nuevodiario.es
El segundo viaje de Cristóbal Colom (Tercera parte) por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom

El segundo viaje de Cristóbal Colom (Tercera parte) por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom

El segundo viaje de Cristóbal Colom (Tercera parte) por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom
Ampliar
domingo 02 de enero de 2022, 09:15h
El segundo viaje de Cristóbal Colom (Tercera parte) por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom

La labor del historiador, no solo consiste en un análisis sistemático de las distintas fuentes, sino también en una correcta interpretación de los documentos. A Cristóbal Colom se le acusó de no saber gobernar y administrar las tierras descubiertas y, por ello, fue arrestado por el juez pesquisidor Francisco de Bobadilla. Hemos de tener en cuenta que Colom no tuvo tiempo de gobernar y administrar las tierras descubiertas, porque siempre estuvo viajando, cuando no estaba enfermo. De ahí el interés de analizar sus viajes Se olvida, además, que fue el mismo almirante de la Mar Océano quien pidió a los Reyes que enviara un juez para que hiciera las pesquisas pertinentes de la actuación de los que se levantaron contra él estando ausente de la isla La Española. “…que luego fuese a las islas y tierra firme de las Indias, y hubiese su información, y por cuantas partes y manera mejor y más cumplidamente lo pudiera saber, se informase y supiese la verdad de todo lo susodicho, quiénes y cuáles personas fueron las que se levantaron contra el Almirante y sus justicias, por qué causa y razón y qué robos, males y daños habían hecho, y todo lo otro que acerca de esto viere ser menester saber para ser mejor informados”. Bobadilla, que fue enviado con el secreto mandato de hundir la fama del descubridor, llevó a cabo una pesquisa que favorece a los rebeldes y, estando ausente el Almirante, recopila todo género de acusaciones, tanto fundamentadas como falsas. A los que mal querían a los hermanos Colom no les bastó holgarse de verlos con tanto deshonor, afligidos y encadenados como vulgares malhechores, sino que además con mucha libertad, por escrito y de palabra, de día y de noche: por los cantones les ponían libelos infamatorios. Que eras unos vulgares tejedores que les obligaban, siendo como eran hidalgos, a trabajos manuales, como transportar piedras, como vulgares menestrales, para la construcción de la Isabela. Hay historiadores que, fijándose en estas acusaciones que Bobadilla recogió, les sirven para certificar el origen humilde de Cristóbal Colom en su ciudad natal de Génova. El único que pudo ser tejedor fue Diego Colom, pero no en Génova sino en Valencia.

El segundo viaje de Cristóbal Colom (Tercera parte) por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom
El segundo viaje de Cristóbal Colom (Tercera parte) por Pedro Cuesta Escudero autor de Colón y sus enigmas y de Mallorca patria de Colom

Viaje a Cibao

El Almirante, una vez restablecido de su larga enfermedad se preparó para marchar inmediatamente a la región del Cibao, donde suponían las minas de oro. Antes de partir, ya hemos visto que Colón dispuso que las municiones y la artillería se trasladaran a la nave capitana, la nao Marigalante, con gente de su completa confianza para su cuidado. Además decidió que durante su ausencia el mando de la ciudad y buques estuviera confiado a su hermano don Diego, con el cargo de gobernador, ayudado por personas adecuadas para ofrecerle apoyo y consejo.

Como ha de entrar en el territorio del poderoso cacique Caonabó le interesa poner de manifiesto sus fuerzas. El 12 de marzo de 1494 el virrey se pone a la cabeza de cuatrocientos hombres bien armados y equipados, con arcabuces, lanzas, espadas y arcos, y seguidos por una multitud de los indios vecinos. Salen de la ciudad con las banderas desplegadas, al son de tambores y trompetas. Tanto a la entrada como a la salida de los poblados indígenas que encuentra por el camino hace disparar las espingardas. Don Hernando nos dice que “para mayor apariencia y demostración de esto, al salir de la Isabela y en otros lugares, llevaba su tropa armada y puesta en escuadras, como se acostumbra cuando se va a la guerra, con trompetas y las banderas desplegadas”. Por ello, le acompañan todos los hombres sanos que no son necesarios en Isabela y toda la caballería que pudo reunirse. Colom pretende preparar un camino hacia la región del Cibao y levantar una fortaleza en la zona, creando así un establecimiento para la explotación de las minas. Con esta idea lleva consigo todo tipo de trabajadores, como carpinteros y mineros, además de las herramientas necesarias para la construcción de puentes, la explotación de las minas, y la edificación de una fortaleza. Así es como lo explica Las Casas: “Escogió toda la más gente y más sana que le pareció que había de pie y de caballo, y trabajadores, albañiles y carpinteros y otros oficiales, con las herramientas e instrumentos necesarios, así para probar e sacar oro, como para hacer alguna casa fuerte donde los cristianos se pudieren defender si los indios intentasen algo”.

