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¡REID, MALDITOS!, por José Biedma López

Fotogramas de La guerre du feu con la carcajada de Ika a la que refiere el texto.
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Fotogramas de La guerre du feu con la carcajada de Ika a la que refiere el texto.
¡REID, MALDITOS!, por José Biedma López

Álvaro de Laiglesia la describió como señora de carnes macizas y busto opíparo, con rostro de niña, traje risueño y claveles adornando su pelambrera canosa, con dentadura espléndida pero desigual. Acostumbra presentarse sin avisar y alborota tertulias con su relincho de potra en celo. El autor y humorista suponía a doña Risa tan vieja como el mundo.

¡Lo siento, don Álvaro!; no estoy de acuerdo con esto último. Creo que la risa –no su mera mueca- es tan joven como el homo sapiens. En la excelente película En busca del fuego (1981) de Jean-Jacques Annaud, puede disfrutarse un momento magistral en que unos “hombres primitivos”, cazadores cromañones o neandertales, se sorprenden al oír y ver carcajearse a Ika, hija de un poblado sedentario y por tanto más avanzado (agricultura y ganadería). Los cavernícolas casi se asustan al oír sus risas, como algo completamente nuevo para ellos, algo que la chica sabe hacer porque lo ha aprendido, como la técnica de hacer fuego con un cilindro de madera y un poco de broza. (No creo que fuera casual la elección para representar a Ika de la actriz canadiense Rae Dawn Chong, en cuyo árbol genealógico se cruza sangre afroamericana con china, cherokee, escocesa e irlandesa).

Los cazadores acaban civilizándose gracias al contacto con Ika, esto es, aprendiendo a reír y a producir fuego (no sólo a conservarlo). La mueca de la risa, el gesto de satisfacción indiferente puede que sea tan antiguo como el bostezo; como este, la risa también es contagiosa ¡gracias a Dios! Sí, la risa –como apunta Álvaro de Laiglesia- es un excelente digestivo de la tragedia, del drama que supone cualquier vida propiamente humana. Por eso se ha especificado, con razón, que el hombre es “animal que ríe”, porque también es “animal que llora”.

La risa ostenta la franqueza de las matronas pueblerinas y, como muchas de ellas, dotes de curandera. Devuelve las ganas de vivir al apesadumbrado ¡que no es poco! Es amiga de la infancia y entre niños baila y se abraza con el llanto y las cosquillas. Por su parte el humorista, ese que cobra por hacernos reír, es como el hermano un poco loco y mujeriego, que se fuga a Jauja y se gasta el dinero de la legítima huyendo de sus hermanos cuerdos, sensatos, pero torpes con las hembras. La risa es cosa seria y peligrosa, tanto que el filósofo francés Henri Bergson, maestro de Antonio Machado (1910-1911), le dedicó un tratado en el que ensaya los procedimientos de confección de lo cómico (1940).

Los más grandes pensadores se han ocupado de la risa “con el respecto que se le debe a la vida”, dice Bergson, para el cual este fenómeno que nos caracteriza como animales jocosos exige indiferencia, distancia e insensibilidad (discutiré esto último más adelante), aunque siempre supone inteligencia. En una sociedad de puras inteligencias tal vez ya no se lloraría, pero se seguiría riendo. “Presenciad la vida como espectadores indiferentes: muchos dramas se convertirán en comedias”. Como cuando le quitas el volumen a la tele y muchas de sus fantasmagorías resultan ridículas.

Lo cómico anestesia el corazón –esto es cierto-, y dejar de sentir, como dejar de pensar, también descansa. Reír es gesto y fenómeno social, tanto que es rarísimo y sospechoso que uno se ría solo. La risa requiere eco. “Si más somos, más reiremos”, decía mi suegra. El que ríe solo es como si se partiese en dos, como el que habla consigo mismo, tal vez no esté del todo en sus cabales. Sonreír es una cosa, pero reírse solo y a carcajada limpia es bastante extravagante o cosa de actores de teatro.

