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“El valle de La Larri”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Atrapado bajo los escombros”

“El valle de La Larri”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Atrapado bajo los escombros”
viernes 19 de marzo de 2021, 11:25h
“El valle de La Larri”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Atrapado bajo los escombros”
Hoy con el recuerdo me he dado una vuelta por “La Larri”, el valle de los lirios. No he podido evitar indignarme de nuevo al recordar a toda aquella gente que bajaba del valle con enormes ramos de lirios blancos, variedad muy escasa que todavía se cría bella y salvaje en este rincón pirenaico. El caso es que estos depredadores se desprenden de los lirios por el camino porque se les van marchitando. Sin embargo arruinan de forma irreversible este prodigio que surge con espontaneidad en reducidos parajes.
“El valle de La Larri”, por Pedro Cuesta Escudero, autor de “Atrapado bajo los escombros”

La cueva del Oso

De no ser por estos “domingueros” “La Larri” resultaría el lugar más soberbio que pueda soñarse. Desde luego la panorámica que se divisa desde ese colgado valle es espléndida. Una vez rebasado el tupido bosque de hayas, que se extiende en fuerte pendiente, y ya en “La Larri” y con la respiración entrecortada, te sorprende, mirando hacia la izquierda, el fascinante glaciar de “El Perdido”, suspendido en su cara norte con su brillante tono azul verdoso. Allí están, también, solemnes e inmóviles, los picos “Las Tres hermanas”: el “Cilindro”, el “Perdido” y el “Soum de Ramond”. Los dos últimos no del todo visibles porque los tapa la cornisa del Balcón de Pineta. Y el Cinca hace su primera travesura lanzándose en prodigioso salto por el enorme desnivel del Circo de Pineta, y forma la espumosa Cola de Caballo.

También queda enfrente, salvando el valle de Pineta, una vertical pared por la que resbalan cascadas, como la que cubre con su cortina de agua la Cueva del Oso, para despeñarse en la masa de hielo que amontonan los aludes de primavera. Se llama Cueva del Oso porque, según cuentan, allí mataron al último ejemplar de esos mamíferos que habitaban por aquella zona. Su tamaño era tal que colgado de los pies en el balcón del ayuntamiento de Bielsa, llegaba casi hasta el suelo, según se puede apreciar en las fotografías antiguas que se exponen en el parador de Pineta.

Por encima de la Cueva del Oso está lo que denominamos La Ratonera, lugar donde quedaban atrapados muchos montañeros, quienes, confiados a una ruta equivocada de ciertos mapas e influidos por la visión del Parador y las tiendas de los que acampábamos en el valle de Pineta, descendían como podían por escotaduras y laderas de muy inclinada pendiente, casi verticales, hasta que llegaban a un punto en que no les era posible continuar, ni tampoco retroceder. Por las noches los localizábamos cuando pedían socorro con sus linternas, y avisadas las fuerzas de rescate iban a por ellos, reduciéndose habitualmente en un susto, a no ser de algún impaciente que perdía la vida despeñándose al tratar de bajar por sí solo. Hoy día la Ratonera ha dejado de ser una trampa, pues se ha abierto una senda siguiendo una faja de bellísima perspectiva que te lleva de la Cola de Caballo al camino que sube al collado de Añisclo. Al transitar por esa faja se contempla una preciosa vista, pero no vayas con pantalón corto porque las ortigas, que no puedes evitar, te dejan las piernas hechas un Cristo.

Siguiendo esa pared de la Ratonera hacia la izquierda se divisan recortando el horizonte las suaves curvas de las impasibles Tres Marías y el ondulado collado de Añisclo. De esa ruta hacia Añisclo, el más salvaje de todos los cañones, aún guardo vivos recuerdos, que tengo que apartarlos de mi mente para no romper la unidad de este relato. Aunque esos recuerdos, tozudos, se cuelan en primera fila. Pero a ellos les dedicaré otra sesión.

La senda de las cascadas

Hoy me he dirigido a “La Larri” y, en vez de acortar por el bosque de hayas, he ascendido por la seductora “senda de las cascadas”. Efectivamente, el rio La Larri, antes de fundirse en el Cinca, se precipita con caídas en pico desde considerable altura y nos deleita con increíbles pirueteas y espumosas cascadas, en su tozudez de labrarse un lecho en la dura roca. ¡Qué fantásticos saltos en blanca espuma, que los rayos solares aprovechan para abrirse en todos los colores del arco iris! Pero la seductora belleza fue preludio de la tragedia, cuando un atrevido turista, para sacar mejor perspectiva de la cascada se acercó tanto con su cámara fotográfica que el resbaladizo peñasco que pisó lo arrojó al fondo y la fuerza del agua lo precipitó de roca en roca acabando con su vida. Pero aquí no acabó el infortunio, pues al numeroso público que acudió al lugar de la malaventura para enterarse y ver lo sucedido, hubo el atrevido enteradillo que, para ser más elocuente en la explicación, pisó la misma roca resbaladiza y también se calló por las embravecidas aguas.

