Terminando este año 2024, y a punto de celebrar una “nueva navidad” me gustaría poder alabar las maravillas de una sociedad, en este caso de la española, ensalzando sus logros en cuanto a conocimiento, ciencia, ecología, justicia, equidad, política y otros aspectos; y no puedo menos de decir que en algunos aspectos hemos avanzado, pero por desgracia aún nos queda un largo camino. La causa que me lleva a escorarme hacia cierto pesimismo, son los diferentes acontecimientos que han jalonado nuestra historia en estos últimos años, sobre todo en el ámbito político, como muestra un mero ejemplo, lo encabeza el reciente hecho del desastre ocurrido en la comunidad de Valencia, no sólo por la desgracia ocurrida, sino por la gestión que ha realizado esta comunidad en este acontecimiento.
Cargar las tintas contra esto sería añadir más leña al fuego de una gestión deficiente, que todos los lectores pueden observar. Pero el tema que deseo poner sobre la palestra es una realidad que mantiene a nuestra sociedad en continua crispación.
Se preguntarán porqué denomino a esta sociedad Distópica. Según la RAE “es la representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana” En este sentido puedo decir, a estas alturas, que desde la década del siglo XX y comienzo de este incipiente siglo XXI, la distopía es un género que describe de un modo casi fidedigno el modo de pensar de una sociedad, en la que el miedo se enseñorea en todos los ámbitos sociales políticos imperantes. Asistimos impertérritos a las guerras actuales, a las políticas de extrema derechas, al imparable avance tecnológico y a los desastres del ecosistema. Para acercarnos a esta idea, sólo tienen que leer la novela “Un mundo feliz” de Aldous Huxley, este autor británico nos presenta un mundo en el que la tecnología domina y controla todos los aspectos de la vida humana. Quienes de nosotros no tiene un teléfono, acoplado a su muñeca, o un televisor inteligente o un ordenador que nos vigila constantemente, y sabemos muy poco de la capacidad de la IA.
Dicho esto, presentaré el «Síndrome de Procústo». Ante todo, tienen que conocer quién es este personaje. Procústo pertenece a la mitología griega, también era conocido como Damastes, que significa el estirador, era hijo de Poseidón, dios de los mares, tenía una enorme estatura, corpulencia y fuerza. Regentaba una posada y tenía un comportamiento amable y afectuoso con los viajeros, ofreciéndoles una comida copiosa y luego les ofrecía una habitación para descansar. Poseía una cama de hierro, en la cual el incauto se acostaba, cuando este dormía, Procústo lo ataba al lecho. Si la persona era muy alta y sobresalía de la misma le cortaba las piernas y si era bajito lo estiraba descoyuntándolo.
Estos mitos griegos tienen cierta analogía con parábolas, así se aplica a distintos ámbitos como las matemáticas, (el análisis de Porcústo), la informática (cadena porcusteana), o cuando se presiona a una persona para que se adapte a ciertas formas (diseño procusteano). El síndrome de Procústo se le denomina, también a aquellas personas que son intolerantes a la indiferencia y tienen una tendencia obsesiva a que todos se ajusten a su forma de ver las cosas, esto también les ocurre a aquellos que ostentan cargos como, jefes o políticos y sobre todo si ven que son superados por sus empleados.
En este sentido no tenemos que realizar un gran derroche de inteligencia para encontrarlos en nuestro elenco de políticos, de diferentes tendencias, aquellos que, de forma amable y complaciente, nos ofrecen, como aquí decimos “el oro y el moro”; para luego encadenarnos, estirándonos o cortando. Podemos, por tanto, hacer una larga lista de relaciones que tienen que ver con este síndrome, pongamos, por ejemplo, el de los bancos que nos tienen atados de pies y manos. Nuestra sociedad se ve abocada a un cierto uniformismo, según marquen, los lideres de turno o las modas que impulsan tendencias.
Aquellas personas que detectan que otros tienen la razón, suelen tener tendencia a juzgar continuamente al otro, mienten, no escuchan y por ello les cuesta reconocer y aceptar que los otros van por el camino correcto, esto les provoca, inseguridad y desconfianza; este tipo de persona suelen encontrarse afectada, de forma inconscientes, por este síndrome. Suelen cambiar de forma de pensar según la situación, buscando aliados que le apoyen a conseguir sus objetivos personales, deslegitimando a sus adversarios, por considerarlos rivales. ¿Os suena esto?
Vivimos en una sociedad engañosa, en la que, la falta de claridad mental dificulta ver con claridad los diversos acontecimientos. Algo que, por lo general se nos niega, dado que no interesa a personas que detenta un determinado poder y que como Procústo intenta, por todos los medios, que los demás sean como él mismo.
Nos queda, por tanto, un largo camino de aprendizaje, nada fácil. Me permito, al término de este año tener motivo para «la Esperanza» no de que aparezca un salvador, sino de que surjan personas de «Espíritus Libres y liberadores» con mentes abiertas para hacer posible un mundo donde todos podamos ser iguales en las diferencias, porque ante todo somos seres humanos, independientemente de nuestra creencia, pensamiento o color.
Tal vez podamos revertir la ciudad distopica por una sociedad donde la utopía, de un mundo mejor sea posible.
“El tiempo es muy lento para los que esperan, muy rápido para los que tienen miedo, muy largo para los que se lamentan, y muy corto para los que festejan. Y para los que aman … para los que aman, el tiempo es eternidad” (W. Shakespeare)