nuevodiario.es
CHARCOS DE GLORIA, por José Biedma López

CHARCOS DE GLORIA, por José Biedma López

jueves 24 de agosto de 2023, 09:10h
CHARCOS DE GLORIA, por José Biedma López

Anatole France, prologuista de Proust, cayó en una gran depresión cuando estalló la primera gran guerra europea. En 1900 se había declarado socialista. Seis años después del comienzo de aquel desastre, publicaba Aldous Huxley, que nunca se declaró socialista, sus primeros relatos (Limbo, 1920) en el que ya brotan germinales sus ideas antibelicistas. El pacifismo será una constante feliz y esperanzada en las “novelas de ideas” del Huxley maduro.

CHARCOS DE GLORIA, por José Biedma López

Uno de los protagonistas de sus cuentos se declara insumiso. Al ser juzgado experimenta la sensación de que la realidad y la existencia del mal son incluso superiores a las del bien. Su objeción de conciencia no obedece a creencias religiosas, sino al convencimiento de que toda guerra es nociva y de que la verdadera solidaridad de la raza humana sólo podrá lograrse protestando contra toda clase de manifestación bélica. Esto supone un humanismo cosmopolita.

En Caos y orden (XIV, 2.), Antonio Escohotado recordaba cómo las juventudes nacionalistas aberchales representadas por Jarrai rechazaron como traición a la disciplina revolucionaria el único brote libertario eficaz y espontáneo acaecido en Euskadi y el resto de España: el movimiento de los insumisos ante la recluta forzosa. Y lo hicieron desde ese cóctel explosivo que mezcla comunismo albanés y aranismo racialcatólico. Sorprende que una perspectiva tan reaccionaria y anacrónica pueda amigarse con el socialismo actualizado y con “las izquierdas”, más todavía que estas puedan conciliarse con aquella.

Usamérica ha ejercido la policía imperial con sus enormes y tecnológicos ejércitos tras ganar la segunda gran guerra y perder casi todas las demás. Las guerras exteriores no son únicamente útiles para el complejo militar-industrial, poderosísimo, sino que también permite la socialización de los segmentos más humildes de la sociedad o su eventual sacrificio en el frente. No obstante, hay que reconocerle a Usamérica el mérito democrático de consentir la autocrítica y hasta de favorecerla artística y económicamente. Esto lo hace de maravilla. Exporta cine de masas, pero también espíritu crítico.

La película que mejor puede servir para un seminario educativo sobre la verdadera realidad de la guerra, sus miserias, a la vez que muestra las virtudes y excesos del valor militar, es estadounidense, obra maestra de Stanley Kubrick: Senderos de gloria (Paths of Glory, 1957), protagonizada sabiamente por Kirk Douglas (Coronel Dax) e interpretada por George Macready, Adolphe Meujov y otros excelentes actores. Nada mejor para comprender el matadero de pobres y trabajadores, a favor de turbios intereses de potentados, lo que fue la primera guerra (como lo suelen ser todas, pues las potencias nacionales son propiedad e instrumental de potentados). Nada mejor que “Senderos de gloria” (título que ya contiene un fondo de fina ironía, pues la película trata más bien de trincheras y ciénagas de muerte) para mostrar cómo el canallismo de los de arriba, pero también de los de abajo, se envuelve en banderas para lavarse la cara y lucir como “patriotismo”. La película fue considerada “cultural, histórica y estéticamente significativa” por la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, lo que le honra (inmensa biblioteca hoy, que tuvo La Nueva Filosofía de Oliva Sabuco de nuestro Siglo de Oro, por fondo primitivo). Senderos de gloria también fue seleccionada por el Congreso usamericano para su preservación oficial.

Es difícil hallar un epílogo más logrado y oportuno, emocionante y edificante, que el que encontró el genio de Kubrick haciendo cantar en su resolución a Susane Christiane “Der Treue Husar”, canción popular de amor alemana. Mientras la canta, una lágrima rueda por las mejillas de la asustada Susanne y la ferocidad cruel de los soldados franceses muda en compasión, se transforma en piedad, en añoranza de seres queridos y voluntad de amor. Los primeros planos del sorprendente remate son magistrales. Recordaremos que también Kubrick se enamoró de Susanne, que se convirtió en Christiane Kubrick, su tercera esposa y compañera hasta la muerte. El guión original contenía un Happy End bien distinto, que fue apropiadamente modificado. El de la película no es un final feliz, pero deja al espectador en una atmósfera de esperanza: La compasión (o la empatía, como se dice hoy) puede ser humanamente superior a la crueldad.

La Paramount compró los derechos de la novela de Humphrey Cobb del mismo título (Paths of Glory, 1935), novelista de origen italiano al que la película de Kubrick mayormente consagró. Cobb fue también guionista de San Quintín (1937) protagonizada por Humphrey Bogart. El autor sabía de lo que escribía: aquel infierno de trincheras, alambradas, gases venenosos, ratas, obuses, camaradas muertos, piojos, estupidez de militares y políticos, porque, al servicio del ejército canadiense, el escritor combatió en la Batalla de Amiens.

