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SABIOS BAILONES, por José Biedma López

SABIOS BAILONES, por José Biedma López
SABIOS BAILONES, por José Biedma López

“La música es eficacísimo remedio

que quita el daño que el enojo está haciendo”

Oliva Sabuco

Sócrates era un bailón. Hay testimonios de que aún perseveraba en su celda ensayando un sofisticado aire de flauta poco antes de su ejecución en 399 a. C.

- ¿De qué te servirá si vas a morir en cuanto regrese el barco sagrado? –Le preguntaron.

Siempre hay un malasombra dispuesto a menoscabar nuestras más firmes esperanzas. Sin perturbarse lo más mínimo, dando prueba de esa olímpica serenidad de la que harían ideal práctico sus continuadores los estoicos, Sócrates respondió:

- Para morir sabiendo.

Italo Calvino inmortalizó la anécdota. Según el genio italiano ya estaba preparándole el verdugo el zumo letal de cicuta cuando el Tábano de Atenas se empeñó en interpretar a flauta una pieza muy complicada.

Se suele usar esta noticia, seguramente espuria, para insistir en que el conocimiento es un fin en sí mismo y para justificar el ensimismamiento del científico que, como Tales, pendiente del movimiento de los astros o del nacimiento de las partículas elementales, descuida su atavío o cae en el hoyo por no mirar donde pisa, divirtiendo con ello a la sirvienta tracia. Pero se sabe que el milesio, allá por el siglo sexto antes de Cristo, supo también afanar posibles y generar ingresos gestionando almazaras. Talento e inteligencia demostraron así, como en el caso extremo de Leonardo da Vinci, su versatilidad. Por cierto, que Gadamer insiste en que lo que era simple hoyo para la sirvienta era en realidad un rústico telescopio para Tales de Mileto.

El conocimiento más teórico puede ser a medio y largo plazo el más útil y práctico. Sin aquella curiosidad por los movimientos astrales de Tales, que enlazaron el alejandrino Eratóstenes, el innovador Copérnico, Newton y los astrónomos posteriores, ¿hubiera sido posible el vuelo de los satélites artificiales sin los que hoy naufragarían muchas de nuestras rutinas cotidianas y sufriríamos mucho más de confinamiento pandémico?

Se puede acometer el elogio de lo bello inútil pensando que el disfrute de la vida depende más de esos talentos que permiten el deleite de interpretar música o disfrutar de su interpretación, que de la habilidad para engrosar la cuenta corriente. Los saberes humanísticos comparten con la música esta condición de aparentemente inútiles, pero Nietzsche se dio cuenta de que la música era precisamente el único lenguaje capaz de expresar lo más íntimo de la vida.

Sabuco en su Nueva Filosofía (1587) ya dejó escrito que la música es capaz de sanar, porque “es la cosa que más conforta, alegra y afirma el cerebro”. Cita Sabuco a autores antiguos que explicaban como se socorría al que era mordido por tarántula tañéndole música suave para que el envenenado comenzase “a bailar con mucha furia y fuerza sin cansarse hasta que aquella ponzoña se gasta y pasa la furia”. Así que no es sólo la música, sino también el ejercicio del baile y calor del movimiento lo que ayuda a “expeler y consumir aquel veneno y así sana”.

¿No se dice que la música amansa a las fieras? A la fiera humana, sobre todo. Asclepiades dejó escrito que a los frenéticos y enajenados les aprovechan las músicas suaves. Ismenias curaba muchos dolores con la música; y Teofrasto, las molestias de ciática y gota. Sabuco añade que la música obrará mejor todavía si a ella se unen buenos olores y palabras de buena esperanza. “Y así digo que la música aprovechará también en la peste… Mitiga la ira a los airados…, consuela a los tristes…, refrena y aparta la lujuria… Esta es la cosa más amable y que más excita el amor al hombre de cuantas hay fuera del hombre”.

Recoge Sabuco la historia que cuenta Plinio de un tal Arión, al que los marineros quisieron arrojar por la borda para quedarse con sus mercancías. Pidió el comerciante la gracia de que le dejasen tañer un poco su vihuela y ellos se lo otorgaron. Asentándose en la popa de la nave tocó su instrumento musical con virtuosismo hasta convocar a numerosos delfines atraídos por sus sones, y entonces consintió en que le echasen al mar. Los delfines juntos lo tomaron sobre su lomo y lo llevaron a tierra sano y salvo.

“También dice Plinio del ánsar y del carnero que son amigos de la música y trae cómo un ánsar y un carnero fueron enamorados de Glaucia, tañedora y cantadora del rey Tolomeo. También ayudan a este aumento del cerebro la música y el suave sonido del agua y el murmurar de los árboles al viento y el sonido del aire donde no toque, si es contrario o excesivo” (Oliva Sabuco, Nueva Filosofía, 1er. Coloquio, T. XXXIX).

O sea que la música, como las humanidades, amplían el cerebro, engordan la memoria, la imaginación, la inteligencia, la voluntad. Nos hacen ser más y mejores, ¡parece esta poca utilidad!

Acabamos percatándonos de que las aficiones aparentemente improductivas, esas a las que consagramos el tiempo libre, el tiempo verdaderamente nuestro, son, cuando son creativas, artesanas, artísticas, deportivas, solidarias…, lo mejor de nuestra vida. Y acabamos reconociendo hoy lo que ya Sabuco intuía: que vivimos, enfermamos y morimos más incluso por los afectos que por la comida, pues ningún enemigo es más dañino para ti que tú mismo.

La cultura ayuda a entendernos; no es casual que la Nueva Filosofía de Sabuco empiece precisamente con un “Coloquio del conocimiento de sí mismo”. Sin embargo, como dejó escrito el divino Platón en su diálogo Alcibíades, conocerse uno a sí mismo es, precisamente, ¡lo más arduo y difícil!, pues en nosotros, universo en miniatura, se expresa y comunica la plenitud desconcertada o desconcertante del cosmos.

Nota bene: Después de escribir este artículo, he encontrado uno titulado “Sócrates era bailón”, que incluye excelente monografía dedicada al “Tábano de Atenas”, escrita por Marian, magistral bloguera del norte de España.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M

https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897

https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm
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