Después de atravesar bellos lugares abriendo trochas en la espesura para que pudieran transitar carros y caballerías llegan a un valle muy fértil y bello que Colom denomina Vega Real. Las Casas la describe “tan fresca, tan fértil, tan descombrada, tan pintada, toda tan llena de hermosura, que ansí como la vieron, les pareció que habían llegado a alguna región del Paraíso, bañados y regalados todos en entrañable y no comparable alegría”. En la vega encuentra un gran río que desemboca en Monte Cristo, el Yaque, al que el descubridor bautizó como Río de las Cañas. El Virrey vio en la Vega Real numerosas poblaciones que retrasan el avance del grupo por su hospitalidad, a pesar de que, en palabras de Las Casas “parte de la gente dio a huir, metiéndose en los más cercanos montes”. Don Hernando también se refiere a este recelo inicial de los nativos. Habla también de la huida de algunos, aunque “la mayor parte se hizo fuerte en las casas, cerrando las puertas con algunas cañas cruzadas, como si esto fuera una gran defensa para que nadie entrase; porque, según su costumbre, nadie se atreve a entrar por una puerta que así encuentra cerrada; ya que para encerrarse no tienen puertas de madera, ni de otra materia, y les parece que basta con tales cañas”. Al poco tiempo de presentarse los españoles, viendo que no intentaban invadir sus casas, los indígenas mostraban nuevamente su hospitalidad.

El domingo día 16 alcanzan la sierra de Cibao, pedregosa y pobre de vegetación. Antes de comenzar el ascenso del puerto, Colom “envió a hacer el camino, como mejor adobarse pudo- leemos en el libro de Hernando- para que los caballos pasasen, y desde aquí despachó ciertas bestias de carga para que tornasen a traer bastimentos de la Isabela; porque como la gente no podía comer aún de los bastimentos de la tierra, gastábase mucho pan y vino, que era lo principal, y dello era necesario socorrerlos.” Desde la cima descienden a la tierra que suponen la región del oro. Siguen adelante y encuentran a cuatro leguas un riachuelo en el que consiguen algunas pepitas de oro. Colom, aunque se encontraban a tan sólo 18 leguas de la Isabela, pero con el obstáculo de los dos puertos que dificultaban el paso de los animales, decide construir una fortificación junto a un río al que llamó Xanique, rodeado de verdes prados y terreno llano. El mallorquín, al ver que según se adentraba hacia el interior la región era más difícil de recorrer, puso a trabajar a los hombres que le acompañaban de manera que "en tres días- escribe Colom en la Carta Relación de la exploración del Cibao -con toda la gente que yo llevava y maestros que para ello, con probeymiento de todo que era menester, hize una fuerça mui fuerte y buena", al que llamó fuerte de Santo Tomás, recordando la falta de credibilidad sobre la posibilidad de que encontraran la región del oro. Escepticismo que no nos sorprende, especialmente tras leer las siguientes palabras del padre Las Casas: “halló y descubrió por allí (en el entorno del emplazamiento escogido para construir la fortificación), según él dice en una carta que escribió a los reyes, muchos mineros de oro y uno de cobre y otro de azul fino y otro de ámbar y algunas maneras de especiería; déstas no sabemos que haya otras sino la pimienta, que llamaban los indios desta isla axí. El azul fue poco y el ámbar también; el oro, cierto, ha sido mucho.” Tras los tres días en que se construyó la base del asentamiento, el Almirante decidió volver pues no habían llevado provisiones para más tiempo por su escasez en la Isabela. Así, el mallorquín marchó hacia la villa dejando la fortificación al cargo del catalán mosén Pere Margarit como alcaide "con setenta hombres y todos los carpinteros y albañiles" para que concluyeran las obras de manera que veinticinco hombres pudieran permanecer constantemente en él.

