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TEORÍA DEL MESTIZAJE (MANUEL ANDÚJAR), por José Biedma López

TEORÍA DEL MESTIZAJE (MANUEL ANDÚJAR), por José Biedma López
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lunes 19 de octubre de 2020, 14:06h
TEORÍA DEL MESTIZAJE (MANUEL ANDÚJAR), por José Biedma López
Manuel Ándujar nació en 1913, en La Carolina (Jaén), ciudad que fundó el rey ilustrado con la ayuda del indiano Olavide, construida con criterios racionalistas para poblar la desertizada frontera jiennense. Nuestro escritor estudió en Málaga el bachillerato alemán y luego comercio. En 1934 lo tenemos en Madrid y en 1935 en Barcelona como funcionario administrativo, hasta que la guerra estalló y los hados echaron dados. Entonces ejerció como periodista a favor de la democracia, esa que muy pocos apoyaban y, “caída” Cataluña -o “liberada”, según el color del cristal con que se mire- acabó en un campo de concentración francés de cuyas miserias daría cuenta ya exiliado en Méjico, país este donde tantos intelectuales españoles “transterrados” fueron acogidos con benevolencia por el presidente Lázaro Cárdenas.
TEORÍA DEL MESTIZAJE (MANUEL ANDÚJAR), por José Biedma López

No vamos a ocuparnos aquí de la extensa obra narrativa de Manuel Andújar (trilogías narrativas: Vísperas y Lares y Penates), declarada notable por la Academia y la crítica, excepcional por su voluntad de estilo y testimonio directo de la realidad histórica padecida, que ilumina, concebida desde el compromiso cívico, sin resentimiento, sin maniqueísmo, sin dogmatismo, en repudio de todo género de violencia. Sus novelas han sido descritas por Rafael Conte como “realismo simbólico”. Tampoco hablaremos de sus trabajos como dramaturgo o poeta, ni de su decisivo papel como fundador de la revista Las Españas que sustituyó como referente de los españoles exilados a La España Peregrina de José Bergamín y a Romance, del poeta cordobés Juan Rejano.

El pensamiento de Manuel Andújar, su cosmovisión universalista, cuyo sentido existencial antes que Sartre o Camus impregna toda su obra, se desparrama en artículos periodísticos y cartas. Además, Manuel Andújar fue políglota, trabajó como traductor de francés e inglés, y como publicista para una empresa de importación de relojes suizos en Méjico. Y apreció las otras lenguas españolas de cultura, sobre todo el catalán, que dominaba, y el gallego. Uno de sus ensayos versa precisamente sobre “La literatura catalana en el destierro” (1949). En lo político defendió una concepción federalista de los pueblos ibéricos, que incluía a Portugal (se ha señalado la influencia de Pessoa en su obra), y un socialismo humanista próximo al de Fernando de los Ríos, al que oyó y admiró, un socialismo “que se fundamente en el hombre y no en su opresión de cualquier género. Un socialismo que recoja y estimule todos los valores humanos, que permita, y no de mala gana, el cultivo del sentimiento religioso, personal e íntimo, en los que lo experimenten”.

Aquí nos limitaremos a describir brevemente uno de los temas principales de su pensamiento y humanismo social. Me refiero a la cuestión de la hispanidad y el mestizaje. Cuando Andújar llega a Méjico en 1939 se propone profundizar en ese mundo híbrido de criollos, indígenas y mestizos, que le deslumbra. Con el tiempo será un gran conocedor y divulgador de la literatura hispanoamericana. Se vinculará a Fondo de Cultura Económica y, más tarde, tras su regreso a España, a Alianza Editorial. Desde su vuelta en 1967 supo detectar las lucecitas de rebeldía que apuntaban en la “España permanecida” en mitad del páramo desertizado por el nacional-catolicismo: las figuras reunidas por Dionisio Ridruejo en las revista Escorial: Luis Felipe Vivanco, Laín Entralgo y Antonio Tovar, todos ellos del campo de los “vencedores”, pero ya asqueados por la hueca retórica de los edecanes y capitostes del Régimen, los cuales jerarcas, acosados por el movimiento estudiantil, expulsarán de sus cátedras a Tierno Galván, Aranguren y García Calvo. Manuel Andújar está atento a estos cambios, lamenta la desaparición de Cuadernos para el Diálogo y Triunfo que ofrecían cumplida réplica al franquismo.

