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HARPÍAS Y CABALLEROS, por José Biedma López

HARPÍAS Y CABALLEROS, por José Biedma López

jueves 23 de abril de 2020, 10:54h
HARPÍAS Y CABALLEROS, por José Biedma López

Según Hesíodo, las harpías eran dos: Aelo (viento tempestuoso) y Ocípete (vuelo rápido). Los romanos añadieron a Celeno (la oscura), la peor de las tres. Cuenta don Enrique de Villena que las Harpías fueron echadas por Hércules de la mesa del rey Fineo, y que se escondieron en las islas Trófeas. Fineo, que había tenido dos estupendos hijos con su primera mujer, se encariñó de otra señora más joven que, como cruel madrastra de cuento, aborrecía a los hijos de la primera señora. Codiciosa de bienes y afectos, se quejaba de los hijastros y los culpaba de sus achaques. Les llamó aparte y en secreto para pedirles, como Fedra a Hipólito pero esta fingida, que se acostaran con ella, ¡la muy golfa y engañosa!, pero los hijos, ambos leales al padre, la denunciaron. No bastó esto, porque la lagartona negó el requerimiento y el padre estaba tan enchochado, que acabó convencido de que todo era un embuste de sus hijos. No contenta con ello, la tipa ramal exigió que los castigase, y Fineo cedió calzonazos y mandó que los cegaran.

Los dioses de buen corazón (en la mitología antigua los hay también de corazón dudoso) se enfadaron por la iniquidad cometida por Fineo, así que dejaron también cegarruto al padre (o sea “diverso funcional” en materia de vista), y no contentos con ello los inmortales, añadieron a esta pena que unas aves infernales, las famosas harpías con las que empezamos el cuento, venidas del profundo infierno, estorbaran, ensuciaran y robaran las mejores tajadas de la real mesa, hasta el vino privaban. Fineo malvivía pasando hambre y asco, triste, quejoso y angustiado. Algo de mala conciencia tendría a pesar de los goces que le daba la madama. ¡Eso le ocurrió por mujeriego! Y el cipote no pensaba más que en pasarle comisiones a la querida, ¡eso cuando las pillaba!

Los poetas describen a estos pajarracos demoníacos con faces virginales de hermosas doncellas, cuerpos plumosos y poderosas alas, los pies con garras, o sea agarrados a lo que escamotean, la boca de hambre, amarilla, hambre canina pues nunca se hartan, las muy japutas. Cuenta don Enrique de Villena (1384-1434), apodado el Nigromante, castellano de sangre real y maestre de la Orden de Calatrava (esa misma Orden en que se caga el vulgo, metafórica e inocentemente)…, cuenta don Enrique el Nigromante que Hércules asaeteó a las dichas harpías con su arco poderoso. No les atinó, pero las asustó bastante. Escribe Villena “arpías”, sin hache, que también se puede escribir así, pero resulta que en griego llevaban espíritu áspero, así que es más propio de acuerdo a la etimología escribir “harpías”, como aquí hacemos.

El caso fue que Hércules las puso en fuga y, ya lo señalé al principio, se escondieron en unas islas remotas, que otros llaman Estrófades. Abandonaban por fin la mesa de Fineo. Complacidos los dioses misericordiosos con el castigo sufrido por el viejo verde y su joven y avariciosa amante (aunque no sabemos qué salió ésta perdiendo), devolvieron la vista a Fineo y a sus hijos, que por lo menos esto salieron ganando. Don Enrique, el Nigromante, le reprocha a Fineo la bigamia como parábola o metáfora de aquel que, después de abrazar la Virtud con la esposa legítima, se engolfa con la Codicia “mudando el estado virtuoso en vicios. Esta codicia es madrastra de las buenas obras que son los hijos de la primera mujer” (Los doce trabajos de Hércules, III). Se trata de un interpretación racional y moral del mito, muy propia del humanismo y del primer Renacimiento, protagonizado por el caballero de pluma y espada.

La ceguera de Fineo representa fabulosamente la pérdida de la razón, y las harpías simbolizan la rapacidad inconmensurable del avariento y su vuelo al infierno de la Insatisfacción, pues –como dejó escrito Platón en el Gorgias- el codicioso es como un tonel agujereado, todo lo que le echas por encima lo suda por abajo, como cuando uno mea lo que bebe, pero sin gusto ni provecho. Las plumas del cuerpo de las harpías significan la sofistiquería, coquetería y engaños con que esconden lo que afanan con uñas endurecidas por la obstinación, las busconas. Las boqueras gualdas, de guácharos ansiosos, prueban la insaciabilidad de la Codicia. Ensucian y envilecen la mesa real –al tiempo que el lecho de trolas- como se estropean las costumbres cuando falta el buen juicio. ¡Menos mal que el sabio y austero Hércules las ahuyentó y alejó con el arco de su excelente doctrina!

En su interpretación verdadera, Villena ya no habla de bigamia de Fineo, sino de segundas nupcias, de una segunda esposa legítima que avariciosa arrebata a los hijos del primer matrimonio la administración de los bienes. Los dioses son las Virtudes heroicas. Dejan a Fineo sin vista señalándole con ello el desmadre y desvergüenza por que había caído y se despeñaba, pues son vergüenza o refrenamiento la vista o visión que nos hace desdeñar la mala fama cuando perseveramos en la honradez. El miedo al Qué dirán nos hace buenos. Los codiciosos y avarientos –concluye Villena- son como islas desiertas en la mar del mundo. En esas islas estériles e inhóspitas Eneas con los suyos halló a las harpías, según cuenta Virgilio en su Eneida, y allí el exiliado de Troya tomó nota de su miserable rapacidad.

Villena aplica la alegoría –¿de qué vale una interpretación sin aplicación?- al estado y obligaciones del caballero, previniendo de aquellos que acaparan poderes y bienes sacando los ojos, metafóricamente, a sus propios hijos al no delegarles a tiempo haciendas, responsabilidades y autoridad. Tampoco debe el soberano maltratar a sus hijos, que hijos son también sus súbditos y vasallos, crujiéndoles a impuestos (“demandas desaguisadas”, escribe Villena) o despilfarrando el común con pelanduscas. Debe el corazón caballeroso (simbolizado por Hércules), eso sí, con la humildad debida, reprender a su señor si éste como Fineo se olvida del bien común por atender a una concubina o barragana.

Debe todo caballero, si menester fuera, defender con su vida la mesa del Estado frente a ladrones forasteros que, como harpías, la ensucian y desordenan. Pues si quiere gozar de la honra y privilegio de caballero ha de saber y aceptar de buen grado las cargas a que se obliga. Siga el ejemplo de Hércules y persevere en el crecimiento de bien en mejor, según se requiere a la virtuosa y caballeril vida. Diciendo más o menos esto acaba Villena su trabajo. Quien quiera entender que oiga o quien quiera oír que entienda. ¡Oiga!

(Ilustración: Harpia harpyja, águila americana a la que los conquistadores españoles pusieron el nombre de las bestias que atormentaron la mesa de Fineo. Es enorme rapaz siempre rara en el bosque maduro de la selva tropical. Puede pasar de los dos metros de envergadura y diez kilos de peso. Caza monos, entre otras especies, y se halla en peligro de extinción a causa de la presión humana).

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