Una vez establecido el fuerte de Santo Tomás los españoles no se esforzaron en la obtención de oro sino que se obtuvieron a través del método de producción superficial de los indígenas, quienes lo cambiaban por cascabeles y otras baratijas. La mayor parte de las muestras eran de reducido tamaño. Algunos expedicionarios, en contra de lo ordenado, escondieron oro. Sin embargo, se delataron unos a otros, recuperándose así hasta 1000 castellanos más. Cuneo, fuente de la que obtenemos este dato, nos cuenta además que “quien fue encontrado en falta recibió un buen escarmiento: a unos se les cortaron las orejas y a otros la nariz”, ejemplo de las duras penas que tenía por costumbre imponer Colom para así procurar evitar nuevos altercados. Nada mejor que las siguientes palabras del Cura de los Palacios para resumir los hechos del Almirante durante su exploración del Cibao: “atravesó vegas y puertos, é fue é halló la dicha provincia, é hizo caminos llanos algunos puertos, é fizo allá una fortaleza en Cibao, en que puso gente, alcayde y maestros para el edificio é para poder señorear la gente della.”

El viernes 21 de marzo Colom parte de Santo Tomás. En su camino de regreso a la Isabela, a la altura del Río Verde se cruzó con la recua de mulas que volvía con las provisiones solicitadas, enviándola a la fortaleza. A causa de la crecida de los ríos su avance fue más lento pues tuvo que buscar por dónde vadearlos. Así mismo, “se detuvo algunos días en algunos pueblos de los indios, comiendo pan de éstos, y ajes, que daban gustosos por poco”. El día 29 llegan a la Isabela donde se pudo comprobar que las cosechas de productos europeos se anunciaban pródigas: los melones estaban ya maduros, las espigas se mostraban pródigamente henchidas, la caña de azúcar y las viñas prometían ciento por uno y los cerdos se van multiplicando. A pesar de ello, una deplorable situación se había apoderado de la villa. En los diecisiete días de ausencia de Colom algunos españoles habían muerto. La falta de los alimentos acostumbrados se había hecho de notar y los víveres de aquellas tierras no apetecían a los cristianos. “Halló toda la gente muy fatigada – cuenta Las Casas-, porque de muertos o enfermos pocos se escapaban, y los que del todo estaban sanos, al menos estaban de la poca comida flacos, y a cada hora temían venir al estado de los otros.” Comenzó a escasear el pan, se había terminado la harina y el único modo de moler el trigo eran los duros molinos de mano. Era evidente la necesidad de la construcción de un molino para poder moler el trigo que aún les quedaba. Pero por encontrarse la mayoría de los obreros enfermos el Almirante determinó que los hidalgos y la gente de “capa prieta” ayudasen en dicha obra. Esta resolución del Almirante causa un profundo resentimiento entre los hidalgos, que habían ido a las Indias para enriquecerse, pero no para embrutecerse con tareas villanas. Colom hizo respetar su autoridad, obligándoles a obedecer. Don Cristóbal silencia esta situación en su Carta Relación, sin embargo, tanto don Hernando como el dominico Las Casas relatan lo sucedido. Por sus palabras sabemos que le fue “necesario al Almirante añadir al mando violencia, y a poder de graves penas, constreñir a los unos y a los otros para que las semejantes obras públicas se hiciesen”, lo que le sirvió para ganarse la enemistad y enfrentamiento de unos hombres de por sí descontentos. Es muy posible que por estos hechos surgieran divergencias entre el Almirante y fray Bernat Boil, persona a quien los Reyes habían enviado para evangelizar a los nativos.

Por si la situación que le tocó vivir a Colom tras su vuelta a la villa no fuese suficientemente dura, a los pocos días, concretamente el 1 de abril, se recibió un mensajero de Margarit. El alcaide del fuerte de Santo Tomás le daba a conocer la espantada de los indios amigos, así como que Caonabó estaba reuniendo en secreto a sus guerreros preparándose a atacar la fortaleza. Es que, nada más irse Colom, ya sin el freno de su presencia, los españoles empezaron a abusar de las buenas intenciones de los indios, quitándoles el oro que traían. Por su parte, el cacique Caonabó había observado cómo unos intrusos habían construido en el corazón de las montañas que él mandaba, y se preparaba para atacarles, como había hecho con los españoles que quedaron en Navidad en los últimos días de 1492. Sin embargo, el Almirante, considerando poco hostiles a los indígenas, apenas se inquieta, "especialmente porque confiaba en los caballos, de los cuales temían los indios ser devorados" –escribe Colom. Por ello, el 2 de abril tan sólo planeó enviar 70 hombres de los más sanos y una recua cargada de bastimentos, armas y otras cosas necesarias: 25 de estos hombres para defensa y escolta y el resto para engrosar la vigilancia de la fortaleza y abrir un camino adecuado hacia Santo Tomás.