Su teoría del mestizaje la desarrolla en dos textos, de 1980 y 1982. El primero es una conferencia pronunciada en la Asociación de Escritores y Artistas de Madrid, titulada: “Andalucía: mestizaje, españolismo y universalidad”. Esclarece en ella las relaciones de lo andaluz con Hispanoamérica (dirá luego que a través del puente canario), relaciones que parten del Descubrimiento, Conquista y Colonización de las Américas. Su descripción de Andalucía es tan barroca como original:

“Andalucía en dibujo de contrafuerte ibérico, base donde descansará, en notable porcentaje, la sustentación peninsular, puesto que, además de apoyarse simbióticamente en el remate marítimo de Portugal, revela en uno de sus balcones, septentrional y lateral, la verticalizada osamenta de Extremadura. Terraza es de la Mancha novocastellana y máximo pespunte, hacia Levante, de la Murcia feraz. Al Sur, nada menos que dos mares egregios, para emplear el aristocrático calificativo orteguiano: tendido frunce atlántico, amplio y elegante escorzo mediterráneo. Y en el centro de Mediodía, aquel holgado mirador, de abiertos brazos, sobre el Estrecho, hacia las puntiagudas ascensiones de África”.

Andalucía es forma premonitoria de encrucijada de culturas, “cruce de caminos… extensa plataforma para la conjunción tricontinental… para el entronque de multitud de razas y pueblos”. Lo andaluz nunca excluyente, siempre aglutinante, así como el españolismo andaluz entraña una humana e inequívoca universalidad. En una palabra, el mestizaje es la clave de su duende y su misterio, así como de su ancestral sabiduría que “desde el principio de los tiempos, la mantiene al margen de lo insalubre e infecundo de la endogamia”. En este mestizaje primordial radica su fuerza moral y su gallardo humanismo.

Lo dejó escrito don Manuel Azaña (en La Velada en Benicarló): “los españoles nunca han hecho ascos a las razas extrañas para cruzarse con ellas. No solamente con cuantas han venido a nuestro país. En América nos hemos cruzado con indios y negros”. Antes, en Al-Andalus, que cubrió la Península con su marca mucho más septentrional que Sierra Morena, nos mezclamos y mixturamos con árabes y judíos, construyendo durante siglos un país en el que muchas veces se impuso la tolerancia y convivencia de doctrinas diversas, que no adversas.

En una conferencia que pronunció en Úbeda en 1982 (v. ilustración), Andújar cita al que fuera Rector de la Universidad de Barcelona en la época republicana: don Pedro Bosch Gimpera, “que honró nuestro exilio y cuya altura intelectual y científica abona la obra La formación de los pueblos de España”:

“De los pueblos españoles, el andaluz es sin duda uno de los de más destacada y vigorosa personalidad, resultante maravillosa del cruce de razas y de culturas que desde los más remotos tiempos prehistóricos han venido sucediéndose sobre su territorio. Invasiones y dominios extranjeros se suceden y aclimatan allí nuevos elementos étnicos y nuevas corrientes de civilización. Después de cada catástrofe, Andalucía enmudece, pero al fundirse los recién llegados con la población tradicional, se asiste a una nueva floración y, con lenguajes y formas distintas, hay una perdurable continuidad del espíritu andaluz que aletea en el crisol en que todo acaba por reducirse a algo profundamente arraigado en su tierra. A la larga, nada se ha perdido y todo sirve para dar una mejor calidad a sus valores, que su pueblo mantiene como un depósito inagotable”.

Y más adelante afirma:

“La Andalucía musulmana y judía no es una simple prolongación de la cultura de musulmanes y judíos de Oriente. Simbólico de ello es que los fanáticos almorávides y almohades considerasen heréticos a los andaluces y los persiguiesen, obligando a muchos a refugiarse en territorios extranjeros. Es preciso no exagerar o atribuir importancia decisiva a los factores orientales: mucho llegó de Oriente, mucho es genuinamente árabe, sirio o hebreo, pero mucho, y particularmente el espíritu, es hispánico y, sobre todo, andaluz”.

