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¿INJUSTICIAS DECENTES?, por José Biedma López

¿INJUSTICIAS DECENTES?, por José Biedma López

¿INJUSTICIAS DECENTES?, por José Biedma López

¿Se puede injustamente defender la justicia? Si respondemos afirmativamente, sería como decir que “el fin justifica los medios” –aseveración éticamente rechazable, al menos en su interpretación categórica. Filósofos hubo -dice el Porfiador de Mejía- a los que pareció que era necesario permitir y aún defender algunas injusticias para sustentar la policía y preservar la convivencia, y cita a san Agustín, que en La Ciudad de Dios dijo que la república (amenazada entonces por los bárbaros) no se podría regir ni gobernar sin injuria e injusticia.

En tiempos de Catón el Mayor (156 antes de Cristo), Carnéades de Cirene, fundador de la Academia Nueva, con el peripatético Critolao y con el estoico Diógenes llegaron a Roma en calidad de embajadores de Atenas. Era entonces la diplomacia, al menos en Atenas, función filosófica. Carnéades mostró su elocuencia discurseando un día a favor de la justicia, pero otro día lo hizo en favor de la injusticia deshaciendo los argumentos del día anterior. Razonó que tan necesaria era la injusticia para Roma que si los romanos restituían justamente lo que habían robado a otras naciones tendrían que volver a vivir en chozas.

¿Ironizaba Carnéades, como buen socrático? Por lo que sabemos de él, seguidor del escéptico Arcesilao, el director de la Tercera Academia o Academia Nueva pensaba que el conocimiento verdadero es imposible, porque no existe ningún criterio de verdad seguro, pues tanto la experiencia como la razón fallan. Contra el dogmatismo de los estoicos razonaba el Cirenaico que para cada aspecto de una misma cuestión –por ejemplo, los de la justicia- pueden aducirse razones igualmente buenas o igualmente malas. Mucho antes que Kant, Carnéades probó que la teología estoica no era concluyente y contenía antinomias, es decir, contradicciones. Por ejemplo, si Dios es racional y perfecto como suponían los estoicos, entonces no puede ser virtuoso. ¿Para qué o cómo iba a ser valiente y esforzado Dios, si no le afectan ni el sufrimiento ni el trabajo? Con ello ponía también de manifiesto que la raíz de la excelencia, del esfuerzo por hacerse mejor, es la imperfección, igual que la madre de Amor es Carencia según doctrina del Banquete platónico, pues amamos lo que nos falta.

Sin embargo, Carnéades comprendió que la suspensión total del juicio (ἐποχή) es imposible, y elaboró en consecuencia con sobresaliente perspicacia pionera una teoría de la probabilidad (πιθανότης). La probabilidad abarca diversos grados de certeza o duda y es necesaria y suficiente para la acción. Así pues, podemos al menos aproximarnos a la verdad aun cuando nos sea imposible alcanzar la certeza.

Por lo tanto, podemos postular que la intención de Carnéades al defender la injusticia romana fue irónica, o de vanidoso lucimiento, pues sabía, como seguidor de Platón, que la injustica desarregla tanto la mente individual como el alma colectiva de cualquier ciudad. La justicia abraza a todas las demás virtudes, dependiendo de ella la salud y la paz de los ciudadanos. A pesar de suponer nosotros las buenas intenciones de Carnéades y aunque dejase a los senadores romanos boquiabiertos y maravillados, Marco Catón, prudentísimo varón, prohibió que oyesen en Roma a Carnéades, a Critolao y a Diógenes el estoico (Diógenes que no hay que confundir ni con el cínico ni con el doxógrafo). Los filósofos le resultaban peligrosos a Catón porque lo mismo podían persuadir al pueblo de lo bueno que de lo malo, de lo justo que de lo injusto.

No obstante, la ciencia del bien y del mal es tan problemática que es posible defender éticamente (con justicia) lo que una sociedad considera coyunturalmente como injusto –como dice el Porfiador de Pedro Mejía- porque hay acciones que una sociedad en un tiempo tiene por viciosas e injustas y que razonablemente no lo son: la desobediencia de un esclavo, o las relaciones homosexuales, por ejemplo, perseguidas y castigadas con ferocidad aún hoy en muchos países musulmanes (acabo de oír que la teocracia de Irán quiere prohibir que se adopten gatos y perros como mascotas). Jenofonte en sus Recuerdos de Sócrates refiere el caso del engaño, en general malo, pero conveniente y bueno si se engaña al enemigo en una guerra justa.

El Porfiador refiere también a la prostitución, pues las prostitutas hacen injusticia en serlo (a sí mismas, en su dignidad), “pero permítelas el Príncipe y la ley por la misma razón de excusar pecados y daños mayores, y en su triste estado las defiende y ampara que no les sea hecha injuria, y no peca en ello, ni yo pecaría si lo hiciese” –sentencia el Bachiller Narváez. Y a continuación lamenta que haya prohibido su Majestad que se ande en mula, prefiriéndola él al caballo (y para justificar su preferencia larga su “elogio al asno”, bestezuela injustamente vilipendiada).

Lo cierto es que lo justo y lo injusto andan, como lo bueno y lo malo, muy mezclados. En nuestro siglo la filósofa Philippa Foot (1920-2010) concibió el Dilema moral del Tranvía, que marcha fuera de control y va camino de matar a cinco personas atadas a sus vías por un extremista malvado. Es posible accionar una palanca que encaminaría al tranvía por una vía diferente, pero desgraciadamente hay en ella otra persona atada, o sea que para salvar a cinco tienes que actuar provocando voluntariamente la muerte de otra persona. ¿Deberíamos accionar la palanca?

Muchos siglos antes que la británica Philippa Foot concibiera este dilema, nuestro académico Carnéades de Cirene –ya saben, el que dejó atónitos a los senadores romanos en el siglo II antes de Cristo- dio que pensar a sus alumnos con el Dilema de la Tabla. Dos marineros naufragan y ven una tabla que sólo puede salvar a uno de ellos. Llega antes A y se agarra a la tabla, pero B, que se ahoga, desesperado le empuja y hurta la tabla de salvación. Como consecuencia, A se ahoga. Unos pescadores salvan a B. ¿Debemos acusar a B de asesinato o, al menos, de homicidio voluntario? ¿No podría interpretarse el caso como “de extrema necesidad” e incluso “de legítima defensa”?

¿Es lo mismo causar un mal que dejar que ocurra? A propósito del Dilema del tranvía, el 90% de las personas entrevistadas en Harvard accionarían la palanca, es decir, actuarían injustamente para evitar una injusticia mayor, sacrificarían a uno para salvar a cinco. Parecida argumentación suele aducirse para justificar los bombazos usamericanos en Japón: “La guerra se hubiera alargado y se habrían sacrificado más personas”.

¿Se cruzaría de brazos un riguroso kantiano sin osar tocar palanca? Reconocemos que no hay una regla universal e inamovible de lo justo e injusto y que el contexto, la ocasión y las circunstancias, resultan muy relevantes. Apliquemos por tanto el criterio humanista: reflexión, revisión y cuestionamiento, ¡pero no pensemos tanto que dejemos que muchos mueran!

Del autor:

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https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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