Acabo de desembarcar en Valencia, donde nuestro rey ha sorprendido gratamente a tantos vecinos de Catarroja. Obserbo las luces, el tráfico, y una gran extensión llana que se adentra, según dice una señal de tráfico, hacia Paiporta, Picaña y Madrid. Cruzar el cauce del Turia, que se distingue por su obscuridad, y ver otra señal con salida hacia Aldaia, me retrotrae a las lluvias de finales de octubre y principios de noviembre, un mes nefando para tantas familias a causa de una gota fría que, cíclicamente, convulsiona a las poblaciones construidas en terrenos aluviales o ganados al mar. Tomen nota, señores políticos, que estás desgracias ya sucedían en Mesopotamia hace más de 7.000 años y ya, entonces, el éxito de su civilización se debió, en buena medida, a las obras de canalización del excedente del agua de los ríos en tiempos de crecidas.
"Gritad jubilosos porque está en medio de ti el Santo de Israel", escuchábamos hace dos domingos en un salmo concebido en las inmediaciones del Creciente Fértil, y , hoy, por más que me empeñe, me cuesta sentir el júbilo de estos días.
El reciente atentado contra un mercadillo navideño en Magdeburg, las noticias sobre corrupción, los despropósitos que se escuchan en un parlamento desquiciado, los necesarios esfuerzos que continúan haciéndose en las tierras llanas de Valencia, la violencia, los asesinatos, la guerra, los problemas que acucian a personas cercanas, me alejan de ese júbilo y, sin embargo, en un momento de reflexión tranquila, me doy cuenta de que el mundo sería distinto si realmente experimentáramos con júbilo la transformación que viene de la mano de Dios, un Dios que estos días se hace niño entre las gentes gracias al inestimable "sí" de María, una mujer y una madre que nos acompaña en este proceso de conversión amorosa que tanto necesitamos. Bendita Iglesia que , con María y su maternidad ensalzó en tiempos oscuros el lugar de una gran mujer en la Historia.
FELIZ NAVIDAD.