La risa consensúa y hace cómplices; facilita que se amen el que se rían juntos; hacer reír forma parte del arte de la seducción. Cualquier buen cómico siente y disfruta de su público por esto. Hizo bien aquella que se casó con un enano “por jartarse de reír”. Aunque, eso de reírse de una anomalía genética e involuntaria o de una deformidad inocente tal vez no esté bien, pero la risa es “divina” precisamente porque surge al margen de toda consideración moral, aunque causarla pueda ser también propio de moralistas o de intrigantes.

La risa puede ser cruel, instrumento del abusador, objetivo del bromista pesado o malintencionado. Esta risa puede ser forzada o fingida y entonces no responde a su objeto, que no la merece, sino a un ansia de dominación que busca la complicidad de la pandilla, la cuadrilla, la horda... La risa ejerce en general una función social útil, pero esto no quiere decir que dé siempre en el blanco (en lo bueno) ni que esté siempre inspirada en una idea de benevolencia o equidad.

El espíritu que se pierde en quimeras caducas como Don Quijote es ridículo, por eso el Caballero de la triste figura ha hecho reír al mundo. De lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso. Es la venganza que se cobra la materia sobre el espíritu, lo inferior y físico, lo necesario y trivial, sobre lo que suponemos superior: las grandes aspiraciones, los nobles ideales y los sueños de la razón.

Lo cómico viene de abajo, es inconsciente e involuntario, se hace invisible a sí mismo mientras se hace visible a todo el mundo. Quizá sea por eso que los buenos cómicos no ríen sus chistes. La risa es a la vez tensa y elástica, aunque distiende y relaja. Cuando lo viviente se hace mecánico produce un efecto cómico. Pero el chiste manido no produce un efecto tan cómico como aquel que nos sorprende, como ese diablo que sale de la caja y nos hace reír después de darnos un susto de muerte.

En la risa rige una lógica no racional, una lógica de la imaginación que linda con el ensueño y el sentir de lo reprimido e inconscio. Es la idea o creencia que se expresa sin declararse porque está oculta o es indecorosa según la moral convencional. La encerramos en la obscuridad de su caja obscura como al diablillo del resorte, pero vuelve a saltar con el descaro de Jaimito, ¡todos somos jaimitos de chiste! Desahogamos nuestras miserias y procacidades, nuestras escatologías y temores, atribuyéndoselos a otros, sean Jaimito o Pedro Picapiedra, Coyote o Correcaminos, Silvestre o Piolín.

La cosificación de las personas nos hace reír: Sancho Panza convertido en balón cuando es manteado, el barón de Munchausen vuelto bala de cañón... El payaso es hombre convertido en muñeco. Nos hace reír el descubrimiento de que por detrás de todo lo serio de nuestra vida, lo que proviene de nuestra libertad, se oculte la Necesidad. Entonces en el espejo del cómico nos vemos a nosotros mismos como títeres cuyos hilos maneja el Otro. Un esfuerzo que tropieza con el vacío o –como dijo Kant- una espera que se resuelve en nada, o una repetición obstinada que parece burlarse del devenir, o el absurdo que puede volverse cómico a despecho de su intención, como en la representación de La Chantatrice Chauve (1950) de Ionesco, cuya intención trágica (la incomunicación) mudó en efecto cómico.

El ingenio no es suficiente para hacernos reír, aunque pueda hacernos sonreír, que también vale. Lo mismo que la desvergüenza tampoco garantiza la risa; puede ser cómica si no sobrepasa ciertos límites decayendo en chocarrera y vulgar. Bergson explora los recursos de la comicidad: inversiones, interferencias, repeticiones, malentendidos, ambigüedades, transposiciones, equívocos. Lo cómico admite grados, desde la “sal gorda” a las formas más elevadas del humour y la ironía…, hasta la Mafalda de Quino o las jeremiadas metafísicas de El Roto.

Como en la parodia, hay siempre en lo cómico algo de degradación más o menos consentida, como cuando la supermodelo tropieza y cae de culo. De pronto, la dama divina se nos presenta como igual y lo que creíamos superior e inalcanzable muestra su vulnerabilidad. Treinta y cinco años antes de que Bergson publicase su tratado sobre la risa, Freud, en su libro El chiste y el inconsciente (1905) atribuía a las carcajadas el poder de liberar al organismo de energía negativa. La risa es para el psicoanálisis un mecanismo de defensa con el que el yo se protege. Claro que esta protección puede suponer también el ataque contra otros, el menosprecio del tú.

