Dicen, según estudios arqueológicos, que el esparto ya se utiliza en la prehistoria. Los fenicios y los púnicos ya comercializaron la atocha por todo el Mediterráneo, pero fueron los romanos los que impulsaron esta industria, en la zona de Norte de Almería y Granada, Murcia, y en el este de Albacete. A mediados del siglo XIX, fue una industria floreciente y la materia prima abundaba en los montes de algunas comarcas de la Región, por lo que comenzó una época de desarrollo. Entonces los obreros arrancaban el esparto y después lo vendían por peso en fardos, kilos o arrobas.
Al principio se trabajaba tal y como se recogía del campo, y se trenzaba. Posteriormente comenzaron a picarlo o machacarlo, para que su textura fuese más suave. Así, unos mazos mecánicos picaban el esparto obteniendo una materia mucho más fácil de trenzar, con lo que se pueden realizar trabajos más atractivos y estéticos.
Hoy día, con el “spartum” recobramos lo natural. Su puesta en valor impedirá la fosilización de nuestros paisajes. Los espartizales cumplen un valioso servicio contra la desertización y el calentamiento global. Esta gramínea de apariencia humilde, relacionado con aperos de labranza, se ha sofisticado, no hay revista de decoración que no muestre una casa mediterránea que no tenga, una cesta, una estera ,una persiana o una escultura de cactus o burritos de esparto.
Alrededor de la “stipa tenacissima”, se creó un mundo y un lenguaje propio que se debe mantener y utilizar,con términos tales como cordel, capazo, esparteña, cofa, sera, cachirulo, cocedor, caloma, cañamo,…. Y cuando miro la estepa y las ondas del viento mueven sus cepellones, recuerdo que también sale de ella pasta de papel, se cubren garrafas, quesos, se crean cuerdas; pero, sobre todo, recuerdo a mi abuelo y sus manos fuertes y confundidas entre la atocha.