Cristóbal Colom finalmente determina enviar al interior más de 400 hombres, con orden de visitar los territorios de los diferentes caciques, y de explorar la isla de manera que ni Caonabó, ni ningún otro cacique en adelante se atreviera a planear un enfrentamiento con los españoles. Iba como capitán Alonso de Ojeda, a quien Colom había prometido el cuidado de la fortaleza. Con arreglo a este plan, todos los hombres sanos, excepto los oficiales y artesanos que debían concluir las obras de la villa, tomaron las armas, reuniendo un ejército de 250 ballesteros, 110 arcabuces, 16 caballos y 20 oficiales dirigidos por Ojeda hasta Santo Tomás. O sea, el capitán debía llevar a los hombres hasta la fortaleza, donde se quedaría como alcaide, entregando los hombres al cargo de Margarit, así como unas instrucciones del Almirante para que recorriera la isla, pacificándola. De manera clara y directa, como reza en la Instrucción a Mosén Pere Margarit manda que se respete al indígena, aunque "si hallardes que alguno d´ellos furten, castigadlos también cortándoles las narices y las orejas, porque sin miembros que no podrán esconder, porque con esto se asegurará el rescate de la gente de toda la isla, dándoles a entender que esto que se hizo y que a los otros indios fue por el furto que hizo y que a los buenos los mandarán tratar muy bien y a los malos que los castigue". Don Cristóbal insiste en la necesidad de compensar a los indios por los mantenimientos utilizados por los castellanos. Por ello encarga que Arriaga sea el responsable de "proveher de todos los mantenimientos para toda la hueste", entregándoles a los nativos "mercadurías de cuentas e cascabeles". El virrey no deja ningún cabo suelto y anota que "si por ventura no se hallase de comer por compra, que vos Mosén Pedro lo proveháis, tomándolo lo más onestamente que podáis halagando a los indios." Así mismo, el descubridor refleja claramente en su Instrucción que se debe dejar constancia de las tierras descubiertas haciendo una toma de posesión en nombre de sus soberanos, poniendo cruces y mojones en zonas visibles y que no se pierdan fácilmente, haciendo evidente que los españoles han descubierto cada palmo de la isla y evitar así cualquier posible reclamación por parte de otra corona.

Viaje explorador a Cuba y a Jamaica

Una vez que los hombres capitaneados por Ojeda marchan hacia el interior, el Almirante comienza los preparativos para ir a descubrir poniendo a punto las naves. Se ocupa también de organizar la Isabela, dividiéndola en calles con una plaza, y construyendo un canal que acercara el agua del río hasta el poblamiento y sirviera para hacer molinos. Con las instrucciones entregadas a Margarit, Colom considera que la pacificación de los indígenas es un hecho. Por lo tanto, el mallorquín decide salir de la isla de La Española para explorar las costas de Cuba, dejando las cosas en orden en la isla que abandona temporalmente. Para su gobierno crea un Consejo formado por el padre Boil, Pedro Hernández Coronel, Alonso Sánchez de Carvajal, Juan de Luján y el bachiller Gallego, siendo su hermano Diego el presidente. El 24 de abril de 1494 el Almirante zarpa del puerto de la Isabela llevando consigo tres carabelas, la Niña, Cardera y San Juan, dejando en La Española las naos Marigalante y Gallega. Colom aún tenía pendiente realizar una exploración de los alrededores de la isla de Cuba, y confirmar así si la denominada por él Juana, se trataba en realidad de tierra firme. La intención del descubridor era regresar al litoral que ya conocía del primer viaje y desde allí intentar navegar por su costa Sur para averiguar la extensión de Juana y así aclarar que se trataba de la tan esperada tierra firme asiática.

