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TALANTE IRÓNICO, por José Biedma López
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TALANTE IRÓNICO, por José Biedma López

lunes 15 de mayo de 2023, 08:17h
TALANTE IRÓNICO, por José Biedma López

El concepto de ironía, con más de dos mil años, sigue siendo actual. Como decía Oscar Wilde, todo lo moderno se lo debemos a los antiguos griegos: la igualdad ante la ley (isonomía), el teatro y la ciencia.

Ocasionalmente tuvo la noción de ironía (del griego ironeîn, preguntar) connotaciones negativas, sin embargo, seguramente debemos dejar estas para su primo-hermano malintencionado o cruel: el sarcasmo.

Se atribuye el invento de la ironía a Sócrates. En los diálogos de su discípulo Platón luce el Sabio Sileno una ignorancia metódica; el famoso “sólo sé que no sé nada”. Es una insipiencia supuesta como punto de partida de un diálogo esclarecedor sobre cuestiones que fueron y son disputadas y promueven controversias: qué es la justicia, en qué consiste el coraje, cómo es la verdadera amistad, etc.

Sócrates anima a sus interlocutores fingiendo modestamente que no domina el tema (todo lo contrario que nuestros todólogos y tertulianos) y urgiéndoles a que expresen con franqueza sus puntos de vista y piensen racionalmente sobre el asunto ético de marras. Está convencido de que en la razón (Logos) nos encontraremos. Hay que indagar partiendo de cero, libres de prejuicios, soslayando el peso de la opinión pública (doxa), incluso paradojalmente (es decir contra la doxa), pero procurando conversar con orden, amistosamente y sin contradecirse. ¡Y allí iremos, donde no lleve el diálogo racional o razonable (Lógos, Verbum)!

La verdad no está fuera, sino dentro de la mente, íntima al alma. Hay que descubrirla, alumbrarla, de modo análogo a como una comadrona ayuda a dar a luz al nasciturus. Así trabaja Sócrates. No es raro pues, como él mismo señala, su madre fue partera y él se atribuye el oficio de su madre: la mayéutica de ideas, en lugar de la “mayéutica de niños”. Maieuw era el verbo que usaban aquellos atenienses para el arte de intervenir en los partos.

Para Aristóteles, discípulo de Platón, la “mayéutica” es un recurso dialéctico y también una virtud moral, una especie de cortés humildad que facilita el diálogo. Los irónicos –dice- resultan agradables porque no parecen hablar por interés, evitan la ostentación y suscitan confianza. Para Cicerón, la ironía consiste en una técnica retórica, una habilidad para polemizar públicamente. Sócrates practicaba una especie de disimulo, según el gran orador romano, al que Marco Antonio hizo cortar la cabeza por hacer “preguntas irónicas” en el Senado del Pueblo Romano.

He aquí las tres interpretaciones clásicas de la ironía: método, virtud y engaño. El Cusano, en la Edad Media, habló de la Docta Ignorancia. Los idealistas nórdicos se interesaron por ella. Kierkegaard la hizo objeto de su tesis doctoral en 1841, aunque Hegel, que creía saberlo todo, no veía en ella más que una vanidad sofisticada.

Nuestros diccionarios definen la ironía como una simulación de ignorancia o como dar a entender lo contrario de lo que se piensa, lo cual –dicho sea de paso- es muy oportuno si uno quiere congraciarse con el que manda o llevarse bien con el que reparte los cuartos. Y hasta es muy posible que Sócrates, que era un sencillo hijo de partera y de picapedrero, y no aristócrata ateniense como su “divino discípulo” (al que debe no obstante su inmortalidad), usase la ironía también para no herir a las autoridades con la espada de sus rigurosos razonamientos. Ni qué decir tiene que en este sentido la ironía le sirvió de muy poco; fue ajusticiado con cicuta en el 399 antes de Cristo por poner en cuestión lo más sagrado, o por otras causas menos exotéricas.

Gonzalo Fdez. de la Mora definió la filosofía de Eugenio d’Ors (1881-1954), humanista enciclopédico injustamente olvidado, como “ironismo orsiano”. Un ironismo sin pretensiones polémicas, pues el catalán reflexionaba por su lado, aunque estaba al tanto y tenía muy en cuenta los últimos avances de las ciencias y de la crítica. Para el gran esteta y pensador conceptista, la ironía es una actitud intelectual que permite tomar distancia, desapasionarse para adquirir perspectiva. De modo que las lágrimas no nos cieguen y el árbol próximo no nos impida ver el bosque.

El ironista quita así dramatismo a lo que toca intelectualmente, a lo que juzga racionalmente, aborda el objeto con orden, pero oblicuamente, revolotea en torno a su tema, divaga, retorna al meollo del problema como por casualidad, de modo que ilumina el asunto de modo relacional, escorzado, fragmentariamente. El resultado de su exploración no es ni una definición ni un dogma, sino uno o varios aspectos relevantes, puede que contradictorios precisamente porque aborda realidades, pues para D’Ors el principio de no contradicción tiene un valor lógico, pero no real. El arte –sobre todo el barroco- es capaz de figurar esa contradictoria dimensión, tanto de la volición del artista como del ser en su obra. El logro de la reflexión es sólo una hipótesis, una probabilidad.

Una ironía así no satisface plenamente la curiosidad, sino que la excita. Pasa lo mismo en los diálogos juveniles de Platón llamados “socráticos”. Los hallazgos permanecen abiertos a sucesivas inmersiones. Se busca la eliminación de prejuicios y prevenciones junto a la integración de perspectivas.

El talante irónico incluye un cierto pudor por creer saber y poder convencer. Sutura ese inconveniente mediante el humor, rehuyendo la gravedad hasta parecernos, a veces, que incurre en frivolidad (¡como si no pudiera beberse vino después de un entierro!). Las acciones irónicas no excluyen totalmente el cambio de perspectiva o la contradicción porque D’Ors sostiene que las cosas pueden ser así y de modo distinto, como sucede al río de Heráclito. Todo fluye. Las cosas no son, sino que devienen.

Con esto se posterga la certeza pero no se niega su posibilidad, como hace el escéptico; ni se desprecia la existencia de la verdad, como hace el nihilista; sino que se avanza cautelosamente hacia lo verosímil, a ser posible en compañía de los que más saben, que son también los que más saben lo mucho que ignoran.

“Avanzo con cautela” es una de las interpretaciones del ‘Larvatus prodeo’ que tenía por lema el gran Renato Descartes (“el primer hombre moderno”, según Ortega). El sabio tiene conciencia de sus limitaciones. El irónico no proclama evidencias definitivas, salvo la de que una cosa no puede ser esto y lo contrario al mismo tiempo y respecto a lo mismo, y hasta este Principio de no-contradicción (¬ (A & ¬ A)) parece no valer en un mundo en el que todo bulle en movimiento y nada es ya lo que fue.

Me temo que ni siquiera somos todavía modernos, aunque nos creamos ya posmodernos, ya que todavía no creemos en el poder catártico y creador de la duda. Nuestros políticos están segurísimos de lo que afirman a diestra y siniestra. Mejor sería que, como el ironista, se limitaran a señalar caminos transitables por los que tendencialmente discurre lo probable y verosímil. Ojalá nuestros dirigentes tuvieran un rato, entre campaña y campaña electoral, para aprender un poco de la modestia de los clásicos o, al menos, para disimular su vehemencia, su odio al oponente, de manera que nos fuera más fácil creer que pelean por el bien de todos, en lugar de pensar que se encienden e intentan inflamarnos por el poder de unos pocos (y hasta estos pocos suelen ser los demasiados).

Del autor:

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https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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