Un hondo suspiro de placer

Y llegados al valle un hondo suspiro de placer inunda los pulmones ante esa luminosa pradera donde la vida brota por todas partes. Es el momento de saborear la dulzura del vivir rodeado de tanto encanto de la Naturaleza. La hierba crece sin obstáculos. Embriaga con su frescura. Te da ánimos su verdor. Agrada pisar y revolcarte en el mullido césped. Multitud de detalles te llaman la atención. Sobre el verde destacan las flores del trébol blanco. Y una multitud de florecillas diseminadas y de todos los colores. Salen al paso helechos, cuescos de lobo y otras variedades de setas. Y cardos prodigiosos. Y lirios, muchos lirios. Una alfombra azul de lirios. Y el lirio blanco te seduce para que lo contemples de cerca. Y es inevitable arrancar raíces de regaliz en la cortada.

A la izquierda queda el monte Capilla con su enrome oreja y cuyas laderas delimitan el valle, a veces con escarpadas barranqueras. Y junto al Capilla, de entre las laderas boscosas surge como un centinela el mallo Rojo, rígido, inmóvil y esbelto. Aún recuerdo cuando lo escalamos, con riesgos y grandes dificultades, pues hasta entonces nadie había ido a equiparlo. En la otra margen el valle de La Larri queda limitado por las laderas rocosas de La Estiva, por donde suele resbalar el goteo de algún deshielo por entre sabinas, enebros y otros árboles de embriagadores aromas.

El “eterno retorno”

Y al fondo una pared aparentemente infranqueable, fin del trayecto turístico, por donde el río cae en una cascada espectacular, salpicando con su rocío al acercarte a contemplarla. Esta cascada es singular pues va a parar a una cubeta que hace que el agua suba otra vez. Es más, tiras una piedra y también asciende con el agua. Te invita a contemplarla tiempo y tiempo. Me acuerdo que durante esa contemplación pensé en el “eterno retorno” de Nietzsche. Te hace pensar en la repetición del mundo en donde este se extingue para volver a crearse. Son distintas gotas de agua, pero parece que se repitan una y otra vez como si fuera la misma agua. Pero no, el agua que cae ya no vuelve a repetirse. Es como una circular visión del tiempo: hay un principio de tiempo y un fin que vuelve a generar a su vez un principio. No se trata de ciclos ni de nuevas combinaciones en otras posibilidades, sino que los mismos acontecimientos se repiten en el mismo orden. Cae como si fuera siempre la misma agua.

En los charcos que forman las oquedades de las rocas viven en su hábitat los tritones. Su presencia indica la salud del ambiente. Son más pequeños que las salamandras y la mayor parte de su vida la pasan en el agua. Te roban mucho tiempo contemplando su forma de vida, como cazan, como se aparean…, como viven en el agua. Me acuerdo que me llevé en un franco un tritón y lo tuve mucho tiempo como mascota. Se alimentan de invertebrados acuáticos como larvas, arañas de agua. Hay arañas que están muy adaptadas a la vida subacuática; crean un refugio bajo el agua entre la maleza que llena de aire viajando hasta la superficie y regresando al refugio llevando las burbujas de aire atrapadas en el vello del cuerpo.

Por la pared que delimita al fondo el valle está la ruta por la que se asciende fatigosamente a los lagos de la Munia, que se asientan en la falda de los picos, ya tres miles, el Robiñera y La Munia. Al pensar en esa piramidal montaña de La Munia, el Cervino de los Pirineos, no puedo evitar el trágico recuerdo de aquel lamentable accidente. Fuimos los primeros en atender a unos montañeros literalmente aplastados por una avalancha de piedras que les sobrevino sin previo aviso cuando ascendían la descompuesta montaña.

La prodigiosa vida del valle de los lirios

Pero no quiero salirme en mi recuerdo del contorno del valle de La Larri. Quiero recrearme del prodigio de la vida y de la prodigiosa vida que espontáneamente surge por las laderas que flanquean el valle. Flores intensamente azules desafían la nieve y surgen por entre las grietas de las placas buscando el sol. La albahaca forma hermosos rodales de color rosa, al igual que la hierba de San Pablo, planta vellosa y con una floración intensamente amarilla. En los canchales surgen pequeños corros de digitales con sus numerosas y moradas campanillas. Alfombras de matorrales de un rojo fuerte proporcionan una nota de color por entre las paredes rocosas.

En los pedregales crece el bálsamo formando cascadas blancas que parece nieve. También se ven por esas pendientes las siemprevivas con sus tallos y hojas carnosas y sus flores en forma de estrella con pétalos puntiagudos y de un rosa rojizo. Las grietas se ven cubiertas de arándanos en fruto, de rosáceas potentilas y rosetas de quebrantapiedras. Algunas rocas aparecen tapizadas de costras verdosas irregulares y moteadas de puntos negros. A veces, a esas mismas rocas se les superponen líquenes, unos como manchas de sangre y otros de talo arborescente.

Es prodigiosa la vida, pero en medio del valle hay una estela funeraria, en cuyos búcaros hay flores que manos anónimas mantienen siempre frescas, y nos recuerda en eusquera y en castellano a una joven que murió desafiando esta imponente naturaleza.

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