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ELLAS LO PENSARON ANTES/ 1, por José Biedma López

ELLAS LO PENSARON ANTES/ 1, por José Biedma López
ELLAS LO PENSARON ANTES/ 1, por José Biedma López

Ellas lo pensaron antes (ed. Lea, 2020) es el provocativo título de un ensayo de la profesora y académica argentina María Luisa Femenías. Trata sobre mujeres sobresalientes por su actividad filosófica y sin embargo ninguneadas u omitidas por la historia oficial de la disciplina y los manuales al uso. El hecho de que hayan sido excluidas no depende del bajo interés de sus escritos ni de la superficialidad de sus pensamientos, sino de la escasa atención que el sesgo androcéntrico de nuestra cultura les ha prestado.

Anne Finch, vizcondesa de Conway y filósofa
Anne Finch, vizcondesa de Conway y filósofa

Apenas llega hasta nosotros un eco de lo que discurrieron eminentes cerebros femeninos en la Antigüedad clásica. Sabemos que los pitagóricos incluyeron mujeres en su scholé (ocio, escuela), la primera institución de educación superior de Occidente. También el Siglo de las luces contó en los salones ilustrados con numerosas intelectuales. Sin embargo, el romanticismo rusoniano (en parte por el machismo de J. J. Rousseau) las relegó otra vez al indirecto papel de musas inspiradoras, cuando no a la mera función doméstica y reproductora.

“La mayoría de las filósofas tuvieron que esperar hasta el siglo XX para que sus obras fueran rescatadas del anonimato”. Por suerte, su invisibilidad no prueba su inexistencia. Hoy se discute cuánto debe La sujeción de la mujer (1869) que atribuimos a John Stuart Mill a su esposa Harriet Taylor. Casi todas las filósofas, al menos las no materialistas, han puesto en cuestión la sexuación del alma. María de Zayas en el siglo XVII escribió: “Las almas ni son hombres ni son mujeres, ¿qué razón hay para que ellos sean sabios y presuman que nosotras no podemos serlo?”. Como el ángel de Salzillo o la psique de Jung, el espíritu se muestra andrógino y sopla donde quiere.

Por fortuna para la Filosofía en general, la voz de las mujeres ha ganado volumen y “la opresión más ancestral se hace visible y deja de ser aceptada como lo más obvio”. El canon occidental merece ser revisado en sus criterios, liberado de sesgos de raza, religión, sexo o género. La identificación de lo masculino con la objetividad científica y la racionalidad rigurosa, y de lo femenino con la sentimentalidad subjetiva es prejuiciosa y es legítima la sospecha de que el canon occidental, que determinó qué es filosofía y qué no es, fue fijado desde una racionalidad masculina estereotipada. No nos puede extrañar que la gran mayoría de las mujeres pensadoras hayan recurrido a la novela, la poesía o el teatro para comunicar sus ideas; también desde luego a la epístola y el ensayo, cuyo uso filosófico ha sido innegable. No obstante, pocas escribieron tratados y sus diálogos o cartas dan a la cuestión filosófica un matiz introspectivo e intimista que aporta una racionalidad original y amplía el ámbito problemático, así como novedosas estrategias para la resolución de conflictos.

Gilles Ménage (1613-1692) publicó una Historia de las mujeres filósofas (Lyon, 1690) dedicada a Mme. Anne le Fèbre Dacier, “la más sabia de las mujeres actuales y del pasado”, traductora y editora de las obras “para uso del delfín”: futuro Luis XV. El libro de María Luisa Femenía continúa esta honorable tradición y ofrece un elenco muy estimable y un resumen ameno de las principales ideas de filósofas de todas las épocas, desde la pitagórica Teano (ca. 600 A. C.) y la cínica Hiparquia de Maronea o la epicúrea Teófila (IV-III A. C.), pasando por genial Hipatia, directora de la Academia alejandrina desde el 400 hasta su trágico martirio a manos del fanatismo religioso…, hasta el presente. Haremos aquí y en el próximo artículo un apunte de las principales figuras y de algunas de sus ideas más relevantes recensionando el valioso libro de Femenías.

La princesa bizantina Anna Comnena (1083-1153?) fue erudita reconocida y gran historiadora. En su Alexiada abundan las referencias a Heráclito y Aristóteles. Es de gran interés su crónica de la primera cruzada. Resulta problemático considerar a la visionaria y genial Hildegarda de Bingen como filósofa, aunque desde luego estuvo muy familiarizada con todas las corrientes filosóficas de su época (S. XII). Fue experta en botánica medicinal y su correspondencia con el cisterciense Bernardo de Claraval es de sumo interés. Hildegarda inventó una lengua propia para cuestiones de fe.

