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Naturaleza y Virtud por José Biedma López

Naturaleza y Virtud por José Biedma López
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viernes 15 de noviembre de 2019, 11:43h
Naturaleza y Virtud por José Biedma López
En su libro sobre los Errores celebrados (1653), ¡tántas pifias resultan aplaudidas en cualquier época!, el gran humanista Juan de Zabaleta combate una opinión del socrático Aristipo de Cirene. A este filósofo tenido por hedonista le preguntaron cuál era la cosa más admirable del mundo y Aristipo respondió que el hombre virtuoso (se entiende mujer, varón, o de sexo y/o género incierto). Zabaleta es un moralista optimista, de la casta cándida de Leibniz o Rousseau, y piensa que la excelencia moral es natural en el ser humano, que las virtudes nacen como menudas centellas del alma humana y que, si no las apagamos voluntariamente, suben al fin como llamas y nos elevan hasta el Cielo de los Justos, del que en principio, como hechos a imagen de Dios, procedemos. Hay pues en todos nosotros buenos principios o –como dijo Aristóteles- “nadie nace malo por naturaleza”. Piensa otra cosa el supremacista. Por eso la gente honesta no suele ser desconfiada

La virtud no puede por tanto ser admirable como dijo Aristipo –afirma taxativamente Zabaleta- ya que es muy común, más corriente que el vicio. Sin duda no es cierto que “to er mundo” sea “güeno” –según concede metido en copas en castizo sevillano-, sin embargo, se puede asegurar que la mayoría es más bien virtuosa que viciosa, si no, el “sistema” no funcionaría. La mayoría de los maridos son cariñosos con sus mujeres y no maltratadores, la mayoría de los hijos son agradecidos y diligentes, y no feroces ninis, la mayoría de los humanos no es ni ladrona ni homicida, ni cruel ni despiadada. Precisamente por eso, lo espectacular, lo “admirable”, el prodigio es que haya Chicles capaces de violar y quitar la vida a una chica de dieciocho años, siendo como es tan conforme con la naturaleza humana la compasión. Los comportamientos despiadados son raros, por eso dan morboso espectáculo. Y todavía cuando no tendiera el alma por naturaleza a la moderación –añade Zabaleta-, lo que sería digno de admiración es que existiesen viciosos y violadores.

Discurre así porque existen razones poderosas para ser mejor que peor, en una palabra, ¡porque conviene ser honrado! La virtud es lo más amable. Si los malos supieran cuán apacible es el descanso interior de los buenos, qué libres están de sentimientos de culpa, la confianza con que afrontan las desgracias y entre ellas la propia muerte, cree Zabaleta que ninguno elegiría ser malo. ¡Ameno es el pecho del justo y paraíso el corazón de la mujer honesta!

En esto se explaya Zabaleta comparando las virtudes con elementos del jardín y del mundo natural: purpurea la modestia como la rosa, la sana contemplación se agita como girasol atenta a lo divino, corre la piedad en dos ríos de dulce llanto, la esperanza como el amaranto está siempre fresca y la generosidad (liberalidad) se deshoja como la mosqueta. Hace la fortaleza de peñasco y guarda del jardín de las excelencias éticas y los deseos de obrar bien forman allí apacible selva de temblones álamos.

Siempre sostuvo el moralista español que no hay nobleza que valga salvo la honradez. Y como él era honrado, supuso que el pecado –llamémosle con término laico vicio- ni siquiera merecía ser apreciado, siendo al contrario más apetecible la virtud por naturaleza. Pero el diablo ha multiplicado desde al barroco hasta aquí sus manifiestos encantos y seductores artimañas inductoras de artificiales éxtasis. Por eso dudo de que el vicio no haya llegado a ser común en un país donde muchos “se colocan” sin restricción durante larguísimos fines de semana o donde se juega sin ton ni son con el capital propio y con el ajeno. Quizá la rareza de la virtud o del vicio dependa de épocas y de situaciones. Desde luego, la virtud heroica, de la que entrega su vida cuidando a otros o la del que sacrifica su interés en beneficio del bien común no es tan frecuente como podría pensarse si le damos la razón a Zabaleta.

Hay épocas propicias para la virtud y otras para el vicio. Y por eso justifica Zabaleta el juicio de Aristipo: se admira el filósofo de que haya un hombre bueno porque vive entre muchos malos. Pero –protesta- es como admirarse de que un ruiseñor cante como ruiseñor simplemente porque convive (o malvive) entre cuervos. Lo sorprendente –concluye- sería que un ruiseñor graznara como cuervo.

¡Por Santa Catalina de Siena, juro que los he oído graznar, si no eran ruiseñores, tenían su limpio aspecto, y prometo también haber oído a cortesanas de los Media, travestidas de pacíficas palomas y aves del paraíso, difamar como grajas negrísimas!

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