, con argumentos vehementes aunque poco brillantes, acuñados en la farmacopea del Syllabus, otros documentos del Vaticano I y la más rancia filosofía escolástica. La Institución Libre de Enseñanza era la verdadera obsesión de la Iglesia, es la que recibe mayor oposición e incomprensión, porque es quien más erosiona su monopolio en la docencia con su labor callada y fecunda. A pesar de que en el terreno de la Pedagogía la Iglesia española de esa época no aporta ninguna novedad, no quiere decir que no siguiera ejerciendo una gran influencia en el sistema educativo.
“Ideario pedagógico de la Iglesia española”, por Pedro Cuesta Escudero autor de 'La escuela en la reestructuración de la sociedad española (1900-1923)'
“Ideario pedagógico de la Iglesia española”, por Pedro Cuesta Escudero autor de 'La escuela en la reestructuración de la sociedad española (1900-1923)'

Monopolio de la enseñanza y de la educación

La Iglesia española no solamente tiene una acción espiritual y religiosa en la sociedad, sino también una acción social. Y esta acción constituye cabalmente la particular interpretación del mandato divino: “Id, dijo Jesús a sus Apóstoles, y enseñad a todas las naciones”. Este mensaje que con frecuencia utiliza el Episcopado español no especifica si se refiere a la enseñanza en general o simplemente a la enseñanza religiosa. “Jesucristo no es nada si no es Maestro de la Humanidad – dice la Instrucción pastoral de todos los prelados reunidos en el Congreso Católico reunido en Santiago de Compostela en 1902- y que nada es su Iglesia si se le despoja del carácter de escuela. Jesucristo es el celestial Pedagogo de las generaciones humanas; y resistir y rechazar la influencia cristiana en la enseñanza y educación de la juventud es simplemente un caso de persecución anticristiana”. “…el congreso afirma y sostiene que a la Iglesia pertenece el derecho indiscutible de dirigir e inspeccionar la enseñanza en todos los establecimientos públicos y privados, derecho que es directo, supremo y exclusivo en lo que se refiere a las ciencias religiosas y morales e indirecto o de intervención en todas las demás normas del humano saber- leemos en las conclusiones del Congreso Católico Nacional celebrado en Madrid en 1889- (…) El Estado, como católico, tiene a su vez el deber de amparar y defender a la Iglesia en el libre ejercicio de su magisterio y enseñanza y también el derecho y el deber a intervenir en los establecimientos docentes”.

Ese derecho que tiene la Iglesia sobre la enseñanza se fundamenta en que si Ella es quien únicamente posee la verdad, Ella es la única autorizada a dirigir la enseñanza. Y también se basa en que el fin religioso es el fin supremo del hombre. La enseñanza y educación han de estar íntimamente ligados a ese supremo fin salvador. Y si la Iglesia, precisamente, es la que se encarga de este fin religioso, a Ella compite, pues, la dirección de la enseñanza. Por otra parte la libertad supone la posibilidad de error, y a éste no se le puede dar derecho de ciudadanía. Sólo la Iglesia tiene derecho a enseñar y sólo tiene derecho a inspeccionar. La Iglesia acepta las subvenciones del Estado. Son las conclusiones a que se llega en la revista de los jesuitas Estudios religiosos, filosóficos, históricos y literarios (tomo VII, pp. 697-99)

Derecho de los padres a la educación de sus hijos

“La instrucción y educación de los hijos – afirma el padre Manjón- es un derecho y deber natural de los padres”. En el Congreso Católico que se celebró en Santiago de Compostela en 1902 tuvo gran impacto el discurso de Andrés Manjón: “Es enemigo de Dios –sentencia- el enemigo de la autoridad de los padres a la educación de sus hijos.(…) También es enemigo de la familia. Por lo mismo es enemigo de la Sociedad, es enemigo de la educación del corazón, enemigo de la moralidad, enemigo de la patria, enemigo de la unidad nacional, enemigo en la seriedad en la enseñanza, enemigo de la enseñanza religiosa y enemigo, por tanto, del orden cristiano (…) En esto, como en todo, la política del diablo es la oposición a Dios, y procura llevarla a la práctica sin reparar en medios. Según el derecho divino, los padres tienen el deber y el derecho de instruir y educar a sus hijos: luego la política diabólica consistirá en estorbar, mermar o quitar ese derecho, valiéndose de cualquier pretexto. ¿Es católico el Estado en la Enseñanza? La política del diablo consistirá en alzar al maestro por encima de las leyes que garantizan los derechos de los cristianos (padres e hijos, familia, sociedad y Estado) a pretexto de lo que él llama libertad de cátedra. La política del diablo es secuestrar intelectual y moralmente los hijos a sus padres y a los maestros elegidos por sus padres, a pretexto de la soberanía y poder del Estado”

