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POSTMODERNEZ Y NIHILISMO por José Biedma López

POSTMODERNEZ Y NIHILISMO por José Biedma López
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sábado 14 de diciembre de 2019, 12:19h

Suprimida la divinidad como factor remunerador definitivo, que premia a los buenos y castiga a los malos, nos encontramos con una realidad truncada, sin fines éticos. Algunos solucionan el vacío postulando el karma. La tristeza moral empapa las cosas; uno ya no ve ni lo bueno del mundo. Podemos expresar de otro modo las consecuencias del nihilismo: se empieza no teniendo ideales y se acaba no teniendo ideas. ¿Cómo establecer un equilibrio entre la deificación despótica, fanática y supersticiosa, y la deprimente animalización materialista?

POSTMODERNEZ Y NIHILISMO por José Biedma López

La afirmación de lo divino tiene el incontestable poder del optimismo, esa actitud filosófica que hay que tener por imperativo ético; esto es, porque nos favorece y favorece a cuantos nos rodean. Se basa en el principio de que no hay mal que por bien no venga. O dicho en teología, en que los poderes de Dios son superiores a los del Diablo. El temor de Dios es, por supuesto, el comienzo de la sabiduría, aunque no sea su fin. Ese temor está preñado de esperanza.

Es muy interesante el punto de vista de Chesterton de que los pensadores modernos, al menos desde el XVI, no han hecho nada por acercarse al sentido común. Lo mismo ha sucedido en gran medida con la ciencia. Los filósofos modernos más bien han preferido partir de una paradoja, de un punto de vista particular que requería imperiosamente el sacrificio del punto de vista sensato. El hombre sabio tendría así que creer algo increíble para el hombre ordinario, algo incluso increíble para la comunidad académica de los filósofos si se formulase con suficiente claridad. Los delirios logomáquicos, verbalistas, de Heidegger son el Dasein de la filosofía moderna, su angustia existencial se expresa en una vana mística del lenguaje, del Logos académico o academicista.

Quizá el mundo moderno comenzase por Bentham al escribir la Defensa de la usura, pues la usura consiste en dar poco dinero por mucho dinero, y la usura filosófica consiste, al revés, en dar demasiadas palabras por pocas ideas auténticas.

Lo dejó escrito Cicerón, seguramente en una obra que combatía la superstición: no hay tesis, por extravagante y absurda que parezca, que no haya formulado alguna vez algún filósofo. ¡Pero los modernos se han pasado en esto! Tanta jerigonza para decir que la ley está sobre lo recto o que lo recto está fuera de la razón o que las cosas son únicamente como las juzgamos o que todo es relativo a una realidad que no existe o que un huevo no es un huevo, sino que es realmente una gallina porque es parte de un proceso interminable del llegar a ser y dejar de ser...

Como hombre prudente, Chesterton hace bien en arremeter contra la contradicción de un pensar, el moderno, cuyo confirmado punto de arranque fue la exaltación de la libertad del sujeto para pensar por sí mismo y modelarse según su propia idea (Pico, Bruno, Descartes) y que ha acabado negando la libertad de la voluntad o disolviendo al sujeto humano en un cóctel de genes o en una retícula comunicativa. Algunos, los más agudos y sutiles, nos recomiendan que nos tratemos a nosotros mismos como si fuéramos libres, aunque científica y teóricamente no lo seamos, pues somos presos de la naturaleza y la educación, la situación y la circunstancia. Es de locos; se nos propone la esquizofrenia pro salute.

Claro que el filósofo moderno suele evitar la esquizofrenia siguiendo el procedimiento “cínico”, cínico en sentido moderno, que consiste en actuar sin tener para nada en cuenta lo que uno piensa. Así, por ejemplo, ningún materialista obra materialistamente, ninguno cree en serio, al menos si se relaciona con la sociedad civilizada, que su propia mente haya surgido mecánicamente del barro, de la sangre y de la herencia genética, si lo hiciera expondría sus puntos de vista con más cautelas. Por el contrario, todos los materialistas que he conocido pensaban que habían elegido libremente ser materialistas, por propia voluntad, que espontáneamente escogían esa mentalidad; igual que los nihilistas, estos están perfectamente seguros de que nada es seguro, lo cual ni siquiera les deja perplejos.

Al final, en esta época en que la modernidad pretende estar por encima de sí misma y ha dado en llamarse post-modernidad, cuando tal vez esté bajo mínimos y debiera llamarse infra-modernidad, a la filosofía le ha pasado como al resto de los productos culturales: se ha sometido a las leyes del mercado, de la producción industrial y del objeto de consumo estándar. Desdichadamente, las cosas que el hombre produce para vender han sido siempre peores que las cosas que el hombre produce para consumir. La filosofía y la ideología –su degradación con pretensiones de empoderamiento- que se venden distan mucho de las que se viven. Afortunadamente.

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