Atravesó por aquel golfo – relata Las Casas-, entre Cuba y esta Española, que es de 18 leguas de punta a punta o de cabo a cabo, y comienza a costear la isla de Cuba por la parte del Sur o Austro”. Una vez en lo que Colom esperaba que fuese tierra firme “hizo consejo para decidir qué rumbo se debía tomar, y todos estuvieron de acuerdo en que lo mejor era ir a la vuelta del mediodía”. Unas 15 o 20 leguas más adelante, concretamente “una legua más allá del Cabo Fuerte”, las carabelas llegan a una gran bahía con una entrada “profundísima, y la boca de ciento cincuenta pasos” a la que los españoles denominaron Puerto Grande. “En este puerto-relata el tripulante Cuneo- estaban en tierra sobre la arena hombres indios que dormían, los cuales, al oír el rumor de nuestras lombardas, huyeron a las montañas. Nosotros, entonces, les mandamos nuestro truchimán, o sea, intérprete, para notificarles que éramos buenos amigos; ellos con bastante rapidez se reunieron con nosotros. Al descender en tierra, encontramos de XV a XX cántaras de pescado cocido y de L a LX serpientes, también cocidas, que tenían un grosor de cabritos. Encontramos también de XXXVI a XXXVIII serpientes vivas, atadas con cuerdas como monos”. Colom continúa su relato hablando de la gran cantidad de pescado reunido por los indios, así como serpientes “la más asquerosa cosa que hombres vieron; todas tenían cosidos las bocas, salvo algunas que no tenían dientes; eran todas de color de madera seca y el cuero de todo el cuerpo, speçial aquél de la cabeza que le desçendía sobre los ojos; los quales tenían benenosos y espantables. Los españoles, a través de su intérprete (uno de los indios del primer viaje que había estado en España), preguntaron a los indios si en el entorno había oro, a lo que estos respondieron que no “pero que era bien verdad que había mucho en la isla llamada Iamahich, la cual se encontraba entre el mediodía y el siroco. Les preguntamos si alguna vez iban a la dicha isla; nos respondieron que no, porque el que fuera allí no regresaría nunca, porque se ahogaría a la ida o a la vuelta. Les preguntamos también si estaba muy lejos; replicaron que a cinco soles, es decir, cinco días”.

Las tres carabelas se dan nuevamente a la vela el 1 de mayo “antes del sol salido” –cuenta Cuneo - y avanzan costeando, pudiendo contemplar abundantes puertos, altas montañas y algunos ríos en su desembocadura. Debido a su navegación cercana al litoral numerosos indios se acercaban en sus canoas a las carabelas, según el marino “creyendo que habían descendido del cielo, trayéndoles del pan caçabí suyo y agua y pescado y de lo que tenían, ofreciéndoselo a los cristianos con tanta alegría y regocijo, sin pedir cosa por ello, como si por cada cosa hobieran de salvar las ánimas, puesto que el Almirante mandaba que todo se lo pagasen dándoles cuentas de vidrio y cascabeles y otras cosas de poco valor, de lo cual iban contentísimos, pensando que llevaban cosas del cielo”. Avanzaron hasta el cabo de la Espuela, donde Colom determina “dexar este camino y esta tierra y navegar en busca de la ysla de Jamaica, al austro y al sudeste” “Sábado, a 3 de Mayo, resolvió el Almirante ir desde Cuba a Jamaica, -nos cuenta Hernando Colón- por no dejarla atrás sin saber si era verdadera la fama del mucho oro que, en todas las otras islas, se afirmaba haber en aquélla; y con buen tiempo, estando a la mitad del camino, la divisó el domingo siguiente. El lunes dio fondo junto a ella, y le pareció la más hermosa de cuantas había visto en las Indias”.