La Iglesia también es madre, engendra hijos espirituales. Es coautora con Cristo de un orden sobrenatural. Por tanto, no puede más que tener una autoridad plena, independiente, sobre esos hijos y ese orden sobrenatural ya que son suyos. O sea, los padres de familia son los que dan al niño el ser natural por la procreación; y la Iglesia les da el ser natural de la gracia por el bautismo. Por tanto, a los padres y a la Iglesia son a los únicos a quienes toca dirigir la formación o educación del niño. Y no al Estado, que ni ha dado ser alguno al niño, ni tiene, por naturaleza, las condiciones de educador. De esta manera a la Iglesia le queda la exclusiva de la educación y enseñanza.

El peligro está en que las “falsas doctrinas” y las “perversas costumbres” que corren por Europa invadan España y trastoquen el orden moral y cristiano que reina. Y como el Estado se declara tolerante con esas corrientes, no queda más remedio que actuar contundentemente a fin de evitar la catástrofe descristianizadora. Son muchas las órdenes religiosas que se crean con la finalidad de educar a la mujer, y no por ella misma, por su promoción, sino como futura madre de familia, pues, como se sabe, ella es la primera educadora de la infancia, es la que deja las huellas que nunca se borrarán de los hijos.

Libertad de enseñanza

Hasta la creación del Ministerio de Instrucción Pública la palabra “libertad” estaba en boca de los revolucionarios y de sus herederos, pero a partir de 1901 será la Iglesia quien reclame con más vehemencia la libertad de enseñanza a un Estado que proclama la libertad de cultos y de creencias, y que, si se hace cargo del control de la enseñanza, la tendrá que organizar con un espíritu de tolerancia hacia las minorías no católicas. Minorías que, al fin y al cabo, son católicos desobedientes a las leyes de la Iglesia, católicos que, por ser malos, han dejado de ser católicos. Y el Estado, que es tolerante con esos disidentes por motivos de convivencia, no puede organizar la enseñanza de tal manera que, para que no se sienta molesta esa minoría, se obligue a la mayoría a recibir una enseñanza que repugna a su conciencia y a la de sus padres que tienen el derecho de la educación de sus hijos. “El monopolio de la enseñanza (por parte del Estado)- protesta el Arzobispo de Sevilla en el Senado el 8 de Noviembre de 1901- es el camino abierto a la esclavitud de los espíritus”. Manjón piensa que lo único que debe hacer el Estado es fomentar la enseñanza, promoviendo la iniciativa privada. Y el mejor modo de promover la enseñanza es la ayuda económica a las instituciones dedicadas a la misma. Sería inútil un genérico reconocimiento de libertad, si luego, en la práctica, los padres se vieran obligados a enviar a sus hijos a los centros oficiales por ser muy caros los privados. Por eso impone, como medida de justicia, la equiparación de todos los centros desde el punto de vista económico. Se desprende de un hecho bien claro: todos los ciudadanos han contribuido a formar, por medio de los impuestos, el patrimonio nacional, y todos, por tanto, tienen derecho a beneficiarse de él.

Asegura Manjón que la situación que se crea a todas luces es injusta: los padres que quieren que sus hijos frecuenten un colegio no oficial, deben pagar la enseñanza por partida doble: el centro privado (que no recibe subvención por parte del Estado) y el instituto oficial por la subvención que recibe. Y como consecuencia de esa “industria oficial”, muchos padres se ven desprovistos de una auténtica libertad de enseñanza. O sea, que la misión del Estado, en cuanto a la enseñanza se refiere, es la de proteger jurídica y económicamente a los centros privados que reúnan las debidas garantías de higiene y moralidad y la de suplir con sus organismos docentes los huecos que la iniciativa social auxiliada o subvencionada no puede llenar.

No a la libertad de cátedra

Según los principales portavoces de la Iglesia española, del deber de respetar la conciencia y creencias de los padres se deduce que no es admisible la llamada libertad de cátedra. La Religión, inmutable en sus principios, indiscutible en sus dogmas, invariable en su Credo, no puede variar en sus manifestaciones según el espíritu de los siglos. No se admite la libertad de enseñanza, entendida como la posibilidad de enseñar el pro y el contra, la verdad o el error según los puntos de vista. No se admite la emancipación completa de la ciencia, la absoluta libertad de pensamiento, la separación de la ciencia y la fe, la autoridad inapelable de la razón como criterio único y fuente de verdad.

