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'La Epifanía en el retablo de Sant Martí Sarroca', por Pedro Cuesta Escudero autor de El retuale gòtic de Sant Martí Sarroca
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"La Epifanía en el retablo de Sant Martí Sarroca", por Pedro Cuesta Escudero autor de El retuale gòtic de Sant Martí Sarroca

lunes 17 de julio de 2023, 08:12h
'La Epifanía en el retablo de Sant Martí Sarroca', por Pedro Cuesta Escudero autor de El retuale gòtic de Sant Martí Sarroca

“Entonces la estrella que habían visto salir comienza a avanzar delante de ellos, hasta que se para encima del lugar donde estaba el niño. La alegría que tuvieron al ver la estrella fue inmensa. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, se postraron en tierra y lo adoraron. Después abrieron sus arquetas y le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra”. (Mateo 2, 9-11)

Leyendo este fragmento nos encontramos con la sorpresa que no cita ni el número, ni sus nombres, ni la raza, ni tan solo la realeza. Unos simples magos. En las representaciones que hay en las Catacumbas, en unas hay dos, en otras cuatro. Algunas tradiciones coptas hablan de doce, como las doce tribus de Israel o los doce apóstoles. Ni tampoco se concreta el tiempo en que tuvo lugar la Adoración, si fue al poco del nacimiento de Jesús o unos dos años después como dicen los evangelios apócrifos. El Niño del retablo de San Martín Sarroca no parece un recién nacido ya que bendice a un rey mago.

El desarrollo de la Epifanía o La Adoración de los Magos se basa esencialmente en ese relato evangélico de San Mateo, al cual se le han ido incorporando otros fondos literarios que la enriquecen como el Protoevangelio de Santiago, el Evangelio del Pseudo-Mateo y el Evangelio armenio de la infancia de Jesús. La transformación de magos o astrólogos en Reyes se produce en textos de la iglesia paleocristiana (el teólogo Tertuliano en su Adv. Marció III-XIII afirma que los magos debían ser reyes que procedían de Oriente y, a partir de él, adquirieron la corona y el cetro. El número de tres que fija el teólogo Orígenes, supone razones de tipo evangélico y símbolo litúrgico. Evangélico, por ser tres los presentes que, según San Mateo, ofrecieron al Niño como regalo: oro, que simboliza la realiza de Cristo, incienso, su divinidad, y mirra, que se usaba para embalsamar a los muertos: significa que su destino es morir para redimir al mundo. Y litúrgico, porque el relicario de los Reyes Magos de la catedral de Colonia cuenta desde su traslado de Milán, en el siglo XII, tres cadáveres. En el Evangelio armenio de la infancia de Jesús (5,10) ya se pone nombre a los Reyes:” Y los reyes magos eran tres, Mellcon, que reinaba sobre los persas, Baltasar, que reinaba sobre los hindúes y Gaspar, que tenía en posesión el país de los árabes”. Durante la Edad Media también se fundamentó la idea de que eran tres, por representar las tres edades de la vida (como en el retablo de Sant Martí Sarroca), por las tres partes del mundo conocido hasta finales del siglo XV, y porque muchos símbolos cristianos contienen el número tres, la Trinidad, la Sagrada Familia o las Virtudes. A partir del siglo XV aparece la diferencia étnica en el aspecto del rey Baltasar vinculándolo con el fabuloso reino del preste Juan.

En la Epifanía del retablo de Sant Martí Sarroca se personifican las tres edades de la vida: juventud, madurez y ancianidad. Gaspar es el joven imberbe, Baltasar el hombre maduro y Melchor un hombre de barba blanca. Esta Epifanía es una secuencia italianizante, es una muestra de los nuevos criterios religiosos de la época, no sólo respecto al románico, sino también del gótico lineal. La Adoración de los Magos no había sido considerada como un hecho real, sino como un símbolo. Pero aquí, en nuestro retablo, se coge como un hecho real y se incluye dentro de los siete gozos de María, ya que no hay una satisfacción más grande para una madre que personajes de tan alto linaje, que representan al mundo entero, se postren a los pies de su hijo.

El lugar es la misma cueva de estilización convencional del Nacimiento, que actúa como fondo decorativo, pero sin el buey y la mula. María ocupa un lugar importante en la composición del cuadro, indicando la importancia de la Virgen, que por el nacimiento de su hijo se convierte en Madre de Dios (Theotokos).

Aparece sentada según la denominada “fórmula griega”, con el Niño en su falda, y se convierte así en el trono vivo del Niño Jesús. No tiene los brazos plegados en actitud de rezar porque coge al Niño, pero, por otra parte, es exactamente igual a la Madre de Dios que hemos visto en la Anunciación; para dibujarla se debió utilizar la misma plantilla: la ligera inclinación de la cabeza es exacta, el cabello rubio recogido con el nimbo es igual y tiene el mismo aspecto candoroso.

El Niño ya es de dos o tres años, vestido a la moda de la época (final del siglo XIV), con cabello rubio y rizado y el consiguiente nimbo que corresponde a las personas sagradas. El Niño recibe a los Reyes Magos con el gesto de la “oratió”, es decir, el gesto de la bendición. En este momento bendice al rey, que postrado, le besa el pie.

Los Reyes Magos aparecen diferenciados según las tres edades. Melchor, el más anciano y con larga barba blanca, ha dejado la corona en tierra –justo al centro de la escena y en primer plano- y se postra delante del Niño para besarle el pie, en señal de reconocimiento de estar delante de un Rey más poderoso que él. Los otros dos reyes, que llevan ricos recipientes en forma de torre eucarística, se sitúan detrás, en pleno diálogo y señalando la estrella que les ha conducido. Alguno interpreta que, en lugar de la estrella, es el sol, que evoca la figura de Jesús, luz del mundo. La indumentaria de los Reyes Magos, muy rica y meticulosamente trabajada, corresponde a la moda que había en Europa a principios del siglo XV. Las coronas tienen un trazado lineal muy primitivo y muy simple.

En el ángulo inferior de la derecha, y detrás de un cesto, está San José en una posición muy forzada, con una barba larga y una edad muy avanzada, que en nada se parece al San José en la escena del Nacimiento. En la época medieval, el personaje de San José es rebajado, mientras que el de la Virgen María se ensalza. Se trata de demostrar por un lado, la divinidad de Jesús, nacido de madre virgen y del Espíritu Santo y, por otro lado, la virginidad de María. Por eso se le representa un anciano ya impotente y simplemente como acompañante, cosa que hacía que en muchas ocasiones fuera víctima de mofa. La representación de San José en nuestro retablo entra dentro de esta iconografía. La acción de guardar o amagar el regalo del rey en un cesto es perfectamente comprensible si se entiende como un personaje bufón. Haciendo un repaso de la representación de San José en los retablos catalanes la mayoría de las veces lo encontramos como un viejo avaro y en actitud de guardar en un cesto los regalos. Sin embargo, cuando la Iglesia eleva el rango de San José por encima de los Apóstoles ya se le representa joven y apuesto como lo podemos observar en La Sagrada Familia del pajarillo de Murillo.

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