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ALABANZA DE ALDEA, por José Biedma López

ALABANZA DE ALDEA, por José Biedma López

lunes 17 de abril de 2023, 19:39h
ALABANZA DE ALDEA, por José Biedma López
Antonio de Guevara (1480-1545) nació de buena familia cántabra y madre conversa. Fue destinado por segundón a la carrera eclesiástica. Paje de Don Juan y de su hija la Reina Católica, franciscano y consejero del emperador Carlos, viajó con este a Inglaterra en 1522, donde su literatura influiría decisivamente, pues además de historiador competente fue inventor del ensayo moderno, antes de que Montaigne lo consagrara titularmente. Culminó su carrera eclesiástica como obispo de Guadix y luego de Mondoñedo, donde murió y yacen sus
restos mortales. Siendo muy joven leí con interés y aprovechamiento su Menosprecio de corte y alabanza de aldea. El tópico confirmaba mi afición al campo y mi fobia al glamur, a los ruidos y a los mundanos famoseos."

Lo bueno del campo es que uno puede esconderse en él porque es muy grande y disponer de espacio y evitar roces indeseados. Anima al trabajo físico, que te da hambre, y cansado se duerme mejor. Pero la paradoja es que siempre han sido famosos cortesanos, catedráticos eminentes o artistas reconocidos los que han renegado de cortes, salones y capitales, buscando en el ámbito rural, en la casería o el cortijo, la paz que no encontraban en las grandes ciudades, a las que debían sin embargo su saber, fama, gloria y patrimonio. Conocí a un intelectual famoso que quiso vivir retirado de anacoreta con pocos libros en una masía aislada; duró en ella menos que un chupa-chup en la puerta de un colegio, apenas la estación más hermosa. Las casonas antiguas están llenas de crujidos, intrusos y voces. Para curar sus angustias, buscó el regazo de una sexóloga. Tampoco su soledad menguó con ello.

Fray Luis de León dedicó una de sus más perfectas odas a La Vida Retirada: "¡Qué descansada vida / la del que huye del mundanal ruïdo, / y sigue la escondida / senda, por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido". El tema llega hasta nuestro tiempo en los excelentes versos de nuestro tocayo Gil de Biedma, quien ni siquiera aspiró a retirarse al campo con un gran patrimonio y se conformó con "poseer una casa y poca hacienda / y memoria ninguna. No leer, / no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, / y vivir como un noble arruinado / entre las ruinas de mi inteligencia". Todo esto "En un país ineficiente, algo así como España entre dos guerras / civiles, en un pueblo junto al mar.".

El título latino De Vita Beata (es decir, Sobre la vida feliz) recuerda un tratadito de Séneca, quien por cierto también vivía ya retirado en una villa romana cuando el tirano Nerón (que había sido su discípulo) le mandó que se quitara la vida, "suicidándolo" por creerlo implicado en la conspiración de Pisón, cosa harto dudosa.

Pío Baroja huyó también de Madrid con cuarenta y muchos años, a su casa familiar en Vera del Bidasoa, donde escribió durante un año Las Horas Solitarias, hasta el otoño de 1918, fruto de sus observaciones rurales y reflexiones itinerantes. Durante ese tiempo hizo viajes a Córdoba y Málaga, y otra excursión malograda por Aragón y Cataluña con la perspectiva frustrada de presentarse a elecciones (de "cunero") por el partido del cordobés Alejandro Lerroux. Todo eso lo cuenta en Las Horas Solitarias con su amenidad cáustica habitual. También visita de vez en cuando la capital donostiarra. No me extraña que los políticos de San Sebastián ("kabilistas", les llamaría él, o sea tribales) le hayan negado el nombre de una calle, a la vista de los improperios que lanza contra sus gentes y curas; a todos los que pone de vuelta y media, tal que "maestro del improperio", como le llamó Ortega y Gasset, con el que tuvo cierta respetuosa relación, aunque no el afecto y la amistad que profesó al levantino Azorín, paladín de la Generación del 98.

Volviendo a los tópicos literarios de beatus ille y alabanza de aldea, diré que Baroja disfrutó de sus paseos por la huerta y por los verdes prados y bosques vascongados, miró con simpatía el espectáculo de sus fiestas populares, consciente de que el campo puede resultar aburrido a quien no sabe animarlo con representaciones propias. Refiere a ese tipo banal de la ciudad que tiene una semivida espiritual y que por ello se hallará muy mal, hastiado en la soledad del campo; alude a ese urbanita que se cree inteligente porque repite consignas, y chistes de periódicos y sainetes (hoy diríamos los chismes y memes de los Mass Media). "Ese se encuentra sin apoyo en medio de la naturaleza".

Son agudas sus observaciones: "A medida que uno vive en el campo se le acercan los objetos y se acortan las distancias: lo contrario de lo que pasa en las grandes ciudades. Dos curiosos que se codean mirando un escaparate en una gran ciudad están mucho más lejos espiritualmente uno de otro que dos campesinos que se contemplan de un monte a otro". Al contrario que entre los urbanitas, cuyas diferencias pueden ser insalvables, los campesinos se reconocen iguales.

Pero Baroja no cae en la idolatría de la Naturaleza profesada por Rousseau y arremete contra el autor de El Emilio porque, según el vasco, confundió la naturaleza con el jardín en el que juegan convidados elegantes con damas alegres, como en los cuadros de Boucher o Fragonard. "La idea bucólica de la sanidad del campo es falsa. Cada especie botánica tiene un sinnúmero de enfermedades, de parásitos, de roñas".

Y tampoco hay que pensar que el campesino sea "bueno por naturaleza" con alma bella, angelical. Desde un punto de vista moral -escribe Baroja- "la gente del campo es, naturalmente, fanática, de espíritu estrecho y sin benevolencia". El campesino "es hombre de inquinas profundas, amigo del chisme y la murmuración", también "naturalmente reaccionario", "su cerebro responde mejor a la magia que a la lógica". El aldeano es animista y cree que en la Naturaleza hay intenciones humanas.

Pero en la Naturaleza no hay teleología ni intenciones humanas. Por eso es posible escandalizarse de la indiferencia moral de la naturaleza, gran constructora, sí, pero cruel y titánica destructora. En ella todo es múltiple y uno, lo vivo como lo muerto; en ella lo que brota y crece se marchita, pudre y descompone rápido. "Todo en la naturaleza es perfecto -escribe Baroja con ironía-, porque es necesario: tan perfecto es el cerebro de Platón como el de un mosquito; tan perfectos, la Venus más hermosa o el Adonis más guapo como el bacilo de la tuberculosis" (Baroja había estudiado medicina y ejercido un rato).

En cualquier caso, si queremos encontrar gente sencilla y amable, hemos de ir a "las altas regiones" donde se ha podido medir la distancia entre cielo y suelo, a las alturas intelectuales en las que se ha comprendido la distancia aún mayor que hay entre cielo e infinito. Por eso es más fácil que un emperador Marco Aurelio, dueño del mundo, o un príncipe como Sakiamuni, sean sencillos y humildes, que no que lo sea un nuevo rico, un dependiente de comercio o un "renegado del arado", como lo somos todos.

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