Cuando en 1882 accede por primera vez al Poder un gabinete del Partido Liberal lo primero que hace es decretar la readmisión de los catedráticos que Orovio castigó y restablecer la libertad de cátedra. La Iglesia, a regañadientes, no tiene más remedio que consentir el que haya libertad de cátedra en las esferas universitarias, pero en los demás grados de enseñanza no está dispuesta a permitirla, aunque con ello se conculque la Constitución y no se respete la libertad de conciencia de los profesores.

Escuela religiosa y confesional

El hombre perfecto es el perfecto cristiano, luego para realizar la verdadera humanidad es menester practicar la vida cristiana. De esta manera el conocimiento y la práctica de la Religión se convierten en la base de la instrucción educadora. Luego la escuela ha de ser forzosamente religiosa y confesional y no atea y racionalista. Y si se quiere hacer de la religión la base de la instrucción educadora de la escuela, ha de procurar que en todas las asignaturas y materias haya expresa o latente una idea moral o religiosa. Y no solo que haya en cada asignatura alguna referencia religiosa o moral, sino que todos los conocimientos escolares han de orientarse de tal modo que la Religión sea el centro de la instrucción escolar. “Hablando en Gramática – explica Manjón- calculando en aritmética, estudiando en naturaleza, meditando en religión, orientándose en geografía, sanándose en higiene, siempre aparece el hombre como educando de Dios”.

La educación religiosa no tiende al perfeccionamiento de una facultad o aspecto de la persona, ni tampoco para formarla hacia una actividad específica, sino que tiende a la realización plena de la persona como tal. O sea, la educación religiosa es educación integral en toda la amplitud y profundidad del término. Es totalmente antieducativo organizar la educación en términos de indiferentismo religioso.

El primer fundamento de la moralidad es Dios como último fin. Son falsos todos los sistemas morales que sitúan la esencia de la moralidad en la consecución de algo que no es el último fin del hombre. El hombre moral es el ideal de la Pedagogía cristiana, porque lo que da dignidad y unidad al ser humano racional y cristiano es la bondad moral, suprema síntesis de la educación del hombre bien formado bajo todos sus aspectos. La educación ha de ir encaminada más al corazón que a la cabeza, más a la voluntad que a la inteligencia, pues con buena voluntad todo se alcanza y sin voluntad todo se pierde.

“Para conseguir bondad habitual del sujeto- explica Ruiz Amado- se necesita en todo momento del proceso educativo rigidez y severidad; la educación supone sacrificio y trabajo y no diversión”. Como la naturaleza humana está caída e inclinada al mal a los educadores no les queda más remedio que estar constantemente en acecho para corregir, constreñir y encauzar esa naturaleza pecadora de los educandos. Es una educación basada en el principio de la corrección y de la coacción. Es una pedagogía que se basa en los premios y castigos. Manjón ve necesario el castigo para mantener la disciplina escolar. Sin ella no hay orden, ni enseñanza, ni escuela, ni educación, ni nada. Al alumno se le infringe el castigo, no únicamente como medida de corrección, sino porque lo ha merecido por ser malo, simplemente por escarmiento. “El que no sabe castigar- sentencia Manjón- no vale para educador”. Manjón no acepta que se enseñe a los alumnos a cumplir bien el deber por el deber mismo. Asegura que para administrar sabiamente y con todo derecho los premios y los castigos hay que tener una autoridad indiscutible con poderes no regateados ni por los alumnos ni por los padres.

No a la coeducación y la educación femenina

La Iglesia española, a través de Manjón, Ruiz Amado y otros exégetas, considera la coeducación como una práctica perversa, pues es contraria a la naturaleza que ha hecho distintos a los dos sexos. “Cada uno- explica Manjón- tiene su ritmo de desarrollo: las niñas más rápido que los niños; su vocación: el varón para las luchas de la vida y la guerra, la mujer para la paz y los cuidados familiares; sus propias y características aptitudes: el hombre para el trabajo duro y las mujeres para el delicado. Además, se diferencian no solo en calidad, sino en el proceso del desarrollo. En esto están de acuerdo médicos, filósofos y pedagogos de fuste”. “Los niños junto a las niñas – continúa Manjón- se afeminan, y éstas junto a los niños pierden recato y pudor. Es más, dondequiera que se ha establecido esta “mezcla” se han repetido las quejas y los escándalos, las uniones precoces y los divorcios rápidos. Hay una constatación amarga: cada vez hay menos niños inocentes y el mezclarlos es contribuir a corromperlos”.