Tras recorrer cuatro leguas al Poniente el Almirante vio un puerto en forma de herradura al que denominó Puerto Bueno y al que, tal y como tenía por costumbre, envió una barca para ver si tenía suficiente fondo y si estaba libre de bajíos. Al intentar tomar tierra los indios atacaron con piedras y lanzas a los españoles que ocupaban la barca, por lo que tuvieron que volver a las carabelas a pesar de no ser alcanzados por las primitivas armas de los indígenas y hacer huir a los indios al ver que los cristianos les ofrecían resistencia. El Almirante decidió anclar en el puerto al comprobar que reunía las condiciones precisas. Así describe a los monarcas lo que vio a continuación: “después que yo ove çurgido, vinieron a la playa tantos dellos (indios) que cubrían la tierra; todos teñidos de mill colores, y la maior parte heran de prieto; todos desnudos ansí como andavan, trayan plumas en las cavezas de diversas maneras, y trayan el pecho y el vientre cubierto de fojas de palmas, dando la maior grita del mundo y tirando baras, aunque no nos alcançavan. Yo tenía neçesidad de agua y de leña, aliende de adovar los navíos, y tanbién bi que no hera rrazón de dexarlos con esta osadía, por otras vezes que puede acahezer en otros viajes; armé todas tres barcas, porque las caravelas no podían llegar adonde éstos estavan, por el poco fondo; y primero que se conoçiesen nuestras armas y saltar con ellos en tierra; porque adonde ay mui pocos entre ynumerables e yo temiendo sería peligro, porque muchas veces e visto, amostrando una espada a esta gente, la toman por el filo sin pensar que ofende.” . Cuneo completa el relato de la pelea con algunos detalles como que él y sus compañeros acondicionaron las barcas “con paveses, ballestas y lombardas, y anduvimos la vuelta de tierra. De nuevo nos hicieron lo mismo; nosotros, entonces, matamos de repente con las dichas ballestas XVI o XVII (indios) y cinco o seis con las lombardas.” Colom añade que una vez que los indígenas huyen al reconocer su inferioridad, envió tras ellos “un perro, que yo llevava, les hizo gran daño, mui gran guerra; haze acá un perro tanto, que se tiene apresçio su compañya, como diez hombres,” siendo esta la primera vez que se documenta la utilización de este animal para atemorizar a los indígenas. Una vez que los nativos se mostraron tan hospitalarios, los expedicionarios se dirigieron a tierra entregándoles algunos objetos a los indios como muestra de agradecimiento.

El viernes 9 de mayo, los españoles deciden salir de Puerto Bueno una vez reparadas las naves y tomado provisiones. Las carabelas siguieron por la costa abajo, navegando 34 leguas hacia el Poniente, hasta el golfo del Buen Tiempo. Recorren el litoral tan cerca de la costa que muchos indígenas se acercaban en canoa para realizar intercambios con los españoles. Así, el avance fue lento por las constantes visitas a las carabelas y los vientos contrarios, hasta que a la altura del golfo de Buen Tiempo, tras recorrer unas 70 leguas, resultó difícil seguir avanzando junto a las playas jamaicanas y el martes 13 de mayo “por no perder tiempo y conoçiendo ya esta ysla y su sustançia, y visto que no avía oro, ni metal, ... fizo el viento contrario bueno y volví a La Juana, tierra firme, con propósito de seguir la costa della, que yo avía dexado, hasta ver si era ysla o tierra firme.

Colón pretende regresar a la Península por Oriente

Las carabelas, a pesar de no tener mucho calado, tuvieron dificultades para poder seguir adelante por los numerosos canales estrechos y poco profundos que formaban la gran cantidad de islas que encontraron al avanzar por una costa que más adelante volvía al Poniente. Todo ello se vio complicado por las abundantes y constantes tormentas que hicieron que los españoles temieran ver encalladas las naves pues “el remedio contra los truenos es amainar las velas, y para huir de los bajos necesitaba mantenerlas, siendo cierto que si tamaña desventura hubiese durado por ocho o diez leguas habría sido insoportable”. El mallorquín denomina a este gran grupo de islas el Jardín de la Reina. A pesar de la belleza del entorno, Colom planteó la posibilidad de dejar este archipiélago a la derecha por la enorme dificultad que ofrecían los numerosos canales citados, avanzando mar adentro. Sin embargo, al recordar que Marco Polo había dicho que la costa asiática estaba antecedida de gran cantidad de islas, como podemos ver en el siguiente párrafo que escribe el descubridor a los monarcas “me acordé y tengo notiçia que toda esta mar es ansí dellas hasta el trópico del Capricornio, y entonzes yo estava açerca de aquel de Cancro; determiné de andar adelante, y seguí mi yntuiçión de no dexar de la vista de la tierra firme; quanto más andava, descubría más yslas, que día se hizo que anoté çiento y setenta y quatro; el tiempo para navegar entrellas me lo dio Nuestro Señor siempre, a pedir de boca, que corrían los navíos que paresçía que bolavan”.

