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CHOCOLATE Y PICATOSTES por Sonia Mª Saavedra de Santiago

CHOCOLATE Y PICATOSTES por Sonia Mª Saavedra de Santiago
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martes 31 de diciembre de 2019, 11:47h
CHOCOLATE Y PICATOSTES por Sonia Mª Saavedra de Santiago

Las vacaciones tienen la ventaja, o puede que el inconveniente, de que llega un momento en que pierdes la noción del tiempo. No sabes si es domingo, jueves o sábado; si son las doce o las dos, si es hora de… No, al estómago no lo engañas, y así es cómo, después de visitar el Museo Thyssen Bornemisza, tras un considerable empacho de imágenes maravillosas, la persona que me acompañaba dijo: ya no puedo más.

Yo hubiera seguido viendo cuadros y más cuadros, paisajes y más paisajes, retratos, escenas cotidianas, bodegones, santos, vírgenes, reyes y algún que otro pilluelo, pero, cuando son las cuatro de la tarde, y las tripas te avisan, es momento de parar. Dejando a nuestras espaldas la fuente de Neptuno, con un hambre de perros, fuimos imbuidos por uno de esos lugares de moda donde tienes que hacer cola, los bocatas no están mal y la joven cobradora a poco que te equivoques en el pedido, te crucifica con la mirada y algo más. ¿A quién se le ocurre pedir un montadito de pollo con beicon cuando resulta que ahora se llama 41? Pero claro, ¿Qué hacía yo sin gafas, esperando amabilidad en un sitio abarrotado? No, la zagala no fue amable, pero bastante tenía con trabajar un 30 de diciembre en plenas fiestas.

Para evitar una segunda cola decidimos tomar café en una pastelería encantadora a donde solía ir cada lunes en una de mis múltiples etapas estudiantiles. Una vez más al servicio, cuyas caras ya resultaban tan anónimas como la mía, le sobró rudeza para ofrecernos una mesa.

Nuestro empeño en tomar café en un ambiente acogedor decaía; sin embargo, nuestra peregrinación continuaba y nuestros pasos nos condujeron a la Plaza de Oriente. Allí, en uno de los locales que hay junto a los jardines, se obró el milagro: ya desesperados y sentados en la barra se nos acercó quien luego resultó ser el Primer Maître del establecimiento, un hombre educado, campechano, cordial, que sabía su oficio y lo practicaba bien. -Si desean una mesa, hay una libre en el interior- nos dijo. ¡No me lo podía creer! ¡Una mesa para nosotros solos en un ambiente verdaderamente mágico! Y nos la ofrecían con la amabilidad que nace del corazón y de la experiencia, con el agrado de una persona llana y atenta, de un profesional que sabe cómo tratar a los clientes y hacerles felices. La hora del cortadito ya había pasado y el frío se empezaba a notar, así que hice caso a la sugerencia de Don Antonio: Un riquísimo chocolate con picatostes al calor de una chimenea que, entre botellas y espejos, todavía me sabe a gloria.

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