“La coeducación de los sexos – enfatiza el jesuita Ruiz Amado- tropieza en dos inconvenientes graves. El primera está de parte de los alumnos, los cuales se sienten coartados por el temor a la risa de las alumnas.(…) El segundo está de parte de las alumnas , las cuales, en contacto con los alumnos sienten despertarse poderosamente su vanidad femenina que confía más en las gracias de su sexo, que en sus dotes intelectuales, para abrirse paso en la sociedad.(…) De suerte que la seriedad de los estudios, pide por parte de ellos y de ellas, la separación de las clases(…) La coeducación produce la ruina lenta de la sociedad por cuento destruye poco a poco la vida de familia, haciendo a los niños y niñas como asexuales: es decir, amortiguando en cada uno las cualidades peculiares de su sexo(…) Por el hábito de tratar a las jóvenes como condiscípulas, embota e impide el desarrollo de los sentimientos de caballerosidad, tan importante para elevar las relaciones con el sexo débil(…) La coeducación no puede formar a la mujer femenina, sino a lo más, un ente moralmente hermafrodita, un marimacho(…) Conviene que los niños tengan educadores varones y las niñas se eduquen con mujeres, pues de los contrario es inevitable que los primeros salgan afeminados y las segundas más varoniles de lo que ideal de sexo requiere”. Ruiz Amado defiende la educación diferenciada porque “educándose los niños en el valor, resistencia y virilidad, en la inclinación a proteger al débil, regir a los inferiores y tener solicitud de ellos, y en una palabra: en las cualidades propias de un jefe de familia, de un ciudadano, de un hombre que habrá de procurar su independencia económica e intervenir en los negocios públicos, mientras a las niñas, por el contrario, se las dirige a las cualidades opuestas, que las haga aptas para sus diversas funciones en la vida social”.

La posible maternidad ha de ser el verdadero eje de la educación femenina, nos aclara Ruiz Amado. El jesuita Alarcón y Meléndez escribe en Razón y Fe: “La verdad es que la mujer no tiene la paciencia y la reflexión necesarias para el trabajo en laboratorio, ni la perseverancia y firmeza de pulso indispensable al buen cirujano”. Por eso la educación ha de tener en cuenta esas diferencias naturales y sociales de los sexos. Todo el que quiera cambiar el destino que la Providencia le ha marcado a la mujer comete un grave atentado contra ella.

“Os descubriré hoy-denuncia el padre Poveda-con el favor divino, otro plan del enemigo ejercitado por los que denominan hijos del progreso y salvadores de la humanidad; consiste en el encumbramiento de la mujer para desnaturalizar su misión sobre la tierra, haciéndola, por este medio, tan inútil y rebajada como lo fue en el paganismo por la esclavitud. El plan es verdaderamente satánico (…) El designio providencial de la mujer, es ser ayuda del hombre, todo lo que sea contrario a ese designio es diabólico. Toda la grandeza de la mujer, debido al Cristianismo, fue consecuencia de la fidelidad con que cumplió los designios de la providencia (…) tan perniciosa resulta la acción de la mujer esclava como la de la mujer directora de los destinos del mundo. El feminismo de nuestros días, tal y como lo enseñan los enemigos de la Iglesia, no es, sino, el cuerpo de doctrina donde se contienen las enseñanzas necesarias para hacer prevaricar a la mujer, separándola del camino que le trazara la providencia”.

La Iglesia española y la derecha

El restablecimiento y expansión de las órdenes religiosas a finales del siglo XIX y principios del XX se debe mucho a la burguesía católica. El episcopado español, añorando tiempos pasados en los que la Iglesia se servía del poder temporal para afirmar el reino celestial, deseaba vehementemente la unidad indisoluble de los poderes eclesiásticos y civiles. Ese poder civil que encarnaba la derecha política y económica. El púlpito era una tribuna abierta a los párrocos y coadjutores, donde podían lanzar todo un programa político-religioso de obligada incidencia en la vida nacional. Los sermones más encarnizados del clero, principalmente del clero rural, iban contra los anarquistas, republicanos, socialistas, liberales y todo lo que podía subvertir el orden establecido. Esa filosofía política del bajo clero cada vez tenía más puntos de coincidencia con los caciques. Clero rural y caciques llegaron, en la mayoría de las ocasiones, a una estrecha colaboración en la actuación social y política. De esta manera la Iglesia española se introduce en el engranaje de la falsificación democrática que supone la restauración canovista. Y cuando esta restauración empieza a hacer aguas el obispado español habla de la necesidad de hombres de enérgico carácter para que se continúe manteniendo el orden establecido.

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