En 1982, Manuel Andújar publica “Andalucía e Hispanoamérica, crisol de mestizaje”. En la enigmática civilización de Tartessos sitúa el paraíso perdido y la Edad de Oro de don Quijote, cultura que comerció con las grandes del Oriente próximo, las que inventaron la escritura y la historia: fenicios y griegos, para situar en los territorios del tricefálico Gerión el Jardín de las Hespérides. Reseña las diversas invasiones que pasan por aquí, enfatizando la capacidad de los andaluces para asimilarlas todas. La ambigua situación de mozárabes y mudéjares…

Todo ello para exponer por analogía la compleja dialéctica de la colonización del Nuevo Mundo. Cortés, Las Casas, Vasco Quiroga, al que los “tarascos” llamaron “Tata Vasco” y al que los indígenas beatificaron por sus esfuerzos comunitaristas en la ruta de la Utopía de Tomás Moro. Mención de honor merecerán el Inca Garcilaso (cuyos restos reposan en la catedral-mezquita de Córdoba junto a los de Góngora) y Ercilla, y en la época virreinal de Méjico Sor Juana Inés de la Cruz y Juan Ruiz de Alarcón. Las misiones de los jesuitas apuntaban hacia un humanismo moderno y un principio de racionalidad que en el siglo XVIII dará sus frutos, como el del peruano Olavide.

¿Dónde termina lo precolombino y empieza lo católico? ¿Dónde acaba el indio y empieza el español y viceversa? Y aún hay que añadir el aporte africano. ¡Claro que hubo desmanes y excesos! Toda conquista es trágica. Pero la colonización española representa un mentís al racismo y no fue un mero episodio de saqueo (estilo vikingo) o depredación (estilo anglosajón). “Predestinados misioneros” enemigos de la esclavitud apreciaron las culturas vencidas, rescatando lenguas y costumbres indígenas, como el curiosísimo Fray Bernardino de Sahagún, que nos legó doce libros sobre ellas.

Para escritores hispanoamericanos actuales como Demetrio Aguilera-Malta asumir el mestizaje es misión fundamental. La conjunción de la sangre hispánica e indígena no es simple fatalidad histórica, sino deseable y rica aleación, en que predomina, desde sus comienzos con el Descubrimiento y la Conquista, y a través de la Independencia, un anhelo de dinámica armonía. El mestizaje atemperado y armonizado por el acendramiento de los siglos habrá ganado en Méjico la decisoria batalla de la identidad, dice Andújar. ¡Es completamente absurdo, y ridículo, que los descendientes de aquellos conquistadores y colonizadores, criollos o mestizos, exijan a los españoles actuales, cuyos ascendentes no tuvieron que emigrar a América buscando El Dorado, que pidan perdón por los desmanes cometidos por sus antepasados! - añade este servidor.

El exilio español de 1939 prolongó y profundizó el mestizaje. Citaremos sólo en humanismo y filosofía el importante germen y fermento que supuso para la alta cultura iberoamericana las aportaciones de Gaos, Ímaz, Xirau, Larrea, García Bacca... Por su parte, y en el orden plástico, la generación del exilio republicano encontrará en los grandes muralistas mejicanos el movimiento más innovador y brioso, que influirá en nuestros pintores de caballete.

En su conferencia de 1982 en el añorado Club Cultural Aznaitín de Úbeda, Manuel Ándujar nos invitó a conocer ese mundo de grandes humanistas como Alfonso Reyes, y de extraordinarios literatos del otro lado del Atlántico, por ejemplo Martínez Estrada, un ensayista argentino al que el jiennense equipara con Unamuno. Por desgracia, nuestra mirada está más pendiente de la última “boutade” publicada en francés que de la compleja y extensísima floresta que se expresa, razona y crea en nuestro idioma común, en las mestizas Españas americanas.

Del autor:

Sobre el humanismo de Fernando de los Ríos: https://nuevodiario.es/noticia/9692/opinion/el-humanismo-socialista-de-fernando-de-los-rios-por-jose-biedma-lopez.html

Blog: https://apiedeclasico.blogspot.com/?m=1
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