El Almirante decidió no perder de vista la tierra firme pues siguiendo sus costas hacia el Oeste, si verdaderamente estaba en Asia, pronto llegaría a los dominios del gran Khan. Pero es evidente que Colom se da perfecta cuenta de los numerosos inconvenientes que se cruzan en su proyecto de navegar hacia Occidente hasta encontrar un paso que le permitiera regresar a la Península por el Oriente. Don Cristóbal deja de manifiesto en esta Carta Relación dirigida a los monarcas que regresa a la Isabela obligado por las circunstancias. El Almirante comienza su viaje de retorno el día 13 de junio, no sin antes asegurarse de que cuenta con el respaldo de sus acompañantes a la hora de afirmar que Cuba, o Juana como la bautizó, es tierra firme. Sabemos que este “respaldo” se originó en el acto de juramento efectuado el 12 de junio de 1494 en costas cubanas. Conocemos este interesante documento a través del traslado que Diego de Peñalosa realizó en la Isabela el 14 de enero de 1495 del testimonio firmado por Fernán Pérez de Luna en Cuba a petición del Virrey. Los 56 acompañantes de Colom –según ese documento- juraron que la Juana era tierra firme, eso sí, bajo “pena de dies mill maravedís por cada vez que lo que dixere cada vno que después en ningún tiempo el contrario dixere de lo que agora diría e cortada la lengua, y sy fuere grumete o persona de tal suerte que le daría ciento açotes y le cortaría la lengua.”. Como vemos, Colom no se andaba con rodeos a la hora de conseguir lo que pretendía, enviar a los monarcas la prueba de que había llegado al Catay y al Cipango, y al no poder demostrarlo con las innumerables riquezas de fácil obtención que esperaba encontrar, se vio obligado a hacerlo a través de sus descripciones geográficas.

Colom decide regresar hacia la Isabela renunciando a su objetivo de llegar a las tierras del Gran Khan, y encontrar un paso –como explica en la carta Relación del viaje de exploración a Cuba y Jamaica- para poder volver con las carabelas “yo provara de bolver a España por Oriente, biniendo a Ganges, dende, y al Signo Arábico, y después, por Etiopía.” Lo cierto es que tan sólo dos o tres días más de navegación habrían llevado a las tres carabelas capitaneadas por Colom al extremo occidental de las costas cubanas, eliminando radicalmente su idea de que Cuba era tierra firme y dando seguramente un giro a sus descubrimientos posteriores que con toda probabilidad se centraban en llegar al Catay una vez atravesadas las islas que le preceden, entre ellas la gran Juana.

Una vez en La Española, pero antes de llegar a la Isabela, Colom cae enfermo, tal y como anota don Hernando “desde esta isla en adelante no continuó el Almirante apuntando en su diario la navegación que hacía, ni dice cómo volvió a la Isabela, sino solamente que, habiendo ido desde la isla de Mona a San Juan, por las grandes fatigas pasadas, por su debilidad y por la escasez del alimento, le asaltó una enfermedad muy grave entre fiebre pestilencial y modorra, la cual casi de repente le privó de la vista, de los otros sentidos y del conocimiento.”

Bartolomé Colom en La Española

Cuando la flota llega a la villa de la Isabela con el Almirante muy enfermo y la tripulación cansada y desnutrida, no encuentran una situación favorable para descansar y reponerse. La situación que encontraron los participantes en la expedición a Cuba y Jamaica a su regreso no fue precisamente alentadora. El hambre se había generalizado, poniendo a los habitantes de la Isabela en una difícil situación pues, “las lluvias y la crecida de los ríos fueron muy contrarios” a la intención de fabricar molinos para poder moler el trigo que aún quedaba del que trajeron de Castilla. Y las naves de socorro que se dijo a Torres al marchar a la Península no llegan. Los indígenas han reaccionado negándose a facilitar alimentos a los cristianos, por lo que las escasas provisiones de los españoles son prácticamente su único e insuficiente alimento hasta que el 24 de junio de 1494 llegan tres carabelas con suministros bajo el mando de Bartolomé Colom, hermano del Almirante

Bartolomé Colom no había conseguido que en Inglaterra y Francia aceptaran el proyecto de su hermano Cristóbal de ir a las Indias yendo por Occidente a través del Mar Tenebroso. Trabajando como cartógrafo en la corte francesa tuvo noticia del descubrimiento de unas nuevas tierras realizado por su hermano más allá del Océano, bajo bandera castellana. Y ayudado económicamente con cien escudos por el monarca francés, se trasladó a España, llegando a tierras andaluzas a finales de 1493. No pudo encontrarse con su hermano, pues la armada del segundo viaje había partido el 25 de septiembre, pero Cristóbal le había dejado en Sevilla una instrucción sobre cómo actuar a su llegada. Siguiendo las indicaciones del descubridor, Bartolomé Colom acudió a Valladolid, lugar en que se encontraba la Corte, para acompañar a sus sobrinos Diego y Hernando, que iban a ser pajes del príncipe Juan. Los Reyes Católicos, al tener noticia de las dotes organizativas y de marino de Bartolomé, el 14 de abril de 1494 lo nombran capitán de las tres carabelas que realizaron el primer viaje de abastecimiento a las tierras recientemente descubiertas.