El andaluz tiene especial facilidad para lo cómico y para el humor negro, por lo mismo que es amigo de la exageración. La hipérbole resulta cómica, particularmente cuando es prolongada y sistemática. Un tipo de transposición de abajo arriba nos encontramos cuando damos expresión honesta a una idea deshonesta: “Sigo suscrito a la empresa de telefonía X porque es la que mejor roba”. Tanto el humor como la ironía tienen siempre algo de sátira; fustigan vicios. El humorista suele aludir al mal y al vicio con presunta frialdad y hasta con indiferencia, con velada conciencia de moralista que se disfraza de observador científico e imparcial.

Lo cómico se infiltra en formas muy variadas: gestos, actitudes, situaciones, acciones, palabras, caracteres… Según Bergson expresa ente todo una determinada y particular inadaptación de la persona a la sociedad. Por eso la risa que responde a lo cómico tiene algo de fusta y de castigo. La risa humilla. Y por eso entra en los rituales de adaptación que llamamos “novatadas”. Los veteranos se ríen de los novatos, su ridiculización pretende suavizar la rigidez de sus hábitos previos. No obstante, creo que Bergson exagera al considerar la risa en general una especie de novatada social. En lo que acierta de pleno es en el carácter equívoco de lo cómico. Esa misma equivocidad fue lo que permitió a revistas como La Codorniz o Hermano Lobo burlar la censura franquista. También la ironía es fingimiento y recurso del débil frente al poderoso.

Lo cómico no nos proporciona como el gran arte, una sinfonía de Mahler, un cuadro de Tiziano…, un placer puro, exclusivamente estético, absolutamente desinteresado, porque hay siempre en lo cómico una segunda y hasta una tercera intención: humillar, corregir, desahogar una pasión, distanciarse de una situación dolorosa, de una relación incómoda… En la risa hay siempre un efecto de evasión, de distensión.

Es justo saber que los defectos que con más facilidad nos hacen reír son los mismos que padecemos, como la paja en el ojo del prójimo. Nos hacen reír la ira del enano Cascarrabias o la pereza de Dormilón, sobre todo si tendemos a los ataques de cólera o nos cuesta ponernos en obra. Lo triste es que a veces también nos resultan risibles las cualidades de otros. Es esto lo que hace difícil la vida del superdotado en la escuela y fuera de ella, o ridícula la honradez del que, fiel a sus principios y nada oportunista, tomamos por “tonto”. Pasa lo mismo con el optimismo recalcitrante, la “candidez” del Doctor Pangloss ridiculizada por Voltaire. Y es que una virtud inflexible también nos resulta irrisoria.

El personaje cómico suele ser un “distraído” como Don Quijote, que es su paradigma por no atender a lo real y ofrece además el tipo general del absurdo cómico. No obstante, el carácter más risible lo proporciona esa disposición tan difundida en la humanidad como lo está el aire en la naturaleza: la vanidad, el defecto más superficial y el más profundo, inseparable de la vida social pero socialmente insoportable y alrededor del cual gravitan todos los vicios e incluso algunas virtudes: “Un estudio completo de las ilusiones de la vanidad y del ridículo que se le une proyectarían una luz singular sobre el estudio de la risa”. Bergson ve en la risa un remedio específico de la vanidad y en la vanidad un defecto especialmente risible.

Puede que en eso lleve toda la razón; sin embargo, creo que Bergson se equivoca al intelectualizar lo cómico como si se dirigiese solo a la pura inteligencia y fuese incompatible con la emoción: “Pintadme un defecto, todo lo leve que queráis; si me lo presentáis de tal manera que mueva mi simpatía, o mi temor, o mi piedad, se acabó, ya no podré reírme… No ha de conmoverme, ésta es la única condición realmente necesaria”. Bergson incluye también el odio en el catálogo de las emociones incompatibles con la risa, ¡pero se olvida de la alegría!, que es también una emoción y que suele acompañar necesariamente a la risa. Y es que la risa misma “conmueve”, a veces tanto, tan física y orgánicamente, que uno se orina por su causa donde no debe.

Del autor:

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