En la película de Kubrick la estrategia diseñada por jefes, generales y políticos (con mención al “cuarto poder”: medios masivos de comunicación de influencia creciente) para la conquista de la Colina de las Hormigas, arrebatándosela al ejército alemán, fracasa estrepitosamente. No contentos con haber sacrificado inútilmente a gran parte de la tropa en un ataque tácticamente imposible, los generales mandan escoger aleatoriamente a tres inocentes a los que acusan injustamente de cobardía y, tras una farsa de sumarísimo consejo de guerra, los ejecutan en una gran ceremonia propiciatoria.

Kirk Douglas estuvo memorable haciendo de impotente e indignado abogado defensor de los infelices, sacrificados para inspirar “valor” -quiero decir miedo- al resto de la tropa. No fue casualidad que bordara su papel pues cuando leyó el guión presionó para que el proyecto avanzase y para que fuera financiado, que lo fue con corto presupuesto (el dinero no lo es todo). La película se rodó en Baviera y estaba inspirada en hechos reales: la ejecución de cuatro soldados del ejército francés por insubordinación. Al final hubo que reconocer que dichas ejecuciones fueron asesinatos propagandísticos y los cuatro soldados fueron rehabilitados en su dignidad, post mortem en 1934. Los familiares de dos de ellos recibieron un franco como indemnización del Estado. Se había probado que el general Géraud Réveilhac, en desprecio de la vida de sus soldados, ordenó a la artillería bombardear las trincheras amigas para forzar a sus tropas a atacar; menos mal que el comandante de las baterías se negó sin una orden por escrito a matar a sus propios soldados; más tarde, el mismo fanático general ordenó repetir el vano ataque aduciendo que ese día no se había alcanzado el porcentaje de bajas aceptable. Y es que, en todas las guerras, los soldados acaban reducidos a números por sus ordenantes.

La práctica de castigar a una compañía o batallón militar seleccionando aleatoriamente a algunos de sus miembros para fusilarlos “por cobardía” o “por insubordinación” no la había inventado el ejército francés. En las legiones romanas se diezmaba, o sea se daba muerte a uno de cada diez soldados de una unidad, como medida disciplinaria.

La película tuvo escasa recaudación, pero hoy es considerada un clásico. Con ella entró Kubrick en el Parnaso de los grandes genios universales del séptimo arte, mostrando con “belleza impura” (expresión del gusto del poeta L. A. de Villena) e intensidad emocional impecable la sucia realidad de la guerra… En uno de sus relatos de Limbo, Aldous Huxley también describe la inmundicia inhumana de cualquier guerra:

“Recordó los millones de seres que habían muerto en el frente y los que continuaban siendo sacrificados: pensó en los sufrimientos de tantas víctimas y en el dolor individual de cada una de ellas; dolores incoercibles; más allá de todo consuelo; padecimientos infinitos, en cuerpos flacos y finitos; torturas insensatas, sin esperanza de redención, inútiles, estúpidas, innecesarias. En un instante apocalíptico le pareció sentir todo el horror del universo”.

Lo más indignante es que todo este dolor yermo, todo este siniestro terror no sirve más que para satisfacer las ambiciones de vanidosos y codiciosos, las pretensiones de unos pocos. A eso alude la película sin caer en el simplismo maniqueo de buenos y malos. Es natural que la película se volviera incómoda, sobre todo para el nacionalismo patriotero y los nacionalistas fanáticos a los que retrata con precisión. Su proyección en Bruselas en 1958 desencadenó incidentes. La presión del consulado francés consiguió que se suspendiera. La diplomacia francesa consiguió que la United Artists insertara La Marsellesa al principio y al final de sus fotogramas. La película no pudo exhibirse en la democrática Francia hasta 1975 y en España hasta 1986. El franquismo la censuraba por considerarla antimilitarista. La cinta también se prohibió en Marruecos y Canadá. Sin embargo, Kubrick no creía que su película arremetiera contra ningún ejército, ni el francés ni el alemán, sino contra la guerra, -la guerra, que según el humanismo cristiano de Erasmo es tan mala que la hacen mejor los malos-, mostrando además los graves conflictos de conciencia que la guerra crea en los hombres (sobre todo si estos, como el coronel Dax, tienen una conciencia insobornable). De manera que no deberíamos considerar la película de Kubrick antimilitar, sino antibélica. La gracia está en los matices, como el diablo en los detalles.

Sorprende que los seres humanos no aprendamos de nuestros errores históricos. Guerras y revoluciones han sido y son farsas sangrientas. Y sorprende que países que presumen de ser avanzados, progresistas, civilizados, respetuosos con los derechos humanos, sigan fabricando y vendiendo armas y echando con ellas más leña al fuego de las guerras, en lugar de empeñar todos sus posibles y capacidades económicas y diplomáticas en la prevención y resolución negociada de conflictos y en las reformas que los hagan más raros y menos agudos. Pero en estas estamos todavía, ensayando solucionar por la fuerza bruta y con daños colaterales inmensos, humanos y ecológicos, lo que sólo puede solucionar la voluntad de entendimiento, el diálogo libre de coacción y las concesiones razonables en pactos que se han de cumplir (pacta sunt servanda). Se apaga un fuego y se enciende otro. Y creen los insensatos que se acabará pronto; se sabe cuándo la guerra empieza pero nunca cuándo se acaba, ni cuánto tardarán en sanar las heridas infectadas que deja per secula seculorum.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M
https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897
https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios