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EL ARCHIPIÉLAGO DE COLORES, por Sonia Mª Saavedra de Santiago

EL ARCHIPIÉLAGO DE COLORES, por Sonia Mª Saavedra de Santiago

Dedicado al Mar Menor

lunes 30 de agosto de 2021, 10:25h
El cuento que comparto hoy con quienes me leen es sencillo, tan sencillo que ronda la simplicidad, pero quizás sea el retorno a lo más elemental loque nos brinden las soluciones que todos esperamos.
EL ARCHIPIÉLAGO DE COLORES, por Sonia Mª Saavedra de Santiago

En un lugar no lejano, en las costas cristalinas de un paraje de ensueño, había un conjunto de islas que tomaban su nombre del color que lucían desde el mar. La isla Fucsia se llamaba así por las gamas rosas de sus flores; la isla Verde por el de sus prados, la Amarilla tomaba su nombre por los matices ocres de sus cultivos de trigo, la isla Azul por la tonalidad de sus campos de campanillas y el islote perlado por el brillo que emanaba de sus orquídeas y lirios salvajes. Un día, proveniente de las profundidades marinas, un grupo de sirenas alcanzó la superficie y, admiradas por el estallido de color que vieron sus ojos, decidieron tomar ese espacio como lugar de recreo.

Puesto que en cada una de sus piruetas sus brillantes colas iban adoptando las irisaciones de todo cuanto en ellas se reflejaba, esta singular reunión de ninfas marineras emprendió un divertido juego que consistía en saltar entre las islas a toda velocidad desatando un verdadero espectáculo que se convirtió en objeto de admiración de quienes por allí pasaban. Pero ocurrió que la noticia sobre la hermosura de aquel rincón llegó a los oídos de individuos poco cultivados que decidieron comprar aquel paraje para rodearlo de muros artificiales construidos sobre plataformas de hormigón. Con ello pretendían poner precio a la contemplación de la belleza, pero lo que no podían imaginar es que la naturaleza se cobra siempre lo que se le arrebata y que nunca se deben tasar las maravillas de la Tierra. Poco a poco, a lo largo de los años, fueron llegando más oportunistas iletrados y, entre todos, construyeron un pomposo parque temático con la sola idea de enriquecerse, sin tener en cuenta que los grises muros levantados iban a impedir que en la cola de las sirenas se reflejaran los colores que antes fueron la seña de identidad del archipiélago.

La falta de oxígeno y la proliferación de rincones pestilentes, convirtieron el paraíso de otra época en un paraje pétreo y desolador, y fue así cómo los navegantes dejaron de ver las maravillas que antaño vieron sus ojos, las criaturas marinas tomaron otras rutas, las hermosas sirenas decidieron escaparse y aquellos hombres avariciosos se hundieron en su propia miseria de ignorancia, perdiendo todo lo que amasaron en ese tiempo nefasto. Cuando, ya arruinados, los especuladores se marcharon del lugar, todo empezó a recuperarse: la vegetación volvió a germinar, el muro se fue deteriorando; sobre la base del hormigón que no desapareció crecieron colonias de corales y, así, poco a poco, el archipiélago volvió a su estado primitivo.

Tan pronto como las sirenas se enteraron de la buena nueva, emprendieron la vuelta hacia el lugar y, con ellas, cuantos habitantes marinos habían huido de aquel paraíso convertido en infierno. Todo volvió a florecer y con la nueva vida aquel paraje único en el mundo recuperó su color. Esta historia me la contaron hace años, pero os puedo asegurar que todavía hoy, a determinadas horas del día, cuando el sol luce majestuoso en el cielo, algunos navegantes que se acercan al Archipiélago de los Colores, además de descubrir campos fucsias, azules o verdes, vislumbran desde sus barcos asombrosas estelas de agua, cargadas de espuma blanca enriquecida con los matices cristalinos de un arcoíris marino.

Los Nietos (Mar Menor) Otoño 2013

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