En 1405 Cristina de Pizán publicó Le libre de la Cité des Dames, obra clave en la “Querella de las mujeres” y que venía a contrarrestar la misoginia medieval desde un humanismo feminista, armada la autora de una dialéctica jurídica. Contamos en español con una edición reciente: La ciudad de las damas. Siruela. Madrid. 2013. Para la mejicana sor Juana Inés de la Cruz (1648-1695), el sexo no tiene nada que ver con cuestiones de entendimiento. Femenías analiza su silva gongorina Primero sueño, una profunda epistemología poética. Aunque su sujeto epistémico no tiene nombre ni edad ni sexo, sor Juana siempre está afirmándose como mujer.

Sin referir en el texto a la polémica sobre la autoría de la Nueva Filosofía (sí se hace en nota), publicada en 1587 bajo el nombre de la alcaraceña Oliva Sabuco (1562-1622), María Luisa hace una excelente síntesis de los principales y precursores aportes de esta insólita obra de nuestro Renacimiento, pues es “uno de los primeros tratados modernos que relacionan el sistema nervioso con la naturaleza de algunas enfermedades”. Sabuco se percata de la dimensión psicosomática de las emociones y efectos de sus trastornos y propone pertinentes terapias y buenas costumbres (musicoterapia, eutrapelia, aromaterapia, etc). Femenías compara su originalidad con la de su contemporáneo Juan Huarte (1529-1588) y su singular Examen de ingenios (Baeza 1575).

Ya en el barroco, María de Zayas (1590-1661) reivindica la igualdad, la libertad y la educación de las mujeres como medio imprescindible para mejorar las relaciones entre los sexos, evitando los matrimonios forzados, los engaños, el maltrato y la infidelidad marital. Con audacia denuncia la madrileña en sus novelas la opresión de la mujer y los males sociales que de ello se siguen.

Es amplia la lista de mujeres que ya en la modernidad comentaron, dialogaron o criticaron la filosofía escrita por varones y que además, como Anne Finch Conway o Émilie de Châtelet produjeron una extensa obra literaria, filosófica y científica, de la que sólo una parte nos ha llegado o está disponible para su estudio.

Anne Conway (1631-1679) puso en cuestión el dualismo cuerpo/mente cartesiano reflexionando sobre la dolorosa experiencia de sus intermitentes cefaleas, sufrimiento que también señaló como clave del conocimiento y mejoramiento moral. Fue muy meritorio su esfuerzo por conciliar el vitalismo neoplatónico (para Platón el universo era “un todo con alma”, un “pan ensychôn”, según afirma en su Timeo) con el mecanicismo y la teología cristiana. Para ella, la sustancia creada es espíritu y está constituida por mónadas vivas con movimiento y percepción propia. Sobre la mónada de Conway y su influencia en Leibniz puede leerse la llamada de atención de Encarnación Lorenzo en el blog Ateneas.

Para Conway, la vida lo atraviesa todo como emanación y reflejo de la unidad divina. El cuerpo es expresión plástica del espíritu, su exteriorización funcional. Todos los cuerpos, incluidos los animales, participan de la espiritualidad y todos los espíritus disfrutan un cierto grado de corporalidad, conservándose su identidad. Nada en la naturaleza es infinitamente malo: “en la misma naturaleza de las cosas hay límites para el mal, pero ningún límite para el bien”. La filosofía de Conway puede relacionarse con el llamado Principio de plenitud, que Arthur O. Lovejoy historió como la idea de La gran cadena del ser (obra en la que las aportaciones de Conway brillan por su ausencia). La idea de una “armonía simpatética” universal corre paralela a la de “armonía preestablecida” de Lebniz. Hoy está demostrada la influencia de Conway en el pensamiento del gran racionalista alemán, que el propio Leibniz reconoció. A mi juicio, ambos autores están todavía por descubrir e implementar. Conway formó parte del Círculo neoplatónico de Cambridge y se hizo cuáquera. Conoció también la tradición alquímica gracias a la enigmática figura de Franciscus Mercurius van Helmont, que también aparece en las epístolas de Leibniz y con el que Conway instaló un laboratorio de química.

No sé si se me ha olvidado en mis recortes digitales o no aparece en el libro en cuestión el nombre de Damaris Cudworth (1659-1708) al que algunas consideran la primera feminista de la historia moderna, admiradísima por John Locke, del que fue amante y cuidadora. Próximamente seguiremos en NuevoDiario con la recensión del notable libro de María Luisa Femenías. Lo haremos refiriendo a la encantadora y polifacética figura de Émilie de Châtelet.

Del autor:

https://www.amazon.com/-/e/B00DZLV35M

https://dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=1636897

https://aafi.es/NOCTUA/noctua00.htm

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