El 24 de junio la pequeña flota llegó al puerto de la villa Isabela encontrando al grupo de españoles enfermos y hambrientos, y a los indígenas lejos de mostrarse sumisos. Su hermano Cristóbal estaba ausente con su viaje de reconocimiento de las islas de Cuba y Jamaica. Ante esta situación, Bartolomé intenta hacerse con el mando de la isla, mando que Cristóbal había confiado a un Consejo en la villa de la Isabela (entre los que se encontraba su apocado hermano Diego), y a mosén Pere Margarit en el interior, como capitán general de la isla, hasta el regreso del almirante. Esta “usurpación” de autoridad no fue admitida por personajes relevantes, como Margarit, o el padre Bernat Boil (miembro del Consejo de la Isabela), a los que se unieron otros más. Margarit, considerándose superior en todos los aspectos a Bartolomé Colón, pues era noble y contaba con poderes del Almirante para su libre actuación, se negó a someterse a las imposiciones del hermano del descubridor. Cristóbal, a su regreso, no solo aprueba esta nueva situación de poder, sino que la refuerza al investir a su hermano Bartolomé con el título y funciones de Adelantado (15 de octubre), lo que le originó serias tensiones con los monarcas, pues tan sólo a ellos les correspondía esta prerrogativa de los nombramientos de Adelantado. Al final los Reyes Católicos ceden en esta cuestión.

Entre otros más resentidos contra Colom, vemos a Pere Margarit, a Bernat Boil. También el legendario piloto vizcaíno Juan de la Cosa tuvo desacuerdos con el Almirante sobre la continentalidad de la isla de Cuba (afirmación que Colom obligó a la tripulación a respaldar en el Acta Pérez de Luna), y nunca más volvió a viajar con el Almirante. Alonso de Ojeda también se siente preterido. Todos ellos regresan a España en las naves que había traído Bartolomé Colom. Llegados en noviembre de 1494 a la Península, sin testigos que pudieran defender al Almirante, pintan con los peores colores el gobierno de Colom en las Indias, que es un feudo de los Colonos, ponderando el desorden, la mala administración, los abusos y el mal trato a los cristianos, que los matan de hambre, que no tienen idea de colonización Tales inculpaciones comenzaron a quebrantar la confianza real en el mallorquín.

Regreso de Colom a la Península

Podemos imaginar la tensión producida en la corte tras el regreso de Boil y Margarit por las siguientes palabras del padre Las Casas: “Frai Buil y mosén Pedro Margarite y otros príncipes, estos tales fueron los que informaron y, con sus relaciones, atibiaron a los reyes en la esperanza que tenían de las riquezas destas Indias, diciendo que era burla, que no era nada el oro que había en esta isla, (La Española) y que los gastos de Sus Altezas hacían eran grandes, nunca recompensables, y otras muchas cosas en deshacimiento del negocio y del crédito que los reyes tenían del Almirante, porque luego, en llegando, no se habían vuelto cargados de oro en los navíos en que habían venido

Respondiendo a las quejas se envía a La Española a Juan Aguado, repostero de los reyes, con la misión de investigar e informar sobre lo que había de cierto en todo lo que se decía de las Indias (noviembre de 1495) Llegó pregonando franquicias. Bastó esto para que Colom decidiera marchar a Castilla a pulsar el estado de su situación en la Corte (10 de marzo de 1496) Como golpe de efecto, cambió sus flamantes trajes de almirante y visorrey por el pardo sayal franciscano y así se presentó en la Corte. Fue en esta ocasión cuando el almirante se hospedó en la casa sevillana del cura de los Palacios, Andrés Bernáldez, a quien le contó sus experiencias y le confió el diario del segundo viaje, datos que luego el cura supo verter en su Historia de los Reyes Católicos.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios